Fuerzas de Elite

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NotaPublicado: 20 Ago 2009 09:35 
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PITAGORAS escribió:
Para los que estubieron en Yugoslavia
http://www.youtube.com/watch?v=mHql9gmD ... re=related

JAJAJA que recuerdos, me ha hecho gracia el colega del checkpoint
"ne razumi ne razumi"
Sacabas el tabaco o el alcohol (pasaportes universales) y de repente todos "razumi" sin problemas :cool:

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NotaPublicado: 20 Ago 2009 15:53 
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Lo que me sorprendió es que cuando le llevábamos agua a los pozos, nos ofrecían los pasteles caseros tan dulces y buenos, raquea, zumo de granada y café turco. Te lo ofrecían todo. Te invitaban a su casa y te dejaban entrar con zapatos los bosnios. Todavía tengo en mente la guerra de franco-tiradores de Sarajevo y ese mercado donde fallecieron muchas personas. El puente de Mostar, los montes de alrededores, los balcanes, el cementerio que se ve desde gran altura (con un muro muy bajo) y sobre todo, las cruces en los parques por falta de sitio en el cementerio. Algo, al igual que todos los paises que no debe de suceder nunca. Los niños te pedían al salir del campamento. Las carreteras tercermundistas con esos túneles estrechos, en fin.


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NotaPublicado: 24 Ago 2009 11:31 
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El Rakia+Café turco te curaban el estreñimiento, te quitaban el frío, el dolor y a veces hasta las ganas de vivir :D :D :D

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NotaPublicado: 28 Ago 2009 10:05 
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Última edición por PITAGORAS el 19 Mar 2010 00:05, editado 1 vez en total

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NotaPublicado: 31 Ago 2009 17:49 
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Última edición por PITAGORAS el 19 Mar 2010 00:04, editado 1 vez en total

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NotaPublicado: 31 Ago 2009 18:26 
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CUidadin con lo que se expone de explosivos.
Está bien contar lo que se hacía en la bandera pero no como se hacía.

Como dicen los ingleses "All the gears but no ideas" :D

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NotaPublicado: 01 Sep 2009 17:13 
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Buenas tardes a todos nuevamente felicitarte Pitagoras por este post aunque todo tiene su principio y creo que es bueno saber como se creo la radio

Al principio eran las palabras. La sabiduría pasaba de boca a oreja,
de oreja a boca, de generación en generación, en una tradición oral
que duró muchos siglos, equivalente al 99% de toda la historia hu-
mana. No había escritura para precisar los conocimientos. Se pin-
taban bisontes y se estampaban manos en las cuevas, pero todavía
no se dibujaba la voz humana, no se codificaba el pensamiento en
signos posteriormente descifrables.
En el Irak actual, seis mil años atrás, aparecieron las primeras letras
en tabletas de arcilla, en forma de pequeños triángulos. Con ellas,
los mercaderes recordaban las deudas pendientes. Después vinieron
los egipcios con sus jeroglíficos, fijando nociones de medicina y as-
tronomía, de religión y matemáticas. Se escribía sobre papiro y per-
gamino, luego sobre papel.
Los libros eran escasos, escasísimos. De la mayoría de textos, ape-
nas existía un ejemplar. En Alejandría primero y luego en los mo-
nasterios, se sacaban copias a mano, una a una, página a página,
agotador esfuerzo reservado a unos pocos iniciados en el arte de es-
cribir. Los reyes y, sobre todo, los sacerdotes monopolizaban el sa-
ber.
Los chinos ya la habían inventado en el siglo IX, pero fue Johannes
Gutenberg en el XV quien democratizó la escritura con aquellos pri-
meros tipos de plomo fundido. La imprentahizo posible sacar mil
ejemplares de un libro en menos tiempo que el empleado por el co-
pista deslizando sus pinceles sobre una página. Multiplicadas las le-
tras, se multiplicaban los lectores. Renacía el pensamiento, serefor-
mabala imagen del mundo. Se rompía el oscuro control deJor-ge de Burgos, acantonado en el laberinto de su inaccesible biblio-
teca.1
Después de los libros, vinieron los periódicos. Y la libertad de ex-
presión, proclamada en la Revolución Francesa.
Genealogía de la radio
La escritura había atrapado las ideas. La imprenta las había puesto
al alcance de todos. Ahora cualquiera podía interpretar la célebre
Biblia latina de 42 líneas, primera publicación del fundidor ale-
mán. Ahora todos podían leer —si aprendían a leer— las parábolas
de Jesús y las arengas de Moisés. ¿Cómo, sin embargo, las dirían
ellos? ¿Cómo habrán pronunciado esos mensajes? Las palabras es-
taban ahora ahí, escritas, cristalizadas en signos. Pero, ¿cómo ha-
brán sonado en boca de sus autores? ¿Cómo hablaría Bolívar, có-
mo declamaría sus poemas Sor Juana Inés, cómo resonaron las úl-
timas palabras de Túpac Amaru en la plaza grande del Cusco? Nos-
talgias del sonido disuelto en el éter, irrecuperable.
El invento de la fotografíacapturó la luz. Había que inmovilizarse
media hora ante la cámara para sacar un daguerrotipo, pero ahí es-
taba la plancha de cobre, quedaba una constancia más allá de la re-
tina. Sin fotos, los rostros se escapaban como el agua de los ríos.
Los cruzados regresaban de sus absurdas e interminables batallas y
reconocían a sus mujeres por un lunar en la pantorrilla o por una
contraseña secreta. Los rasgos de la cara, después de tantos años
de ausencia, ya se habían borrado en la memoria de ambos.
¿Y el sonido? ¿Sería más inasible que la imagen? El 24 de mayo de
1844, Samuel Morse, un pintor norteamericano, inventó el telégra-
fo. Las letras se traducían en una clave de puntos y rayitas. Con im-
pulsos eléctricos cortos y largos, a razón de quince palabras por mi-
nuto, se podían despachar mensajes a través de delgados hilosde co-bre casi a la misma velocidad que la luz.2 No se necesitaban ca-
rros, barcos, caballos o palomas para comunicarse de un extremo
a otro del país. O de un país a otro, con tal que hubiera tierra don-
de clavar los postes y tender los cables.3
El telégrafo, por primera vez, brindó inmediatez al conocimiento.
Pero no era el audio real de la naturaleza ni las palabras vivas de la
gente las que viajaban a través de aquella primera línea entre Was-
hington y Baltimore. Los telegramas, como su nombre indica, ve-
nían siendo una escritura a distancia, una carta sin tinta ni papel. El
sonido todavía no sabía viajar solo, sin la tutoría de un idioma arti-
ficial.4
En 1876, Alexander Graham Bell, físico escocés radicado en Esta-
dos Unidos, lo logró. El teléfonotransformaba el sonido en seña-
les eléctricas y lo enviaba, valiéndose de micrófonos y auriculares,
por un tendido de cables similar al del telégrafo.5 La voz humana
iba y venía sin necesidad de ningún alfabeto para descifrarla. Si via-
jaba la voz, podía viajar la música. Y cualquier ruido. El sonido ha-
bía roto para siempre con la esclavitud de la distancia. Hasta en un
pequeño teatro, los actores y las actrices tienen que proyectar la voz
para ser escuchados desde las últimas filas. Ahora, con aquel apa-
ratito a manivela, las palabras se impulsaban sin esfuerzo, casi a
300 mil kilómetros por segundo, rompiendo toda barrera espacial.
Antes del teléfono, como señala Bill Gates, la gente creía que su
única comunidad eran sus vecinos. Casi todo lo que se hacía se
efectuaba con otros que vivían cerca.6 Había que salir de casa, des- plazarse, para saber de un familiar enfermo o concertar una cita. El
teléfono facilitó la vida cotidiana, acercó a los humanos como nada
lo había logrado hasta entonces. Todavía ahora, un siglo después
del invento de Bell, nos asombramos cuando estamos en pijama, en
casa, apretamos unos simples botoncitos y al instante conversamos
con un amigo que vive en Australia.
Voz viva, directa, comunicación de ida y vuelta, ya sin espacio. Pe-
ro siempre amarrada al tiempo, el implacable, como diría Pablo Mi-
lanés. ¿Si llamabas y no había nadie en el otro extremo de la línea?
¿Si dabas una noticia y el otro la agrandaba o tergiversaba a su an-
tojo? ¿Cómo probar que tú dijiste esto y yo no dije aquello? La voz
no dejaba huellas. De cerca o de lejos, el sonido se lo llevaba el vien-
to, no quedaba registrado en ninguna parte.
En 1877, un contemporáneo de Bell, el norteamericano Thomas
Alva Edison, experimentaba con un cilindro giratorio, recubierto de
una lámina de estaño, sobre el que vibraba una aguja. Después de
múltiples ensayos, aquel genio consiguió escuchar una canción gra-
bada por él mismo. Había nacido el fonógrafo, abuelo del tocadis-
cos. El sonido había alcanzado la inmortalidad.
El tiempo no se robaría más las voces del mundo. Con el nuevo in-
vento, se podrían documentar los acontecimientos, repetir cuantas
veces se quisiera la canción preferida y tocar el himno nacional en
los congresos sin necesidad de orquesta. Se podría seguir oyendo a
los muertos, como si estuvieran vivos.
Los límites, sin embargo, los establecía la materia. Para escuchar
aquel sonido enlatado en el fonógrafo, había que acercarse al apa-
rato. La voz rompía con el tiempo, pero estaba presa de la bocina.
¿Cómo sumar inventos, cómo liberar el sonido manipulado por Edi-
son y Bell? Ya podía enviarse el audio captado en el fonógrafo a tra-
vés del veloz teléfono. Pero permanecían los cables. Siempre los ca-
bles.
Lasin cables
Tenía apenas 21 años. Un día, en su casa de Bolonia, Guglielmo
Marconi hizo sonar un timbre en el sótano apretando un botón si-
tuado en la buhardilla. Lo sorprendente era que entre ambos pun-
tos no había ninguna conexión.
Poco después, en las afueras de la ciudad, el joven investigador ita-
liano daba una instrucción simple a su ayudante:
—Si suena tres veces, dispara una.
El muchacho corrió detrás de una colina con el receptor inalámbri-
co y una escopeta. Desde su laboratorio, con un primitivo transmi-
sor de ondas hertzianas,9 Marconi pulsó los tres puntos de la letra
S en aquel alfabeto morse que había aprendido hacía muchos años
de un viejo telegrafista ciego. Al instante, como por arte de magia,
se escuchó el disparo convenido. La telegrafía sin hilos, madre de
la radio, había sido inventada.10
Esto ocurrió en 1895. Un par de años más tarde, conectando una
antena al transmisor, Marconi logró proyectar su señal a mil kilóme-
tros de distancia. Después, alargando la longitud de onda, superó los
16 kilómetros del Canal de la Mancha. En 1901, como un corredor
después de entrenarse para el gran salto, cubrió los 3,300 kilóme-
tros que separan Inglaterra de Terranova, en Canadá.Los nuevos te- legramas volaban libres. Podían prescindir de los cables y de los
postes terrestres.
Como si Marconi lo presintiera, el 14 de abril de 1912 el Titanic
hizo un desesperado SOS a través de su recién estrenado equipo de
telegrafía sin hilos y se pudieron salvar 700 vidas del naufragio. De
ahora en adelante, todo barco iría provisto de una estación marco-
ni.
La wireless, la sin hilos, como se le comenzó a llamar al nuevo in-
vento, unía tierras y mares, saltaba montañas, desparramaba los
mensajes a través del éter, sin ningún otro soporte que las mismas
ondas electromagnéticas. Todos los que dispusieran de un receptor
adecuado, podían captarlas. Pero no entenderlas, porque los breves
mensajes enviados tenían todavía que ir cifrados en alfabeto morse.
En la nochebuena de 1906, el canadiense Reginald Fessenden rea-
lizó la primera transmisión de sonido: los radiotelegrafistas de los
barcos que navegaban frente a las costas de Nueva Inglaterra no
captaron esta vez impulsos largos y cortos en clave morse, sino una
voz emocionada leyendo el relato del nacimiento de Jesús y acom-
pañada por un disco de Haendel. Fessenden había logrado emitir
directamente la voz humana sin necesidad de códigos, pero su proe-
za apenas alcanzaba a un kilómetro y medio a la redonda. ¿Cómo
amplificar la voz, cómo superar esa última barrera que liberaría pa-
ra siempre al sonido?
Al año siguiente, en 1907, Alexander Lee de Forest, norteamerica-
no, descubre unas válvulas de electrodos que transforman las mo-
dulaciones del sonido en señales eléctricas.11 Estas ondas, transmi-
tidas de una antena a otra, podían ser reconvertidas nuevamente en
vibraciones sonoras. Con estos tubos de vacío, que servían igual-
mente para enviar o recibir, nacía la radio, tal como la conocemos
hoy: sin distancias ni tiempo, sin cables ni claves, sonido puro, ener-
gía irradiadaen todas direcciones desde un punto de emisión y re-
cibida desde cualquier otro punto, según la potencia de las válvulas
amplificadoras.
Ahora sí. Ahora estaban dadas las condiciones para comenzar a ha-
cer radio. En América Latina, los argentinos tomaron la delantera.
El médico Enrique Susini y un grupo de entusiastas amigos monta-
ron un transmisor de 5 vatios en la azotea del teatro Coliseo. Desde
allí hicieron las primeras pruebas. El 27 de agosto de 1920 a las 9
de la noche, los locos de la azotea, como ya les llamaban, transmi-
tieron para todo Buenos Aires una ópera de Richard Wagner. Éste
fue el primer programa de radio dirigido a público abierto que se oyó
en nuestro continente.12 En esos mismos días, en Montevideo, Clau-
dio Sapelli, un trabajador de la General Electric, escribió a Lee de Fo-
rest pidiéndole una de aquellas válvulas mágicas y comenzó a trans-
mitir desde otra azotea, la del Hotel Urquiza. Por todas partes era la
misma efervescencia de probar y comprobar el asombroso invento.
La primera emisora con servicio regular fue la KDKA de Pittsburgh,
instalada en un garaje de la Westinghouse. El 2 de noviembre de
1920, el popular radioaficionado Frank Conrad daba a conocer los
votos obtenidos por Warren Harding y James Cox, candidatos a la
presidencia de los Estados Unidos. A partir de ahí, el éxito de la ra-
dio fue imparable. En 1921, se inician en París los primeros pro-
gramas, utilizando la Torre Eiffel como antena. Al año siguiente, en
1922, se funda en Londres la BBC. Pocos meses más tarde, salen
al aire las primeras transmisiones españolas. En la recién creada
URSS, Lenin exhorta a la investigación y aprovechamiento de
aquel periódico sin papel y sin fronteras, como él llamaba a la ra-
dio. Por todas partes se estrenan emisoras y se venden aquellos pri-
meros equipos de galena, todavía sin parlantes, para escuchar a tra-
vés de audífonos. En 1924, había más de seis millones y medio de
receptores en el mundo. La radio se expandió como ningún medio
de comunicación lo había logrado hasta entonces.
En 1945, un nuevo descubrimiento cambiaría la forma de trabajo en
las numerosas y pujantes emisoras. Con el magnetófonose podían
hacer montajes previos al momento de la emisión. Más que ensayar
antes de la función, como se hacía en el teatro, la radio podía darse
ahora el lujo de enlatar efectos de sonido, grabar y borrar, añadir fon-
dos musicales, separar unas voces de otras, descansar la programa-
ción con espacios en directo y en diferido. La cinta magnéticaper-mitía una flexibilidad que los discos de acetato nunca ofrecieron.13
Si la transmisióndel sonido ya estaba liberada, las nuevas grabado-
ras liberaban la otra punta del sistema, el momento de la produc-
ciónradiofónica. Al fin, después de un galopante siglo de inventos
e inventores, el sonido podía sonar tranquilo y orgulloso. La radio
lo había hecho tan indispensable como la luz eléctrica o el agua co-
rriente.
Y fue entonces, cuando la radio se creía dueña y señora de casa, que
le nació una hermanita engreída y codiciada por todos: la televisión.
Hasta entonces, la radio había ocupado el centro. En torno a ella,
tres generaciones se sentaron a oír las radionovelas lloronas y las
noticias inquietantes. Con la radio se cantaba, con la radio se juga-
ba, la radio había cambiado los horarios del quehacer doméstico y
del descanso nocturno. Ella era la verdadera reina del hogar. ¡Y
ahora, la televisión! Celosa por la recién llegada, la radio se sintió
insegura, perdida. Se sintió vieja y relegada. Los que antes vivían
pendientes de sus invisibles labios, comenzaron a reunirse en torno
a la pequeña pantalla para mirar en ella los culebrones y los concur-
sos que antes sólo podían escuchar. La radio fue desplazada y en su
lugar se entronizó la televisión.
En ese momento de humillación —como ocurre en los cuentos que
ella misma había difundido— apareció un hada madrina que le dio
a beber un elíxir de juventud. La radio lo apuró de un sorbo.
El elíxir se llamaba transistor.14 Con aquel descubrimiento de la Bell
Telephone Laboratories, en 1948, ya no hacían falta los tubos ampli-
ficadores de Lee de Forest. Los nuevos semiconductores de silicio re-
ducían el tamaño tanto del equipo transmisor como del receptor, y
mejoraban la calidad de las emisiones. Con los transistores y las pe-
queñas baterías secas, la radio cortó el fastidioso cordón umbilical
que la ataba desde su nacimiento a la toma de corriente alterna. No
más cables para la recepción. La radio ahora cabía y se trasladaba
en un bolsillo, en una cartera. Como cuando se pasó del reloj de pa-
red al de pulsera, la nueva radio portátil se volvió disponible en to-
do lugar y momento, de día y de noche, desde la ducha hasta el au-
tomóvil, para quien va de paseo y para quien se mete con ella en la
cama.

en fin aqui ya sabemos como se creo la radio un saludos a todos

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NotaPublicado: 01 Sep 2009 22:52 
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Buen repaso a la historia de la comunicacion, spartalonso; y me gustaria añadir que un vecino de España fue el real inventor de la radiofonia sin hilos. Aqui va un fragmento y el enlace por si interesa.

Ciertamente el italiano Marconi inventó la radiotelegrafía sin hilos (es decir, la transmisión de pequenas senales o impulsos electromagnéticos a través del aire) y no es intención del profesor Ángel Faus desmerecerle. De hecho, Marconi consiguió la primera patente de la radiotelegrafía sin hilos en 1896 y sorprendió al mundo de la época el 12 de diciembre de 1901 cuando logró transmitir la letra 's' en código Morse desde Poldhu en Cornwall, Inglaterra, hasta San Juan de Terranova en la actual Canadá. Pero la transmisión de voz y sonido a través del aire - la radiotelefonía -, es decir, el principio sobre el que se basa la radio tal y como la entendemos hoy en día, fue inventada por el comandante Julio Cervera Baviera. Existe la constancia de que Cervera patentó su sistema de radiotelefonía en 1901 en Espana, Bélgica, Alemania y Gran Bretana. Sin embargo, Marconi no trabajó en la radio hasta 1913. Según comenta el profesor Ángel Faus sobre estas patentes "las inglesas son significativas ya que se consiguieron sin oposición de Marconi y su entorno empresarial". Tanto Marconi como otras personalidades científicas de la época entre las que destaca el inventor del audión, Lee de Forest "estaban a otra cosa", centrados en un "sistema distinto", concretamente en la radiotelegrafía sin hilos.

http://www.antiguosupv.org/includes/lee ... asp?id=693


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NotaPublicado: 01 Sep 2009 23:07 
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