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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:48 
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HOLA:


Abro esta nuevo hilo para tratar en diferentes exposiciones los Tercios españoles, os hablaré de su organización, de su armamento, del camnio español. Espero que os resulte interesante.

Los Tercios españoles.

Al finalizar la Edad Media el influjo de la antigüedad clásica se deja sentir poderosamente en Europa promoviendo la aparición de profundas transformaciones políticas y sociales que marcan el nacimiento de los modernos Estados europeos. Como consecuencia de la superación de las estructuras medievales se crean ejércitos permanentes en cuya concepción y organización influyen no poco los principios constitutivos de la milicia romana.

En España ese tipo de ejército de carácter permanente se configura a finales del siglo XV con motivo de las guerras entabladas con Francia en Italia por Fernando el Católico, quien en 1496 organizó la Infantería en unidades tácticas denominadas compañías que constaban de quinientos hombres. Sin embargo estas unidades no poseían suficiente capacidad de combate para operar aisladamente por lo que más adelante se creó una unidad superior denominada coronelía, que constaba de veinte compañías y contaba además con elementos de caballería y de artillería. Tras las victorias del Gran Capitán sobre los franceses en Italia, las afortunadas campañas del cardenal Cisneros en África y la elevación de Carlos V al trono imperial de Alemania, España se convierte en pieza fundamental de la dinámica europea configurada por la expansión del protestantismo en el norte y por la amenaza turca en el Mediterráneo. Para defender la unidad espiritual y política de Europa, el César Carlos convierte al ejército que le legara el cardenal Cisneros en una formidable máquina de guerra, en la que la Infantería organizada en tercios asombrará en adelante a Europa por su eficacia y disciplina. Los primeros tercios creados en Italia a propuesta del Duque de Alba, fueron los de Lombardía, Sicilia y Nápoles.

En su génesis es preciso tener en cuenta tanto la doctrina y la práctica militares del Gran Capitán recogidas y asimiladas por sus oficiales y sucesores como la fusión del influjo de la antigüedad clásica con la tradición militar forjada en España a lo largo de siglos de enfrentamiento con el Islam así como las transformaciones en las tácticas de combate promovidas por la aparición de las armas de fuego portátiles.

La influencia de la antigüedad clásica se manifiesta sobre todo en la evidente filiación grecorromana de los órdenes de marcha y combate, en la disposición genuinamente romana de los campamentos, y en la preponderancia de la Infantería sobre la Caballería. Si durante el Medioevo la Caballería había constituido el elemento decisivo en las batallas quedando relegados los combatientes a pie a un papel meramente auxiliar. Durante el siglo XV esta relación de fuerzas comienza a cambiar de signo, convirtiéndose gradualmente la masa infante en la unidad fundamental de combate. El caballero se siente cada vez más impotente ante las formaciones erizadas de picas entre las que se sitúan tropas armadas con arcabuces, y, en un esfuerzo desesperado por no perder la hegemonía conservada en el campo de batalla durante siglos, se reviste de armaduras cada vez más pesadas que si bien le proporcionan cierta protección frente al impacto de los proyectiles, le van restando movilidad hasta el punto de dejarle inerme frente al enemigo cuando cae de su cabalgadura.

La tradición militar hispanoárabe se advierte fácilmente en la existencia en la España del Renacimiento de un ambiente belicoso propicio a fomentar la carrera de las armas. De esta forma, aunque Carlos V empleó el sistema de levas para organizar las tropas de Italia y las guarniciones de África, su ejército se nutrió en gran medida de voluntarios. A fin de regular el alistamiento voluntario la Real Hacienda hacía un contrato con un capitán cuya reputación garantizara su capacidad para alistar a un cierto número de soldados, y los inspectores reales determinaban si se habían cumplido las condiciones establecidas en el contrato antes de pagar a aquél. Los que voluntariamente se alistaban, llamados guzmanes, eran con frecuencia hijos de familias nobles que preferían la carrera militar a la cortesana o eclesiástica y deseaban ponerse al servicio de los oficiales de mayor fama.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:49 
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Registrado: 18 May 2007 13:54
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Organización


Como ya se ha indicado, las compañías en que se articulaba la milicia en tiempos de los Reyes Católicos no podían operar independientemente a causa de su escasa potencia y de su reducido número de efectivos, y por esta causa se crearon las Coronelías primero y, más adelante, en la reforma de 1534, los Tercios, con objeto de disponer de núcleos poderosos de combate relativamente autónomos y de características apropiadas para satisfacer las necesidades de las campañas en las que se hallaban comprometidas las tropas imperiales. Cada Tercio con una fuerza de tres mil hombres, se componía de tres Coronelías cada una de las cuales comprendía a su vez solamente cuatro compañías en lugar de las veinte iniciales, con el fin de simplificar su administración y gobierno interior. Cada Coronelía continuó mandada por un Coronel y el mando de las tres lo reasumió un Maestre de Campo, nueva categoría cuya creación data de esta época. De las doce compañías que formaban el Tercio unas eran de piqueros y otras de arcabuceros, destinándose a las primeras los hombres de mayor fortaleza y resistencia, pues yendo revestidos de armadura tenían que manejar una pica de grandes proporciones.

Por otro lado, es muy probable que en determinadas circunstancias se organizaran compañías mixtas de piqueros y arcabuceros y que se emplearan ballesteros como elementos auxiliares. La ballesta, en efecto, se continuó utilizando como arma de guerra (así como de caza) durante el siglo XVI.

Existen diversas opiniones acerca del origen del vocablo tercio. Según algunos autores se dio este nombre a las tropas españolas de infantería del siglo XVI en recuerdo de la tercia legión romana, que estuvo destacada en la Península Ibérica. Por su parte don Sancho de Londoño, militar distinguido que prestó sus servicios a principios del siglo XVI, se expresa en estos términos en un informe que dirigió al Duque de Alba: "Los Tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las tales legiones (romanas), en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban Tercios y legiones. Ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres. Antiguamente había en cada tercio doce compañías, ya en unos hay más y en otros menos, había tres Coroneles que lo eran tres capitanes de las doce, cosa muy necesaria para excusar las diferencias que nacen cuando se envían de una compañía arriba alguna facción o presidio". Por tanto, según este autor el nombre de tercio deriva del número de plazas que componían esta unidad.

El Maestre de Campo era elegido por el rey en Consejo de Estado y gozaba de las consideraciones que hasta entonces se habían reservado casi exclusivamente a los capitanes generales. Era el superior jerárquico de todos los oficiales del tercio, y tenía poder para administrar justicia y reglamentar el comercio de víveres con objeto de evitar fraudes. Disponía para su guardia personal de ocho alabarderos alemanes pagados por el rey que le acompañaban en todos los actos militares Y políticos y poseía las atribuciones de los antiguos mariscales de Castilla.

El Sargento Mayor, nombrado por el Capitán general era el segundo jefe del tercio como lo había sido anteriormente de la Coronelía. Estaba encargado de la instrucción táctica del cuerpo, de su seguridad en los desplazamientos y del alojamiento de las tropas que lo componían. En un tercio solamente él podía "pasar la palabra" es decir transmitir verbalmente las órdenes del Maestre de campo o incluso del Capitán general a todos los oficiales del mismo.

Del Sargento Mayor dependía el Tambor General quien iba armado con una pequeña lanza de hierro. Tenia por misión suplir la transmisión oral de las órdenes y vigilar la actuación del resto de los tambores del tercio. Además de conocer todos los toques: "arma furiosa", "batalla soberbia", "retirada presurosa" etc. debía ser capaz de interpretar y explicar las respuestas. Había de ser español pero estaba obligado a conocer los toques franceses, alemanes, ingleses, escoceses, walones, gascones, turcos y moriscos (los toques italianos eran los mismos que los españoles). También era conveniente que pudiera actuar como intérprete.

Cabe suponer que en medio del estruendo y confusión de la batalla la transmisión de órdenes por este sistema no resultase siempre eficaz. A este respecto don Sancho de Londoño aconsejaba a los Maestres de Campo que con el fin de evitar la posible confusión entre los toques de Tambor General y los de los otros tambores del tercio tuvieran también a su servicio a un trompeta.

La misión del Furriel Mayor consistía en auxiliar al Sargento Mayor en la organización de los alojamientos del tercio. Tenia a responsabilidad del almacenamiento y de la redistribución de los bagajes que el tercio precisaba para cumplir sus cometidos y que constituían la Munición Real (víveres, armamento, vestidos, materiales de construcción, municiones, etc.). El municionero era un proveedor de las municiones y de todo el equipo necesario para las tropas.

El Capitán y el Teniente Barrichel eran oficiales jurídico-militares (su nombre en italiano significa alguacil) cuya misión principal consistía en velar por el orden y el cumplimiento de la ley en el tercio, especialmente cuando las tropas se hallaban acampadas. Con tal fin tenían poder para castigar las infracciones cometidas contra los bandos publicados, y aunque el Capitán Barrichel podía en estricto derecho hacer ahorcar a un soldado sorprendido en flagrante delito, si tal era la pena que le correspondía, su cometido se limitaba generalmente a supervisar las ejecuciones. Para realizar sus funciones el Capitán Barrichel contaba con la asistencia de cuatro auxiliares a caballo. Ayudaba al Sargento Mayor en la operación de cargamento de los bagajes y, en relación con la organización de los desplazamientos del tercio, tenía la delicada misión de contratar y vigilar a guías e intérpretes cuando las tropas atravesaban territorios desconocidos.

El médico y el cirujano eran nombrados por los Capitanes Generales, siendo el primero responsable del hospital de la unidad en realidad un embrión de hospital donde debía contar con una farmacia provista de los medicamentos de empleo más frecuente, que se compraban a los boticarios a los precios tasados por el Maestre de campo. El servicio de sanidad del tercio no se limitaba a la asistencia de soldados heridos o enfermos, sino que de él se beneficiaban también todos aquellos que se desplazaban con las tropas, familias, criados, mujeres. Hay que tener en cuenta que aunque la evaluación numérica de estos acompañantes no resulta fácil, es probable que contando con ellos, el efectivo del tercio fuera doble. Si a escala de tercio la asistencia médica era rudimentaria (¡con frecuencia los heridos se confiaban a los barberos!), la estructura sanitaria contaba para el conjunto de la Infantería, con varios hospitales de campaña (enclavados tanto en el teatro de operaciones como en los itinerarios logísticos) y un hospital general relativamente bien equipado y atendido. Aunque la asistencia médica prestada en estos establecimientos era gratuita, su funcionamiento dependía de aportaciones deducidas del sueldo de cada soldado proporcionalmente a su salario. Tal contribución, especie de cuota de seguro, denominada "real de limosnas" era de diez reales para el Capitán, cinco para el Alférez, tres para el Sargento y uno para la tropa.

El grado de Capitán era el de mayor reputación y el más ambicionado. En relación con el prestigio de este grado resulta revelador el hecho de que durante el reinado de Carlos V se dieran casos de Sargentos mayores que preferían el mando de una compañía a su propio destino en el que tenían a sus órdenes como subordinados a los capitanes de compañía, y gozaban de un sueldo superior al de éstos. En relación con el procedimiento para ascender a este grado existía una regla de antigüedad generalmente aceptada que se basaba en la permanencia en un grado durante un cierto período de tiempo antes de acceder al grado superior. Según algunos autores la regla de antigüedad más comúnmente aceptada era la siguiente:

Cinco años para ascender de soldado a Cabo, un año de Cabo a Sargento, dos años de Sargento a Alférez, tres años de Alférez a Capitán.

En principio pues la elección de un nuevo Capitán se realizaba entre los alféreces de mayor mérito aunque no era infrecuente que, ignorándose los grados intermedios, se ascendiera a Capitán a un soldado a condición de que éste tuviera diez años de antigüedad y reuniera los méritos suficientes. El Capitán había de tener gran experiencia en las tácticas de combate y en el empleo de las distintas armas especialmente de las de fuego, cuya importancia se revelaba cada vez mayor. Tenía la obligación de supervisar el entrenamiento de sus hombres organizando para ello combates simulados en los que se empleara la pica, se disparase el arcabuz, se maniobrara en distintas formaciones, etc. Entre sus cometidos estaba también la elección de oficiales competentes capaces de mantener un alto grado de disciplina y entrenamiento entre los soldados de su compañía.

El Alférez era el lugarteniente del Capitán a quien sustituía cuando éste se hallaba enfermo, herido o ausente. Era responsable de la bandera, que debía portar en los combates y en las revistas. Teniendo en cuenta que las dimensiones de las banderas eran considerables y que durante los combates el Alférez tenía que sujetarla con una sola mano para poder manejar la espada con la otra, cabe suponer que sólo eran aptos para ostentar este grado hombres de gran fortaleza física. Aunque el Alférez no era directamente responsable del alojamiento de los soldados de su compañía, tenía la obligación de visitarlos con frecuencia para conocer de cerca sus problemas y ayudarles a resolverlos. Cuando no portaba la bandera, por ejemplo en tales visitas, llevaba como distintivo una alabarda.

Otra de las obligaciones del Alférez consistía en escoger buenos músicos para cubrir los puestos de tambores y pífanos, a quienes se encomendaba la importante misión de transmitir órdenes, publicar bandos, etc. Estos instrumentistas debían conocer todos los toques del ejército que indicaban asambleas, marchas, avisos, retretas, desafíos, mensajes, asaltos, etc. además debían ser capaces de interpretar y transmitir las respuestas.

El grado de Sargento fue creado a finales del siglo XV a petición de los capitanes, que sentían la necesidad de contar con oficiales que se encargaran específicamente de mantener la disciplina y de velar por la ejecución de las órdenes en sus compañías. El Sargento tenía que conocer en todo momento el número de soldados disponibles para poder formar rápidamente la compañía de acuerdo con las órdenes recibidas. En lo relativo al mantenimiento de la disciplina, podía castigar las faltas al servicio sin que mediase proceso alguno, en caso de flagrante delito. Estaba también encargado del entrenamiento y de la instrucción de sus soldados, enseñándoles el manejo y el cuidado de las armas y asignando a cada uno el puesto que más se ajustase a sus condiciones. Antes de emprender una marcha, el Sargento se reunía con su Alférez y su Capitán para establecer el itinerario, determinar las características de los bagajes, etc. De acuerdo con las decisiones adoptadas en esta reunión tomaba las medidas necesarias para que la tropa estuviese formada y los bagajes cargados antes del momento previsto para la partida.

El grado de Cabo es más antiguo que los de Sargento y Alférez. Esencialmente, el Cabo estaba encargado del buen estado de las armas y de la formación de los reclutas. También se ocupaba de los enfermos, transmitiendo al Capitán las solicitudes de hospitalización. Era asimismo responsable del puesto de guardia que se le asignara y debía permanecer en él con todos los soldados de su escuadra hasta que el Sargento le relevase.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:49 
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Estructura Militar: Los tercios de Italia

En los primeros años del siglo XVI va a nacer el principal instrumento militar español para mantener el Imperio en los territorios europeos. Se trata de los Tercios españoles, que, creados para guarnecer los dominios en Italia y Flandes, escribirán páginas gloriosas de la historia militar de todos los tiempos. Algunos autores han comparado estos Tercios con las legiones romanas y con la falange macedónica, tal fue su perfección estructural y su capacidad táctica y estratégica, a lo largo de dos siglos.

El nacimiento de los Tercios se debe a la experiencia adquirida en las campañas de Italia por Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán, quien a las órdenes del rey Fernando de Aragón consiguió derrotar a los franceses sobre suelo italiano repetidas veces, y logró imponer la hegemonía española sobre los distintos Estados de Italia, incluyendo al propio Papado.

La superioridad de la técnica militar de los españoles sobre los demás ejércitos de esa época radica en que mientras los suizos, considerados hasta entonces los mejores, forman sus "escuadrones" o bloques de infantería en cuadro compacto, utilizando como principal arma la espada, los españoles colocan por delante de cada lado del cuadro las picas, que impiden acercarse al enemigo, y permiten la salida oportuna de quienes combatían a espada, protegidos por aquéllos. La pica pasa a convertirse en el arma preferida y noble del campo de batalla. Al lado de ésta la partesana o pica rematada por una media luna o un hacha es el arma que manejan los sargentos y soldados más distinguidos, y sirve para evitar la aproximación de los caballos enemigos al escuadrón o cuadro. Éste se mueve en todas direcciones sobre el terreno presentando en cada uno de sus lados idéntica capacidad ofensiva y defensiva. El soldado "pica seca" llevaba además de su arma larga una espada y una daga (llamada por la tropa la "vizcaína"), que le permitía combatir cuerpo a cuerpo en toda ocasión. El entrenamiento de los soldados comprende además de la utilización de la pica, la esgrima de espada y daga a dos manos cuando llega el momento. Su protección es ligera, un morrión o casco de acero rematado por una cresta sobre la que los golpes enemigos resbalan hacia los lados, y un coselete o coraza ligera para proteger el pecho. La espada lleva un guardamano o cazoleta para proteger la mano que la empuña. Generalmente se utilizaban las espadas fabricadas en Toledo, que se apreciaban por su excelente temple, debido tanto a los armeros toledanos como a la virtud que le prestaban las aguas del Tajo al templarlas.

El reclutamiento se hacía sobre todo entre jóvenes hidalgos que por ser segundones no podían heredar el patrimonio familiar, reservado al hermano mayor (sistema de mayorazgo), lo que les obligaba a buscarse el porvenir en el ejercicio de la carrera militar, en la que podían alcanzar rango y fortuna. Esto daba al soldado de los Tercios una calidad humana extraordinaria, por su procedencia noble, su educación y su sentido del honor y fidelidad al rey (la fidelidad al jefe era una virtud militar que los romanos denominaban devotio, muy admirada por estos en los guerreros ibéricos que formaban en sus tropas auxiliares), cosa que no podía conseguirse en otros ejércitos extranjeros, formados por mercenarios o por levas forzosas de campesinos y menestrales sin amor a la vida militar.

Una gran parte de los soldados de los Tercios españoles llevaban consigo sus caballos, aunque fueran de Infantería, para sus desplazamientos y paseos, y se hacían acompañar de sirvientes. Aceptaban la disciplina como un honor, pese a ser extremadamente rigurosa. Una tercera parte del efectivo militar iba armada con arcabuces, lo que le permitía, antes de llegar al combate cuerpo a cuerpo, una gran densidad de fuego.

Los principales puntos de recluta eran Barcelona, Cartagena y Sevilla, lo que indica que aproximadamente la tercera parte de los soldados procedían de Cataluña y Aragón, otra tercera de Castilla, y otra de Andalucía y Extremadura.

Los soldados recibían su paga del rey, pero se les permitía en la toma de ciudades enemigas practicar el saqueo. Éste no era una forma vandálica y multitudinaria de apoderarse de los bienes de los moradores, sino que se hacía ordenada y metódicamente, valorando los bienes y señalándoles un precio que el propietario había de pagar a manera de contribución de guerra. Esto se hacía incluso con los bienes de los municipios, archivos, almacenes, y a veces incluso con los bienes eclesiásticos, tesoros de las iglesias, etc. El importe del valor obtenido se repartía a los soldados como un complemento de su paga. En ocasiones, si la paga no llegaba, las tropas se amotinaban y los saqueos eran terribles (ver "El saqueo de Roma").

El enganche se efectuaba en lugares señalados en las ciudades mentadas, colgando un tambor en la fachada para indicar que era lugar de recluta, y como el tambor se llama "caja" quedó hasta nuestros días el nombre de "Caja de Recluta" para los centros de reclutamiento o enganche militar.

También se podía efectuar la recluta por otro sistema: un soldado distinguido que hubiera acreditado durante varios años su valor y eficiencia, y que hubiera ostentado los grados de sargento y alférez, provisto de certificados satisfactorios de sus jefes, solicitaba del rey licencia para "levantar" una compañía, y provisto de ella quedaba convertido en capitán de la gente que reclutase, a cuyo efecto recorría pueblos y ciudades, consiguiendo reunir los hombres necesarios, con los cuales se dirigía a uno de los puertos reseñados, para desde allí ser enviado con su gente a unirse a un tercio en Italia, Flandes y otros lugares en donde éstos tenían sus acuartelamientos y guarnición.

La instrucción o preparación se hacía preferentemente en Milán y una vez preparado el personal se le destinaba a otros puntos de acuartelamiento. Al principio los Tercios tenían cada uno 6.200 hombres, pero después se fue disminuyendo este efectivo porque la experiencia demostró que eran mejores las unidades con menos gente, tanto por su movilidad en el combate, como por la mayor facilidad en aprovisionarla de víveres, armas y pólvora, con lo que el Tercio vino a quedar reducido a la mitad de hombres. Equivalían a los regimientos actuales:

El Tercio de Nápoles, fue el primero que se constituyó, por esto se llamó "Tercio Viejo de Nápoles". Éste tenía a su cargo las guarniciones de la Campania, con las provincias de Avellino, Benevento, Caserta, Salerno y Nápoles. Su cabecera de Tercio estaba en Nápoles, capital, y las compañías guarnecían los castillos de Castel de Oro y Castelnuovo a la entrada de Nápoles, con destacamentos en las islas de Capri, Ischia y Procide. Otras compañías guarnecían el castillo de Rocasecca junto a Montecasino, y la plaza fuerte de Gaeta.

El tercio de Sicilia además de guarnecer la isla tenía tropas destacadas en la calabria, en la Marina de Catanzaro.

El tercio de Cerdeña guarnecía la isla con sus plazas de Cagliari, Nuoro y Sassari.

El tercio de Lombardía o del Milanesado guarnecía Milán, Cremona, Mantua, Sondrio, Varese, Pavía, Brescia, Bérgamo y Como, siendo sus plazas fuertes Castiglione, en Mantua, y San Germano en el Piamonte.

Tercios de Mar

El tercio de la Liga se formó posteriormente, destinándose a proteger la costa suroriental de Italia, el Ducado de Apulia con las provincias de Foggia, Bari, Brindisi, Lecce, Potenza y Tarento, contra los ataques de los turcos. Sus plazas fuertes eran Nola en Bari, Andria en Bari, Canosa en Foggia, Ceriñola, Otranto en Lecce, Malfi en Potenza, Ruvo y Barletta en Bari. Éste era un tercio principalmente destinado a guarnecer las galeras, o sea un tercio embarcado en los barcos que patrullaban frente a la costa, aunque también como tropa de guarnición en los lugares antes indicados. El tercio de Mar estaba formado con efectivos triples de lo normal y sus tropas formaban la Infantería de Marina del Imperio. De estos tres ya hemos citado el de la Liga, pero además estaban:

El Tercio de las galeras de Sicilia

El Tercio Nuevo de Nápoles.



Además de los Tercios existían en Italia, por cuenta de la Corona de España, varias milicias locales, y algunas tropas particulares de algunos grandes señores, como el duque de Medinaceli, en servicio del rey, pero con autonomía organizativa, y sueldo a cuenta de sus organizadores.

La situación de los soldados españoles en Italia, reflejada en numerosas obras literarias del Siglo de Oro, era de una comodidad y bienestar extremados, a lo que contribuía la dulzura del clima, la belleza de las ciudades, la facilidad del idioma, la riqueza del territorio, la identidad religiosa. Por ello la recluta para los Tercios de Italia era siempre fácil. Todo ello aparece reflejado en unos versos o copla popularizada entonces, que dice:


España, mi natura,

Italia mi ventura,

Flandes mi sepultura.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:51 
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Los Tercios de Flandes


La pertenencia de Flandes y los Países Bajos a la Corona de España desde 1506 plantea de inmediato un problema de infraestructura militar muy importante. En primer lugar hay que mantener unas guarniciones fijas en las principales ciudades y puntos estratégicos del territorio, castillos y fortalezas que si en unos casos puede hacerse con tropas naturales del país, en otros, por el temor de que la alta nobleza flamenca intentase una sublevación, como en efecto ocurrió más tarde, exige disponer de tropas castellanas y aragonesas como personal de confianza.

Consecuencia de esta necesidad es la creación del tercio de Flandes, con unos efectivos de 6.200 hombres, que va a guarnecer los puntos más conflictivos. Pero en cualquier caso, se trata de un solo tercio. Sin embargo, el levantamiento de los Estados de Holanda, bajo el mando de Luis de Nassau, obliga a España a transportar a Flandes unos efectivos militares, constituidos principalmente por los tercios de Italia, llamados la AInfantería Española@. Estos tercios, y otros que se organizarán a medida que la guerra avanza, serán los principales protagonistas de aquellas acciones militares, gloriosas unas, trágicas las otras, ambas cosas la mayoría.

Para comprender el despliegue estratégico de las fuerzas españolas en aquella guerra que duró desde 1557 a 1568, y en que se dieron las grandes batallas y se alcanzaron éxitos como la toma de Harlem, la de Gemiguen, la de Breda, la de Zierickzee, la de Mock, que acreditaron al ejército español como el más intrépido pero a la vez el más organizado del mundo, detallaremos a continuación los territorios, teatro de operaciones.

Flandes y el Brabante (hoy Bélgica). Comprende nueve provincias, que son: Amberes, capital Amberes. Brabante, capital Bruselas. Flandes Oriental, capital Gante, Flandes Occidental, capital Brujas. Henao, capital Mons. Lieja, capital Lieja, Limburgo, capital Hasselt, Luxemburgo, capital Arlon. Namur, capital Namur.

Dentro de estas nueve provincias hay que señalar que los dos Flandes están a su vez divididos en distritos, a saber: Flandes Oriental, con seis distritos: Gante, Ecloo, Ourdenarde, Alost, Termonde, San Nicolás. Flandes Occidental, dividida en los siguientes distritos: Brujas, Dixmude, Furnes, Ostende, Boulers, Thieit, Ipres, Dunkerque, Valenciennes, Maubeuge, Cambrai. Walonia, territorio comprendido entre el río Lys y el río Escalda, dividido en los siguientes distritos: Courtrai, Roubair, Lille, Douai, Tourcoing. El territorio de los Países Bajos propiamente dicho, comprendía once distritos o Estados, a saber: Brabante, capital Hertogenbosch. Drenthe, capital Assen. Frisia, capital Leeuwarden. Groninga, capital Groninga. Gueldres, capital Arnhem, Holanda Meridional, capital La Haya, Holanda Septentrional, capital Haarlen. Limburgo, capital Maestricht. Overysel, capital Zwolle, Utrech, capital Utrech. Zelanda, capital Middelburgo.

Las guarniciones españolas en tiempo de paz, se limitaban a un Tercio, compuesto íntegramente por soldados españoles, y cinco banderas o compañías de soldados walones, éstas situadas en los cinco distritos de la región de Walonia. El tercio de Flandes, de tropas españolas, repartía sus efectivos entre Amberes, Bruselas, Gante, Brujas, Maestricht y Utrech, con un efectivo aproximado de 250 hombres en cada una de estas plazas El resto de la guarnición del territorio, desde Lille y Valenciennes, hasta la frontera alemana, estaba encomendado a milicias locales, que reciben nombres diversos, como guardias o cofradías, integradas por algunos elementos de la nobleza como mandos militares, y una tropa no profesional, compuesta por comerciantes y propietarios.

Sin embargo, la sublevación de los Países Bajos, obliga a partir de 1.566 a concentrar en Flandes y los Países Bajos gran número de efectivos, unos procedentes de Italia, y otros organizados en el propio país, o llevados desde Alemania. Los llevados desde Italia son tercios, es decir, unidades expresamente dedicadas a la intervención fuera de la Península Ibérica, como ya hemos dicho. Estos tercios, incardinados en Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Lombardía, se han concentrado previamente en Milán, donde se les ha equipado de armamento y ropas, para una larga campaña. Desde Milán a Flandes efectuarán el camino marchando a pie, teniendo como cuarteles de tránsito el enclave español en Francia que era el Franco Condado, y los Estados soberanos pero aliados a España, y en cierto modo dependientes como los ducados de Saboya y Lorena, situados los tres en la línea logística que une los dos territorios de dominio español, Italia y Flandes.

También se sitúa un refuerzo de tropas llevado por mar, el tercio de Mar, especie de Infantería de Marina, llevado por los galeones desde Laredo y Bilbao, hasta el puerto de Dunkerque. Este tercio mereció llamarse El Sacrificado por su heroísmo.

Ante el cariz que tomaban los acontecimientos de Flandes, el duque de Alba, nombrado generalísimo de las fuerzas de Flandes, decidió trasladar tropas de Italia a las provincias rebeldes, a cuyo efecto las concentró en Alessandria della Palla y las revistó el día 2 de junio de 1.567, emprendiendo la marcha hacia Flandes. En la vanguardia iba el tercio de Nápoles con tres escuadrones de caballería italiana y dos compañías de arcabuceros españoles. A continuación el tercio de Lombardía con cuatro compañías de caballos ligeros españoles. A retaguardia toda la infantería de los tercios anteriormente citados y los tercios completos de Sicilia y Cerdeña, cerrando la retaguarida dos escuadrones de caballería de albaneses. En total 1.500 jinetes y 9.348 hombres de infantería. El propio Duque de Alba iba en la vanguardia al frente del Tercio de Nápoles.

La ruta hacia Flandes se siguió desde Milán por tierras del llamado camino español a Flandes que podía ser de soberanía, como las provincias españolas del Franco Condado y Luxemburgo, o de países aliados o amigos.

La marcha de los Tercios españoles desde Italia a Flandes fue la Kermese, el espectáculo sin par del siglo XVI. Cuentan que los nobles, los intelectuales y los elegantes de París salieron en sus coches al camino para verles pasar.

El caballero Pierre de Bourdeille, Señor de Bratôme, escribió en su Diario estas luminosas palabras: AIban arrogantes como príncipes, y tan apuestos, que todos parecían capitanes.@

Esta tropa expedicionaria se unió a las tropas españolas que existían en el país flamenco, y otras dependientes del rey aunque de nacionalidades distintas. Así en el mes de julio los efectivos totales que según el ASumario de las guerras civiles y causas de la rebelión de Flandes@, escrita por P. Cornejo, quien a la vez que cronista fue protagonista de ellas como militar, se contaban en Flandes eran:

Tercio de Nápoles: mandado por Rodrigo de Toledo, 19 compañías con un total de 3. 194 soldados.

Tercio de Lombardía: Mandado por Fernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba, después pasó a mandarlo Sancho de Londoño, 10 compañías con un total de 1.204 soldados.

Tercio de Sicilia: mandado por Julián Romero, y después por Lope de Figueroa, 19 compañías con 3.194 soldados.

Tercio de Cerdeña: mandado por Lope de Acuña y después por Juan Solís, 10 compañías con 1756 soldados.

Tercio de Flandes: mandado por Gonzalo de Bracamonte, 19 compañías con 4750 soldados.

Tercio de la Liga: mandado por Francisco Valdés, 19 compañías con 4750 soldados. Este tercio fue creado al constituirse la *Santa Liga+ firmada el día 8 de febrero de 1538 entre el Papa, España y Venecia, para defender el Mediterráneo contra los turcos.

En estas tropas llamadas Infantería española 1/3 son arcabuceros y mosqueteros; 1/3 coseletes o coraceros que combaten solamente con espada, y 1/3 de picas secas, que combaten utilizando la pica, considerada la más noble y la reina de las batallas.

El tercio de Mar: es el antiguo tercio de Figueroa, reformado por Real Orden de 27 de febrero de 1566 con el nuevo nombre de Tercio de la Armada de la mar Océana.

El tren de artillería dispuesto por el duque de Alba estaba formado por 36 baterías. Cada batería se compone de 6 cañones de a 40 o 50 libras de peso por proyectil, 2 culebrinas de 12 a 16, libras, 4 semiculebrinas, de 6 a 8 libras, 12 falconetes de 2 a 5 libras. Este tren de artillería podía servir lo mismo para batir murallas en el asedio a las ciudades, con las piezas de mayor calibre, que para combatir a campo raso como apoyo directo a la infantería en el combate, en cuyos dos supuestos se aumentaban las piezas de uno u otro calibre.

El total de soldados del tren de artillería se elevaba a 3.600 con un mando de oficiales o gentileshombres según se les llamaba, de 140, y un personal subalterno de mecánicos, polvoristas, etc., de 100, más 3 ingenieros, y 10 oficiales subalternos. El tren de artillería se dividía en tres regimientos, cada uno con sus mandos correspondientes.

Todas estas tropas iban acompañadas de capellanes, médicos cirujanos, mariscales (lo que hoy llamaríamos veterinarios y herradores), carros y mulas para equipo y equipajes personales con sus correspondientes acemileros y carreros, y un servicio de comunicaciones formado por los correos de a pie y de a caballo. Las comunicaciones interiores en el tercio se realizaban mediante las señales acústicas realizadas por los tambores, con un código de señales que eran los Atoques de ordenanza@. A la vez, los tambores actuaban como enlaces, y como agentes de información. Por la distinción de que gozaban y el sueldo que recibían podemos considerar que cada tambor estaba equiparado a lo que hoy sería un oficial radiotelegrafista.

Según la Memoria que el duque de Alba dejara a su sucesor en el mando Luis de Requesens, el despliegue de las fuerzas españolas era el siguiente:

Holanda. En La Haya 5 banderas o compañías; en Wardinghen 2; en Maslandt 2; en Capel Viterhoor 3; en Zetfel 2; en Putlop 1; en Hermelen 1; en Fluten 1; en Luistcot 1; en el castillo de Eghmont 9; en Masland Cluse 3; en Aldickt 2; en Lier, 1; en Walteringhe 4; en Catuick 4; en Walkenbourghe 2; en Werscohen 4; en Soter Vaut 4; en Leyden Dorp 1 y en Bodgrave 1. Total en Holanda 59 banderas o compañías, a 250 o 150 hombres.

Brabante. En Bergepzon 4 banderas; en Tolaa 3; en Estamberghe 2; en Besberghe 1; en Baol 1; en Hestorhart 1 y en el Castillo de Amberes 1. Total 13 banderas a 250 o 150 hombres.

Zelanda. En Lagous 2; en Viana 1; en el Castillo de Valenciennes 1; en Malinas 1. Total 7 banderas a 250 o 150 hombres.

También había alemanes. Éstos estaban acantonados en las comarcas de Overissel, Henao, Luxemburgo, Harlem, Nimega, La Haya, Tionville, Monster, Eghemont, Maestrich, Amberes, Breda, Bruselas, Leyden, Utrech, y en otros lugares.

En el ejército español se contaban 104 compañías o banderas de tropas walonas. Sin embargo, conviene tener en cuenta que una gran parte de sus efectivos eran soldados españoles, muchos de ellos catalanes. De las 104 estaban 38 mandadas por jefes españoles, a saber: 10 mandadas por Gaspar Robles; 15 por Mondragón; 6 por Alonso Gómez Gallo; 7 por Francisco Verdugo. Éstos con la categoría de Maestre, es decir, de coronel. La mayoría de los oficiales eran españoles. Los walones procedían de la zona francófona de la actual Bélgica.

En la guerra de Flandes los efectivos españoles y al servicio de España son: Infantería, 57.500, Caballería, 4.780, Artillería, 3.600. Gastadores (ingenieros), 4.121. Transporte, 3,000. Tercios de Mar, 9.000. Total hombres, 82.001. Estos efectivos, de los que si descontamos los dedicados al transporte son 79.000 hombres, habían de luchar no sólo contra toda Holanda y Flandes en armas, sino contra los ejércitos que Inglaterra y Francia enviaban a la zona de conflicto. Ejércitos importantes como el inglés mandado por John Morris, el de Sir Robert Dudley, conde de Leicester, también inglés, y el mandado por Enrique IV de Francia.

De cualquier modo, el peso importante de las campañas fue siempre llevado por los tercios de la Infantería española. Los que hicieron glorioso y temible en Europa su nombre sonoro de los tercios de Flandes.

El soldado de los tercios, o por mejor decir, tal como han de nombrarle en la lista, Señor Soldado, y con el don delante, porque es segundón de casa noble, aunque no tenga patrimonio, y lleva más que rozada la ropilla y el coleto.

Ufano de su talle y su persona
con la altivez de un rey en el semblante
aunque rotas quizá, viste arrogante
sus calzas, su ropilla y su valona.

Noble segundón sin patrimonio, pero con amor a la gloria, a la aventura, y por ello, a la guerra. Recorrió los caminos luminosos y verdes campos de la Italia renacentista, y las tierras frías y encharcadas de los pantanos de la brumosa Flandes.

Su espada es su tesoro, y su pluma en el sombrero chambergo, su penacho y su gala. No le importa morir si es por su Religión y por su rey, aunque haya de dejar llorando a alguna dama:

Monna Laura, señora mía
no quisiera haceros llorar;
Monna Laura, al rayar el día
mi Tercio se va a pelear.
Con los pífanos y atambores
que al frente lleva el Tercio Real
le irán haciendo a tus amores
un responsorio funeral.
Quizá en las torres de Gaeta
o en las murallas de Milán
se termine la vida inquieta
de tu aventurero galán.
Acaso voy hacia la Historia
o acaso voy hacia la muerte;
pero bien me cuesta la gloria
el duro precio de perderte.

El Señor Soldado tiene un alto sentido del amor y del respeto a las damas. La mitad de sus desafíos son por defender el honor de una dama a quien acaso ni siquiera conoce y de la que nada espera. Ha elevado a la mujer a una categoría arcangélica. La desea, pero no se atreve, las más de las veces, a solicitarla.

Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno.

Con la honra, por delante, de su apellido y de sus cicatrices ganadas en el campo de batalla, habla a las damas con la más exquisita galantería:

Mi porte desenfadado
y aquesta banda pomposa
bien gallardamente os dicen
que estuve en Flandes, señora.
Y si nobleza quisiereis
mirad cómo la pregona
la cruz que luce en mi pecho
cual viviente ejecutoria
de que es hidalga mi sangre
y es mi prosapia famosa.
Llevado de nobles ansias
dejé mi vieja casona,
he corrido muchas tierras
en pos de lides heroicas,
y derramando mi sangre
y acrecentando mi honra
he cosechado mil lauros
pero ninguna derrota.
Luché asaz, pero soy pobre
porque derroché mis doblas
en plumas para mis fieltros
de anchas alas orgullosas,
en bien guarnecidos cintos
para mis ricas tizonas
y en gigantescas espuelas
para mis altivas botas;
que en poniéndome a ser grande
!ni el Rey con ser rey me dobla!
De tanto gallardo arreo,
de tanta lucida gloria
sólo han venido a quedarme
como recuerdo, señora,
unas cuantas cicatrices,
mi banda de seda roja,
la insignia del Santo Apóstol,
y esta espada fanfarrona,
que mas que mi brazo es débil
y es vieja y está mohosa,
para ganaros un reino
aún tiene fuerza de sobra.

Genio y figura. El viejo soldado, que no tiene fortuna, que ni siquiera tuvo la fortuna de que le matasen en un combate o en un desafío, regresa a España, tras de sus campañas de Italia y de Flandes. Aún presume ante las damas, retorciéndose el bigote, aliñando cuidadosamente las vueltas de su capa raída, y apoyando la mano sobre la empuñadura de la vieja espada que trae al costado.

Pero al final, su destino es bien triste. Lo único que ha sacado de su vida aventurera han sido las aventuras en sí mismas, la honra de haberlas vivido, y la cruz de la Orden de Santiago para llevarla al pecho.

El viejo Señor Soldado acabará recordando con nostalgia sus guerras pasadas, y pidiendo en un Memorial, una mísera pensión al Gobierno:

Negar que la batalla de Nancy se perdiera
si el gran duque de Alba ordenado la hubiera;
negar su hija al rico indiano pretendiente
porque no es noble asaz don Bela; y finalmente
alegar sus innúmeras proezas militares
para pedirle unos ducados a Olivares.

Así han visto al Señor Soldado los poetas Eduardo Marquina, Enrique López Alarcón, Manuel Machado, Ardavín.., y así se ha visto él mismo. Porque el Señor Soldado tuvo también su pluma y su tintero, y fue dejando por el mundo -llámese Torres Naharro o Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca o el mismo Cervantes-, muestras de su ingenio y retazos de corazón.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:53 
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zaragoza escribió:
Reclutamiento


La primera necesidad que se sentía para formar un Tercio era reclutar a los hombres que habían de formarlo. Para reclutar a las tropas, se otorgaba a la persona que trataba de levantarlas un real despacho o permiso que recibía el nombre de conducta, a la que se añadía una instrucción que servía de norma para llevar a cabo estas operaciones. No resultaba fácil la selección de los capitanes que habían de formar las nuevas compañías.

En el momento en que se tenían noticias de que se iba a producir un nuevo reclutamiento, una legión de pretendientes trataba de llegar a la Corte y exponer su pretensión, llevando sus hojas de servicios más o menos brillantes y, a veces, hasta supuestas.

El duque de Alba, con el enorme prestigio que su figura llevaba consigo, soslayó los inconvenientes de los "pretendientes" y al necesitar una nueva leva para sus Tercios, escribió al rey pidiéndole los soldados, añadiendo que él mismo mandaría a los hombres apropiados para hacerse cargo de los reclutas.

El compromiso siempre era voluntario, excepción hecha de ciertos condenados que venían forzosamente a servir al rey. Una vez firmado el contrato de alistamiento -que no tenía límite de tiempo establecido- el soldado podía ser destinado a cualquier parte y a cualquier país. El aprendizaje, la instrucción, que diríamos ahora, era algo que en los Tercios se cuidaba con esmero. Estaba determinado que ningún soldado formara en las filas de los Tercios antes de saber bien su oficio. El período de recluta, cuyo tiempo era variable según las circunstancias, se pasaba, normalmente, en los Tercios de Italia, en servicio de guarnición y aprendiendo de los veteranos a ser soldados. Entonces recibían el nombre de pajes de rodela, encargados de llevar las armas de los veteranos a los que estaban adscritos. Así se ejercitaban en el dominio y manejo de sus armas e incluso de las que no eran de su especialización, de los movimientos tácticos y de las evoluciones precisas en el campo de batalla y recibían una esmerada preparación física que incluía -en el siglo XVI- prácticas de salto, natación, equitación y juego de pelota, aparte otras prácticas y juegos que se realizaban aprovechando cualquier rato de ocio o descanso, porque "es preciso que el infante no caiga nunca en la ociosidad para que así no caiga nunca en la pereza".


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:54 
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zaragoza escribió:
El camino español.

INTRODUCCIÓN

Los Países Bajos o Flandes, comprendían en el siglo XVI los actuales Estados de Bélgica. Holanda, Luxemburgo y algunos de los departamentos franceses del Noroeste. Por su riqueza y situación, eran una de las bases de la potencia europea de los Austrias españoles. En la década de 1560 y en nombre de Felipe II, gobernaba allí Margarita de Parma (hija natural de Carlos I) asesorada por el ministro español Cardenal Granvela. Los años 1560-1564 contemplaron la aparición de una oposición concertada a la política del gobierno de Felipe II, agravada por la propagación del calvinismo. La política de intransigencia religiosa impuesta por el Cardenal motivó que los nobles flamencos solicitaran del Rey el relevo del Ministro. La retirada de Granvela. que tuvo lugar en marzo de 1564, dejó el control de los asuntos de Flandes en manos del Consejo de Estado, cuerpo dominado por la alta nobleza flamenca. En el año 1566 se informó a Felipe II de que la situación en los Países Bajos era tan grave que sólo admitía dos actitudes políticas: concesión o represión. Habiendo fracasado abiertamente la primera parecía muy clara la segunda alternativa. En el curso de los meses de octubre y noviembre del mismo año, largas deliberaciones entre el Rey y su consejo español desembocaron en la decisión de enviar a Flandes tropas españolas al mando del Duque de Alba.


ANTECEDENTES

El dilema que se le presentaba al Rey era la elección de itinerarios seguros para el envío de tropas. Durante la década de 1540 y siguientes, España había mandado hombres y dinero desde las costas cantábricas a los Países Bajos. Mientras estuvo en guerra con Francia, España dominaba el océano y gozaba de la hospitalidad de los puertos ingleses, incluido el profundo puerto de Calais, donde podían refugiarse o desembarcar. A partir de 1558 se perdieron todas estas importantísimas ventajas.

El primer revés en la posición marítima de España, fue la toma por Francia a los ingleses del puerto de Calais, en enero de 1558. La pérdida de dicho puerto supuso una profunda humillación para Inglaterra, y a España le correspondió inevitablemente parte de la culpa. En el año 1568 unos barcos españoles, que se dirigían hacia los Países Bajos, fueron arrastrados por una tormenta hasta Southampton y la reina de Inglaterra ordenó su captura. A este acto siguió una campaña de agresiones sordas por lo que los barcos españoles navegaban con el temor de ser atacados desde allí.

Ese mismo año contempló también la aparición de una segunda amenaza marítima para España: los hugonotes formaron una armada en La Rochelle, integrada por 70 bajeles para colaborar en la causa de los protestantes franceses mediante la piratería. Los piratas medraron principalmente a costa del botín que capturaban a los mercaderes españoles en el Golfo de Vizcaya. Pronto se unieron a este lucrativo negocio los "mendigos del mar", habitantes de los Países Bajos, desterrados por haber tomado parte en las revueltas de 1566-67, que estaban organizados como flota regular al servicio del Príncipe de Orange. Con base en La Rochelle, Dover y en otros puertos que se lo permitieron, acosaron sin piedad a los barcos españoles.

El envío de tropas o dinero desde España a los Países Bajos por mar se convirtió de este modo, después de 1568, en un asunto extremadamente arriesgado. Unido esto a que la mayor parte del ejército se encontraba de guarnición en Italia, motivó que se tomaran en cuenta las rutas terrestres. El grueso de las tropas que llegó al ejército de Flandes, lo hizo por este medio, viajando principalmente por la famosa ruta conocida entonces y aún en nuestros días en algunos lugares, como «LE CHEMIN DES ESPAGNOLS" (el camino español).

El "camino español" lo ideó por primera vez en 1563 el Cardenal Granvela: Cuando Felipe II pensaba visitar los Países Bajos, el cardenal apuntó como más cómoda y segura la ruta que, partiendo de España vía Génova, les llevaría a Lombardía. Desde ese punto la ruta pasaría por Saboya, Franco Condado y Lorena; tal itinerario poseía una visible ventaja: se extendía casi enteramente por territorios propios.

El Rey de España era Duque de Milán y gobernaba en el Franco Condado como Príncipe Soberano. Durante el período de los Habsburgo. España concertó pacientemente estrechas alianzas con los gobernantes de los territorios que separaban sus propios dominios. Desde 1528 España había sido el principal apoyo del patriciado que gobernaba en Génova. El Duque de Saboya era viejo aliado, el fundamento legal de la alianza de Saboya y España era el Tratado de Groenendal (26 marzo de 1559), pero la duradera "entente" de los Estados radicaba en el deseo de Saboya de conseguir territorio francés (para lo que le era necesaria la ayuda española), y la necesidad que España tenía de un corredor militar entre Milán y el Franco Condado. El Ducado de Lorena vivía una situación de neutralidad que habían acordado Francia y España en 1547 estas condiciones permitían el paso libre a las tropas de todas las potencias con tal de que no permanecieran en el mismo lugar más de dos noches.

Después de atravesar Lorena, las tropas que se dirigían de Italia a los Países Bajos, penetraban en los mismos por el Luxemburgo español. Si bien España gozaba así de una firme amistad con todos los Estados que constituían los jalones de su camino hacia los Países Bajos, los Estados eran independientes bajo todos los aspectos y cada vez que las tropas habían de pasar por ellos, debían ser precedidos de respetuosas proposiciones diplomáticas.


EL CAMINO ESPAÑOL

El corredor militar conocido como "el camino español" no fue descubierto ni monopolizado por los españoles. Algunos tramos eran utilizados regularmente por mercaderes: los comerciantes que se trasladaban con sus mercancías desde Francia a Italia utilizaban normalmente el monte Cenis y el Maurienne en invierno, y el Pequeño San Bernardo y el Tarantaise en verano. En el año 1566 al ser designado el Duque de Alba Gobernador General de los Países Bajos y jefe de la expedición militar que debía reprimir la rebelión existente, con su acostumbrada minuciosidad y la colaboración de su Comisario General, Francisco de Ibarra, se dedicó al estudio del itinerario que debían seguir las tropas. Una vez trazado el mismo en sus líneas generales, enviaron a un ingeniero especializado con 300 zapadores para ensanchar caminos en el empinado valle que sube desde Novalesa por Ferreira hasta el desfiladero de Monte Cenis. Por lo tanto, puede considerarse al Duque de Alba, como artífice del corredor militar denominado "camino español", vigente desde 1567 a 1622.

El itinerario que seguía, no tenía nada de especial. Estaba constituido por una cadena de puntos fijos obligados: los puentes indispensables, los vados y transbordadores que comunicaban las localidades con capacidad suficiente para alojar a los viajeros decorosamente.

Una vez que el gobierno había decidido el itinerario de sus tropas, debían hacerse mapas detallados sobre el terreno. La primera expedición realizada por el Duque de Alba en 1567, atravesó el Franco Condado con un mapa elaborado por don Fernando de Lanoy.

Los jefes militares hacían uso de dichos mapas para cruzar los distintos Estados, pero cuando se carecía de ellos, se contrataban guías locales que eran los encargados de conducir a las tropas por su propia región. Solían preceder a las expediciones militares grupos de exploradores que comprobaban si todo estaba dispuesto a lo largo de la ruta.

La preparación anticipada de caminos, provisiones y transporte aumentaba lógicamente la rapidez en el traslado de las tropas al frente. Si todo estaba en orden, un regimiento podía hacer el viaje desde Milán a Namur (unas 700 millas) en seis semanas aproximadamente. En febrero de 1578 una expedición tardó solamente 32 días. en 1582 otra empleó 34. La duración por término medio de las marchas era de 48 días (ver cuadro).

Un factor que influía en la rapidez del conjunto de una expedición, era el número de grupos en que se dividía. Al parecer para que la unidad de marcha fuera manejable con comodidad. no debía tener más de 3.000 soldados.

Obviamente, la duración de la marcha a los Países Bajos estaba determinada por la rapidez con que se desplazaban los soldados. La velocidad normal de los ejércitos que utilizaban «el camino", parece haber sido de unas 12 millas por día. Si bien la expedición que en el año 1578 empleó solo 32 días en su marcha. habría sacado un promedio de 23 millas diarias.

Como anteriormente se ha expuesto, el uso de este corredor por el ejército de Flandes estuvo vigente hasta el año 1622 cuando el Duque de Saboya firmó un tratado anti-español con Francia, en el cual se prohibía el tránsito de nuestras tropas por su territorio. y dio fin de este modo al uso del "camino español".

Su pérdida obligó al gobierno al estudio de otro corredor militar. Con tal motivo se iniciaron negociaciones diplomáticas con los cantones suizos, a fin de conseguir permiso de tránsito de tropas españolas por su territorio y el paso del Rhin.

Este segundo corredor partía de Milán y por los valles de la Engadina y la Valtelina llegaba a Landeck, en el Tirol, de ahí cruzando el Rhin por Breisach en Alsacia, se pasaba al Ducado de Lorena y a través de él hasta los Países Bajos.

La invasión francesa del valle de la Valtelina, la pérdida de Alsacia a manos de los franceses, fueron golpes mortales para los corredores militares españoles, empero, el más grave sin duda fue la ocupación del ducado de Lorena por Luis XIII en 1633. Todas las rutas por tierra que servían para el aprovisionamiento de las tropas del Imperio español en los Países Bajos, dependían del derecho de paso por Lorena, por lo tanto, con esta ocupación quedaron fuera de uso por imposición francesa.


APROVISIONAMIENTO DEL EJÉRCITO DURANTE SU TRÁNSITO POR EL "CAMINO ESPAÑOL"

El aumento del volumen de tropas y la escalada de las operaciones militares durante el siglo XVI intensificaron lógicamente el peso del aprovisionamiento de los ejércitos.

Alrededor de 1550 apareció una nueva institución: la "étape militaire". La idea no era nueva, las staples o étapes hacía mucho que se usaban como centros comerciales; eran lugares donde los comerciantes y sus clientes concurrían en la seguridad de que allí podrían encontrarse para hacer sus transacciones y donde se almacenaban mercancías para su venta y distribución. En el siglo XVI la institución fue adaptada con fines militares. En el 1551, por ejemplo, para atender el paso frecuente de grandes contingentes de tropas francesas por el valle de Maurienne con dirección a Italia, los franceses establecieron una cadena permanente de étapes. Estas resultaron útiles, y así continuaron funcionando aun después de que los franceses se retiraran en 1559. En 1567 el Duque de Alba pudo servirse de las étapes organizadas por los franceses, a su paso por el Maurienne, pero tuvo que ocuparse de disponer una nueva cadena para el resto de su viaje hasta Bruselas.

En sistema de étapes era sencillo y razonable. Se establecía como centro la staple o pueblo, al que se llevaban y desde el que se distribuían las provisiones a las tropas. Si había que darles cama, se recurría a las casas de la étape y de los pueblos circundantes. Los encargados de la étape, junto con los comisarios ordenadores, responsables del alojamiento de los soldados emitían unos vales especiales, llamados billets de logement que determinaban el número de personas y caballos que habían de acomodarse en cada casa. Después de partir las tropas, los dueños de estas podían presentar los billets al recaudador local de contribuciones y exigir su pago contra obligaciones por impuestos, pasados o futuros.

Cada expedición que utilizaba el «camino español", era precedida de un comisario especial, enviado desde Bruselas o Milán para determinar con los gobiernos de Luxemburgo, Lorena, Franco Condado y Saboya, el itinerario de las tropas, los lugares en que habían de detenerse, la cantidad de víveres que había de proporcionárseles y su precio. Normalmente cada gobierno provincial solicitaba ofertas de aprovisionamiento para una o más étapes (las ofertas las hacía muy frecuentemente, un robin -letrado- de uno de los tribunales provinciales de justicia, o un oficial del gobierno local).

Los asentistas cuya oferta era aceptada. debían firmar una "capitulación" que fijaba la cantidad de alimentos que habían de proporcionar y los precios que podían exigir por ellos, así como el modo de pago.

Además de víveres, era frecuente que las étapes tuvieran que proporcionar a las tropas medios para transportar la impedimenta. En los valles alpinos el transporte se hacia con acémilas, las mulas pequeñas llevaban entre 200 y 250 libras y entre 300 y 400 las grandes. A cada compañía le eran necesarias para su traslado entre 20 y 40 mulas en los pasos alpinos, o bien de dos a cuatro carretas en terreno llano, según la cantidad de equipaje.

CONCLUSIÓN

Con el "camino español", España consiguió, a base de ingenio y tenacidad y a pesar de la distancia reunir como por control remoto, un gran ejército a cientos de kilómetros del centro político de la monarquía.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:54 
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Batalla de Rocroi, 1643


Durante mucho tiempo la batalla de Rocroi ha sido considerada como el ocaso de los tercios españoles, el momento en el que dejaron de ser el mejor ejército del mundo. Sin embargo una visión mas actual ha demostrado que pese a tan importante derrota los tercios aún mantuvieron un alto grado de eficacia y operatividad, y su aportación militar en las campañas contra Francia proporcionó algunas victorias significativas, si bien es cierto que su esplendor y brillo nunca alcanzaron cotas pasadas.

Un año antes de la batalla, el 26 de mayo de 1642, prácticamente las mismas tropas que mandó el Capitán General Melo en Rocroi habían derrotado al ejército francés en Honnecourt, y posteriormente, el 23 de noviembre de 1643 un ejército imperial aniquiló a otro galo en la batalla de Tuttlingen. Estos dos ejemplos pueden ilustrar que en sí misma la batalla de Rocroi no tuvo un peso decisivo en las operaciones militares. La derrota de los invencibles tercios se produjo en el momento en que Francia tomaba protagonismo en Europa de la mano de Luis XIV, al mismo tiempo que la hegemonía española decaía. Por ello suele ser habitual tomar Rocroi como punto de inflexión en los acontecimientos militares de la época.

Es el año 1643. Francia y España está enfrentadas por el dominio de Europa en el marco de lo que se ha denominado Guerra de los Treinta Años. Por un lado España resiste ante el empuje holandés y francés y por otro tiene que hacer frente a revueltas en Cataluña y Portugal. A pesar de todo la agotada maquinaria militar española soporta la presión ejercida por todos sus enemigos.

El portugués Francisco de Melo es el capitán general de los tercios de Flandes desde diciembre de 1641. Con el fín de aliviar la presión que ejercían los franceses que apoyaban las revueltas en Cataluña, diseñó una campaña militar para atraer sobre sí a los ejércitos galos. Las tropas francesas las manda Luis II de Borbón, Duque de Enghien, un joven de 21 años y con escasa experiencia militar.

Melo y Enghien reunieron a sus respectivos ejércitos. El portugués ordenó el sitio de la villa de Rocroi sita en lo que hoy es la frontera franco-belga, y dirigió hacia el lugar a todas las tropas disponibles, que fueron llegando y ocupando posiciones con vistas a un inminente asalto. Mientras tanto Enghien, avisado de las intenciones españolas, dirigió sus efectivos para romper el cerco de la ciudad y provocar una batalla en campo abierto. Para hacerlo debía atravesar un desfiladero, que Melo imprudentemente no ocupó, permitiendo a los franceses tomar posiciones en la llanura con relativa facilidad. Quizás el portugués pensó que Enghien solo quería dar socorro a la plaza y no forzar la batalla en campo abierto. Lo cierto es que este error fue decisivo en el transcurso de las operaciones posteriores.


Franceses y españoles disponen de un número similar de fuerzas. La presencia en las cercanías de un cuerpo de ejército al mando del general barón de Beck podía haber desequilibrado la balanza a favor de los imperiales, pero su presencia fue tardía en el campo de batalla y no pudo aportar nada, salvo recoger los restos del desastre.
El día 18 de mayo ambos ejércitos formaban en orden de combate uno frente a otro. El general galo Gassión hizo una tentativa fallida por socorrer la plaza. Al caer el día el francés barón La Ferte también lo intentó con la caballería. Enghien le ordenó volver rápidamente viendo que quedaba el flanco izquierdo desguarnecido. Si Melo hubiera tomado en ese momento la iniciativa podría haber puesto en serios aprietos a los franceses, pero su inmovilidad pudo ser un nuevo error a la lista de despropósitos de aquellas aciagas jornadas.

En las fuentes que he consultado se refleja la dificultad por conseguir información veraz del despliegue de la infantería española. ¿Dos líneas? ¿Tres? ¿O cuatro?. Lo que si es cierto es que los tercios españoles ocupaban la posición más expuesta en la vanguardia, "privilegio" que tenían por ser verdaderas tropas de élite y por el carácter orgulloso de quienes las componían. El honor y la honra tenía casi más valor que la propia vida. A tal punto se llegaba que oficiales y tropa tenían auténticos conflictos por ver quienes eran los que se pondrían al frente del tercio. Incluso estaba tipificado un castigo para aquél que se saltara el orden de combate preestablecido. Sin duda eran otros tiempos. Era de lo más frecuente ver a los oficiales y a gente particular ocupar la primera línea con una pica o un mosquete en la mano o encabezando el asalto a una brecha.

Los tercios españoles eran los de Velandia, Castellví, Garcíes, Mercader (ex -Alburquerque) y Villalba. El nombre respondía al del maestre de campo correspondiente. En posiciones menos expuestas estaban los tres tercios italianos junto con uno borgoñón, cuestión que tuvo su importancia como veremos más adelante. Los tercios valones y alemanes formaban en la reserva. Estas eran las tropas de infantería mandadas por el Conde de La Fontaine, hombre anciano que tenía que moverse en el campo de batalla en silla de manos por padecer gota.

El ala izquierda de la caballería imperial estaba mandada por el Duque de Alburquerque y estaba integrada por los jinetes de flandes, y el ala derecha por el Conde de Isemburg con escuadrones alsacianos. La artillería la mandaba Don Alvaro de Melo, hermano del Capitán General, y se reparte por el frente del despliegue español.


Los franceses también se presentan con la caballería en las alas como era habitual en la época. En el ala izquierda dos líneas mandadas por La Ferté Senneterre y L'Hopital. En la derecha Gassion y el propio duque de Enghien. En el centro la infantería forma en dos líneas, la primera mandada por Espernan y la segunda por Valliere. En reserva se situa Sirot con tropas mixtas de infantería y caballería. La diferencia entre el planteamiento español y francés es que este último intercalaba entre las unidades de caballería a tropas de infantería, principalmente mosqueteros. Esta táctica ya había sido introducida años atrás por Gustavo Adolfo de Suecia con muy buenos resultados.
Durante la noche Melo ordena que 500 mosqueteros elegidos tomen posiciones en una arboleda cercana situada a la izquierda del despliegue español, con el fín de tomar alguna ventaja en el campo de batalla. En el devenir de la batalla esta decisión no tuvo ningún peso y los mosqueteros fueron sacrificados inutilmente.

Con las primeras luces del día 19 los franceses atacan con su caballería el flanco izquierdo español. Son rechazados por los de Flandes que manda Alburquerque y los escuadrones de caballería se reagrupan al amparo de las unidades de mosqueteros que las acompañan. Al mismo tiempo Enghien, que ha recibido noticias de la presencia de los españoles en la arboleda cercana envía unidades que los sorprenden y desalojan de sus posiciones.

Entre tanto una segunda línea de caballería francesa rodea la arboleda tratando de sorprender a los jinetes de Alburquerque. El duque realiza una contracarga pero se ve atrapado por el fuego de los mosqueteros franceses que acompañan a la caballería y por los disparos de las unidades que han tomado la arboleda. El resultado es que la caballería española del ala izquierda se rompe y se deshace.


En el ala izquierda La Ferte, sin autorización de Enghien, carga con la caballería. Isemburg, viendo la maniobra envía a sus jinetes que desarbolan el ataque francés. En su empuje la caballería alsaciana arrolla algunas unidades francesas y toma varias piezas de artillería. En este punto parece que los imperiales toman ventaja, pero los jinetes de Alsacia se dedican al saqueo pese a las protestas de Insenburg. ¿Era el instante para que la infantería española avanzara y decantara la batalla a su favor? Es posible. Lo cierto es que La Fontaine no hizo nada.
Volvemos a la izquierda del despliegue español. Enghien, después de derrotar a Alburquerque, arroja a sus jinetes contra los tercios que forman a la izquierda de la vanguardia española. Son los del Conde de Villalba y Don Antonio de Velandia. El combate debió de ser encarnizado. La prueba es que los dos maestres de campo citados anteriormente perdieron la vida en este lance. Es posible que también La Fontaine muriera en ese momento. En cualquier caso los tercios se mantuvieron firmes y no cedieron la posición.

Hasta ese instante la contienda está igualada. Y es cuando Enghien, con una sorprendente maniobra desequilibra el combate del lado francés. Reorganiza sus unidades de caballería del ala derecha y se lanza contra los tercios de retaguardia valones y alemanes, los desorganiza y los derrota. Aprovechando el éxito de la maniobra los jinetes franceses sorprenden por la retaguardia a Isenburg, que de repente se ve atacado por dos lados, ya que La Ferte ha reorganizado en la retaguardia francesa a lo que queda de su caballería y la ha vuelto a lanzar contra los alsacianos. El resultado es desastroso para los imperiales. En poco tiempo lo único que queda firme son los tercios españoles e italianos.

En una situación tan delicada los italianos comienzan a retirarse. Según parece fue Melo quien dio la orden, aunque a los italianos no les costó mucho obedecerla, ya que desde el comienzo de las operaciones se habían sentido muy molestos por no haber formado en vanguardia. Con sus banderas desplegadas abandonan a su suerte a los tercios españoles que quedan solos en el campo de batalla.

Cinco tercios es el único escollo que le queda por salvar a Enghien para certificar su victoria. Pronto son rodeados por todo el ejército francés, que se ceba en ellos diezmándolos poco a poco. Haciendo un frente de picas la vieja infantería resiste con valor y entereza. Durante dos largas horas los hombres se agrupan en torno a sus banderas sabiendo que están solos en el campo de batalla. Rechazan hasta tres cargas. La última resistencia es la del tercio de Mercader, en esos momentos prisionero, mandado por su tambor mayor y que ha recogido a los maestres de campo Garcíes y Casteví. Los franceses, ante la tenacidad española, les ofrecen una rendición digna, que finalmente es aceptada a cambio de que se respete la vida al puñado de supervivientes y derecho de paso hasta Fuenterrabía. La única forma que tuvo Enghien de sacar a los tercios del campo de batalla fue ofreciéndoles una capitulación como si se tratara de una fortaleza, tal era la determinación y coraje de aquellos hombres, a pesar de que muchos de ellos estaban heridos, exhaustos y sin munición.
Las bajas entre los imperiales se podrían cifrar en unos cuatro mil muertos, la mayoría españoles, y entre dos mil y dos mil quinientos prisioneros. En el bando francés hablaríamos de unos dos mil quinientos muertos. Los que consiguieron escapar fueron recogidos por el barón de Beck, que con su presencia consiguió evitar la persecución de todas aquellas tropas dispersas.


Varias pueden ser las causas de la derrota española. Por un lado quizás Melo infravaloró al ejército francés, al cual había batido un año antes en Honnecourt, y no tomó las decisiones acertadas para frenar el despliegue enemigo. También se ha comentado la deficiente puesta en escena de la infantería que diseñó La Fontaine y la falta de iniciativa en los momentos clave. La caballería imperial luchó bravamente, Alburquerque e Isemburg resultaron heridos, pero una cierta anarquía en su funcionamiento provocó que se dispersara por el campo de batalla y no se reorganizara en los momentos clave. Esto contrasta con el buen orden y disciplina de los jinetes de Enghien, que después de las cargas rehacían sus escuadrones, siendo de nuevo operativos. Sin duda las tropas más sacrificadas fueron los tercios. Valones, alemanes y borgoñones lucharon valientemente. Pero los que llevaron la peor parte fueron los españoles.

Sea como fuere el mérito de la victoria la tiene Enghien, que supo aprovechar los errores de sus rivales y, con una brillante maniobra rodeando la retaguardia imperial desarboló al ejército de Melo, dejándolo en una situación desastrosa. Hay algunas fuentes que atribuyen a Gassión el mérito de esta maniobra, pero la historia hasta el momento se la ha atribuido al entonces futuro Condé.

Desde mi óptica de modelista y curioso de la historia poco más puedo aportar sobre Rocroi después de revisar la escasa documentación existente al respecto. Lo que si ha avivado mi imaginación de modelista es la imagen de unos hombres aferrados a la honra, agrupados en torno a sus enseñas, desangrándose poco a poco en medio de estallidos y disparos. Parece el retrato de una España decadente y agotada, atada a un pasado glorioso y pendiente de un futuro incierto. Los grandes ejércitos también jalonan su historia con derrotas épicas. Esa impresionante maquinaria militar que fue el tercio tuvo en Rocroi su inevitable capítulo trágico y memorable a la vez.


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:55 
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zaragoza escribió:
Espero que estos artículos que he colgado os hayan resultado interesantes, que hayais aprendido algo nuevo, algo que no conocías de la impresionante maquinaría militar que constituyeron los tercios españoles.

En mi humilde opinión, si me tengo que quedar con dos fuerzas militares en toda la historia lo tengo muy claro:

- Las Legiones romanas que de manera tan brillante nos expuso custodio4244 en su apartado correpondiente

y los Tercios españoles.

Si quereis saber más sobre los Tercios os recomiendo la serie de libros de El Capitán Alatriste, en concreto "El sol de Breda", que a mi es el que más me gusta de toda la colección.

Un saludo a todos :wink: :wink: :wink:


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NotaPublicado: 03 Jun 2007 20:56 
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Registrado: 18 May 2007 13:54
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zaragoza escribió:
HOLA:


Os hago una recomendación sobre una película buenísima que trata a los Tercios españoles.

LA KARMESSE HEROICA, una película de Jacques Feyder.

Es una delirante comedia alrededor de un opulento festín durante la presencia española en Flandes.

Considerada como una de las joyas del cine frances clásico, la película ganó el premio al mejor director en el festival de Venecia. Producida en 1935.

Os la recomiendo,

Un saludo


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