Eclipsada por el brillo de otras misiones españolas en el exterior, con el Ejército desplegado en Afganistán, Kosovo o el Líbano, no ha trascendido la historia de un hombre solo, un agente del Cuerpo Nacional de Policía, en medio del pavoroso escenario de la guerra civil de Sudán.
Aplicando la estrategia de tierra quemada, los ataques a las aldeas enemigas acaban con llamas que devoran las viviendas con sus habitantes dentro. Una tremenda sequía diezma las fuerzas de la tierra y de los hombres, y mata al ganado. Una temperatura cotidiana de 40 grados martillea a vivos y muertos en este país, Sudán, uno de los más duros lugares del planeta. El calor. No han pasado dos semanas de su regreso a Madrid; no ha tenido tiempo el subinspector del Cuerpo Nacional de Policía J.A.M., gaditano de 53 años, de quitarse de encima la sensación de torridez que le ha acompañado duran- te un año –de enero de 2007 al mismo mes de 2008– de trabajo policial para la Unión Europea en la región de Darfur. Al Geneina, aldea remota en Darfur Oeste, cerca de la frontera con Chad, ha sido su destino. Es uno de los rincones más calientes del mundo. En él se ha cocido el comisario Mariscal con un grupo de policías ingleses, alemanes y suecos. “Nuestro trabajo principal consistía en la seguridad de aldeas y de los campos de refugiados y en la formación de la policía africana”, relata.
Es el encargo asignado a los policías que ofreció la UE para apoyar a la African Mission in Sudan (AMIS), la operación con que la Unión de Estados Africanos vigila el conflicto que asuela Darfur, una de las guerras más crueles del mundo. A las aldeas negras del sur las atacan milicianos musulmanes del norte, el ejército “y los ‘janjaweed’, jinetes armados de una milicia árabe financiada por el Gobierno y temida por sus ataques a la población”. Un informe de Amnistía Internacional ya alertaba en 2006 de la “acuciante necesidad de que la AMIS despliegue tropas en la frontera con Chad para evitar las incursiones transfronterizas de las milicias ‘janjaweed’. La población civil del este de Chad es ahora atacada por los mismos ‘janjaweed’ sudaneses que han matado y desplazado a la población civil de Darfur”.
Pese a que había pasado una semana de adaptación en Adís Abeba (Etiopía), en la que lo nombraron adviser (consejero), y unos días en Al Fasher, ya en el interior de Darfur, Al Geneina aún sorprendió al policía español: “El campamento lo formaba una alambrada en medio de la nada y, dentro, tiendas de campaña como único refugio. Todo lo demás, desierto. La realidad de Darfur se conoce conforme te introduces en su forma de vida, sus costumbres nómadas y tribales, y principalmente la ‘sharia’, la ley islámica de obligado cumplimiento”.
Pueblos arrasados
“La verdad, la vida en un lugar así no vale nada”. Es la conclusión que se ha traído José Antonio Mariscal de su experiencia. “Lo peor era cuando las patrullas de vigilancia eran atacadas o acudíamos tras el ataque a una aldea. Nosotros no podíamos intervenir, sólo observar e informar. En los campamentos se daban conflictos, por ejemplo, con la venta de alcohol. El alcohol está prohibido en Sudán, pero algunos refugiados destilaban en los campamentos, y los ‘janjaweed’ acudían a comprarlo, y eso daba lugar a tiroteos, asesinatos, trifulcas...”.
Los policías de la Unión Africana patrullaban los campamentos conjuntamente con la policía sudanesa. El funcionamiento de esa policía no se rige por las leyes de Occidente. “Tú veías a un hombre golpear a su mujer con un látigo. La policía no intervenía, la ley amparaba al hombre. La mujer allí vale menos que un burro. Como occidental no lo entiendes, pero no puedes actuar. La policía sudanesa actúa con total impunidad, tiene poder absoluto sobre la población. El pueblo no tiene ningún derecho frente a la autoridad”.
El subinspector José Antonio Mariscal se ha traído algunas cicatrices en el alma. Febrero y marzo de 2007 fueron los dos peores meses, cuando tuvieron lugar los ataques que muestran las fotos. “Es una forma de matar a la que no estás acostumbrado. Yo he visto muertos, pero nunca una forma de matar como la de allí. Entran en una aldea de 300 personas y no queda nadie vivo. Cortan extremidades o queman escuelas con chiquillos dentro. Lo más duro es pensar que el conflicto continúa, y que sólo ellos pueden llegar a la paz”.
Todos los días el trabajo del subinspector Mariscal comenzaba muy temprano, antes de que el calor lo aplanara todo. “Cada mañana teníamos una reunión, excepto los viernes, que allí son festivos. Las autoridades de las aldeas y de los campos de refugiados, y las ong exponían sus conflictos, sus denuncias y sus necesidades surgidas el día anterior, sus problemas con el reparto del agua... Además, se organizaban patrullas de vigilancia y control de las aldeas y de los campos de refugiados”. La policía sudanesa colaboraba con ellos, “aunque también es verdad que ‘policía’ en África no significa lo mismo que en Europa. Formábamos a los policías de la Unión Africana, de Nigeria, de Ghana, Zambia o Egipto en materias basadas en los derechos humanos, pero resulta difícil transmitir valores de Justicia en un país donde al ladrón que roba se le corta una mano, sin juzgar si ha robado un banco o si ha cogido una barra de pan para comer”.
En opinión de Mariscal, Darfur puede verse condenado a no acabar nunca su guerra. Los grupos rebeldes son más de quince, “y éstos se subdividen en más, enfrentados entre sí y a la vez con el Gobierno de Sudán. Muchos actúan como redes de bandidos. Son innumerables los robos de vehículos y material, uno de los principales problemas, y los asaltos a los cuarteles, y las emboscadas a las patrullas”. En un país tan grande como Sudán, el territorio es difícilmente controlable. Los grupos guerrilleros, dependiendo de su origen tribal, se reparten las zonas de influencia. Al norte, en Al Geneina, el destino del policía español, dominan los arenga, una etnia a la que se conoce más por su sobrenombre: los piratas del desierto.
Hay además una parte muy delicada de la misión que desarrollan los policías de la UE y de la Unión Africana en la zona. Al Qaeda puede estar instruyendo a diversos grupos rebeldes musulmanes, según el convencimiento expresado por la inteligencia norteamericana. Sudán es un país islámico, donde rige la sharia desde 2003. Esto ha metido a Sudán en el círculo del integrismo.
Hay además fundadas sospechas de que algunos de los grupos armados cuentan con apoyo financiero chino. China extiende poderosamente su influencia en todo el continente africano, y en Sudán “mires donde mires hay edificios financiados por el Gobierno chino”, dice Mariscal. China, en plena efervescencia industrial, necesita petróleo, y eso une al gigante asiático a Sudán de forma muy sólida. Muchas de las armas que utilizan las guerrillas tienen el marchamo de la gigantesca República Popular en sus carcasas.
_________________ Servicio, lealtad, entrega, disciplina...
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