Bueno, no sabía donde colocarlo exactamente, si es erróneo pido disculpas anticipadas.
El perro naranja de Hamid Karzai.
Citar:
MÒNICA BERNABÉ desde Kabul
25 de abril de 2008.- En la entrada del palacio presidencial en Kabul, un guardia de seguridad de semblante grave, pose firme, y pistola aferrada al muslo barra el paso a los visitantes con malas formas. A su lado, un perro de color naranja echa por tierra la imagen de autoridad y seriedad que intenta dar. Es el perro del presidente afgano, Hamid Karzai, o al menos el que su vigilancia personal utiliza para los registros a la entrada de su residencia oficial. Tintado con hena como si se tratara de una novia afgana, el animal da a la estampa un carácter cómico, y no es el único caso en Afganistán.
En un país donde se han convertido en habituales los atentados suicidas, la insurgencia controla buena parte del territorio, y la policía no está ni preparada ni motivada para realizar un trabajo profesional con un sueldo de tan sólo 50 euros mensuales -con el que una familia afgana no tiene ni para empezar el mes-, las medidas de seguridad de cuestionada eficacia se multiplican, a veces rayando la absurdidad.
Para entrar al palacio presidencial, hay que pasar por tres controles de seguridad. En el primero, una mujer me palpa el cuerpo y me registra la bolsa sin darse cuenta que en su interior, por olvido, llevo una navaja, muy útil para pelar fruta. En el segundo control el perro naranja del presidente afgano husmea las pertenencias de los periodistas, y los guardias de seguridad nos requisan todos los lápices y bolígrafos por considerarlos objetos que ponen en peligro la seguridad, mientras nos quejamos porque no sabemos cómo vamos a escribir entonces en la rueda de prensa de Karzai. Asimismo, todos los móviles deben dejarse desconectados en consigna. La navaja, en cambio, pasa el registro sin ningún problema.
En el tercer control, deben depositarse todas las pertenencias en un escáner y pasar bajo un arco de detección de metales, que los periodistas cruzan de dos en dos o incluso de tres en tres, sin que nadie les llame la atención. La navaja también supera el escáner sin que el vigilante que mira atento la pantalla del monitor repare en su existencia.
En los aeropuertos de Afganistán las normas de seguridad varían según la época, la ciudad y la compañía aérea que opera. Por ejemplo, en algunos aeropuertos las pilas están terminantemente prohibidas. Es igual que las lleves en el equipaje facturado. Simplemente las pilas no pueden entrar en el avión.
Recientemente la compañía aérea afgana Kam Air ha impuesto una nueva norma: los cargadores de batería -ya sea para móviles, ordenadores portátiles, cámaras de fotografía o vídeo- no se pueden llevar en el equipaje de mano y quien así lo hace se arriesga a que se lo requisen y se lo devuelvan en el aeropuerto de destino, enredado con los cargadores de otros pasajeros que han seguido la misma suerte.
En las entradas de los bancos también te registran cuerpo y bolsa, y un Tampax puede ser considerado un arma peligrosa que te dificulte el acceso. En el cuartel general de las fuerzas internacionales de la ISAF en Kabul, las medidas de seguridad se han incrementado drásticamente en los últimos meses: para conseguir un pase de entrada como periodista, te toman las huellas dactilares de los diez dedos de las manos, te miden y pesan, y te fotografían el iris de los ojos. Asimismo en la entrada han colocado una gran máquina de rayos X por la que todos los hombres deben pasar para comprobar que no lleven nada adosado al cuerpo. En cambio, las mujeres están exentas de esa medida desde hace escasas semanas por respeto a su intimidad, pero eso supone que puedes entrar sin que nadie te registre si en ese momento no hay ninguna mujer militar disponible para hacerlo.
Un compañero periodista que recientemente ha trabajado en Irak y que hace escasas semanas estuvo en Afganistán me comentaba que el país de los talibán le parecía un remanso de paz al lado de las medidas de seguridad desplegadas en Irak. Por suerte, Afganistán no es todavía Irak, de lo contrario poco se podría hacer con unos efectivos internacionales de 47.000 personas, menos de los que tuvo en su día Kosovo, casi sesenta veces más pequeño en extensión que Afganistán.