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NotaPublicado: 09 Jun 2024 13:50 
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El 10 de mayo de 1940, una pequeña flota británica, mal armada, mal preparada, con tropas novatas y apenas brújulas, invadió Islandia, un pequeño país neutral en medio del Atlántico cuya riqueza residía en la pesca. No hubo oposición más allá de los insultos de varios borrachos del puerto de Reikiavik. Sus habitantes aún tardaron varios días en identificar a los invasores. "¡Me gustas, me gustas!", halagó a los royal marines uno de los locales en un inglés macarrónico. Justo después, para despedirse y por si acaso, gritó: "¡Heil Hitler!".

Desde la isla en la que los nazis más fanáticos pensaban que había nacido la "raza aria" directamente de la estirpe de Thor y Odín, primero Inglaterra y más tarde EEUU, controlaron el Atlántico Norte y sus rutas. Además, la convirtieron en un potente portaaviones insumergible desde el que podían recibir informes meteorológicos fiables para planificar ofensivas vitales como la de Normandía.

Desde la invasión británica, "Islandia se había convertido, de forma oficial, en una pieza transatlántica clave del engranaje bélico global: era una escala esencial para el material y personal aliado en su camino al campo de batalla, desde Moscú hasta Londres", explica Egil Bjarnason, periodista islandés y autor de Cómo Islandia cambió el mundo (Capitán Swing), un simpático ensayo en tono desenfadado que reflexiona sobre la poco conocida historia de esta pequeña gran isla.


Su vida rural y tradicional estaba idealizada hasta el delirio por los nazis que profesaban un amor platónico por la isla. En 1939, al poco de comenzar la II Guerra Mundial, fue visitada por Eva Braun, la novia del führer, que rodó allí varias películas caseras sobre sus vacaciones. Las cintas se encontraron al terminar la guerra en el Nido del Águila, la segunda residencia de Hitler en los Alpes Bávaros.

Su hombre en el país de las auroras, el diplomático Werner Gerlatch, estaba desencantado. Su amor no era correspondido más allá de un reducido y minúsculo grupo de alborotadores que formaban el partido nazi local. Todas las noches, marineros borrachos montaban juergas frente a su casa, en una calle sin pavimentar junto al puerto donde solían pasear ovejas durante el día.


Cuando los británicos fueron a detenerle, su casa daba auténtico repelús. Había una especie de altar con un busto y un retrato de Hitler junto a varias velas y fotografías firmadas de Himmler, ministro de propaganda del Tercer Reich, y de Herman Göring, jefe de la fuerza aérea. "Una escena de lo más extraña", reconoció uno de los soldados ingleses. Un año después, los británicos se fueron. Inglaterra estaba asediada y miles de americanos tomaron el relevo y conquistaron el corazón de los nativos.
Amor en tiempos de guerra

"La primera vez que vi a un hombre retirar una silla para que una mujer tomara asiento, era un estadounidense. ¡No teníamos ni idea de que existiese ese nivel de caballerosidad!", recordó Sigridur Bjornsdóttir, un viejo recepcionista de hotel islandés. Más de 50.000 soldados americanos, lo que suponía el 40% de la población de Islandia, tomaron la isla.

"Las jóvenes se morían de ganas de relacionarse con chicos de su edad que pudieran enseñarles nueva música, con los que poder tomarse una soda con lima de importación o que pudieran enseñarles nuevos bailes que solo habían visto en las películas", explica Bjarnason. Estas historias de amor, desde el punto de vista romántico y erótico, abarrotaron las páginas de la literatura local.

En una de ellas, Amor en el asiento de atrás, el taxista Guldaugur Gudmundsson narra muchas de sus experiencias como conductor en aquellos años. Cada historia involucra un problema social y personajes consumidos por el amor y la pasión. Una pareja le pedía que les dejase en parajes remotos y volviese 90 minutos después. Un soldado le confesó mientras le llevaba al puerto rumbo a Europa que no tenía valor para decirle a su novia islandesa que en EEUU tenía esposa y tres hijos. Le rogó, casi suplicando, que mintiese por él y le dijese a su amante que había muerto en combate para "evitar romperla el corazón".


Estos idilios mosquearon a los hombres locales, pero lo cierto es que todos trabajaban para los invasores. Necesitaban mano de obra para construir búnkeres, almacenes, posiciones defensivas, puertos, aeropuertos, bares, restaurantes, lavanderías, talleres, cines... todo ello pagado en suculentos dólares. El aeropuesto de Reikiavik, construido por la RAF, hoy opera los vuelos domésticos mientras que el gigantesco de Keflavík, que opera los internacionales, fue levantado por la USAAF.

Las ráfagas de ametralladora y las explosiones apenas alcanzaron a aquel país sin ejército en el que lo más parecido al servicio militar consistía en convertirse en marinero. En plena batalla del Atlántico, los submarinos de la Kriegsmarine a la caza de convoyes no dudaban en hundir navíos islandeses por temor a que desvelasen su posición. Aún hoy, de vez en cuando, sus redes de pesca capturan alguna vieja y olvidada mina submarina.


"El presidente estadounidense Dwight Eisenhower, el general condecorado con cinco estrellas que lideró el desembarco de Normandía, contó en sus memorias que la localización estratégica de Islandia marcó la diferencia tanto en el frente occidental como en el oriental", apunta Bjarnason.
España y sus vinos

El poder adquisitivo del islandés promedio, mientras Europa entera estaba en ruinas, creció un espectacular 86% gracias a su trabajo con los EEUU. En las mesas del país podían verse cada vez más los caros vinos españoles que en 1922 habían logrado cambiar las leyes de la pequeña gran isla.


Inseparable de sus raices nórdicas y vikingas, el alcoholismo era un grave problema en la pobre Islandia de principios del siglo XX. En 1915 se impuso por referéndum la ley seca, pero no duró demasiado. "España hizo que la balanza se inclinase siete años más tarde cuando se negó a comprar bacalao en salazón a menos que Islandia importase su vino. ¡Pues listo! ¿Qué otra cosa podíamos hacer?", bromea el autor. Al final todas las restricciones se terminaron por derogar en 1933, excepto la cerveza, que tuvo que esperar hasta 2007.

Pese a los 300 islandeses que perdieron la vida en la II Guerra Mundial y los cientos de mujeres jóvenes que marcharon a EEUU, casadas con militares, nacieron en la isla entre 350 y 500 mestizos. Islandia, desconocido eslabón de la victoria, terminó la guerra urbanizada y con más población frente al paisaje lunar en el que se había convertido el mundo en ruinas. Más tarde, el árido y volcánico interior de Islandia, sirvió como campo de entrenamiento para los astronautas de la NASA que ganaron a la URSS la carrera hacia la Luna. El papel de Islandia en la historia mundial, como narra la obra de Egil Bjarnasson, esconde más de una sorpresa.
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NotaPublicado: 17 Jul 2024 09:34 
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El plan más descabellado de Franco: enviar otra División Azul contra Japón y defender el cristianismo
En los últimos meses de la II Guerra Mundial el régimen valoró declarar la guerra al país nipón, su antiguo aliado. ¿Por qué no cuajó esta idea?

Al término de la batalla de Manila, a principios de marzo de 1945, el aspecto de la capital de Filipinas era desolador. A los esqueletos de los edificios destripados por las bombas se sumaba una tragedia mucho mayor: decenas de miles de cadáveres de civiles tirados por las calles, resultado de la escalofriante política de asesinatos de las derrotadas tropas de Japón. El consulado de España en la ciudad también fue arrasado en aquellos días de barbarie, y allí perdieron la vida casi setenta personas de diferentes nacionalidades. La matanza indiscriminada fue el definitivo punto de ruptura del régimen de Franco con su antiguo aliado, el país del Sol Naciente.

Ese mismo mes, José Félix de Lequerica, el ministro de Asuntos Exteriores, le hizo una confesión al agregado militar británico en Madrid, Windam W. Torr, durante una cena informal: "Parece como si fuéramos a declarar la guerra a Japón". Para entonces era evidente que Hitler y sus aliados iban a ser los derrotados de la II Guerra Mundial, pero el extranjero preguntó por los motivos de semejante salto. "Bueno, Franco siempre ha odiado a los japoneses", le dijo el político español.

La hipotética declaración de guerra a Japón buscaba de forma oportuna congraciarse con los Aliados. El régimen franquista los tanteó indirectamente al respecto, pero estos reaccionaron con sarcasmo y subrayando que eso era problema de España. Desde el Vaticano también se frenaron los impulsos belicistas pues podían poner en riesgo la labor de los misioneros que operaban en suelo nipón.


Y fue en este contexto cuando se cultivaron las bases de un proyecto rocambolesco, una non nata idea que consistía en enviar una nueva División Azul a Filipinas para luchar contra los japoneses al lado del Ejército estadounidense del general MacArthur. Los historiadores apenas han encontrado documentos al respecto, pero sí se recogieron algunas pinceladas en obras escritas por los protagonistas o personajes contemporáneos.


El germen de la operación cabe atribuírselo a José Luis Arrese, entonces ministro secretario nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. En su Report from Spain, el periodista Emmet John Hughes consignó que así se lo trasladó el consejero de Franco a un funcionario de la embajada estadounidense. Lo cierto es que Arrese rectificaría su presunto liderazgo en su libro Capitalismo, Comunismo, Cristianismo. En este libro asegura que le pidió al ministro de Asuntos Exteriores que gestionara el envío de una División Azul contra Japón, "que también amenazaba el cristianismo". Según el relato de su viaje a la Alemania nazi a principios de 1943, afirmó haber aleccionado en persona a Hitler o al ministro de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop sobre la necesidad de la lucha anticomunista.
[De la purga a consejero de Franco: el falangista que consolidó uno de los pilares de la dictadura]

Según explica el catedrático Florentino Rodao, uno de los mayores expertos en las relaciones hispano-japonesas durante la II Guerra Mundial, en un informe de la OSS (el servicio de inteligencia que precedió a la CIA) se recogió que España había pensado en mandar dos divisiones de voluntarios a Filipinas dirigidas por Agustín Muñoz Grandes, capitán general de la División Azul que combatió en el frente oriental a los soviéticos, y Antonio Aranda.

Existe otra versión del plan esbozada por José María Doussinague, que ejercía como director general de Política Exterior del Ministerio de Asuntos Exteriores. En su obra España tenía razón (1949), refirió el proyecto de enviar "una división de la escuadra española a aguas del Pacífico, siguiendo la línea que España marcó desde la entrada del Japón en la guerra, de considerar que en aquellas regiones existía una profunda solidaridad entre nosotros y los aliados angloamericanos en defensa de la cultura cristiana".


El contraste entre estas palabras de los funcionarios franquistas y la actitud pro-Eje del régimen hasta bien avanzado 1943 resulta "flagrante", a juicio de Joan Maria Thomàs, especialista en la historia del falangismo y de la dictadura. Se había pasado de la admiración a las hostilidades, refrendadas oficialmente a mediados de abril de 1945 con la ruptura de relaciones diplomáticas como consecuencia de la masacre nipona de españoles en Manila.

Desde el estallido de la guerra sino-japonesa en el verano de 1937, la España de Franco y Japón se aliaron en la lucha contra el comunismo y compartieron una evolución política bastante paralela. Pero mientras la débil dictadura española peninsular sobre si entrar o no en la II Guerra Mundial, el país del Sol Naciente se metió de lleno en la contienda con el ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. A través de una red de espionaje creada en Estados Unidos por Ángel Alcázar de Velasco, un indiscreto charlatán, extorero y mujeriego falangista, el régimen español empezó a pasar información a su aliado del otro extremo del mundo.

Las fricciones comenzaron a aflorar en 1943 tras la conquista japonesa de Filipinas y con el viraje en la política exterior de la dictadura franquista manifestada en el cambio de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, por el conde de Jordana. Ese verano el caudillo difundió su famosa y equilibrista tesis de las tres guerras simultáneas: la del Eje contra la URSS, en la que España era favorable a los primeros; la del Eje contra los Aliados, en la que era neutral; y la del Pacífico, donde aseguró que era necesario derrotar a los japoneses porque eran unos bárbaros.


Uno de los momentos de mayor tensión con Estados Unidos se registró a raíz del llamado "Telegrama Laurel", un mensaje de felicitación que el Gobierno franquista envió al nuevo presidente del régimen colaboracionista de los japoneses en Filipinas, José Paciano Laurel. Un patinazo que los americanos aprovecharon para hacer más presión sobre el régimen español exigiendo que dejara de enviar el codiciado wolframio al Tercer Reich y tratando de avivar su supuesta enemistad con Japón.

"Esta deriva antijaponesa arreció con la llegada de Lequerica a Exteriores en agosto de 1944", relata Florentino Rodao, autor de Franco y el Imperio japonés (Plaza & Janés). "Por entonces, Franco y su Gobierno ya pensaban en cómo sobrevivir tras la derrota del Eje y jugaron la baza antinipona, como quedó reflejado en tres notas seguidas de la Delegación Nacional de Prensa. Sus títulos eran claros: 'Orden sobre el criterio abiertamente favorable a los Estados Unidos en la guerra contra el Japón' o 'Contra la política japonesa de signo anticristiano y antioccidental'. Madrid ya no se avergonzaba de la difícil relación con Japón, como había ocurrido con Jordana, sino que la aireaba para ganar puntos ante los futuros vencedores de la guerra".

Pero al final, las amenazas bélicas y los exagerados proyectos como el de enviar una nueva División Azul no fueron más que una muestra del equilibrismo y los bandazos diplomáticos del régimen franquista, preocupado por encajar en el nuevo orden internacional nacido a raíz de la contienda mundial.
https://www.elespanol.com/historia/2024 ... 178_0.html

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NotaPublicado: 26 Ago 2024 10:53 
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Quiénes eran los españoles de La Nueve, el batallón que liberó a París de los nazis
Desde que la compañía fue creada en Argelia en 1943 hasta que fue disuelta dos años más tarde, trescientos sesenta hombres de catorce nacionalidades diferentes sirvieron en sus filas


El 24 de agosto de 1944, a las 21.22 h la historia de la Segunda Guerra Mundial se escribió con acento español. La Nueve, una compañía de la 2ª División Blindada del general Leclerc, fue una de las primeras fuerzas aliadas en entrar a París, liberando la ciudad del yugo nazi. Pero, ¿quiénes eran estos héroes?


La Nueve, como se conocía a la 9.ª Compañía del Regimiento de Marcha del Chad, estaba compuesta mayoritariamente por exiliados españoles que habían huido a Francia tras la Guerra Civil. La capitulación de Francia en 1940 había dejado a estos en una situación en la que se veían obligados a escoger, entre trabajos forzados, la Legión Extranjera o una repatriación que podría suponer cárcel o ejecución.


Muchos de ellos optaron por seguir luchando, esta vez contra el nazismo. Así, se integraron en las fuerzas de la Francia Libre, combatiendo en diversas batallas clave, desde Narvik hasta Bir Hakeim. Tras los desembarcos aliados en el norte de África en 1942, fueron incorporados en el recién creado Corps Franc d’Afrique, lo que eventualmente los llevó a formar parte de la Nueve.
Las caras de la Nueve

Desde su creación en el verano de 1943, y hasta su disolución en 1945, más de 360 hombres de catorce nacionalidades diferentes sirvieron en la Nueve. De ellos, 181 eran republicanos españoles, pero también inmigrantes económicos que habían llegado a Francia antes de la guerra. Sus compañeros de armas eran una mezcla diversa: franceses evadidos de su país, norteafricanos, alemanes, antifascistas italianos, y otros voluntarios de diversos países.


La epopeya de la Nueve no terminó en París. Tras la liberación de la capital francesa, la unidad continuó su avance, participando en la liberación de Alsacia y penetrando en suelo alemán, donde finalmente tomarían el Nido del Águila, el refugio de Hitler en Berchtesgaden. La guerra terminaba, pero el mito de la Nueve apenas comenzaba.

El legado de estos combatientes no se ha olvidado. El historiador Diego Gaspar Celaya, de la Universidad de Zaragoza, trabaja en un proyecto junto al Gobierno de Aragón para crear un archivo público dedicado a la historia de la Nueve. Este espacio no solo servirá para preservar la memoria de estos combatientes, sino que también permitirá a quienes deseen obtener o contribuir con información y mantener viva su historia.
https://www.elconfidencial.com/cultura/ ... wtab-es-es

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NotaPublicado: 14 Sep 2024 13:02 
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De soldados republicanos a ‘Tommies’: la gran aventura de los españoles que lucharon en la II Guerra Mundial con uniforme británico
Cientos de excombatientes del bando perdedor de la Guerra Civil pelearon contra los nazis alistados en el British Army. Un nuevo libro reconstruye su historia



La noche del 26 al 27 de marzo de 1945, durante la II Guerra Mundial, en el marco de la operación Tómbola (que ya es nombre para una acción de comandos), un grupo de paracaidistas británicos de las fuerzas especiales, junto a partisanos italianos, atacó el cuartel general del correoso 51º Cuerpo de Montaña alemán instalado en dos villas (Villa Rossi y Villa Calvi) en Albinea, cerca de Módena, al norte de la Línea Gótica. La partida incluía un gaitero escocés que tocó Highland Laddie —imaginamos que una vez perdido el factor sorpresa— para enfatizar que se trataba de fuerzas británicas y evitar las represalias nazis sobre la población local. En aquella acción, digna de una novela de aventuras o filmes como Doce del patíbulo o Malditos bastardos, destacó por su valentía y fiereza un soldado del SAS (el Special Air Service, la legendaria unidad creada en el desierto líbico por David Stirling) que entró como una tromba en Villa Rossi, mató a seis oficiales alemanes en la escalera en espiral que llevaba a los pisos superiores y, al resultar herido uno de los mandos de la operación, su capitán, cargó con él y lo puso a salvo en medio de intenso fuego enemigo.


Durante dos días, nuestro hombre y otro paracaidista transportaron a su oficial en una escalera de mano como improvisada camilla mientras las furiosas patrullas alemanas deseosas de venganza peinaban el área. El soldado fue condecorado con la Medalla Militar (Military Medal) del ejército británico y en la citación se destaca que “mostró notable valor durante y después del ataque”. También que “su inteligencia e iniciativa en un país extranjero 30 millas tras las líneas enemigas reflejaron una devoción al deber merecedora del mayor elogio, y resultaron en preservar la vida de un valioso oficial británico”. Ese soldado ejemplar se llamaba Rafael Ramos Masens, y era catalán.

Ex combatiente republicano, Ramos Masens había nacido en Barcelona en 1919 y tras luchar en la Batalla del Ebro, caer prisionero, escapar, alistarse en la Legión Extranjera francesa y verse obligado a realizar trabajos forzados en Marruecos al firmarse el armisticio de 1940 tras la derrota de Francia, volvió a alistarse, esta vez en el Ejército británico, en el SAS, después de los desembarcos Aliados en el Norte de África.



En la audaz operación Tómbola tomaron parte además otros dos españoles, el vasco Justo Balerdi, de Sestao, y el andaluz Francisco Gerónimo, ambos asimismo miembros del SAS y con trayectorias similares a la de Ramos. Balerdi resultaría muerto en combate de un disparo en la cabeza en un ataque posterior el 21 de abril y fue enterrado bajo el nombre de R. Bruce, por Robert the Bruce, el rey de Escocia que sale en Braveheart y que fue el nom de guerre que escogió, como era habitual, para evitar que lo devolvieran a España si caía prisionero.

Las aventuras bélicas de estos tres combatientes son solo algunas de las muchísimas y apasionantes de españoles con uniforme británico en la II Guerra Mundial que explica en su documentadísmo libro Churchill’s Spaniards (Los españoles de Churchill, Helion & Company, 2024, pendiente aún de encontrar editorial en nuestro país) Séan F. Scullion, teniente coronel en activo del Ejército británico. Scullion (Londres, 55 años), que ha pasado 8 años investigando la presencia de soldados españoles en el British Army durante la II Guerra Mundial, presentó su libro el jueves en la Embajada Española en Londres en compañía de amigos historiadores militares como Antony Beevor.

El autor, con el espaldarazo de Paul Preston, James Holland o Saul David, ha recogido el testigo de estudios anteriores, especialmente los de Daniel Arasa, para profundizar y documentar exhaustivamente la aventura de esos españoles que vistieron el uniforme de los Tommies (el apelativo genérico para los soldados británicos) convirtiéndose a todos los efectos en militares de Gran Bretaña. De alguna manera son un reverso redentor de los españoles del otro bando que combatieron con el uniforme alemán en la División Azul.


Séan Scullion ha identificado rigurosamente, con su número de matrícula oficial, a 1.072 españoles (sin duda hubo más, afirma) que sirvieron en el ejército de tierra británico. Lo hicieron en todos los escenarios bélicos de Europa y en otros lugares como el Norte de África y Oriente Medio —Tobruk, Creta, Salerno, Normandía, Arnhem, Ardenas…— y en no pocos casos adscritos a unidades de élite como los comandos, el SAS (una docena), o en la Dirección de Operaciones Especiales (SOE), la célebre organización encargada de sabotajes y acciones clandestinas. Algunos, en el D Squadron del SAS, compartieron aventuras con el Long Range Desert Grup (LRDG), las patrullas de las arenas.

Pese a los iniciales prejuicios británicos hacia los “aliens” (los extranjeros), en su ejército, el miedo al quintacolumnismo (se restringía incluso el acceso de los exbrigadistas británicos) y algunos problemas cómicos de nuestros compatriotas con el idioma, los españoles fueron muy bien valorados y su paso por el servicio, destaca Scullion, está lleno de actos de “fortaleza y bravura”. Los oficiales británicos reconocieron pronto que los españoles en sus filas, la mayoría experimentados excombatientes republicanos curtidos en la Guerra Civil y luego en la Legión Extranjera (o sea que pelearon bajo tres banderas), eran tan buenos como los mejores soldados británicos y ardían en deseo de luchar contra italianos y alemanes. Sus mandos destacaron que resultaban excelentes especialmente en la labor de comandos. “No eran en general grandes tiradores”, anota Scullion, “pero les encantaba sentir el frío acero en sus manos: cuchillos y bayonetas”. Se les acreditaba ser hábiles despachando centinelas enemigos. Del tópico de la indisciplina española, dice que no los veían así los británicos. Y que, aunque hubo situaciones de “hotheads” achacables al individualismo y la impulsividad mediterránea, jamás hubo indisciplina colectiva.
Manuel Surera en su uniforme de los Middle East Commandos. Foto tomada cuando era miembro del 1 Regimiento de Servicios Especiales.

En el caso de la única unidad formada íntegramente por españoles (aunque mandados por oficiales británicos), la No. 1 Spanish Company of the Auxiliary Military Pionner Corps (AMPC), se procuró que los cabos y sargentos fueran compatriotas de los soldados. Scullion tiene noticia de que hubo al menos 4 españoles en el ejército británico con rango de oficiales. Había por supuesto muchos españoles que habían sido oficiales en el ejército republicano y servían en el británico como simples soldados. Hubo cierta controversia sobre si esos militares no hubieran podido ser aprovechados mejor con su rango original.

Scullion muestra cómo hubo dos grandes oleadas de alistamientos de españoles en el ejército británico. La primera en 1940, tras la caída de Francia, cuando se formó la Spanish Company, con muchos que habían peleado en el ejército francés en Narvik y Dunkerque, aunque también con españoles residentes en Reino Unido y otros que habían escapado directamente desde España, alguno nadando a Gibraltar como Francesc Dalmau. La Spanish Company estuvo acantonada en Gran Bretaña hasta su despliegue en Normandía en 1944. Llevaban una “S” en la manga y su lema era “1940 hasta la Victoria”. Varios miembros de la compañía fueron reclutados para el SOE de cara a emprender operaciones clandestinas en España y se relacionaron con personajes como Ian Fleming y Kim Philby.

Scullion incluye la valoración que hizo el SOE de los españoles reclutados, como el sargento Manuel Espallargas, Fernando Casabayo o Luis Álvarez, del que se indica desconsideradamente: “No initiative and does not seem to have much guts. Not recommended” (sin iniciativa y parece no tener agallas. No recomendable). Claro que dado que de Casabayo se dice que es “an intelligent man and quick thinker” (hombre inteligente y despierto de mente) y se le da una calificación alta, no te puedes fiar mucho del SOE: Casabayo fue un traidor y vendió secretos al régimen franquista a través de la embajada española en Londres. En el SOE estuvo también Esteban Molina, de Valdepeñas, que fue lanzado en paracaídas en Francia para preparar a la Resistencia de cara al Día D, y cuyo hijo es el actor de Hollywood Alfred Molina.


La segunda gran oleada de alistamientos tuvo lugar a finales de 1942 de resultas de la operación Torch que liberó el Norte de África, y posibilitó que españoles que estaban allí en campos de internamiento en Túnez o Marruecos se enrolaran. Numerosos españoles ingresaron en el ejército británico tras dejar el ejército francés —en el que se habían alistado desde los campos de refugiados tras la Guerra Civil— al caer derrotado este e instaurarse la Francia de Vichy, en la que no tenían un gran futuro, precisamente.

Un episodio notable es el de los 300 légionnaries españoles amotinados en Avonmouth, cerca de Bristol, por negarse a regresar a la Francia petanista y que tras proponer sus mandos franceses que se fusilara a uno de cada tres “pour encourager les autres” se quedaron en Gran Bretaña e ingresaron en masa en el ejército británico. Los había reticentes a pelear en las filas de la Francia libre de De Gaulle por la mala experiencia con los franceses: consideraban que el trato de los británicos era mejor.

Al acabar la II Guerra Mundial, muchos de los españoles del ejército británico llevaban luchando contra el fascismo diez años y, recalca Scullion, pese a la paradoja de estar ahora en el bando ganador, tuvieron que tragarse la amarga píldora de ver como la dictadura de Franco pervivía. “Les decepcionó mucho no ir entonces a por Franco”. Su historia, apunta, es también la del exilio republicano español y su tragedia. Y de hecho, él, Scullion, continúa esa historia contando la vida de los que al acabar la guerra se quedaron en Gran Bretaña y parte de los cuales se organizaron (The Spanish Ex Sevicemen’s Association) y siguieron siendo muy activos en protestas contra el régimen franquista.

“La apertura de nuevos archivos me ha permitido ir más allá de lo que era conocido”, explica Scullion, que agradece muy deportivamente todos los trabajos previos, incluido el de Joaquín Mañes Postigo (Españoles en el ejército británico en la II Guerra Mundial, Magase, 2022). “Es sorprendente ver que los españoles del ejército británico estuvieron en todos sitios”, señala. El investigador considera que hay que difundir que los españoles que sirvieron en el bando Aliado en el frente occidental —otra historia es la de los que sirvieron con el Ejército Rojo— fueron muchos más que los de la tan popular La Nueve (la novena compañía de la 2ª división blindada de la Francia libre de Leclerc que entraron los primeros en París, y de los que “se ha hablado tanto”).

Scullion aboga por recuperar la memoria de estos otros españoles en uniforme británico. A diferencia de Arasa él no ha podido entrevistar ya a ningún veterano, “pues ya no están vivos”, pero sí ha hablado con sus familias, cuyo apoyo agradece en el libro. “Tenemos el deber de contar la historia de esos soldados y preservar su recuerdo”, dice, y destaca que esa historia “es parte integral de la historia del Ejército Británico”.

De la valoración como combatientes de los españoles recuerda que muchos eran “soldados de primerísima calidad”, que a la experiencia en la Guerra Civil añadían haber pasado luego por la Legión Extranjera. “Protagonizaron actos de valentía increíbles”, destaca. Y menciona como ejemplo tres casos, en los que sendos soldados españoles ganaron medallas al coraje. Josep Vilanova en el cruce del río Volturno: lo pasó él primero, nadando, mató con su metralleta a tres alemanes en la orilla y salvó de una emboscada a una patrulla. Alfonso Cánovas García en la liberación de Foix con el SOE y los maquisards locales: tras recibir un balazo en la pierna continuó luchando con gran valor logrando la retirada de varias ametralladoras alemanas del puente de entrada a la ciudad. Y el referido episodio de Rafael Ramos relatado al inicio.

El autor ha rastreado incluso la presencia de dos españoles, José Redondo y Manuel Surera, en la acción de comandos para matar a Rommel (operación Flipper), aunque no llegaron a formar parte de la malhadada partida que atacó el cuartel general del zorro del desierto.

Capítulo aparte merece la famosa presencia de españoles con uniforme británico (y gorra tam o’shanter) en Creta, adonde llegaron 63 como miembros de la Layforce, la fuerza de comandos de Bob Laycock, y se convirtieron en “la retaguardia de la retaguardia”, formada como línea de choque para proteger la desesperada evacuación de la isla tras la invasión de las fuerzas aerotransportadas alemanas. La mitad de los españoles fueron capturados (se hicieron pasar por nacidos en Gibraltar), varios murieron y Francisco Gerónimo, de Málaga, un luchador nato que había estado en la Legión Extranjera, pasó 11 meses evadido escondiéndose por las montañas bajo el nombre de Kosta Spirachi hasta que pudo escapar en caique a Egipto en una operación del SOE. Luego estuvo en el SAS en Italia y enterró a Balerdi, su amigo. ¿Pudo conocer Paddy Leigh Fermor en Creta a algún español? “No creo, cuando realizó su operación para capturar al general Kreipe, los españoles ya se habían marchado, quizá conoció a alguno del SAS en El Cairo o Alejandría”.


Por supuesto hubo también ovejas negras, y Scullion explica en su libro historias de algunos desertores, asesinos (el soldado López fue fusilado por matar a un oficial francés en una pelea en una cantina) y traidores. El malo por excelencia sería Casabayo, claro. “Pero era lo normal en cualquier contingente, en ese aspecto los españoles no eran peores que el resto del ejército británico”.

Scullion no habla en su libro de los españoles en la RAF o en la Marina británica, limitándose al ejército de tierra, pero recuerda que las autoridades no dejaron alistarse en la fuerza aérea a un centenar de expilotos republicanos que lo solicitaron (una foto de su libro muestra al as de Chatos Antonio Sandoval con miembros de la Spanish Company), aunque sí a algunos mecánicos. Hubo también incorporaciones a la marina mercante y aventuras de españoles en los peligrosos convoyes árticos a la URSS.


Séan Scullion, que vivió de joven en España, es teniente coronel de los Royal Engineers (RE), una unidad muy relacionada con el Royal Pioneer Corps (RPC) al que todos los españoles pertenecieron en uno u otro momento, y ha servido en misiones de combate en los Balcanes, Irak, Afganistán y África durante 35 años. Actualmente vive y trabaja en Holanda y sirve en la OTAN. “La experiencia militar me ha sido muy útil para entender lo que fue el servicio de los españoles; como ellos, que combatieron desde el norte de Noruega al Sahara, Siria, Eritrea, Sudán y hasta la India, he estado en lugares lejanos, extraños y peligrosos. Ser militar de carrera y mandar operaciones te permite comprender muy especialmente la aventura de esas personas increíbles”. Scullion, que apoya la idea de dedicar un monumento a los soldados españoles, recalca que estos estaban muy orgullosos de su servicio en el ejército británico, “y sus oficiales británicos estaban muy orgullosos de ellos”. Subraya que el ejército británico ha sido siempre muy inclusivo. “De hecho, insisto que este libro no es solo sobre los combatientes españoles sino sobre una parte de la tradición, la historia y la cultura del British Army”.
https://elpais.com/cultura/2024-09-14/d ... anico.html

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