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NotaPublicado: 14 Jun 2010 17:14 
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Hay... aquellas "romanticas" soluciones... así se tenía miedo a algo.

Menos mal que al menos aquí nos entendemos con pocas palabras...

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La diferencia la suelen marcar unos pocos.


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NotaPublicado: 14 Jun 2010 19:30 
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El cabo Heredia

Cuando viajo a Sevilla sigo alojándome en mi hotel habitual, pese a que, tras la última remodelación, perdió su empaque de toda la vida -siempre fue hotel clásico, de toreros- para verse decorado con un gusto pésimo, butacas rojo pasión y demás, que lo asemeja más a un picadero gay o a un puticlub marbellí. Pero los establecimientos son, en buena parte, lo que el personal que trabaja en ellos. Y mi hotel sigue atendido, afortunadamente, por los empleados más eficaces y profesionales del mundo, desde los recepcionistas al último camarero. Con esa digna escuela, y sus maneras bien llevadas, de la gran hostelería tradicional europea. Algunos, como María José la telefonista y sus compañeras, se han jubilado ya. Pero permanecen los conserjes -Cándido, Escudero y Paco-, los bármanes impecables y los botones. Por eso sigo yendo allí, tan a gusto como a mi propia casa. Estoy en buenas manos.

Otro aliciente local, Sevilla aparte, es que a veces, cuando tomo un taxi de los que aparcan enfrente, me toca de conductor José María Heredia. Está cerca de la jubilación: tiene 65 años y es de esos personajes que te reconcilian con la gente. Mi amigo Heredia cuenta las cosas muy bien, con ese garbo y esa parsimonia guasona, andaluza de buena ley, que tanto es de agradecer en su punto justo. Lo que más me gusta que me cuente es su mili. Sirvió de cabo en el destructor Lepanto, con el que hizo tres viajes a América, y es un placer oírle contar historias de mar y de puertos: San Diego, Nápoles, Cartagena, Cádiz, Marín. Se refiere a ese tiempo como la mejor época de su vida: el Molinete y las Ramblas, las peripecias, los compañeros: «De todas las regiones, don Arturo: gallegos, catalanes, vascos, andaluces... Con lo bueno y lo malo de la mili, que de todo había, pero conociéndonos entre nosotros. Amigos que hacías para toda la vida, ¿no?... Recuerdos en común y cosas así».

Al antiguo cabo Heredia se le iluminan los ojos, a través del retrovisor del taxi, cuando me cuenta cosas de aquella Marina a la que amó tanto. Y del Lepanto, al que siempre se refiere con la lealtad entrañable que todo navegante muestra al referirse al barco donde navega, o navegó. «Era uno de los Cinco Latinos, don Arturo. Marinero a más no poder. Tenía que verlo usted machetear la mar a toda máquina»... Le recuerdo que muchas veces, de niño, vi su destructor en el muelle de Cartagena, y que seguramente me crucé con él, vestido de uniforme, por la calle Mayor. «Era un barco estupendo», confirmo. Y lo veo sonreír de orgullo. Tanto es el afecto que el cabo Heredia siente por aquel barco, que se ha hecho construir un modelo a escala, de radiocontrol; y los días que libra va al lago a echarlo al agua y maniobrar con él. «Para recordar los viejos tiempos. Incluso a un contramaestre que me andaba buscando siempre las vueltas, pero nunca me pilló. Yo era muy cumplidor. Muy serio.»

Y no sólo eso. Su pasión por la Armada española y las marinas en general lo hace ponerse elegante y visitar Cádiz cada vez que amarran allí barcos de la OTAN. A las horas de visita, impecable de chaqueta y corbata, sube solemne por la pasarela. Y como tiene el pelo rubio rojizo, es apuesto y de buena pinta, los centinelas se impresionan mucho: «Tendría que ver a los holandeses, don Arturo. La guardia medio tirada en cubierta, con esos pelos largos que llevan. Y en cuanto aparezco en el portalón y le doy un cabezazo a la bandera, se levantan a toda leche y se me cuadran, los tíos... ¡Creen que soy un almirante de paisano!».

Otro episodio que me gusta mucho que cuente, mi favorito, es el de la base naval norteamericana de San Diego, cuando le rompió una jarra de cerveza en la cara y luego infló a hostias a un suboficial, negrazo enorme de origen cubano, que había llamado «españoles comemieldas» a los marinos del Lepanto. Devuelto a bordo por la policía militar gringa, el comandante lo llamó a su despacho y le echó un chorreo de muerte, que lo dejó temblando como una hoja. Al terminar, en el mismo tono, le dijo que tenía un permiso de quince días. «¿Por qué, mi comandante?, pregunté. Y él, muy serio, contestó: Por sacudirle al negro.»

El cabo Heredia es feliz contando todo eso. Y yo sonrío mientras lo hace, pues me gusta servirle de pretexto. Compartir ese orgullo de viejo marinero que idealiza, con el paso del tiempo, aquella Armada y aquel barco donde sirvió de joven. Consciente de ello, él enhebra recuerdo tras recuerdo. Y cuando detiene el taxi, y yo sigo en mi asiento sin ganas de irme, concluye: «El Lepanto era una cosa seria, don Arturo. Un barco de guerra honorable. Pero ya no hay honor». Hace una pausa, suspira melancólico y añade: «Ni vergüenza».

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NotaPublicado: 03 Jul 2010 15:18 
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Lo copio directamente de un e-mail de un buen compañero,guerrero y amigo.

LA MILICIA NO ES ANGÉLICA

Creo que alguien debería explicarle a la ministra de Defensa lo que es un soldado. Me refiero a uno de esos que desfilaron hace un par de semanas con casco y escopeta. Es cierto que la ministra tiene alrededor, en cada foto, un montón de generales y uniformados varios que podrían explicárselo perfectamente. Pero tengo la impresión de que no se expresan bien; tal vez porque a medida que asciendes, te suben el sueldo y te acercas a la jubilación, uno suele volverse menos elocuente. Con lo fácil que sería, por otra parte, abrirle a la titular del ramo el diccionario de la RAE por la palabra soldado, mostrarle que significa persona que sirve en la milicia, llevarla luego a la palabra milicia y hacerle leer algo que no admite equívocos: (Del latín militia. Femenino). 1. Arte de hacer la guerra y de disciplinar a los soldados para ella. 2. Servicio o profesión militar. 3. Tropa o gente de guerra. Es cierto que hay una cuarta acepción: coros de los ángeles, que lleva como ejemplo la milicia angélica. Pero cuidado. Que no se haga ilusiones la ministra. Ahí ya estamos hablando de otra cosa.

Lo que no dice el diccionario, desde luego, es tropa o gente de paz. En sentido recto, soldado remite a lo que debe: un fulano disponible para matar y que lo maten en guerras defensivas u ofensivas. Alguien que por patriotismo, obligación, dinero o lo que estime oportuno, está entrenado para escabechar a sus semejantes; procurando que palmen más fulanos del otro bando que del suyo. El lado turbio del oficio –matarife, a fin de cuentas– se compensa con otros aspectos respetables: disciplina, disposición a soportar penalidades y miserias, y el sacrificio singular de exponerse al dolor, la mutilación y la muerte. Hay gente a la que no le gusta ese paisaje, y desde un punto de vista tan digno como su opuesto defiende la desaparición de soldados y ejércitos, en favor de un mundo ideal –y me temo que imposible– donde la palabra soldado sea un anacronismo. Otros, más realistas, admiten que la existencia de soldados profesionales, que sirven de modo voluntario y aceptan los riesgos del oficio, es necesaria en un mundo imperfecto y violento como el nuestro.

En todo caso, la palabra humanitario nada tiene que ver. Eso no corresponde a los soldados, sino a las organizaciones y oenegés adecuadas. A ellas corresponde poner tiritas, repartir agua embotellada y socorrer a los parias de la tierra. Por el contrario, la misión básica de los soldados –considerando la convención de Ginebra y la conciencia de cada cual– es hacer todo el daño posible al enemigo. Matarlo mucho y bien, inspirarle temor y vencerlo, disuadiéndolo de intentarlo de nuevo. Los soldados no fueron ideados para otra paz que la impuesta por sus bayonetas, ni para inspirar afecto, sino temor. Incluso en una misión de paz se trata de pacificar a hostias, si hace falta. Llegado el caso, lo que se espera de ellos es eficacia letal; de un modo compatible, dentro de lo que cabe en su sangriento oficio, con la decencia y la piedad, cuando se pueda. Que maten más y mejor que nadie, de manera que los intereses de su patria natural o adoptiva, o de la paz ajena que defienden, sean respetados por otros. Eso significa eficacia y ausencia de complejos. Por eso, llegados a tales extremos, las palabras soldado y misión humanitaria pueden ser no sólo incompatibles, sino confusas y hasta mortales.

Es lo que ocurre en España. Incapaces de conciliar de modo inteligente la necesidad de un ejército con la tendencia pacifista de la sociedad occidental actual, nuestros gobernantes –eso incluye al Pesoe como al Pepé– intentan lo imposible: unas fuerzas armadas desarmadas compuestas por soldados humanitarios, cuyo objetivo no es hacer la guerra sino la paz, y a los que se respeta más cuando se dejan matar que cuando matan. Esa imbecilidad se desmorona cuando lo real se presenta en forma de mina, emboscada o combate, y las familias largan en el telediario, con toda razón, que nadie les habló de guerra, y que su chico no fue a que le volaran los huevos, sino a repartir leche condensada. Es entonces cuando la ministra o ministro de guardia en esta charlotada bélico humanitaria del Bombero Torero, atrapados en su propia incongruencia, se adornan con media verónica ahuecando la voz y poniéndose estupendos mientras hablan de la deuda que España tiene con los difuntos y difuntas. Haciendo, además, que éstos queden como pardillos, al negarles incluso la palabra guerra; que, por políticamente incorrecta que sea, es la única que explica una muerte en combate. Cuando en un ejército profesional, voluntario, las familias protestan y se dicen engañadas si sus chicos mueren, alguien no se ha explicado bien. O no tenemos soldados, o los tenemos. Y si los tenemos, es para que palmen sin rechistar cuando les toque. No para que la ministra de Defensa –y sigo sin saber lo que defiende– venga a decirnos, con voz trémula y solemne, que acaban de matar a un cervatillo en el bosque de Bambi.
ARTURO PEREZ REVERTE

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Sabed pues,que el origen de mi patria
lo forman espada y saña.
La cual hundire en las entrañas
Hasta dejar su cuerpo sin vida
del bastardo que la miente o la maldiga.
sin el respeto y los honores
de aquellos tercios españoles
Que lucharon por España


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NotaPublicado: 05 Jul 2010 22:10 
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Otra joya del señor Reverte :D

UN COLEGIO NO SEXISTA

No sé de qué diablos protesto, a veces. Soy un gruñón bocazas, porque en realidad vivimos en un país fascinante. Según donde te sitúes, o lo haga el azar, lo mismo puedes echar la mascada por sotavento que rularte de risa o estamparle besos al vecino de barra.

Yo mismo, cuando tengo sobredosis de telediario y me asomo a la ventana pidiendo que llueva napalm y nos lleve a todos a tomar por saco, me organizo a veces una terapia que funciona de cine: corro al bar más próximo, pido una caña y una tapa, miro alrededor y tiendo la oreja. Así, muchas veces, lo que veo o lo que oigo, las vidas que hormiguean a mi alrededor, la pareja que habla en voz baja cogida de la mano en la mesa junto a la ventana, el currante que se come el bocata, la señora que entra a pedir un café con leche después de pasar veinte minutos charlando con las otras marujas en la puerta del mercado, la peña considerada de cerca, en resumen, me suben el ánimo. Me reconcilian con la gente y con el escenario. Conmigo mismo, de paso. Como digo siempre, Sodoma y Gomorra, igual que Villacenutrios del Rebollo, están, si uno se fija, llenas de justos que las salvan. También de payasos que las animan. Que le dan vidilla al cotarro.

El otro día tocó rularse de risa. La historia es verídica, aunque ustedes son dueños de creérsela o no. Como aval tienen mi palabra de honor, así que allá cada cual. Yo puedo jurarles por las Siete Bolas de Cristal que es cierta en lo sustancial y el desenlace. Ocurrió hace pocos días en una asamblea de la asociación de padres de alumnos de un colegio rural, alguno de cuyos integrantes es amigo mío. Buscaban nombre para el centro escolar, y el debate se animó con propuestas y contrapropuestas. Participaba activamente, con calor dialéctico, una señora todavía joven, notable por sus actitudes antisexistas. Muy eficaz en su trabajo, dicho sea de paso. Lúcida, cualificada y profesional. Pero de las convencidas –sin duda sinceramente, en este caso– de que los Reyes Magos deberían llamarse Reyes y Reinas Magos y Magas, y que regalarle un balón y una espada de juguete a un niño varón significa forjar, desde la más tierna infancia, a un maltratador de mujeres y a un fascista con carnet.

El caso es que, dándole vueltas al nombre del colegio, la antedicha señora se negó a utilizar el de un conocido escritor español vivo –no era el mío, tranquilicémonos todos–, argumentando que el candidato pertenecía al sexo masculino –ella dijo «género»–, y que eso suponía discriminar a las mujeres escritoras. El mentado, además, no era considerado por la citada señora un pavo progresista, sino proclive –y esto es literal, o casi– «a una manera de escribir demasiado apegada a las reglas académicas, lo que le da un tufillo de derechas». Además era varón, lo que suponía una discriminación adicional. No sería bien visto. Se le pidió entonces a la señora que aportase nombres de escritores homosexuales inequívocamente progresistas, dignos de figurar en el membrete de cartas de un colegio español del año 2010. O, preferiblemente, de escritoras hembras en situación parecida. Pero no supo dar ninguno. Los hombres eran hombres, a fin de cuentas; y a las mujeres no acababa de verlas. «Hasta este mismo debate es machista», apuntó la prójima saliéndose por los cerros de Úbeda. Se entabló luego una animada discusión en busca de gente de otros registros, a ser posible mujeres vivas, conocidas, relacionadas con las letras, la educación o la cultura en general. Pero todo eran inconvenientes. A la señora no le cuadraban las cuentas. Además, no podía ser un nombre masculino, concluyó, por su posible interpretación sexista; pero si era mujer parecería muy radical. Muy extremista. `Colegio Miguel de Cervantes´ sonaba a rancio y a facha. «Con Franco todos se llamaban así», dijo alguien. Lo conveniente era un nombre que fuese popular, con tirón, pero que careciese por completo de connotación política. «Fulano escribió durante el franquismo, Mengano sale mucho en El País, Zutano firma en la tercera de ABC.» Eso de la etiqueta, real o postiza, los dejaba fuera a todos. «Sin olvidar –apuntó un profesor, ya en plan de coña– que si es hombre o mujer de raza blanca, pueden acusarnos de racismo. Y escritoras negras no tenemos muchas.»

Al fin, tras varias horas de dimes y diretes, la señora dio con la solución: «Un nombre –apuntó muy seria– que cumple todos los requisitos para representar los valores del centro educativo, sin ser sexista ni afectar la sensibilidad de ningún colectivo». Luego hizo una pausa, los miró a todos con ojos encendidos de entusiasmo y dijo: «La Pantera Rosa».

:cool: :cool: :cool:

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NotaPublicado: 05 Jul 2010 22:58 
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Ah, entiendo. Es que "Tigretón", "Bony" o "Bucanero", como que no.... :-D

Saludos.

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NotaPublicado: 05 Jul 2010 23:19 
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8) No lo has pillado "Bony y Tigretón" son unos machistas, y "bucanero" no es políticamente correcto con la operación Atalanta en marcha 8)

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NotaPublicado: 08 Jul 2010 18:37 
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Del 4 al 10 de julio de 2010

IDIOMAS, EXILIOS Y CÓCTELES MOLOTOV

Me inquieta el número de jóvenes que en los últimos tiempos piden consejo. Qué debo hacer, qué libro debo leer, qué estudiar o qué caminos abandonar, cómo puedo conciliar lo que sueño con el paisaje desolado en que ustedes, los mayores, me han convertido el horizonte. Cuando preguntan cosas así, intento abrir camino a la esperanza. Lee esto, prueba con aquello, viaja a tal sitio. Traza tu camino con sentido común y con decencia. Pero hay días en que ese discurso no me sale. Soy de la generación que ha colaborado en armar esta trampa infame, la ratonera donde viven atrapados tantos jóvenes dolorosamente lúcidos. No siempre puede transmitir esperanza quien a veces no la tiene. Hace unos días, durante uno de los breves contactos que mantengo con lectores y amigos a través de la red social Twitter, me encontré dando a uno de ellos, que preguntaba qué leer con veintisiete años y en paro, una respuesta inquietante para mí mismo: «Un libro para aprender idiomas y largarse, o uno donde aprender a fabricar cócteles molotov».

Lo de la coctelería era broma, hasta cierto punto. Pero la primera parte del consejo me salió sincera. A veces creo que esto no tiene solución. Que este país irresponsable, históricamente enfermo, está condenado a repetirse a sí mismo hasta la traca final. Y en cada ocasión recuerdo lo que, de niño, oía a mi abuelo paterno, que era lúcido, culto, republicano, y usaba sombrero, sobre todo para quitárselo ante las señoras: «Arturín, aprende francés, que es muy triste ir al exilio sin hablar idiomas». Le hice caso, y hablo un francés de $%&ª madre. También, a menudo, uso sombrero. Pero entre viajes y libros se echaron los años encima. Ahora ya me da igual irme o quedarme. Estoy cansado. Soy demasiado mayor, y hay días en los que sólo me levanto con ganas de morir matando.

España fue, durante siglos, muchas cosas buenas y malas. Hoy es algo parecido a intentar introducir una especie de barra o varilla por una serie de piezas hechas con agujeros desiguales: cada uno de un diámetro diferente, hechos de materiales distintos y situados en diferentes posiciones. No hay pulso que enhebre el invento, ni posibilidad de que nadie alinee aquello y funcione la maquinaria. Sin embargo, me resisto a creer que nada pueda hacerse. No escribiría estos artículos, en tal caso. Sigue habiendo, pese a todo, gente que lucha y se arriesga, empresarios dignos, funcionarios decentes, jóvenes solidarios y valerosos capaces de levantarse y trabajar cada mañana. De pelear, si hace falta. Amigos en quienes esperar y confiar. Por eso duele más. Por eso ulcera el alma verlos maltratados por estas diecisiete Españas injustificadas, egoístas y ladronas, donde las ratas y los chacales depredan a su aire, envidiándose y odiándose a partes iguales, desmontando cuanto hace posible el respeto y la convivencia. Esa gentuza iletrada, infame, que ha hecho de la política su forma de vida y de nosotros su negocio, desvalija el país y se lleva por delante las instituciones en su ávida carrera por el dinero y el poder. Destroza el futuro. La impunidad de esos golfos la garantizan millones de ciudadanos apáticos sentados ante el televisor, viendo el fútbol y a Belén Esteban mientras aceptamos, aborregados, que nos conviertan en un país miserable, cutre, exclusivo para turistas baratos de cerveza y vomitona. Un lugar sin industria ni recursos propios, sin clase media, hecho de buscavidas y mendigos, de subvenciones mientras las haya, de putas y camareros. Dicho sea con todo el respeto para las putas y los camareros. Que, a este paso, serán quienes nos den de comer.

Algún retorcido consuelo queda de todo esto: a los principales culpables los hemos parido y votado los padres de esos jóvenes. Salen de nuestra entraña desde hace cuatro décadas. Los engordamos a nuestra costa, tarados por una dictadura anterior que nos hizo acríticos e ignorantes. El mayor homenaje a nuestra imbecilidad nacional tuvo lugar en el Senado hace unas semanas, el primer día que allí se utilizaron las diversas lenguas oficiales con traducción simultánea y pinganillo. Ésa es la España que los días de cabreo extremo, cuando aconsejo, como mi abuelo, tener idiomas y una maleta por si hay que largarse, quisiera ahorrar a los jóvenes más lúcidos: un andaluz medio analfabeto, presidente autonómico, hablaba con torpeza en catalán mientras otro andaluz casi tan analfabeto como él, vicepresidente tercero del Gobierno, escuchaba mediante un auricular la disparatada traducción a una lengua, el castellano, que ambos conocían –decir dominaban es excesivo– casi perfectamente. Y mientras, en sus bancos, encantados de estar allí, los cómplices de esos dos sujetos aplaudían.

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Patentes de corso
La carga de los tres reyes
XLSemanal - 12/7/2010

Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.

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NotaPublicado: 12 Jul 2010 21:04 
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Muchas gracias a los que ponen los textos del gran Pérez Reverte. Lo que escribe este hombre no tiene precio... :grin:

Saludos.

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