Bueno, aunque no es mi especialidad, creo que el Glifosfato es el mejor método de erradicación de cultivos ilícitos, sin embargo al ser un químico generalmente afecta otros cultivos y en especial al ecosistema, en algunas zonas especialmente en las que limitan con gobiernos vecinos que no tienen una verdadera política de exterminio de cultivos ilegales, el gobierno colombiano emplea la peligrosísima erradicación manual en la cual diariamente son asesinados cobardemente por medio de artefactos explosivos decenas de miembros de la fuerza publica colombiana y de contratistas.
ARTICULO REVISTA CAMBIO Miércoles 26 de marzo de 2008
EL SOL APENAS DESPUNTA en la madrugada del 20 de febrero, pero ya el canto de los gallos ha despertado a algunos de los hombres del grupo de erradicación manual de coca que acampan en El Tigre, una vereda del municipio de Cáceres, en Antioquia. Empieza una nueva jornada durante la cual deberán arrancar a mano las matas de coca sembradas en un terreno de 18 hectáreas.
186 campesinos, de entre 20 y 55 años, oriundos de Urrao, componen el grupo. Meses atrás eran recolectores de café o sembraban plátano y yuca, y dadas sus precarias condiciones económicas decidieron acudir al llamado de Carlos Sierra, líder de la zona, que estaba reclutando gente en el pueblo para erradicar coca.
Como en otras madrugadas, el grupo arregla sus carpas y afila las herramientas para el duro día de trabajo que le espera. Estará acompañado por 90 policías encargados de su protección durante los dos meses que toma la erradicación en una zona de las montañas del oriente antioqueño. "Yo nunca había visto una mata de coca. No sé cómo se cultiva pero sí sé cómo se arranca", asegura Jorge, de 22 años.
Victoria Retrepo Uribe, directora de los grupos de erradicación manual, dice que prefiere organizarlos con campesinos de un mismo pueblo porque "se conocen y no los pueden infiltrar fácilmente". Y cuenta que, por ejemplo, "los de Manzanares, Quindío, son muy rápidos porque son recolectores de café acostumbrados a terrenos difíciles, y los de Pauna y Otanche, Boyacá, son los más organizados".
De los 100 grupos de erradicadores manuales que hay en el país, el primero que se conoció fue el que entró a comienzos de 2006 a La Macarena, el mismo que el 6 de febrero fue víctima de una mina de las Farc. En la explosión murieron seis hombres y siete quedaron heridos. "La explosión fue tan fuerte que durante casi un minuto llovió carne. Fue duro ver morir a seis compañeros", le contó a CAMBIO Antonio Flores, uno de los más antiguos del grupo y víctima también de hostigamientos en Cauca y Putumayo.
Lo ocurrido en La Macarena, un golpe duro para el programa de erradicación de la Secretaría de Acción Social de la Presidencia, obligó a replantear y a reforzar la seguridad. "Los erradicadores sólo ingresan al cultivo después de que 30 hombres han limpiado el terreno -explica el sargento Ávila, comandante de los policías-. Después de las 7:00 p.m. nadie puede estar fuera de la carpa y quien salga debe dar un santo y seña".
Por su parte, Iván Fernández, coordinador zonal de los grupos de erradicación, cuenta que como en La Macarena y en Cauca les han secuestrado gente y les han disparado morteros y bombas, decidieron darle a cada erradicador dos brazaletes, cada uno de color distinto. "Antes de empezar la jornada el Comandante de Policía avisa cuál brazalete deben usar ese día -explica-. Es para diferenciarlos de los atacantes que puedan infiltrar el grupo cuando hay hostigamientos".
La seguridad es la razón principal para que no haya mujeres entre los erradicadores, que las extrañan sobre todo a la hora de las comidas. "Ellas tienen mejor sazón", dicen los campesinos. Pero su ausencia responde también a motivos prácticos: "Tener mujeres crea problemas logísticos, como el de compartir baños y carpas, y además el ciclo menstrual podría generar retrasos en la labor", sostiene Fernández.
La paradoja es que los grupos de erradicadores -que trabajan en 10 departamentos y en tres años han logrado erradicar 75.000 hectáreas- están bajo la dirección de una mujer, que asegura que hasta ahora no ha recibido solicitudes de mujeres pero que si lo hacen serán bienvenidas.
De sol a sol
La labor comienza a las 5:30 a.m. Los erradicadores, organizados en parejas, arrancan, en promedio, seis matas por minuto. Uno de ellos toma el arbusto por las ramas y lo jala con fuerza para que el otro pueda dar dos golpes contundentes y precisos y destrozar la raíz con una especie de azadón o palín. En pocas horas el frondoso cultivo de coca, que según los campesinos de la región produce cuatro cosechas al año por valor de 15 millones de pesos la hectárea, es un campo muerto. "Las matas arrancadas se secan rápidamente, en dos horas las hojas ya no sirven y es difícil que la raíz vuelva a prender si la planta es resembrada -cuenta Alexander, el más experimentado del grupo-. A veces los cocaleros regresan de noche a tratar de recuperar lo que queda de hojas pero es poco lo que consiguen".
Después de un almuerzo de arroz con lentejas, carne y refresco o "pintatripas", como lo llaman en la zona, el grupo emprende la fase final de la jornada de erradicación que termina a las 3:00 p.m., cuando el ingeniero catastral Iván Parra empieza la medición del día. "La fortaleza de los erradicadores es impresionante -dice Parra-. En dos horas despejan un área de selva y montan el campamento con dormitorios, cocina y baños".
Los erradicadores emprenden entonces el regreso, dos horas de camino hacia el campamento, donde los cocineros los esperan con la comida lista. Después de llamar a sus familias y ya pasadas las 6:30 p.m. se preparan para dormir en medio de estrictas medidas de seguridad. "El secreto para sobrevivir es cumplir las normas de seguridad porque la amenaza de los cocaleros es constante -asegura el ingeniero. “Si nos descuidamos un momento podemos recibir un ataque mortal”.
El proyecto de El Tigre termina en pocos días y el grupo, que tras un año de trabajo se ha convertido en una gran familia, deberá trasladarse a otra zona del país para empezar de nuevo.