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La Falange Espartana: "Vencer o morir sin dejar su puesto"
La frase, mencionada por Herodoto (Historia, VII, 104) y que pone en boca del exiliado rey espartano Demarato durante su conversación con Jerjes, es fiel reflejo del espíritu marcial espartano, que se regodeaba de su espíritu de sacrificio y de su ansia por el combate:Vencer o morir por la patria, le explicaba Demarato al rey persa en referencia a sus compatriotas, cuando trataba de convencerle de que nunca se rendirían a su persona. Una vida, la del hombre espartano, dedicada exclusivamente por y para la guerra. Veamos someramente como se organizaba su falage.
La falange espartana estaba compuesta inicialmente por hoplitas naturales de Esparta, no pudiendo formar parte de ella aquellos de origen no espartano, aunque con el tiempo, quizás por la falta de soldados, empezaron a constituirse masivamente por periecos (perioikos), hombres libres miembros de otras aldeas o ciudades lacedemonias, a los que se concedió en parte la ciudadanía pero sin plenos derechos (Hypomeioon, ciudadanos espartanos de segundo grado). Desde el siglo VIII o VI a.C., los periecos, al igual que los espartiatas, estaban sometidos a la obligación del servicio militar, ya que los Homoioi, los ciudadanos espartiatas de primer grado, siempre fueron escasos, y con el tiempo no hicieron sino decrecer en número. A principios del siglo V a.C. Esparta podía poner en pie de guerra a 9.000 hoplitas espartiatas, en torno a unos 10.000 o más hoplitas periecos, unos pocos caballeros, y un desconocido número de tropas auxiliares, lo que era un ejército imponente para una polis de la época, pudiendo alcanzar los 30.000 hombres. En el III a.C. sin embargo, ya sólo disponía de unos pocos centenares de hoplitas espartiatas.
Probablemente en su origen, el ejército espartano se organizaría en base a sus tres tribus: Pánfilos, Hileos y Dimanos; pero posteriormente su estructura militar se realizaría según la organización territorial basada en las cinco Obai, los distritos que componían la Lacedemonia, de los que surgirían los primeros cinco batallones de hoplitas (lochos).
El ciudadano espartano, desde los veinte años hasta los sesenta, se encontraba en situación de servicio militar permanente, y prácticamente era ésta la única misión que se les exigía como ciudadano. Su austeridad y frugalidad, así como su eficiencia guerrera siempre fue objeto de asombro para sus contemporáneos. En campaña, por ejemplo, acostumbraban a mantenerse separados de los demás aliados griegos; podían descansar sin ninguna dificultad al raso, apenas abrigados por su capa, y acostumbraban a alimentarse de un caldo infame, el Melas zoomos. Eran los espartiatas, y todos estaban unidos por el mismo ideal; se reconocían como homoioi (los iguales), y debían de servir como hoplitas al Estado Lacedemonio. Mientras que los hoplitas periecos y los de los demás estados griegos, excepto las reducidas guardias profesionales, tenían en su vida diaria todo tipo de profesiones: comerciantes, artesanos, terratenientes, campesinos…, los espartiatas no trabajaban más que para la guerra, eran única y exclusivamente soldados, de ahí su reconocido prestigio. Marchaban al combate acompañados normalmente de dos esclavos hilotas cada uno, quienes les transportaban el equipo militar y las provisiones durante las marchas, ya que por aquel entonces no existían aún servicios militares de intendencia, y cada cual debía cargar con sus armas y utensilios, y buscarse el sustento mediante el forrajeo o el saqueo.
A los espartanos les gustaba mucho mostrar su desprecio sobre cualquier enemigo, ya que se sentían muy superiores a todos ellos en el aspecto bélico, y en ese sentido, cuando en una batalla la falange espartana aguardaba antes de atacar, en ocasiones los hoplitas descansaban sentados sobre el suelo, tratando de hacer sentir al ejército contrario que no les infundían ningún respeto ni temor. Pero cuando entraban en combate, los espartanos avanzaban en completo silencio y orden, con una total determinación, sin lanzar los habituales gritos de toda soldadesca asustada para darse ánimos, sólo acompasados por el sonido de las flautas si es que las llevaban. Con una disciplina de hierro, los hoplitas espartanos, refugiados tras la muralla de escudos de la falange, aguantaban firmes la lluvia de flechas o las embestidas enemigas, avanzando constantemente y sin perder la formación. Cuando alcanzaban al enemigo trataban de envolver su flanco izquierdo, y una vez logrado, los arrollaban desde varios frentes. Por ello en su primera línea formaban siempre los mejores guerreros, principalmente en el ala derecha, por donde tratarían de penetrar en las filas enemigas. Pero al lado de la falange espartana combatían otros soldados, los psilos o infantes ligeros, cubriendo sus flancos y su retaguardia. Eran tropas mucho más móviles y rápidas que las unidades hoplíticas, y armados con arcos, hondas o jabalinas, desestabilizaban a distancia a las formaciones enemigas antes de que las falanges entraran en acción atacando de frente. Desconocemos el origen de los primeros psilos espartanos, pero probablemente fueran mercenarios o aliados periecos, o incluso los esclavos hilotas de Mesenia, reclutados forzosamente y que, además de cómo porteadores, servirían como infantería ligera de los espartanos, que preferían mantenerlos cerca para evitar rebeliones cuando se alejaban de Lacedemonia, temor siempre presente de los espartanos. Ello levó a que, como medida disuasoria, mantuvieran siempre en su tierra a la mitad del ejército, lo que hacía que en sus campañas exteriores no contaran con demasiados hoplitas nativos, debiendo reforzarse con las unidades militares de ciudades aliadas.
La falange espartana se componía de una serie de filas de infantes pesados armados a la manera hoplítica. La colocación de los infantes en la falange no era al azar, y parece demostrado que, como hemos mencionado, la primera fila se formaba con los soldados de más experiencia y habilidad para el combate, siendo en la última colocados los siguientes soldados en habilidad y experiencia. Las filas intermedias se constituían con mezclas de soldados menos experimentados o peor equipados. Esta composición hacía de la falange una fuerza de choque muy resistente, tanto en el inicio como al final de la lucha, evitando su desmoronamiento y desorganización en el combate. Desgraciadamente, se conoce poco sobre la estructura interna de la falange espartana, pero al parecer, no debía de ser muy compleja, ya que creemos que se organizaban por destreza y por edades en cuatro subdivisiones:

- Una Enomotia se componía de 40 hoplitas.
- De la unión de 4 enomotias se formaba una Pentecostis de 160 hoplitas.
- De la unión de 4 pentecostis se formaba una Lochos de 640 hoplitas.
- De la unión de 2 lochas se formaba una Mora de 1.280 hoplitas.
- Y de la unión de 2, 4 o 5 moras se formaba la Falange espartana (desde los 2.560 hasta los 6.400 hoplitas, más o menos, sin contar a los aliados).
Las cinco moras o regimientos que formaban la falange espartana estaban mandados por los polemarcos, mientras que los lochos o batallones los comandaba el “lochagos”, los “penteconteras” o jefes de compañía dirigían la pentecostis y los “enomotarcas” de menor rango, estaban a cargo de una sección o “enomotia”. El mando supremo de éste ejército lo ostentaban los dos reyes de Esparta, quienes en ocasiones dirigían personalmente al ejército en las batallas y expediciones (normalmente sólo uno de ellos, mientras el otro se ocupaba del gobierno de la ciudad), y en su defecto, se adjudicaba el mando a un general experimentado elegido por la Apella (Asamblea ciudadana de guerreros homoioi), como en el caso del famoso Brásidas durante la Guerra del Peloponeso. La salvaguardia de Esparta, una ciudad que no poseía murallas, sustentada únicamente en la fuerza de sus hombres, llevó a que la falange lacedemonia se convirtiera en la más temida y potente maquina de guerra de su tiempo.

Autor: Tito
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NotaPublicado: 15 Sep 2023 12:23 
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Supongo que todo el mundo habrá visto ya a estas alturas la película 300, ese videoclip de dos horas en el que toda la población masculina de los gimnasios del Peloponeso se enfrenta a un ejército de orcos con máscaras dirigidos por la reina del carnaval de Tenerife. La versión ciclada del heroico sacrificio de los durísimos espartanos, símbolo de la libertad, de Occidente, de nuestra cultura, de las cañas, las tapas y el terraceo y en general de todo lo bueno que en el mundo ha sido, en resumen, de los «nuestros», a manos de los corruptos, viciosos, traidores, sometidos y sexualmente equívocos asiáticos, que ya se sabe que de allí viene todo lo malo, como pueda ser el comunismo, el covid, Ali Express y los móviles baratos.

Esta bella metáfora fílmica salpicada de higadillos no es sino un capítulo más —y no precisamente el último, ha llovido desde entonces— de un fenómeno que particularmente me ha tenido siempre entre asombrado y perplejo, y que permanece bien vivo en el imaginario popular: la admiración que desde la antigüedad ha despertado el mito espartano. Todos conocemos y repetimos las historias sobre los ciudadanos-soldado de Esparta, su exigente educación, la férrea disciplina militar, la vida comunitaria, su obsesión por la igualdad de los ciudadanos, el temor que despertaban en sus enemigos y, sobre todo, su valor combativo, su consagración a la defensa de la polis y su amor por la libertad, y por extensión, la de los griegos. Es fácil entender que tales valores, bien aderezados, sean muy útiles como ejemplo a resaltar para reflejar ciertas políticas en diversas épocas de la historia.

Pensadores, ideólogos e intelectuales de todo pelaje y condición se han servido de ello; unos, los más tradicionales, han glosado las virtudes castrenses de los lacedemonios como espejo para la juventud de cualquier tiempo, siempre floja y necesitada de disciplina y jarabe de palo. No son los únicos: en su época, algunos autores cercanos al marxismo ensalzaron sus prácticas comunales, pretendidamente próximas al comunismo, y así un amplio abanico de ideologías variadas de línea dura se han servido de Esparta como imagen justificativa pretérita. Sin embargo, ha terminado por arraigar sobre todo entre los amantes de las esencias extremo-centristas, con su parafernalia militarista a cuestas, su amor por la mano dura y por supuesto, blanca. La gente común ha cedido a la fuerza de este mito hasta llegar a nuestros días, en los que legiones de incels y gymbros de diverso pelaje se hacen tatuajes o exhiben avatares en redes con la lambda laconia, escudos, cascos y apelaciones al sacrificio, el honor y demás zarandajas.

En realidad, y debajo de toda esa capa de leyendas y medias verdades, si uno se toma la molestia de escarbar bien en las profundidades de lo que se sabe sobre la historia espartana, se encontrará una sociedad profundamente rancia y conservadora, cruel, militarista hasta el delirio… y poco más. La gloria de Esparta se basó únicamente en repartir hostias y, bien mirado, cuando se repasa su currículum bélico, tampoco es para tanto. Ni fueron los mejores, ni introdujeron ninguna innovación guerrera, y con relativa frecuencia sufrieron derrotas bastante bochornosas. ¿Cómo es que tal mito tiene tanta vigencia tantos siglos después? ¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Qué tiene Esparta para despertar tantas simpatías? Pues básicamente una de las razones principales es que los primeros responsables de construir el mito eran algunos tipos de mucho prestigio, y curiosamente, los tres eran atenienses. Estos indocumentados responden al nombre de Sócrates, Platón y Jenofonte; los tres tenores.

Sócrates era un filósofo bastante conservador y bastante palizas que estaba harto de los excesos y fallos de la democracia popular ateniense, así que al buen hombre no se le ocurrió otra cosa que dedicarse a ensalzar las virtudes de la constitución política del enemigo de al lado, aplicando el teorema de que el prado del vecino siempre parece más verde. Además, ¿qué mejor contraste con Atenas que la aristocrática, sobria y rancia polis espartana? Sócrates responde muy bien al perfil del moralista que encuentra en las recias y austeras virtudes de otros tiempos u otros lugares el remedio a los males de su época. Platón era, aparte de un idealista un poco sonado, discípulo de Sócrates, como todos sabemos. Este amante de quemar textos ajenos que le llevaran la contraria se despachó en La República un pajote ment… una utopía sobre el gobierno ideal que recuerda mucho, pero muchísimo, a lo que los atenienses creían que era Esparta. ¿Y Jenofonte? Pues resulta que Jenofonte no solo también lo fue (discípulo de Sócrates, que no idealista), sino que este buen hombre era un «converso», que se pasó con armas y bagajes a Esparta y dedicó parte de su vida a escribir alabanzas de su constitución y su sistema educativo, como mucho estómago agradecido moderno. Hasta que fue invadida por Tebas y tuvo que huir. Los tres estaban muy relacionados con la facción aristocrática de Atenas, de filiación conservadora, con querencia por la tradición de un ejército de hoplitas, la fórmula favorita de las clases pudientes áticas. La mayor parte de la producción escrita filosófica y política griega, después de ser redescubierta por los europeos en la Edad Media, se tomó como modelo y era en la práctica poco menos que indiscutible fuente de sabiduría, así que el camino seguido el mito espartano no es difícil de reconstruir. Ya se sabe que no hay nada como el respaldo de un pensador barbudo y muerto hace 2000 años para darle respetabilidad a nuestras tesis, o simplemente para copiárnoslas de él.

«Guerrero, vuelve con tu escudo o sobre tu escudo»

¿Quién no conoce esta frase donde se conmina al varón lacedemonio a volver victorioso o muerto del campo de batalla? ¿Quién no se siente imbuido de espíritu guerrero y admirado por el valor sin límite de estas gentes? Lo cierto es que esta frase, que para un espartano supondría casi un discurso entero, proviene del griego antiguo «E tan, e epi tas»; literalmente «con él o sobre él», que es lo que se le decía al entregar al ciudadano-soldado su escudo —el hoplon, la pieza más importante de su armamento—, y que concuerda mucho mejor con la legendaria expresividad y riqueza léxica espartana. Porque Esparta está en Laconia, y todos sabemos lo que significa ser lacónico: el único filósofo espartano conocido, Quilón, es famoso por pensar que hay que hablar poquito. También hay que obedecer, no mostrar ira, honrar a los ancianos… toda una línea de pensamiento tremendamente original.

Este principio general de sacrificio por la polis, de arrojo y amor sin igual por la patria, llevaría a cualquiera a pensar que Esparta tenía que ser una ciudad excepcional, el orgullo de sus habitantes, un lugar por el cual uno con gusto se somete a la tan incomprensiblemente admirada agogé; una educación psicopática plagada de privaciones, entrenamiento militar infinito, castigos físicos extremos y sodomía masculina —por mucha parafernalia drag que exhiba Jerjes en la película, son los chicos del rey Leónidas los que se educaban en la tipiquísima homosexualidad pedagógica griega— para culminar en un matrimonio con una desconocida a la que se frecuenta únicamente para procrear espartanitos y una vida cuartelera consagrada al servicio militar. Y pensaría mal, puesto que Esparta, si bien políticamente hablando era una ciudad-estado griega tradicional con todas las letras, una polis como otra cualquiera en sus orígenes, por no ser no era ni ciudad. Esparta era un grupo de cuatro aldeas mal arrejuntadas. Ni grandes construcciones, ni murallas, ni plan urbanístico, ni nada. Mientras las principales polis de la época crecían, se desarrollaban y embellecían, Esparta se quedó en eso. Añádase que el interior del Peloponeso viene a ser como el resto de la Grecia continental, una pesadilla montañosa con valles chiquitillos y se tendrá una idea completa del cuadro. En cuanto a cultura, pruébese a buscar por ahí obras de arte, pensadores o escritores espartanos, a ver qué se encuentra. O simplemente, espartanos famosos que destaquen por algo que no sea repartir estopa o ganar carreras. El panorama creativo es desolador.

Bien, se puede admitir que igual Laconia no fuera la mejor tierra del mundo, ni su capital nada del otro jueves, pero… seguro que hay otros alicientes capaces de despertar la adhesión inquebrantable, como demuestra la existencia de castellonenses orgullosos de serlo. Porque eso de la libertad e independencia de los espartanos, no sometidos a nadie, eso suena estupendamente. Por no hablar de la igualdad, aspiración milenaria del ser humano en sociedad. Efectivamente, los ciudadanos de Esparta se llamaban a sí mismos los homoioi (iguales) puesto que, según su constitución, al alcanzar la edad adulta se les otorgaba una parcela de tierra cultivable del mismo tamaño que la de los demás, para que les sirviera de sustento. Lástima que en la práctica se obviase el pequeño, mínimo e intrascendente detalle de que no todo el mundo tiene el mismo número de hijos, lo cual causaba algunos problemas de herencias. Hay quien sostiene que para compensar esto, las tierras de un espartano muerto (en combate, claro) volvían al Estado, que las entregaba a otro, pero en ese caso hay que preguntarse de dónde carajo sacaban tanta parcela de tierra, y qué ocurría si se producía un baby-boom, porque este método tan curioso de igualar personas tiene el inconveniente de que limita el número de igualados. Se calcula que, en sus mejores tiempos, el número de espartiatas no debía pasar de siete u ocho mil varones hábiles para defender a la polis. En última instancia, no debemos descartar el peso del conocido efecto «mira, Cleómenes, qué hermosas crecen las habas en el campo de Terámenes, y las nuestras qué pena dan, si es que no sirves para nada, ya me lo decía mi madre, con ese inútil no llegarás a nada…» como disparador de desigualdades. Vamos, que la tan cacareada igualdad es otro mito espartano y que no se sabe muy bien cómo funcionaba, si es que lo hacía.

A estas alturas, es factible pensar que esto es una estafa. No solo Esparta es un lugar no demasiado bonito, ni alegre, ni culturalmente muy animado, sino que los escasos espartanos libres no son tan iguales como parece. ¿Qué sentido tiene entonces dedicar una vida al oficio de las armas para esto? Es más, si los espartanos varones se pasaban la vida ejerciendo de ciudadanos-soldado en una especie de aldea-cuartel… ¿quién trabajaba allí? Pues aquí hemos llegado al meollo del asunto. A los no ciudadanos. Los siervos de los espartanos. Los ilotas. Nuestros belicosos protagonistas no crecieron originalmente con el paisaje de Laconia, como los vascos, sino que provenían de tribus dorias que invadieron la región en tiempos de Maricastaña —XI a. C., aproximadamente—. De paso, esclavizaron a los grupos de población predoria o a otros dorios que encontraron allí instalados. Eran estas gentes, sin libertad ni derechos, los que entre otras tareas cultivaban las tierras de los espartanos y les dejaban el tiempo libre suficiente para ejercer sus derechos políticos y jugar a los soldaditos. Son estos ilotas la verdadera razón del desarrollo del militarismo espartano y su defensa acérrima de las «libertades» de sus ciudadanos. La población ilota era muy superior a la de sus dominadores, tendía a sublevarse en cuanto tenía ocasión, y su sometimiento llevó muchos años, unas cuantas guerras Mesenias y bastante sangre. Los espartanos eran conscientes de su inferioridad numérica, y su principal temor era una revuelta exitosa de los ilotas, que supondría el fin de su dominación por la fuerza. Así que, desde tiempos antiguos, se dedicaron por entero al adiestramiento militar, alejándose del desarrollo «estándar» de las otras polis griegas y derivando en tan curiosa y poco estimulante sociedad.

Esta es la pragmática, materialista y cochina realidad de tantos sacrificios bélicos. Sostener una sociedad agraria donde una elite guerrera aristocrática domina a una masa de población esclava… un ideal que trasladado al siglo XX coincide asombrosamente con lo que Himmler tenía previsto hacer con los eslavos del este en su Plan Ost. Se podría objetar que no es que Atenas fuese el paraíso de la libertad, y que todas las polis griegas constituían un sistema esclavista, y con cierta razón, pero la escandalosa crueldad con que Esparta se conducía con los ilotas no despertaba precisamente muchas simpatías en el resto de estados griegos, que ya se sabe que hasta para tratar al ganado —pues más o menos esto eran para los espartanos— hay límites.

La hora de las tortas

Los griegos antiguos son famosos por pasarse prácticamente toda su historia atizándose entre ellos, disputándose cada valle, riachuelo o montañita, y aliándose y traicionándose a cada momento. El paraíso de la política y su continuación por otros medios, el sueño húmedo de cualquier jugador de Risk. ¿Cómo se manejaban los espartanos en este terreno sabiendo que disponían de un ejército profesional? Pues básicamente, la directriz principal y casi única de estos tipos en su relación con los demás estados griegos a lo largo de la historia será «aquí no se toca nada, que se quede todo como está». Inmovilismo. Ni siquiera en las épocas en las que por avatares de la política exterior —dicho de otra manera, por su especialización en alicatarte la cara a leches— Esparta se vea empujada a actuar de gran potencia, su objetivo será otro que el de mantener su parcelita del Peloponeso sin tener que introducir ningún cambio social o político, y para conseguirlo no les temblará el pulso a la hora de dejar a sus aliados tirados con el culo al aire o ciscarse en las «libertades» de los griegos frente a la amenaza de los «afeminados» persas.

Después de construir su Estado y someter a los ilotas, los espartanos empezaron a mirar un poco por encima de su boina, solo un poco: concretamente echaron un vistazo a su alrededor, y aseguraron su posición en la península del Peloponeso por el método de repartir aún más cera a sus vecinos, para que no les tocaran lo suyo. Así, Argos, Mégara o Corinto, las polis más importantes de la zona, no tuvieron otro remedio que aceptar la tutela del primo de Zumosol, que se convirtió en su aliado y líder de la Liga del Peloponeso. Alianza a la fuerza que, si bien permitió que los espartanos se dedicaran con tranquilidad a su rústico y castrense modo de vida, a la larga les creará problemas, porque los corintios… ah, los intrigantes de los corintios… Pero esa, parafraseando a Conan rey, esa es otra historia.
https://www.jotdown.es/2023/09/el-mito- ... wtab-es-es

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NotaPublicado: 26 May 2025 08:16 
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El castigo más amargo que el ejército espartano reservaba para los soldados cobardes
Aquellos que se mostraban comedidos en combate eran apartados y despreciados por parte de la sociedad
Contra las mentiras del imperio que aplastó a los espartanos de Leónidas: «Los persas no eran brutales»


Sus glorias militares asombraron a cronistas de la época como Plutarco, nacido en el I d. C., o el más remoto Simónides de Ceos, alumbrado tres siglos después. Los textos clásicos definieron a Esparta como la «domadora de hombres» y a sus soldados, como hombres que, aunque aprendían a leer y escribir «porque era necesario», dedicaban su educación a «obedecer de forma disciplinada, resistir las penalidades y vencer en el campo de batalla». Lo suyo era la guerra, diantre; para bien y para mal. Y es que, al igual que eran recibidos entre palmas y honores cuando vencían, también eran castigados por la misma sociedad cuando se mostraban trémulos en el combate.
La cobardía, una deshonra

Toda esta dedicación al mundo militar derivaba en el odio hacia la deshonra que suponía la cobardía. Jenofonte consideraba «algo digno de admiración» que los espartanos hubieran conseguido que, «en su ciudad, sea preferible una muerte gloriosa a una vida deshonrosa». Tras el combate, de hecho, se apartaba a los cobardes de la sociedad. «Ese queda de más sin un puesto entre los dos grupos que se forman para jugar a la pelota, y en los coros es relegado a los lugares más despreciados; en las calles tiene que apartarse y, en los asientos, levantarse incluso ante los más jóvenes que él; tiene que alimentar en su casa a las jóvenes de la familia y explicarles las causas de que no tengan marido», añade el autor clásico.



Aquellos que eran considerados cobardes veían, además, «su hogar falto de esposa», debían pagar una sanción y no podían pasear con personas íntegras, pues de lo contrario eran azotados. Los que padecían estos castigos eran los llamados 'tresantes', aquellos que, en palabras de Jenofonte, habían temblado en combate, pero que no habían huido. La diferencia es importante, pues no se les arrebataban totalmente los derechos cívicos. En la práctica, Esparta ideó decenas de procedimientos para «exaltar a los valientes y degradar a los malos soldados», algo que no sucedía en otras ciudades-estado, con «la intención obsesiva de perpetuarse superando a sus enemigos». Era, en definitiva, la supervivencia del más fuerte.

Resulta lógico el castigo para una sociedad centrada en la batalla. Desde que la Esparta más primitiva comenzara su andanza en la historia en el siglo IX a. C., cuando no era más que una confederación de aldeas en el valle del Eurotas, sus guerreros han estado asociados siempre a la ferocidad y a la rudeza. Hasta tal punto consideraban la derrota una deshonra que, según Plutarco, sus mujeres solían despedirse de ellos siempre con la misma frase: «Vuelve con tu escudo o sobre él». Más allá del halo de dioses del combate que todavía les rodea, lo cierto es que el estado preparaba a sus hombres para que vieran la lucha como la primera de sus prioridades. Ejemplo de ello es que, a lo largo de su vida, eran entrenados en todos los sentidos para enfrentarse al enemigo en las mejores condiciones posibles.

La conclusión es que esta obsesión por la guerra llevó a la ciudad-estado a encumbrar a los héroes y a humillar a los cobardes para dar ejemplo. Así lo explica el catedrático de Historia especializado en la Grecia clásica Nicolas Richer en 'Esparta. Ciudad de las artes, las armas y las leyes'. Editado por Edaf, este ensayo intenta ofrecer una visión global de Esparta a través de sus diferentes facetas; desde la militar hasta la científica. A su vez, el galo derriba, o corrobora, según proceda, a lo largo del texto los mitos más extendidos sobre una de las principales potencias del Peloponeso. Y es que ya lo dijo Jenofonte : «Esparta aventaja en virtud a todas las ciudades, pues solo en ella se ejercita públicamente la perfección de cuerpo y alma».
Letales y valientes

¿Por qué se ha asociado durante siglos a los espartanos con soldados cuasi invencibles? La razón es que, a pesar de que los hombres de Esparta dedicaban parte de su vida a tareas habituales para cualquier griego como el comercio o la administración, en la cúspide de su particular pirámide de prioridades había dos cosas: la política y el ejército. Richer, no obstante, incide también en que no debemos caer en el error de pensar que en esta ciudad-estado había un ejército permanente, algo muy extraño para la época. «Los ciudadanos-soldados se movilizaban en función de las decisiones que ellos mismos tomaban, en el marco de las reuniones de una asamblea», determina.

Pero no contar con una entidad social independiente dedicada a batallar no implica que fueran unos aficionados en el arte de la guerra. Todo lo contrario. «Los espartanos se dotaron de un sistema social marcado por una gran preocupación por la eficiencia del individuo en beneficio del colectivo en un contexto militar», explica el autor. El estado ejercía una gran presión social sobre sus ciudadanos para convertirlos en temibles combatientes. Ejemplo de ello es que las tareas agrícolas se consideraban secundarias y denigrantes (los trabajos mecánicos los llevaban a cabo sus siervos, los ilotas) o que, cuando un niño venía al mundo, su padre debía llevarlo ante los ancianos de la tribu para que estos determinaran si estaba bien formado y sería fuerte o si, por el contrario, «se abandonaba en el monte Apotetas».

Que daban una importancia determinante al ejército y se veían como soldados dedicados en cuerpo y alma al combate queda claro al leer textos como los de Plutarco. El historiador y biógrafo del siglo I recogió en sus obras un conflicto entre los espartanos y sus aliados durante la formación de la Liga del Peloponeso, una suerte de alianza defensiva de diferentes ciudades-estado mediante la que se comprometían a protegerse del enemigo. Al parecer, durante una de las asambleas los segundos cargaron contra el rey Agesilao II por no haber llevado suficientes soldados para formar el contingente. Este respondió con un episodio curioso y ejemplificador que, hace algunos años, replicó la popular película '300':

«Agesilao, a fin de hacerles ver que no eran tantos hombres de armas como creían, mandó que todos los aliados juntos se sentaran de una parte, y los Lacedemonios [espartanos] solos de otra; dispuso después que, a la voz del heraldo, se levantaran primero los alfareros; puestos estos en pie, llamó en segundo lugar a los latoneros, después a los carpinteros, luego a los albañiles, y así a los de los otros oficios. Levantándose, pues, casi todos los aliados, y de los Lacedonios ninguno, porque les estaba prohibido ejercer y aprender ninguna de las artes mecánicas, y por este medio, echándose a reír Agesilao, dijo: '¿Veis, con cuántos más soldados contribuimos nosotros?'».
Duro entrenamiento

Richer recoge en su nueva obra la «intensa y prolongada preparación física y psicológica» de los espartanos desde el mismo instante en el que venían al mundo. En sus palabras, los niños eran sometidos a una formación colectiva concebida para preparar a los jóvenes para el sufrimiento y las privaciones que iban a hallar durante las campañas militares. Era la llamada 'paideia' descrita por Jenofonte en el siglo IV. Durante la misma, y como bien explica el historiador clásico, «en lugar de mantener delicados sus pies con calzado, se fortalecían andando descalzos» para que resistieran mejor las largas marchas a pie durante su adultez. También se ejercitaban sin zapatos ya que, de esta guisa, «efectuarían luego más rápidos los saltos de longitud y alturas y las carreras».

Durante esta primera etapa de su vida también llevaban un régimen especial ideado para que, en su vida adulta, toleraran mejor el hambre a lo largo de las campañas militares. «Se ordenó que el joven tuviese tal cantidad de comida que jamás sintiese pesadez por saciarse, pero que tampoco careciera de cierta experiencia en pasar necesidad, considerando que, en caso necesario, los educados así podrían resistir más sin comer y que, con el mismo alimento, mantendrían mejor la formación durante más tiempo si se les ordenaba que utilizasen menos condimento, que se adaptasen mejor a cualquier comida y que llevaran una vida más sana», añade Jenofonte. En la práctica, estas palabras se traducían en ingerir pocos alimentos para que, a la larga, fuesen combatientes más eficaces.

Los espartanos alcanzaban el cenit de su poder físico entre los veinte y los treinta años, cuando eran llamados 'hebontes'. Existen pocos datos sobre los ejercicios que practicaban a diario para estar listos para el combate. No es algo a lo que los autores clásicos hayan dedicado demasiadas líneas en sus textos. Con todo, Richer señala que «los espartanos practicaban la lucha, el pancracio, el pugilato, el salto, el lanzamiento de disco o jabalina, o la carrera». Tampoco desdeñaban las artes y dedicaban mucho tiempo a participar en «coros o danzas». La competitividad se favorecía mediante juegos internos, los cuales se celebraron, como mínimo, entre los años 404 y 396 a. C.
https://www.abc.es/historia/castigo-ama ... 13-nt.html

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