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NotaPublicado: 02 Nov 2020 10:20 
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Porsche 911 de la policía belga bajo el martillo El arma secreta


Los autos deportivos con luces intermitentes en el techo tienen un aura casi mística. Hoy en día, Porsche y Lamborghini están al servicio de la policía, además de los coches de policía en Dubai y varios juegos de computadora, generalmente más una broma de relaciones públicas que un vehículo de emergencia real. Pero no siempre fue así.

Antes de que las limusinas discretas pero extremadamente poderosas pudieran seguir el ritmo de la mayoría de los autos deportivos en las carreteras, la policía de carreteras de varios países combatió fuego con fuego y desplegó autos deportivos de dos puertas especialmente convertidos. El Porsche 911, que estaba equipado con luces intermitentes y sirenas en varios países, fue particularmente popular entre las unidades policiales de toda Europa. Se entregaron un total de más de mil vehículos Porsche a las autoridades policiales de todo el mundo.

Los accidentes graves aumentaron en las autopistas holandesas a principios de la década de 1960 debido a la falta de límites de velocidad. Se suponía que la extinta Rijkspolitie resolvería este problema con coches patrulla rápidos e igualmente fiables, que también deberían tener una capota abierta para que la policía pudiera subir al coche para regular el tráfico. Por tanto, la decisión se tomó a favor del Porsche 356, que posteriormente fue sustituido por el 911 y siguió formando parte del parque de vehículos de la policía holandesa hasta 1996.

Un total de 507 Porsche estaban en uso para la extinta Rijkspolitie, que, según el fabricante, convirtió a su flota en la flota histórica más grande de Porsche policiales. Probablemente el servicio más exclusivo de Porsche, sin embargo, fue conducido por la gendarmería en la vecina Bélgica.

En 1976, la autoridad del estado comparativamente pequeño recibió 20 autos deportivos fabricados especialmente para ellos en Zuffenhausen. Exteriormente, los vehículos blancos con una distintiva franja naranja eran los Porsche 911 de serie. De hecho, había una sorpresa al acecho debajo de la prenda de chapa metálica, en la forma del motor de 210 CV del Carrera 2.7.

Esta máquina, que provenía del modelo de homologación de carreras RS 2.7 del modelo predecesor, reconocible por el característico spoiler conocido como "cola de pato", solo estaba disponible en el 911 Carrera 2.7 en ese momento. Por supuesto, la gendarmería podría haber pedido simplemente varios modelos RS unos años antes, o 20 911 Carrera 2.7 estándar en 1976. Ambos eran obviamente demasiado conspicuos para la gendarmería, porque son relativamente fáciles de reconocer: el RS en la cola de pato, el Carrera en los guardabarros más anchos.

Para conseguir un coche de policía que fuera lo más rápido posible, pero al mismo tiempo, bueno, discreto desde el exterior, se encargaron 20 copias de la versión estándar estrecha del 911, en la que estaba la máquina de 210 CV del modelo RS. Según la casa de subastas Bonhams, que ahora está subastando uno de estos exclusivos vehículos de emergencia, los modelos especiales de la policía belga son los únicos 911 con carrocería estrecha y motor RS fabricados por Porsche, y en ese momento eran los que tenían una velocidad máxima de 240 kilómetros por hora. probablemente el coche de policía más rápido del mundo.


Al igual que en los Países Bajos, el techo Targa se utilizó para la seguridad vial. Si quita el techo parcial, el pasajero puede permanecer en el automóvil y, por lo tanto, regular mejor el tráfico. Pero esa no era la única razón por la que el trabajo diario de los extravagantes coches de policía no era muy glamoroso. Según el coleccionista Ari Epstein, los 911 estaban en uso casi sin parar. Este ritmo de trabajo llegó incluso tan lejos que la tripulación simplemente dejó que el motor funcionara al cambiar de turno en el área mientras la siguiente tripulación subía y se alejaba.
Debido al uso continuo, el 911 de la policía llegó según Epstein con un kilometraje de 300.000 a 500.000 kilómetros. Para mantener los vehículos listos para su uso a pesar de la gran carga, la gendarmería tenía sus propios mecanismos para los coches, pero solo unas pocas copias sobrevivieron al período de servicio. El trabajo cotidiano y los accidentes diezmaron a los originalmente 20 policías belgas Carrera, hoy, según la casa de subastas Bonhams, solo quedan cinco.
https://www.spiegel.de/auto/fahrkultur/ ... 22a1c79b2b

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NotaPublicado: 25 Ene 2021 10:30 
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24/1/2021. Politie interviene en las manifestaciones de negacionistas del COVID-19 en Ámsterdam (869.769 hab.):
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Azu escribió:
Escudos de mimbres forrados.

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NotaPublicado: 16 Mar 2021 15:13 
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15/3/2021. La Politie de Winterswijk (29.041 hab.) va a recibir cuatro todoterrenos Toyota tras quedarse en una zona arenosa una patrulla que llevaba una furgoneta Mercedes:
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alvarocnp escribió:
Un gran coche ese Toyota Land Cruiser, más debería haber en todos los cuerpos.

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NotaPublicado: 05 Sep 2021 09:50 
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6/7/2021. Politie en los exteriores de los estudios de la RTL en Ámsterdam (871.973 hab.) donde el periodista de investigación Peter R. de Vries fue tiroteado falleciendo una semana después.
Los agentes con una sola raya son "Aspirant" los cuales llevan menos de 18 meses de formación y aún asisten a la Academia, el que lleva cuatro rayas es un "Hoofdagent" tiene más de tres años de formación y ya es un agente completo:
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NotaPublicado: 23 Feb 2022 08:39 
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22/2/2022. Politie intervienen en una tienda Apple en Ámsterdam (872.680 hab.) con toma de rehenes:
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Puma83 escribió:
https://m.youtube.com/watch?v=EDnBTvinKe8
https://m.youtube.com/watch?v=2lzuWN-PUbI
Citar:
La Policía de Ámsterdam pone fin a la toma de rehenes en una tienda de Apple
https://www.elconfidencial.com/mundo/20 ... m_3380309/

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NotaPublicado: 18 Oct 2022 10:34 
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Según el Global Peace Index, los Países Bajos está en el puesto 21 a nivel mundial, España por ejemplo está en el 29.
El índice de paz global (Global Peace Index en inglés) es un indicador que mide el nivel de paz de un país o región. Lo elabora el Institute for Economics and Peace junto a un panel internacional de expertos provenientes de institutos para la paz y think tanks, junto con el Centre for Peace and Conflict Studies, de la Universidad de Sídney con datos procesados por la Unidad de Inteligencia del semanario británico The Economist.

La sospecha de que la princesa Amalia de Orange, hija de los reyes Guillermo y Máxima de Países Bajos, está en la diana del crimen organizado, ha llevado al Gobierno a reducir drásticamente sus movimientos, hasta casi confinarla en su domicilio. Sale para ir a la universidad, en Ámsterdam, y después regresa al palacio Huis ten Bosch, la residencia oficial de la familia real, en La Haya. Así lo contaron sus padres la semana pasada durante una visita oficial a Suecia.

La policía y el Ejecutivo holandés guardan silencio, mientras que expertos en seguridad y terrorismo dan credibilidad a la amenaza y ven “altamente probable” que el desafío provenga de grupos criminales ligados al narcotráfico. Es un salto cualitativo sin precedentes en un país en el que los criminales han pasado de ajustar cuentas entre sus miembros o rivales a desafiar a la democracia. El primer ministro, Mark Rutte, que suele ir al trabajo en bicicleta, también ha tenido que aceptar mayor protección por amenazas a su vida.


“Este tipo de amenazas se consideraban prácticamente imposibles hace unos años”, afirma al teléfono el sociólogo Paul Schnabel, en referencia a la situación de la princesa Amalia. La heredera al trono estudia un grado de Políticas, Psicología, Derecho y Economía, y Rutte ha asegurado que “se está haciendo todo lo posible para resolver el problema con rapidez”. “Aunque no puedo garantizar los tiempos”, ha advertido.

No es excepcional que servidores públicos reciban alguna amenaza por su función o gestión, pero en este caso “falta el elemento ideológico o un claro objetivo político”, señala Jelle van Buuren, experto en seguridad de la Universidad de Leiden. “Cuando el objetivo ya no es el dinero, sino el Estado, sus símbolos e instituciones, puede considerarse una forma de terrorismo”, sostiene. El refuerzo de la seguridad a los representantes del Estado se empezó a notar en septiembre, cuando el diario De Telegraaf publicó que “se hacía referencia al primer ministro y a la princesa en mensajes encriptados del crimen organizado sobre un supuesto ataque o un secuestro”.

Erwin Bakker, catedrático de Estudios sobre el Terrorismo en la misma universidad holandesa, comparte la opinión de su colega. Le parece, además, que intimidar de este modo a la futura jefa del Estado y al primer ministro supone “entrar en una nueva realidad que pone a Países Bajos a la altura de otros Estados” amenazados. “Tal vez nos sintamos lejos de lugares como México o Italia, donde hemos visto crímenes de mafias, pero es una forma de negación de la realidad. El Gobierno se ha dado cuenta de que el crimen organizado atenta contra el orden legal, y de que debe invertir más en seguridad”.

El asesinato de De Vries, punto de inflexión

Ambos expertos ven en la muerte a tiros del reportero de investigación Peter R. de Vries, en julio de 2021, en el centro de Ámsterdam, un punto de inflexión. Fueron detenidos dos autores materiales del ataque, pero todavía no hay sentencia porque se investiga a tres sospechosos más. El asalto mortal fue filmado por los delincuentes, y Bakker recuerda que el fiscal ha subrayado que “puede hablarse de intención terrorista”. Ello “obliga a reevaluar la definición misma de terrorismo, porque asistimos a una amenaza contra la democracia y el imperio de la ley”. Es la primera vez que se califica de acto terrorista un crimen de esta clase. La Fiscalía considera que “el asesinato fue perpetrado para asustar a la población”.

De Vries, de 64 años, era el confidente del testigo de cargo en el caso Marengo, un proceso contra presuntos miembros de la denominada Mocro Mafia, dedicada al tráfico de drogas. Formada por varias bandas, sus integrantes son holandeses, también de origen turco y marroquí (de ahí el término Mocro), antillano, de Surinam, y albanés. Operan sobre todo en los puertos de Amberes, en Bélgica, y en Ámsterdam, aunque su red de contactos es internacional. Uno de sus principales cabecillas es Ridouan Taghi, encerrado en una cárcel de máxima seguridad en el sur de Países Bajos. En 2019 hubo otro crimen relacionado con este entorno que sacudió a la sociedad holandesa: el asesinato del abogado Derk Wiersum, de 44 años, que defendía al mismo testigo que le contaba confidencias a De Vries. Dos años después mataron al reportero.


La actuación del crimen organizado contra instancias del Estado se extiende más allá de la frontera de Países Bajos. Cuatro ciudadanos holandeses fueron detenidos en septiembre en La Haya y alrededores después de que la policía encontrase un coche con armas y botellas de gasolina en Bélgica. El vehículo tenía matrícula de Países Bajos y fue hallado frente a la casa del ministro belga de Justicia, Vincent van Quickenborne. Los medios belgas señalaron que el político, que pasó unos días con la seguridad reforzada, había recibido amenazas graves que provenían “del mundo de la droga”.

Según Van Buuren, “el crimen organizado es difícil de combatir en todas partes, y Países Bajos tiene una posición geográfica privilegiada para el transporte y producción de productos de todo tipo; también las drogas”. “Tenemos el aeropuerto de Schiphol y el puerto de Róterdam, gran conectividad y buenas carreteras”, destaca. Pero hasta la muerte del abogado y el periodista, la sociedad holandesa creía que este tipo de criminales solo se mataban entre ellos, afirma el experto. Bakker sitúa la amenaza del crimen organizado como uno de los principales desafíos del país: “La violencia del crimen organizado socava el orden democrático legal”, recalca.

Ambos expertos reclaman un debate nacional porque, en su opinión, hasta ahora no se ha abordado suficientemente “el problema social y del crimen” en el país, según Bakker. Van Buuren agrega: “Hay diferencias en el Parlamento en torno a la legalización de las drogas, pero no así en cuestiones de seguridad: hay que hablar”.
https://elpais.com/internacional/2022-1 ... bajos.html


Amenazas, secuestros y tiroteos: Países Bajos y Bélgica se miran en el espejo del narcoestado
Las mafias, que aprovechan los puertos de Róterdam y Amberes y la tolerancia ante las drogas blandas, están infiltradas en el tejido social y son cada
¿Cómo ha podido llegar el Gobierno holandés a verse en la necesidad de proteger a la heredera del trono, la princesa Amalia de Orange, y al primer ministro, el liberal Mark Rutte, ante la sospecha de amenazas del crimen organizado? La especial relación de Países Bajos con las drogas blandas ha favorecido un vacío legal por el que estas mafias se han ido colando. Su política de tolerancia —que no de legalización, con la que a veces se confunde— ha impulsado a las redes de tráfico de cocaína y heroína hasta convertirse en auténticos sindicatos profesionales. Estos días, numerosos criminólogos, mandos policiales y políticos coinciden en que no se ha hecho lo suficiente para combatir esta criminalidad que se extiende a la vecina Bélgica, cuyo ministro de Justicia, Vincent van Quickenborne, también se encuentra bajo protección especial por presuntas amenazas del narcotráfico.

“A partir de los años setenta, en Países Bajos ha habido una política de tolerancia con las drogas blandas: hachís, cannabis… no de legalizarlas, la distinción es importante: el consumidor puede adquirirlas [en los coffeeshops, y no se penaliza la posesión de hasta cinco gramos por persona] sin ser perseguido. Pero la producción es ilegal. Así se creó un vacío aprovechado por ciertos sectores de los bajos fondos”, explica el criminólogo Yarin Eski. Esta permisividad favoreció la aparición de traficantes de otras drogas de Sudamérica y el este de Europa. Hoy, la heroína también llega de Oriente Próximo. “Se sirvieron de las buenas infraestructuras holandesas y del puerto de Róterdam, y a partir de los años ochenta y noventa ya había sindicatos profesionales globales de la droga”, señala Eski por teléfono. En 2021, según la Fiscalía holandesa, fueron interceptados un total de 72,8 toneladas de cocaína, la mayoría en el puerto de Róterdam, el mayor de Europa. Es un 74% más que en 2020 y su valor en la calle era de más de 5.000 millones de euros. Hubo 400 detenciones, un incremento del 42% con respecto al año anterior.

El presidente del sindicato holandés de policía, Jan Struijs, pide más infraestructura digital para investigar y normas que faciliten el intercambio de información para ver dónde está el dinero. “Podemos interceptar droga por valor de 250 millones de euros, pero es un negocio de más de 30.000 millones”, subraya. Considera que los mafiosos “están ya infiltrados en el sistema y sobornan a la gente, compran acciones de una compañía, o influyen para otorgar permisos legales para abrir una empresa”. Hace cuatro años, Struijs ya advirtió de que Países Bajos presentaba “muchos de los rasgos de un narcoestado”, como indicaba un informe del propio sindicato. Le respondieron que no era para tanto, recuerda. “Pero, desde entonces, han pasado muchas cosas violentas [incluida la muerte a tiros de Derk Wiersum, abogado de un testigo protegido, y la del reportero de investigación, Peter R. de Vries], hasta llegar a la amenaza contra nuestra futura reina”.

Strujis admite que hablar de narcoestado es “una llamada de atención”. “Porque lo importante es si hacemos lo suficiente contra el crimen organizado, y la respuesta es negativa”, añade. La buena noticia, dice, es que los políticos ya no son ingenuos. “Ahora escuchan y trabajan duro, pero hay que invertir a escala internacional, porque ya no hay fronteras”, añade.
Complot para secuestrar a un ministro

El ministro belga de Justicia, Vincent van Quickenborne, fue víctima el mes pasado de un complot para secuestrarlo. Conoció las amenazas poco después de presentar un nuevo plan de lucha contra el narcotráfico en Amberes, cuyo puerto está considerado el principal punto de entrada en Europa de la cocaína procedente de Sudamérica y donde las bandas rivales libran luchas territoriales y de intimidación. El ministro tuvo que abandonar su domicilio junto a su familia y ponerse a resguardo en un lugar secreto, después de ser alertado de que corría peligro de ser secuestrado por las mafias de la droga, según contó él mismo. “Todo indica que [la amenaza] procede del entorno de la droga”, declaró Van Quickenborne a comienzos de octubre, unos días después de que pudiera regresar a su hogar. Tanto él como su familia permanecerán, por tiempo indefinido, bajo “alta protección”.


La justicia belga no ha confirmado aún que las bandas de narcotráfico estén tras el frustrado secuestro. Cuatro sospechosos permanecen detenidos en Países Bajos a la espera de ser deportados a Bélgica. Solo cuando estén bajo custodia belga, señalan fuentes de la Fiscalía, podrán empezar los interrogatorios. Pero nadie duda de que el problema de la droga también es acuciante en este país. El año pasado, la policía se incautó en el puerto de Amberes de 91 toneladas de cocaína, con un valor de más de 4.500 millones de euros. Solo el fin de semana pasado, se confiscaron allí otras seis toneladas de cocaína procedentes de Surinam. Y la policía estima que en la capital, Bruselas, y su periferia, se procesa una tonelada de cocaína a la semana, repartida luego al resto de Europa.

“Se cierne el peligro de que Bélgica sea calificada de narcoestado”, dijo en septiembre el fiscal general de Bruselas, Johan Demulle. Ya en febrero, el entonces presidente del Colegio de fiscales generales belga, Ignacio de la Serna, advertía de que “la mafia se está haciendo con el país”.

En Países Bajos, el término Mocro Mafia destaca a los miembros de origen marroquí de estas bandas, con una figura clave: Ridouan Taghi, acusado de una decena de asesinatos e intentos de asesinato. Sin embargo, a Eski, profesor asistente en la Universidad Libre de Ámsterdam, le parece que hablar de Mocro Mafia “es una forma de aplicar un perfil étnico al crimen organizado, que es diverso, ya no son solo marroquíes o turcos”. “Trabajan juntos o libran guerras entre ellos [el 80% de los tiroteos en las calles holandesas son del crimen organizado, según la policía] y no es por su etnicidad. Es por rivalidad, y son grupos tan grandes y profesionalizados que no les importa si pensamos que son violentos. Tampoco temen a la policía, y es doloroso comprobar que no sabemos cómo combatirlos”, lamenta. Y añade: “Hay que hablar sobre qué tipo de país queremos ser, porque no lo sabemos”, aunque reconoce que tampoco tiene respuestas. “Es un debate ético y moral, y hemos sido siempre una tierra de comerciantes pragmáticos. Pero, ¿qué pasa si parte del dinero es ilegal? Por otro lado, legalizar las drogas solo funcionaría con un acuerdo simultáneo a escala internacional”, resume.

Tanto Eski como Struijs coinciden en la urgencia de apartar a los jóvenes, muchos de origen inmigrante, de la atracción del dinero fácil de la droga. El criminólogo es contundente: “Están culturalmente aceptados en la sociedad holandesa, pero estructuralmente excluidos”. Ahmed Marcouch, alcalde de la ciudad de Arnhem, conoce bien el problema. Holandés de ascendencia marroquí, ha sido policía y diputado socialdemócrata y ha puesto en marcha una red de apoyo para facilitar la búsqueda de empleo en la que cooperan padres, asistentes sociales, escuelas, agentes de policía y el Ayuntamiento, con la colaboración de empresarios. El Ministerio de Justicia anima a su vez proyectos similares en otras urbes, y este alcalde calcula que en Arnhem “hay más de 1.000 jóvenes en riesgo de caer en la delincuencia”. La ciudad tiene 164.000 habitantes. “Es crucial cogerlos a tiempo, a veces observando desde la primaria”, recalca.

“Siempre habrá crimen organizado y hay que vivir con un cierto grado de inseguridad, pero lo de ahora no es lo que queremos”, reconoce Struijs. Y no se olvida de los usuarios de la droga: “Deben entender de una vez que ayudan al crimen organizado”.
https://elpais.com/internacional/2022-1 ... stado.html

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NotaPublicado: 29 Sep 2023 08:23 
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28/9/2023. DSI y seguridad ciudadana del Korps Nationale Politie en el lugar donde un individuo ha asesinado a dos personas y dejado una herida grave tras dispararles en Róterdam (588.490 hab.):
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NotaPublicado: 30 Mar 2024 11:56 
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29/3/2024. DSI y seguridad ciudadana del Korps Nationale Politie interviene en una cafetería de Ede (123.489 hab.) donde un individuo ha tomado rehenes armado y con un cinturón explosivo:
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NotaPublicado: 21 Jul 2024 17:21 
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Países Bajos: los hijos de un país atrapado por el narco
Una generación de adolescentes se mueve en el filo: entre las mafias que los reclutan para traficar y los esfuerzos de policías, agentes sociales y algunos políticos por mantenerlos del lado de la ley. El narco extiende su presencia mediante la violencia y un amedrentamiento general que amenaza las instituciones del país. Este es el retrato holandés que poco tien que ver con la postal de las bicis y los tulipanes
Holanda narcotráfico

Si este reportaje tuviera banda sonora, un himno que nos acompañara a lo largo de estas páginas y hasta el punto final, sería el rap de un chico de 16 años de uno de los barrios más duros de Áms­terdam, El 6. Palabras mayores cuando varios críos de la zona se entrecruzan los puños en señal de saludo e intercambian el código territorial que han aprendido: un movimiento con los dedos para ilustrar ese número. Orgullo de barrio. Pertenencia. Identidad. Alguno de ellos ya suma cicatrices de puñal y todos esquivan como pueden la violencia que cada día deja bombas y explosiones en sus calles. Bienvenidos a Países Bajos.
We are living in a fucked up generation (vivimos en una generación jodida), reza el rap de Jeninhio, conocido como C6ster, que aún timbra la voz con ese desgarro de quien ya no es niño pero aún no alcanza a ser del todo adulto. El chaval llega con sus cascos abultados, su vello incipiente sobre el labio y la mirada ladeada desde la sombra de su gorra oscura. Jeninhio es uno de los chicos en la encrucijada, miembro de una generación de holandeses en el filo: entre la atractiva llamada de una delincuencia creciente que paga bien y los esfuerzos de colegios y organizaciones para retenerlos (o devolverlos) al lado correcto de la ley. Le acompaña Elaijah, de 15 años, dos veces apuñalado. Y Leonicio, de 13. Los tres se mueven con el uniforme habitual de su edad, de su zona, de la calle: chándal caído, cadenas al cuello, capuchas puestas, el aire de quien ya ha visto demasiadas cosas en la vida y debe simular que ha visto aún más. Vienen con su guía, su coach, James, un hombre de 29 años que puede hablarles en su mismo idioma porque pasó la adolescencia en varias cárceles antes de reconducir su vida y convertirse en trabajador social de Adamas, una organización empeñada en guiar a estos chicos. Todo un personaje al que enseguida volveremos.

“Cuando tenía seis o siete años empecé con malos rollos”, relata Jeninhio, que construye su historia entre silencios, parones y a ratos más interjecciones que verbos. “Cuando era pequeño mi padre me pegaba, yo no estaba en mis cabales, empecé a buscarme problemas… Salí a la calle a ganar dinero e hice muchas cosas terribles”. Muchas. Cosas. Terribles.
Por una de ellas le pillaron y dio varios tumbos hasta que le presentaron a James. A Elaijah lo apuñalaron antes, a los 13, dos veces, y apenas le llegan las palabras a la boca, que esconde a la altura del cuello. Y Leonicio ha visto ya muy cerca algunas de las bombas que estallaron en febrero en Ámsterdam en represalia por la muerte de un famoso rapero, Bigidagoe, en escenarios donde quedó escrita claramente la palabra “WAR”. Guerra entre raperos, guerra entre mafias, guerra entre grupos rivales de delincuentes vinculados a la droga que se entrecruzan en un mapa móvil del crimen organizado y que está sembrando de bombas Países Bajos: 800 solo en el último año.
James los escucha, los lleva, los trae. Está en su vida. Cocina con ellos. Hace música con ellos. Su objetivo: convertirse en su familia, su referente. Él trabaja en contacto con uno de los colegios más calientes de Ámsterdam y está especializado en los jóvenes más problemáticos y violentos de la ciudad. “Intento meterme en sus vidas y en sus círculos, conocer a sus padres, sus casas. Los llevo al colegio, los recojo, les gusta hablar conmigo. Y yo puedo entender sus luchas. Son buenos chicos, no están activos. Simplemente están traumatizados, asustados. Solo necesitan que alguien esté ahí con ellos, para ellos, apoyándolos”. James habla pausadamente. Su barba cerrada, su largo tatuaje en el cuello (“till death 1 hundred I stand”, hasta la muerte cien me mantengo firme), su tono seguro, su calma y su experiencia acompañan a este credible messenger, como se llaman los trabajadores sociales de la organización Adamas, personas marcadas por el mismo tipo de pasado que hoy es presente en los chicos a los que intentan guiar. “Yo entré por primera vez en la cárcel a los 13 años y pasé siete en varias instituciones de muchos tipos”. ¿Por tráfico de drogas? “Entre otras cosas, sí”, sonríe sin demasiada explicación. “También me pillaron por robo armado. Fue una parte loca de mi vida. Aquello ya quedó atrás”.

James, guía de la organización Adamas.
James es el ejemplo de los esfuerzos que cierta parte de la sociedad holandesa realiza para frenar el desastre que se ha colado en el país desde que la tolerancia hacia el consumo de drogas blandas que se impuso en los setenta relajó un ambiente que hoy muchos reconocen como incontrolado. La posesión de pequeñas cantidades es legal en Países Bajos, pero no la producción, ni el tráfico, que se han extendido a las drogas sintéticas, a la cocaína y la heroína y que ha galopado hasta situar a este bellísimo país de postal, de molinos, tulipanes y bicicletas, toda una potencia económica europea, en lo que ya muchas autoridades, desde jefes policiales a la alcaldesa de Ámsterdam, el ministro de Justicia o un 59% de los ciudadanos, consideran un narcoestado o en alto riesgo de serlo. Según Europol, la mitad de las 821 redes criminales que investiga en el continente se dedican al tráfico de drogas. Y la nacionalidad más habitual de sus miembros es la holandesa.
Narcoestado: pararse en esta palabra provoca sarpullidos en todos los entrevistados e instituciones, porque a todos incomoda compararse con países latinoamericanos donde el narco campa a sus anchas, pero la realidad es tozuda: la Mocro Maffia, una red delictiva que mueve toneladas de cocaína en el país y que ha extendido sus lazos y crímenes a países como Bélgica o España, es una maraña mafiosa que no tiene una estructura piramidal, sino que reparte el riesgo entre distintos grupos a veces enfrentados entre sí que corrompen instituciones y que han tenido amenazados al ex primer ministro Mark Rutte y a la Corona hasta el punto de que la princesa heredera, Amalia de Orange, de 20 años, se refugió en 2023 en España. “Tenemos grandes puertos, infraestructura financiera y logística, aeropuertos… Este es el país más denso en nódulos de transporte, un superhub supermoderno que hace posible un inmenso tráfico de droga. Ello ha creado el terreno para el crimen organizado”, asegura Yarin Eski, profesor de la Vrije Universidad de Ámsterdam y experto en el tema.

La Mocro Maffia está relacionada con asesinatos y crímenes que han zarandeado la conciencia de un país que se había relajado ante las drogas: tras la detención de su líder, Ridouan Taghi, han muerto asesinados el hermano de un testigo protegido, su abogado y un periodista que investigaba el caso, entre otros. Antes ya hubo una cabeza decapitada colocada ante un coffee shop de Áms­terdam, y se han encontrado cámaras de tortura en contenedores, cadáveres desmembrados, bombas en todo el país o laboratorios de droga abandonados en granjas o garajes. Y, sobre todo, las detenciones de menores recolectores en el puerto de Róterdam. Unos 400 al año, una cifra que todos reconocen es solo la punta del iceberg.
Los niños soldado. La gran novedad de un negocio que solía tener toda su cadena de distribución en manos de adultos pero que hoy, especialmente desde hace un par de años, utiliza a críos desde los 12 o 13 años a cambio de dinero fácil. Las mafias suelen conocerlos porque están en los barrios, son de los suyos. “Primero los invitan a una casa de chicos mayores donde les ofrecen hierba gratis y videojuegos. Después los usan para sus cosas: recolectar, distribuir, poner bombas, apuñalar, luchar”, narra uno de los trabajadores sociales. “Pronto, el cambio es visible: empiezan a vestir ropa de Gucci, deportivas chulas, llevan dos móviles, dinero en efectivo. Ahí ya sabes que los han pillado”, narra Geke Kersten, directora del colegio Leerpark de Arnhem.
Este particular ejército de niños soldado tiene a sus generales en la nebulosa, invisibles tras engrasar una maquinaria que se ceba en chicos de barrio como Elaijah, Leonicio, Jeninhio. Estos tres son holandeses con origen familiar de Surinam, pero nadie está libre de una actividad delictiva en la que la integración, en palabras del alcalde de Róterdam, Ahmed Aboutaleb, funciona mucho mejor que en la sociedad: “Me da igual que se llame Mocro Maffia. Veo albaneses con pasaportes italianos, norteafricanos que vienen de España, turcos, británicos, holandeses, irlandeses… Es la perfecta imagen de colaboración entre todas las mafias del mundo. La integración en el crimen es perfecta”.

Él es uno de los dos alcaldes que se han destacado en Países Bajos por intentar poner pie en pared y frenar la captación de chicos. Los dos nacieron en Marruecos y los dos son socialdemócratas: Aboutaleb, de 62 años, se convirtió en 2009 en el primer alcalde marroquí de una gran ciudad europea, Róterdam; y Ahmed Marcouch, expolicía de 55 años y alcalde de Arnhem desde 2017, ha destacado tanto por mantener el crimen fuera de esta ciudad mediana que se le conoce como “el sheriff”. Frente al discurso más permisivo de la alcaldesa de Ámsterdam, que apela a abrir el debate de la regulación para contrarrestar a las mafias, Aboutaleb y Marcouch apuestan por la vía de firmeza.
Aboutaleb se ha movilizado para unir fuerzas con sus colegas de grandes ciudades portuarias como Amberes y Hamburgo, ha viajado a varios países latinoamericanos para intentar buscar soluciones y lidera una iniciativa para que la Unión Europea intente frenar el tráfico en los países de origen. Marcouch, por su parte, conoce el terreno. “Cuando yo era policía en Ámsterdam, cogíamos a traficantes de 23 a 25 años, pero hoy vemos chicos de 12 y 13 años traficando. Para protegerlos tenemos que batallar de forma represiva, pero también invertir en educación, en los factores socioeconómicos que los influyen para que acaben ahí”, asegura. “Los municipios y los países tenemos fronteras, pero el crimen organizado no las tiene, y cuando lo llamamos organizado es porque lo está, más que el Gobierno en la batalla contra el crimen”, asegura Marcouch. Por eso ha desplegado una miríada de street coaches y trabajadores sociales en colegios y barrios para conocer palmo a palmo el vecindario, prevenir y reaccionar rápido en cuanto se ven las señales.

“Durante 15 años, los gobiernos de Holanda han descuidado este problema, no se le ha dado la prioridad adecuada”, asegura Aboutaleb en el viejo edificio del Ayuntamiento de Róterdam, una vibrante metrópoli de más de 600.000 habitantes que orbita en torno al mayor puerto de Europa. “Ahora veo que mis jóvenes, los chicos de los barrios más vulnerables, han sido contratados por criminales para hacer el trabajo sucio. Los llamamos los soldados de la calle. Les pagan miles de dólares si logran sacar grandes volúmenes de droga. Por eso nos hemos movilizado”.
No muy lejos de su oficina, el contundente escenario del puerto. Y del crimen: un océano de cientos de miles de contenedores que llegan cada día de todas partes del mundo, traídos y llevados por más de 3.000 compañías que compiten en un puerto que emplea a más de 100.000 personas. Y en el que todos pueden ser sospechosos. La enorme mancha de rectángulos y colorines duerme en los 105 kilómetros cuadrados de un puerto que se extiende por el delta en el que confluyen los ríos Rin y Mosa, dos de las autovías fluviales más potentes de Europa. Una maquinaria económica colosal. Un imperio. El retrato más contundente de la globalización. Filas y filas de contenedores de todos los orígenes y contenidos alineados bajo un riguroso orden propio hasta perderse de vista en el mar del Norte. La Autoridad Portuaria concentra la información. Aduanas también. Y los chicos no van a buscar al azar. Saben cuál deben abrir. Porque alguien se lo ha dicho.
Nos lo explica un funcionario de la Autoridad Portuaria que, por precaución, no quiere dar su nombre. Le llamaremos Mark. “Tienen dos formas de aproximarse: primero se acercan suavemente para saber si puedes resultar útil. Si deciden que sí, te investigan, averiguan dónde van tus hijos al cole, quién es tu mujer, tus padres. Te siguen ya en su zona hasta que se acercan y te dicen: ‘Sabemos que tus hijos juegan en este equipo, que tus padres viven en tal sitio y tu mujer es…’. Ahí te pueden romper”, relata. “En un segundo momento ya te amenazan con una pistola, te meten dinero en el bolsillo y te dicen: ‘Vas a hacer algo por mí’. Y entonces puedes ir a la policía, pero sabes que van a volver”. Un dato que nos cuenta el propio director de Aduanas, Peter Van Buijtenen: “Antes volvíamos a casa en uniforme. En metro, en tren, por cualquier parte. Ahora ya no podemos. Y decimos a nuestros funcionarios: ‘Si sales de aquí, deja tu uniforme y cámbiate de ropa. Que nadie sepa que trabajas aquí”.

Mark se dedica precisamente a intentar formar a los trabajadores para que no caigan en la trampa y compartan toda información, una tarea titánica ante el poder de las mafias frente a unos empleados que, en el mejor de los casos, abandonan su trabajo y buscan otro sin riesgos. “Muchos se van, otros ceden, es mucho dinero y demasiada presión”. Van Buijtenen, que lleva 41 años en Aduanas, acaba de sufrir una de esas decepciones que son comunes aquí: una colega con 35 años en el cuerpo ha sido detenida por corrupción. Pasaba información.
Siempre es cuestión de información. Con ella, las mafias envían a los niños. Y los chicos han aprendido a entrar en las terminales, a colarse en los contenedores y pernoctar allí varios días hasta que logran recolectar y agrupar la droga dispersa. Lo llaman hotel-contenedor porque en su interior disponen de comida, bebidas, colchones, baterías, calentadores, absorbentes de humedad, sacos, ambientadores y hasta retretes donde los chicos pueden sobrevivir hasta terminar el trabajo.
Es un viernes frío de junio y la policía portuaria acelera en las aguas gélidas a bordo de su buque patrulla, el P4. Han recibido una alerta: se ha hallado una bolsa con herramientas propias de los colectores. Sus dueños la han abandonado ahí y esta vez han escapado, pero estos agentes al mando recuerdan la ocasión en que rescataron a varios chicos atrapados en su hotel-contenedor sin oxígeno. “Cinco o seis se habían quedado encerrados, ¿y a quién crees que iban a llamar?, ¿a quienes les habían enviado? No. Nos llamaron a nosotros. Solo nosotros les íbamos a rescatar de morir asfixiados”, cuenta Hans, uno de estos agentes de la Unidad de la Policía del Puerto. Su colega, Danny, saca un termo de café caliente, nos sirve y se agradece porque el frío se cuela en los huesos. Los dos son viejos lobos de mar, han estado décadas en la Armada holandesa, han servido en Yugoslavia, han navegado por todo el mundo y ahora trabajan en esta unidad policial.
El sargento Reiners De Groen, de la policía de Róterdam, patrulla en la zona portuaria. Un océano de miles de contenedores se alinea en el mayor puerto de Europa, un gigante que emplea a más de 100.000 personas.

Los esfuerzos policiales para mantener a raya el tráfico en el día a día de Róterdam son hercúleos, pero también gotas de agua frente a una mafia que mueve aquí 200.000 millones de dólares al año, según el alcalde de la ciudad. Habla el inspector Jonathan Abrahamse, un experimentado detective de la policía de esta ciudad: “Cada día tenemos un asesinato, un tiroteo, una explosión. Mi equipo lleva ahora mismo 75 asesinatos”. Con ayuda de los police in blue, los de uniforme, los detectives intentan desentrañar las redes que mueven la droga en el puerto y perseguir la violencia de unos tiroteos y unas bombas que explotan cada día por deudas, avisos, venganzas de novios celosos, raperos en disputa o intimidación. “Con las bombas envían un mensaje: ‘Sabemos dónde vives’. En el escenario de la explosión es imposible investigar porque van con capuchas y máscaras”, asegura Abrahamse. “Y ellos no hablan. Solo cuando pillamos un teléfono móvil logramos avanzar”. Ahí sí hay registro de todo. Fotos de los chavales empuñando armas, posando con sacos de droga más grandes que ellos, vídeos. Y cierta cadena de mando. Así pueden saber que los que tiran las bombas también deben grabar la explosión. La policía ha llegado a detectar casos en los que el jefe de la banda obliga a volver a tirar una bomba porque el vídeo no tenía suficiente calidad. El detective nos enseña el croquis de chavales que ha logrado componer tras mucho esfuerzo para desarticular una banda. “Este tenía ¡16.000! fotos de armas en su móvil”, señala. Es fácil conseguirlas. “Les cuestan 500 euros y dos horas en Telegram”, asegura. Igual que las bombas: “Les salen por seis euros, un explosivo llamado cobra que entra desde Bélgica y algo de gasolina”.
¿Alguna luz al final del túnel? El detective no la ve: “Llevo 10 años aquí y no veo la luz. Los políticos parece que ahora empiezan a entender el problema, pero no soy optimista. Cada vez hay más armas y los chicos son más jóvenes. Demasiada violencia extrema. Es un fallo social”.
Abrahamse ha dado en el clavo, donde duele: fallo social. El alcalde Aboutaleb asegura que entre esos chicos y los jefes mafiosos que mueven la droga hay al menos 10 eslabones en la cadena. Si ellos caen, otros los sustituirán. Porque la gran novedad entre esta generación es que “la oferta de trabajo”, el mensaje tentador que ilumina sus vidas y su móvil, les llega de madrugada en la intimidad de sus habitaciones, mientras sus padres —si los hay— pueden estar durmiendo. “¿Quieres ganar 500 euros?”.
De todo ello sabe mucho el sargento Reiners de Groen, que patrulla el barrio con la misión de prevenir y detectar a los chicos que se convierten en dianas de los grupos mafiosos: “Utilizan a chavales pobres que muchas veces no tienen padres presentes, con bajo coe­ficiente intelectual y que creen que no pueden conseguir otros trabajos. Los eligen y también los fuerzan: los esperan en coche, los meten en él y los amenazan; o fuerzan a las chicas a la prostitución, hemos detectado que ocurre con niñas búlgaras y ucranias”. Habla de las víctimas de lo que llaman los lover boys, otro fenómeno en aumento. Reiners es uno de los policías más destacados por ir a colegios e intentar explicar a los jóvenes a dónde les pueden conducir esas formas de ganar dinero rápido: a la muerte o a la cárcel.

De esa prostitución —que no es precisamente la de los escaparates de Ámsterdam— sabe mucho Saviera, una de las carismáticas credible messenger de la organización Adamas. Al igual que James, Saviera intenta acompañar a chicas que hoy están sufriendo lo mismo que ella pasó en su infancia: “Vengo de una familia de abuso y violencia. He visto la calle desde los ocho años y me violaron a los 14. También me drogaba, conseguía la droga…”, cuenta esta joven que hoy tiene 26 años y un bebé. Ella vivió la calle: “Mi propia historia me enseña que estás ahí en busca de lo que te ha faltado”. Hoy, Saviera contempla cómo crece el problema de los delincuentes que usan a las chicas como una forma más fácil de vender porque están menos vigiladas que ellos. “Ellas se convierten rápidamente en objetivo de sus lover boys. Una vez se han enamorado y se han enganchado a la droga, harán lo que ellos les pidan. Ese es el tipo de chicas con las que trabajo”. Y lo aborda como una especie de hermana mayor que puede escucharlas sin presión, con tiempo, ponerles su ejemplo y guiarlas. “Somos un espejo de la calle. A veces lo consigues. Otras veces no”, confiesa.
Lo mismo tratan de hacer Alper, Danny o Jermaine, los strattcoachs, una especie de patrulla callejera que intenta mantener a los chicos a salvo de la delincuencia en Arnhem. Los tres recorren la zona con su ropa deportiva de uniforme e intentan sofocar trifulcas antes de que lleguen a palabras mayores. Y a la policía. “Aquí trabajamos en cooperación entre colegios, coaches, vecindarios, trabajadores sociales y policía para mantener la seguridad”, cuenta Hans Jansen, que lidera una de las organizaciones que trabajan en el proyecto de Arnhem como entorno seguro. También vigilan sus redes. “Ahora todo empieza ahí. Antes, si querías hacer algo malo tenías que salir a la calle. Ahora la tentación llega a tu móvil, mientras tus padres duermen”, cuenta Mustafá Amerizine, de la organización Am Support. En esa miríada de esfuerzos es básico el deporte, las canchas en los barrios, los entrenamientos, la ayuda para los deberes y hasta una red para emplear a los chicos como la que lidera Toni Íñiguez, un holandés de origen gallego que preside la Asociación de Empresarios y ha logrado colocar a más de 120 jóvenes para sacarlos del riesgo de delincuencia. O la experiencia de Young Talents, una organización de Róterdam, por involucrar a cientos de chicos en fútbol y actividades, como por ejemplo aprender peluquería. “Se trata de crear una especie de comunidad donde entablen lazos saludables y se sientan protegidos”, asegura su monitor, Cem Sahiner.

Los esfuerzos son enormes. La impotencia también. “Esto está minando nuestro sistema democrático, nuestro Estado de derecho. Infecta nuestras instituciones porque hay una normalización en el uso de las drogas”, asegura el alcalde Marcouh. El debate sobre la legalización debe celebrarse, pero también el de la responsabilidad de los consumidores: “Cuando la gente compra una ropa hecha por niños, todos saben que no es ético. Y todos los consumidores saben que cada gramo tiene sangre. Durante mucho tiempo la policía no lo ha tenido como prioridad. Hasta los asesinatos que han rodeado el juicio de Taghi”.
Lejos de aquí, en un complejo secreto donde se ha desarrollado el mayor juicio criminal de la historia holandesa, Taghi ha sido condenado a cadena perpetua por varios asesinatos. Otros 16 cabecillas también recibieron condenas. Y el rap potente de C6ster (living in a fucked up generation) sigue sonando en un estudio de Ámsterdam en el que los tres adolescentes reunidos bajo la protección de sus gorras, capuchas y en un tono de voz que intenta ser hombruno expresan sus sueños en alto: Elaijah quiere ser arquitecto o kickboxer. Leonicio, artista. Y C6ster, rapero. De hecho, ya lo es. Un pequeño gran rapero de la generación más jodida. Alguien a quien, sin duda, llegaremos a escuchar.
https://elpais.com/eps/2024-07-20/paise ... narco.html

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SLAVA UKRAYINI! HÉROYAM SLAVA!.-
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