03 de octubre de 2006, Se jubilaron los primeros soldados que cumplieron 20 años en la guerra
La mayoría no vio nacer ni crecer a sus hijos y aún no saben a qué se van a dedicar. Hablan de la nostalgia de las trincheras.
Sandoval, Nova, Bernal y Pinilla son unos 'abuelos' en el arte de la guerra y el patrullaje.
Empezaron en el Ejército buscando un trabajo y terminaron con la piel y el alma de soldados, la primera línea de combate, durante 20 años. Los cuatro se pensionaron la semana pasada y hoy les ronda en la cabeza la idea de qué va a pasar con ellos ahora que dejaron el fusil.
Sus testimonios son una muestra de lo que piensan estos hombres, que escogieron como vida la guerra y que pese a las más duras batallas en la selva, los bosques, las montañas y el páramo, no se imaginaron su destino de otra forma.
Según el Comando de las Fuerzas Militares, 2.000 hombres como ellos llevaban más de dos décadas en la institución. Este es el segundo grupo de soldados que se pensiona, luego de la aprobación de la ley que reglamenta los retiros.
Todos salen con la ilusión de poderle entregar una casa a su familia, como José Bernal Torres, que se enlistó en el Batallón Rook de Ibagué en 1985 y hoy, a los 42 años, espera pasar días enteros al lado de sus dos hijos y su esposa.
'Solo plomo'
Su prueba de fuego la tuvo los últimos 12 años en el batallón Timanco de la Brigada 13 y durante la ofensiva contra las Farc en Cundinamarca.
"Esta guerra es de estrategia. En estos 20 años, 17 los puedo contar como solo plomo: guerra todos los días", asegura.
Los cuatro coinciden en que lo más duro es ver caer a los compañeros. Hay que sacar energías y seguir con la moral adelante. "Lo segundo más duro es dejar el Ejército" añade Bernal.
Y el sí que lo sabe: "En el 90 sufrimos un descalabro grande. En una emboscada en el Magdalena Medio mataron a 14 de mis compañeros y dos suboficiales. En ese momento dije no más, porque el próximo puedo ser yo". Pero siguió.
Su comandante de ese entonces le dio un mes de permiso, lo sacó en un helicóptero y lo mandó para donde la sicóloga. Regresó sin quejas.
La sangre boyacense
Entre tanto, Jorge Armando Nova Casas, que entró de 18 años al Ejército en Chiquinquirá, admite que se enlistó por curiosidad.
Y pese a que no vio nacer a ninguno de su hijos, asegura que si pudiera reencarnar, sería otra vez soldado.
"Eso, porque me dejaron marcado las voces de los que me gritaban que no los dejara morir, porque sus familias los esperaban en la casa".
También cuenta nostálgico que su padre murió hace un año y tampoco pudo estar con él para despedirse.
Y mientras sus compañeros recuerdan anécdotas, José Guillermo Sandoval Sandoval afirma que entró al Ejército a los 19 años por la herencia que le dejó la campaña libertadora. Por eso se fue a escondidas de sus padres a prestar el servicio militar y luego se enlistó de soldado voluntario.
"¿Qué hace un soldado? Resistir a todos los problemas", se responde.
"Nosotros no ascendemos ni mandamos. Toda la vida somos soldados, toda la vida la pasamos en la primera línea y por eso conocemos muy bien el conflicto", dice con la voz quebrada.
Todos coinciden en que es duro y un poco frustrante haber estado 20 años en la guerra e irse y ver que no se acaba. Por eso quisieran durar más.
"Nunca he pensado por qué no fui coronel, o por qué no llegué a general. Este fue el mejor puesto que logré conseguir y nunca pensé llegar a 20 años se servicio, porque entré voluntariamente por un tiempo" agrega.
Un enfermero de combate
Otro caso es el Daniel Pinilla Pineda. Él se vinculó profesionalmente al Ejército cuando tenía 21 años. Tres años antes había prestado el servicio militar.
"Como tenía amigos en otras contraguerrillas decidí seguir", señala.
Y las garrapatas, en clima cálido, fueron su gran tortura, pero las controlaba con alcohol y alcanfor.
Recuerda que cocinando le fue bien, pero encontró su vocación en la enfermería. "Mi hermano era enfermero en el hospital y yo le aprendí para ser enfermero de combate".
Para ese entonces, Estados Unidos donó botiquines nuevos y él se dedicó a atender a sus compañeros, a hacerles cirugías pequeñas y curaciones, pero llegó el primer muerto y pasó la prueba de fuego.
" La rutina se pone más dura y uno también se amolda a ella: ayudar a los compañeros, levantar un herido. Siempre fui enfermero de combate. En eso se me fue la vida en el Ejército", dice.
Para Daniel, la mayor satisfacción es que todos los heridos que atendió se salvaron.
"Es difícil esperar a que entre el helicóptero en un páramo, en una montaña, o en lo mas profundo de la selva mientras un compañero se queja".
Ahora quiere dedicarles a su esposa y sus cuatro hijos todo el tiempo que no tuvo antes.
Soldados profesionales en algún lugar del agreste territorio colombiano