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El Sargento Colomera
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Autor:  rojiblanco [ 12 Mar 2010 17:39 ]
Asunto:  El Sargento Colomera

En Granada, cuando algo va mal, hay un dicho: «Esto no lo arregla ya ni el sargento Colomera». Con él se recuerda a aquel miembro de la Benemérita, comandante de puesto del cuartel de Los Mascarones, en el Albaicín, que resolvía las situaciones con autoridad despótica y el poder que le confería su cargo. También se oye otro lema: 'Eres más malo que el sargento Colomera'. Lo dicen aquellos que creen que aquel personaje que 'reinó' en el Albacín y el Sacromonte durante los años de las posguerra se portó de manera tiránica y cruel con los vecinos de dichos barrios. En torno a la figura de este hombre se han forjado decenas de anécdotas que casi lo han convertido en un personaje de leyenda. Pero... ¿quién era el sargento Colomera?
En realidad se llamaba Antonio Bedia Martín y nació en Ogíjares en el año 1911. Murió en el mismo pueblo en 1994, cuando tenía 82 años de edad. El sobrenombre de 'Colomera' le viene porque estuvo destinado a ese pueblo, en donde obtuvo los galones de cabo, de ahí que también sea conocido como 'El cabo Colomera'. Según aquellos que lo conocieron personalmente, era un hombre alto, delgado y con unos bigotes dalinianos que «parecían el manillar de una bicicleta». Después de Colomera estuvo destinado en Güéjar Sierra. Eran aquellos tiempos en los que el bigote era tan celtíbero que hasta se llegó a exigir a los miembros de la Benemérita. Precisamente, para imponer su autoridad, cuentan que un día paró a varios gitanos con mostachos en la plaza de Aliatar y le dijo:
–Mañana os quiero ver a todos con el bigote afeitado. Aquí no más bigotes que los míos.
Al ser destinado a Granada, el coronel Pelayo lo nombró comandante de puesto del Albaicín. Eran en los años del hambre y del piojo verde, tiempos de analfabetismo y de pocas posibilidades para la subsistencia.
El recuerdo del sargento Colomera tiene tantos defensores como detractores. Lo que para algunos fue una especie de héroe que consiguió mantener el orden y la seguridad ciudadana en el barrio del Albaicín, sin mayores dificultades ni refuerzos policiales que con solo su presencia, para otros fue una persona autoritaria y dictatorial acostumbrada a imponer su voluntad a base de tiránicas decisiones, algunas de las cuales eran vitoreadas por aquellos que lo defendían.
«Por aquellos años no había tertulia o bar en la que no se hablara de la última cacicada del sargento Colomera. A veces era verdad pero la mayoría de las veces eran cosas inventadas», dice Alfonso Gómez, un anciano del Albaicín que vivió en una calle cercana al cuartel en aquellos años.
«Era más un mito al que se le colgaron muchas leyendas. Por lo que tengo entendido apenas sabía leer y tenía muchas faltas de ortografía. Lo que pasa es que en aquellos tiempos había mucho miedo y mucho analfabetismo, por lo que aquel hombre se erigió en un bastión del orden. De todas maneras él hacía una y la gente contaba diez. Yo creo que pegaban más sus colegas, pero la fama la tenía él», dice Manuel Anguita, autor de un libro sobre plazas y plazoletas de Granada.
El sargento Colomera ha sido incluso antropológicamente estudiado. En su libro 'De Granada al Albaicín', Alberto Jiménez Núñez le dedica palabras elogiosas hacia su persona. «Se cuentan numerosas anécdotas que lo retratan como hombre cumplidor, entregado a su deber, aficionado a resolver las situaciones sobre la marcha con medidas eficaces y ejemplares». Sin embargo, el investigador José Antonio González Alcantud no es tan magnánimo. En un estudio en el que habla de la Guerra Civil en el Albaicín, refiere la dureza y la violencia con la que fueron perseguidos los hermanos Quero, los maquis más populares de Granada, por el sargento Colomera. «Los hermanos Quero fueron perseguidos con saña como una familia de maquis, y en ellos ocupó un lugar señero el tristemente afamado sargento Colomera". Alcantud llama 'siniestro' a este personaje, "cuya omnipresencia se mantuvo en el barrio hasta hace poco».
Las anécdotas y hechos relacionados con el sargento Colomera son muchas y de muy variados estilos, aunque todas relacionadas con las decisiones que imponía su arbitraria autoridad. Una de las más escuchadas es aquella en la que un chico que bajaba en bicicleta por una de las cuestas del Albaicín. Para demostrar su pericia, lo hacía sin manos, por lo que el sargento Colomera lo paró e hizo que siguiera por la cuesta, aunque antes le había quitado el manillar a la bicicleta.
–Ya que eres tan listo, a ver si puedes bajar así–-le dijo al requisarle el manillar.
Los jaleos, cantes a deshoras y discusiones, enseguida eran anuladas o finiquitadas cuando llegaba el sargento Colomera. Se dice que a un grupo de jóvenes los oyó cantar flamenco en una placeta. Se acercó a ellos y les dijo que dejaran de cantar. Como castigo los tuvo en la placeta toda la noche, hasta la mañana siguiente en que permitió que regresaran a sus casas.
Lo que ordenaba el sargento Colomera se cumplía a rajatabla. «A los gitanos los tenía a raya. Dicen que a unos que sorprendió robando los tuvo cerniendo agua con un arnés durante varios días», comenta Emilio, otra persona que lo conoció.
También hay hechos (o leyendas) que resaltan su honradez y su sentido de la justicia. Cuentan que las mujeres del Albaicín acudieron a él porque sus maridos, la mayoría albañiles, se gastaban en jornal en las tabernas. Para que ello no sucediera, hizo que los albañiles le dieran a él el sueldo íntegro y luego iban las mujeres a por el sobre al cuartelillo. Sobre su pretendida honradez, ha traspasado el tiempo la anécdota que protagoniza un vendedor ambulante que para ganarse los favores del sargento e hiciera la vista gorda a su actividad ilegal le regaló una pescada a su mujer. Cuando llegó el guardia civil a su casa y se enteró, fue en busca del pescadero e hizo que se comiera cruda la pescada.
Manuel Anguita cuenta que él conoció a un chico al que el sargento lo tuvo casi un año entero subiendo todos los días al cuartelillo. «El pobre adelgazó casi veinte quilos, pero nadie era capaz de rebatir la orden del guardia civil. Tenía mucho, pero que mucho poder. El mando absoluto», comenta. Jugadores de cartas a los que tiene durante toda una tarde de agosto al sol jugando para escarmentarlos, sisadores de aceitunas a los que hacía que se pegaran unos a otros como castigo, personas a las que hacía esperar y sin moverse hasta que él volviera al día siguiente, cantaores de taberna a los que hacía cantar subidos a una tapia... Son decenas las leyendas que se han on decenas las leyendas que se han originados en torno a su figura. Incluso su retirada del Cuerpo por participar en la propiedad de una casa de citas, tiene percha para argumentar una película.

Fuente: http://www.ideal.es/granada/20100312/lo ... 21611.html

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