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NotaPublicado: 12 Nov 2007 08:59 
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Registrado: 17 May 2007 18:31
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En la selva vietnamita, uno podía morir en 30 minutos por una mordedura de serpiente. El veterano Leroy Thompson describe los horrores de combatir rodeado de sanguijuelas, hormigas y cobras.

La selva del Sudeste asiático está llena de olores, la mayoría malos. Tan pronto mi nariz entró en contacto con el fétido aroma de la zona de extracción de emergencia, no podía dejar de preguntarme si esta era la última vez que podría oler algo. El sudor caía sobre mi rostro y mis brazos, haciendo resbaladiza la empuñadura de mi pistola High Standard con silenciador, mientras que los picaduras de los Insectos que cubrían mi cuerpo empezaban su comezón al unísono.

Los demás miembros de mi grupo de reconocimiento formaron un perímetro a mi alrededor para proporcionar una zona de seguridad de 360 grados, mientras esperábamos una "extracción rápida" con helicóptero Huey. Mientras el aparato se dirigía hacia nuestra LZ (zona de aterrizaje), volví a armar mi pistola y a empuñar mi carabina CAR-15. Ya no era el momento de matar en silencio. Nuestra radio vibró cuando se escuchó la voz del piloto del helicóptero. "Líder Tigre. Marque su Lima con humo. Cambio". Luego, cuando la granada de humo M18 desprendió su cortina violeta, "Tengo violeta. Confirme, Tigre".
Maldición, confirmé, mientras el helicóptero se agitaba sobre nuestras cabezas, justo en la LZ. Rápidamente nos situamos en el perímetro, y como jefe del grupo, fui el último en subir. Cuando empezamos a ascender el artillero de puerta tiró de mis correajes para meterme en el interior del aparato.

Desplazándose a derecha e izquierda para evitar cualquier posible disparo desde tierra, el piloto puso la máquina a toda potencia. Mientras estaba echado en el suelo podía oler la combinación de aceite caliente, grasa, gasolina, sudor, hierros recalentados y el humo de los cigarrillos en una combinación que era la esencia del helicóptero.

Ni los apretados y sucios cuerpos de mi grupo podían cubrir este bonito aroma ni el agradable "whump, whump" de las hojas del helicóptero, mientras dejábamos la selva atrás. "Adiós Laos, adiós" pensé mientras mis ojos se posaban en el artillero de puerta, que sujetaba su ametralladora M60 y tenía la cinta de munición en una caja de melocotones para evitar que se enredase. Su blindaje de "chapa de gallinero" y las rayaduras en su casco le daban una apariencia de caballero andante; la inscripción que lucía en el casco, a modo de blasón, rezaba: "Si muero aquí, enterradme boca abajo para que Vietnam pueda besar mi trasero" y parecía resumir muy bien el significado de la guerra. Pensé que era muy hermoso, y también lo era el verde helicóptero Huey que nos sacaba de allí.

Posiblemente la lección más dura de aprender para el soldado estadounidense que combatía en el Sudeste asiático fue la que resumió Chapman en el título de su obra clásica sobre la guerra en terreno selvático La jungla es neutral, lo que, en efecto, era así. Incluso aquellos que, como yo, se habían entrenado en operaciones especiales y guerra en la selva, encontramos difícil ajustarnos a la realidad de la infernal lucha en la jungla; para los reclutas era mucho peor. Viniendo de una sociedad industrializada era muy duro tener que aceptar que en la selva no podía reinar la tecnología estadounidense. Uno podía morir en cuestión de minutos si una serpiente le mordía o cuando se caminaba por la noche y una rama se te enganchaba en la anula de alguna de las numerosas granadas que llevabas.

El entrenamiento y el hecho de que nos movíamos en pequeños grupos fue nuestra forma de neutralizar a la selva. Nuestra tarea era convencer al enemigo de que la jungla podía provocar la muerte, en cualquier momento, montando emboscadas. Nuestros grupos de "cazadores-matadores" formados por seis hombres preparaban emboscadas utilizando minas antipersonal Claymore, detonadores de cuerda y armas automáticas. Nuestros campos de tiro se establecían de forma que barrieran un sendero y se instalaban las Claymore para pulverizar a cualquiera que atravesara nuestra zona mortal. Nuestro trabajo era infligir bajas al enemigo y volver a internarnos en la selva. Pero con frecuencia era muy difícil determinar si éramos cazadores o presas de caza.

Nos desplazamos a través de la selva en una sola fila ("fila de exploradores") para reducir el riesgo de tocar una trampa explosiva. Evitábamos los caminos por la misma razón, aunque eso hacia que nuestro movimiento fuera más difícil. El primero al frente de la columna llevaba con frecuencia una escopeta para poder barrer la zona que se encontraba y a su frente si topaba con una patrulla enemiga o si caía en una emboscada. En algunos casos llevábamos lanzagranadas M79 colgados del correaje y cargados con botes de metralla. El temor y las incomodidades eran nuestra constante compañía en la selva. Pero teníamos una ventaja sobre el enemigo. Sabíamos que, para nosotros, la clave estaba en sobrevivir los minutos necesarios hasta que entrase en acción la potencia de fuego que nos apoyaba. Por eso nos avituallábamos con más municiones.

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Más tarde, cargar cualquier cosa en la selva se convertía en una especie de agonía. Los uniformes pesaban y durante la época de los monzones se pegaban a la piel. En las misiones de reconocimiento no podíamos quitarnos las botas o las mochilas durante días. Durante el monzón, mis dedos adquirían un color blancuzco y se arrugaban hasta adquirir un aspecto semejante al de los bichos que se arrastraban por su selvático hogar.
La higiene era importante, pero imposible de mantener. Como consecuencia, problemas aparentemente pequeños acababan complicándose. Las inflamaciones, pequeños cortes y picaduras de insectos eran constantes; mientras la podredumbre se pegaba a nuestros cuerpos pensábamos que en el momento menos pensado se nos caerían los testículos. Las hormigas estaban en todas partes, siempre arrastrándose, siempre picando. Pero la verdad es que las preferíamos a las sanguijuelas. Las sanguijuelas infestaban la jungla y, sobre todo, nuestros cuerpos. Muchas veces no podíamos encender cigarrillos para quemarlas, así que nuestro único recurso era ahogarlas en un "zumo para bichos" y esperar que cayesen por fin. En todo momento odié a las sanguijuelas más que a los propios vietcong o los norvietnamitas, pero nunca dejé de recordar que "la selva es neutral; los vietcong también tienen sus sanguijuelas, pero carecen de los beneficios del zumo para bichos". Debido a la suciedad, las erupciones y las ampollas eran un problema constante y se podía identificar a los hombres que estaban a punto de dejar Vietnam por los baños de peróxido (agua oxigenada) que tomaban para limpiar sus rostros, antes de volver al mundo exterior.
Los científicos o los estrategas del Pentágono no dudaron al decidir, sentados en sus cómodos despachos, que era una gran idea aplicar técnicas defoliantes; pero estaban equivocados. Aunque olvidáramos por un momento los problemas ocasionados por el empleo del Agente Naranja, que todos desconocíamos, la realidad era que odiábamos tener que movernos a través de zonas defoliadas. No teníamos cobertura y éramos fácil presa de las emboscadas. Peor aún, las hojas muertas caían sobre nosotros provocando una polvareda que inundaba nuestras ropas e irritaba nuestra piel hasta límites intolerables. Las mustias enredaderas de las zonas defoliadas parecían perseguirnos. La piel de los dedos de mis manos y mis pies, rota y sangrante, era especialmente sensible al corrosivo polvo de la vegetación muerta de las zonas defoliadas.

En la selva, el olor a muerte se mezcló con el de las aguas empantanadas, la vegetación podrida y nuestros sucios cuerpos. Normalmente, incluso antes de salir en misión de reconocimiento, evitábamos lavarnos con jabón durante un par de días, ya que los Vietcong habían desarrollado un fino sentido olfativo para detectar el jabón. La falta de higiene mermaba la salud y la comodidad, pero en la selva lo único importante era sobrevivir.

Comer era la mejor oportunidad de descansar un poco. Las raciones C se conocían con el sobrenombre de "ratas Charlie", una referencia al código de radio, por la "C", y la convicción de que estas "ratas C" eran un deseo del enemigo hecho realidad. Sólo alguien que haya intentado comer una fría lata de "trozos de ternera con patatas" mientras las lluvias monzónicas caen en la lata, mezclando el agua con grasa, puede apreciar una comida en la jungla. Por supuesto, la lluvia ahogaba a los insectos que se habían introducido en las latas. Sin embargo, las lluvias del monzón tenían otros efectos colaterales más graves aún. Cuando nuestros cuerpos habían logrado acostumbrarse al calor tropical, las lluvias nos helaban.
Dormir en la selva era, en el mejor de los casos, estar sometido a una intermitente tortura, excepto cuando uno estaba a punto de caer colapsado por el cansancio. Pero esto era también peligroso, ya que en cualquier momento había que levantarse de inmediato y comenzar a E & Eing (escaparse y evadirse). Mientras dormía, sujetaba con una mano el detonador de las minas Claymore que nos rodeaban protegiendo nuestra posición, a la vez que sostenía mi arma en la otra. Es posible que yo tenga algún problema en mi personalidad, pero la verdad es que nunca padecí los sueños con sentimientos de culpa que aparecen en las películas por tener que matar al enemigo. Mis pesadillas eran las de intentar matarles y no poder hacerlo porque el fusil se encasquillaba o no disparaba. No me cabe ninguna duda de que los psicólogos freudianos lo interpretarán como una muestra de impotencia, pero hagamos un trato: ¡que se metan en las profundidades de la selva y juzguen mis sueños después!

Por supuesto, nuestras armas eran muy importantes en la selva. En los primeros tiempos, la gran cantidad de polvo y la carencia de lubricante idóneo causaron una serie de problemas en los M16. Nuestra versión del M16, el Colt Commando CAR 15, se portó bien: ordené a mis hombres cuidarlos adecuadamente y pegarles cinta adhesiva para evitar ruidos metálicos. Sólo podíamos cargar 18 proyectiles en los cargadores de 20, o 27 en los de 30. Cada quinto proyectil era trazador, Además yo llevaba una pistola Browning de 9 mm, un revólver Smith & Wesson del 38, de acero inoxidable, una pistola High Standard del 22, con silenciador, y un surtido de granadas M26 y "Willie Pete" (fósforo blanco). ¿Paranoico? ¿Sobreprotegido? Al contrario, ojalá hubiese podido llevar más.

El bosque de jungla del Sudeste asiático era un lugar infernal para combatir, pero cuando echo la mirada hacia atrás, 20 años más tarde, no puedo dejar de sentirme orgulloso del hecho de que aprendimos a sobrevivir allí, y que hicimos de la selva un sitio incluso peor del que ya era para los vietcong.

Fuente: Testimonios de guerra, pesadilla en la jungla.

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Citar:
Quién hoy derrame su sangre conmigo, será mi hermano eternamente.
RIP-Capt. Speirs April 20th,1920-April 11th,2007
RIP-Clifford Carwood "Lip" Lipton January, 30th 1920- December 16th, 2001
RIP-John Martin 1922-2005
RIP-Antonio C. Garcia (1925–2005)
RIP-Denver "Bull" Randleman (1920 - 2003)


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