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Rommel, el 'zorro del desierto', no fue un gran militar y otros mitos sobre la Segunda Guerra Mundial


En vísperas del 80 aniversario del fin de la contienda que incendió el planeta, Olivier Wieviorka publica 'Historia total de la Segunda Guerra Mundial', una obra ambiciosa que desbroza leyendas y establece relaciones hasta ahora insospechadas
Rommel, el 'zorro del desierto', no fue un gran militar y otros mitos sobre la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial dejó tras de sí cerca de 70 millones de muertos, una devastación sin precedentes y un puñado de mitos y leyendas que aún persisten. Durante décadas, una historiografía tan vasta como incansable fue desgranando los múltiples frentes del conflicto —militares, económicos, sociales— con una meticulosidad casi obsesiva, a menudo en detrimento de una visión global del acontecimiento. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la renovación académica trajo consigo enfoques y perspectivas inéditas: basta recordar que el hoy consolidado campo de estudios sobre el Holocausto no comenzó a desarrollarse hasta finales de los sesenta.

Ahora, en vísperas del 80 aniversario del final de la contienda, que conmemoraremos en los próximos meses, llega a las librerías un libro de ambición descomunal que se propone subsanar muchas de estas carencias. Historia total de la Segunda Guerra Mundial (Crítica), del prestigioso historiador Olivier Wieviorka, logra en sus más de 1.000 páginas la proeza de revelar conexiones insospechadas y ofrecer una visión unificada de un conflicto que, entre septiembre de 1939 —con la invasión nazi de Polonia— y agosto de 1945 —con la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki—, incendió el planeta.

Hoy en día disponemos de numerosos trabajos históricos de gran calidad, pero suelen ser estudios parciales o fragmentarios. Contamos con historias específicas sobre Stalingrado, la Batalla de Inglaterra, el Pacífico, o acerca de la posición española durante el conflicto. Sin embargo, falta una visión integral que reúna todas estas piezas y eso es lo que aporta el historiador francés.

"Esta perspectiva general me parece fundamental, porque, en contra de lo que habitualmente pensamos, existen relativamente pocas síntesis globales sobre la Segunda Guerra Mundial", aclara Wieviorka cuando nos citamos con él por videoconferencia. "Precisamente por eso he querido llevar a cabo este libro: para ofrecer una visión total que permita comprender el conflicto en su conjunto. Creo que es esencial conectar toda una serie de realidades diversas en una historia viva y accesible, pero ante todo una historia que explique".

Por ejemplo, decir que la historia de la Segunda Guerra Mundial es una historia militar parece evidente. Pero, según el historiador, no podemos entender las batallas si no comprendemos también el papel decisivo que desempeñó la economía en la concepción y fabricación del material bélico: sin la industria soviética de carros de combate, no habría sido posible la batalla de Kursk. También es fundamental valorar las cuestiones geopolíticas: es decir, cómo se articulan conjuntamente el inicio del conflicto, las estrategias generales y las tácticas concretas.



Las voces de Auschwitz o cómo lograr que las historias de los supervivientes nunca caigan en el olvido: "Aunque lograran salir del campo, estará en ellos durante toda su vida"

¿Hay algo más que decir del comienzo de la Guerra más allá de descargar toda la culpa en Adolf Hitler y pasar a otra cosa? Los últimos años hemos asistido a un profundo debate sobre las causas de la Primera Guerra Mundial. Libros esenciales como Sonámbulos, de Christopher Clark, reabrieron la discusión sobre las responsabilidades alemanas, reconocidas originalmente en el artículo 231 del Tratado de Versalles. Este debate sobre las causas es crucial, porque implica también una discusión sobre la legitimidad del propio Tratado, sobre las reparaciones impuestas a Alemania, etc. En cambio, con la Segunda Guerra Mundial no ha existido prácticamente ese debate sobre sus causas profundas.

Apunta Wieviorka que nos hallamos aquí ante "un objeto histórico frío", sin grandes controversias: "Parece evidente para todo el mundo que la Alemania de Hitler y los líderes militares japoneses fueron quienes buscaron la guerra de forma consciente. Daladier en Francia, Roosevelt en EEUU y Chamberlain en Gran Bretaña claramente no la deseaban. Sin embargo, sí resulta necesario comprender que la estrategia adoptada por las democracias para evitar el conflicto no fue eficaz. Paradójicamente, las medidas adoptadas para prevenir la guerra terminaron alentándola".

El historiador expone un ejemplo: Roosevelt no deseaba la guerra con Japón, así que aplicó una política de sanciones económicas contra Tokio, intentando demostrar que EEUU no permitiría a los nipones actuar libremente en el Extremo Oriente, pero sin llegar al conflicto armado. Sin embargo, cuanto más sancionaba Roosevelt a Japón, más estrangulados económicamente se sentían sus habitantes y más convencidos estaban de que la única salida era la guerra. Por tanto, si existe alguna responsabilidad por parte de las democracias, fue justamente no haber comprendido a tiempo la verdadera naturaleza del proyecto nazi ni el proyecto militarista japonés, además haber usado herramientas inadecuadas para hacerles frente. El símbolo más claro de esta impotencia política y diplomática es, por supuesto, la conferencia de Múnich de 1938.


Contra la tentación de ver el pasado como algo determinado que no pudo ocurrir de otra forma, uno de los aciertos de esta Historia total de la Segunda Guerra Mundial es enfatizar que nada en la guerra estuvo determinado, que todo dependió más del azar de lo que admiten los historiadores. Sin Churchill, por ejemplo, ¿Europa hoy sería nazi? "A los historiadores no les gusta abordar estas cuestiones porque, especialmente en Francia, han estado muy influidos por el legado de la escuela de los Annales basado en la idea de que lo importante es analizar estructuras y reflexionar sobre los procesos históricos de larga duración", responde Wieviorka . "Por lo tanto, hay dos elementos que estos historiadores suelen evitar: el acontecimiento y el papel de los grandes personajes. Sin embargo, lo que observamos en la Segunda Guerra Mundial es que precisamente esos grandes hombres, como Churchill en el Reino Unido, De Gaulle en Francia o Roosevelt en Estados Unidos, jugaron un papel determinante".

Wieviorka recuerda que sin Churchill, sin su lucidez política, pero sobre todo sin su extraordinaria capacidad para movilizar a su pueblo y personificar la resistencia frente a Hitler, el apaciguamiento habría seguido dominando la política británica durante mucho más tiempo. De hecho, cuando el legendario primer ministro asume el poder en mayo de 1940, en pleno conflicto, aún quedaban numerosos partidarios del apaciguamiento dentro de las élites británicas, que pensaban seriamente que todavía se podría negociar con Hitler.

¿Es exagerado comparar el apaciguamiento hoy con Rusia al que se intentó ejercer desastrosamente con la Alemania nazi? "Aunque los historiadores tienden a ser cautelosos con las comparaciones, ciertos paralelismos resultan evidentes", admite Wieviorka. "La severa crítica posterior a la política de apaciguamiento en Múnich contrasta con la tibia reacción occidental ante la anexión de Crimea por parte de Putin en 2014. Asimismo, tras la Primera Guerra Mundial se impuso la idea de que era posible desarmarse, una actitud que se repitió tras la caída del Muro. Hoy, discursos pacifistas y de contención hacia Rusia recuerdan a los que se oían frente al nazismo, lo que revela una inquietante continuidad histórica".

Según el historiador, el Eje solo habría podido ganar la Segunda Guerra Mundial si la Unión Soviética se hubiera derrumbado rápidamente tras la invasión de junio de 1941. Ese momento crítico, situado entre junio y octubre, fue el único en que una victoria parecía posible. A partir de entonces, sin embargo, la situación cambió radicalmente: el colapso soviético no se produjo y, contrariamente al mito alemán que achaca la derrota al invierno ruso --"solo Napoleón y Hitler parecían ignorar que en Rusia hace frío en invierno", ironiza Wieviorka--, el verdadero problema fue la falta de capacidad económica y logística alemana para sostener una guerra larga.

Ya en octubre de 1941, el destino estaba sellado: Alemania no podía vencer. Cuando en diciembre de ese mismo año los nazis e Italia declararon la guerra a Estados Unidos, se selló su destino: no tenían ninguna posibilidad real de resistir frente a la potencia industrial estadounidense, la capacidad productiva soviética y el esfuerzo británico. "Muy pronto la guerra estuvo perdida para el Eje, simplemente porque no tenía los medios materiales ni económicos para sostenerla".
Mitos y leyendas

El socorrido odio de Hitler por la URSS fue tan real como sujeto a componendas según las circunstancias. Es bien conocido el pacto Ribbentrop-Mólotov por el que, para asombro de todos, la Alemania nazi y la URSS de Stalin se repartieron Polonia en agosto de 1939. Pero no lo es tanto que antes de lanzarse a la invasión de la URSS en junio de 1941, el Führer valoró toda clase de opciones. Algunas son sorprendentes, como un reparto del mundo por zonas de influencia: Europa para Alemania, Asia para la URSS y China y el Pacífico para Japón.

"La idea de una alianza entre Berlín y Moscú fue una fantasía que sedujo a ciertos dirigentes alemanes, pero resultaba inviable. Stalin no estaba interesado en Asia, sino en Europa, y centraba sus ambiciones en zonas estratégicas como los Estados bálticos, Polonia y el mar Negro. Las negociaciones de noviembre de 1940 entre ambas potencias fracasaron precisamente por estas tensiones geopolíticas. Hitler, por su parte, podía haber deseado un modus vivendi con la URSS, pero su visión ideológica lo empujaba a destruirla. Quería apropiarse de sus recursos, colonizar el Este como parte de su 'espacio vital' y combatir el judeobolchevismo, lo que además alimentaba su popularidad entre los alemanes. En definitiva, los objetivos de ambos regímenes eran tan incompatibles que una alianza real fue imposible".

Uno de los clichés más persistentes sobre la Segunda Guerra Mundial es la supuesta superioridad casi sobrehumana del ejército alemán, personificada en figuras como Erwin Rommel, el zorro del desierto. Sin embargo, como señala Wieviorka, esta imagen fue un mito forjado por la propaganda de Goebbels, que construyó un retrato idealizado del guerrero alemán: brillante, profesional y supuestamente antinazi. En realidad, Rommel fue un buen táctico y un líder carismático, pero también un estratega limitado que despreciaba la logística y cometía errores graves, como situarse demasiado cerca del frente de batalla.

Además, la idea de que Rommel fue un opositor al nazismo también es discutible. Aunque se suicidó tras el atentado fallido contra Hitler en julio de 1944, hasta entonces había sido un fiel servidor del régimen, favorecido tanto económica como simbólicamente. "La figura de Rommel es un ejemplo claro de cómo algunos mitos creados durante la guerra siguen vigentes mucho tiempo después de que los cañones hayan callado", afirma el historiador.

Tampoco duda en cuestionar otra quimera que durante mucho tiempo fue intocable en su país. Wieviorka sostiene que la Resistencia fue mitificada tras la guerra porque "resultaba moral, política y cívicamente inaceptable asumir que los pueblos europeos habían aceptado pasivamente la ocupación alemana". Por ello, en países como Francia e Italia se impuso el relato de que "todos resistieron en la medida de sus posibilidades" y que la liberación fue, en gran parte, obra de esa resistencia, minimizando así el papel de angloamericanos y soviéticos.

Sin embargo, advierte que su contribución militar fue muy limitada, debido a la falta de preparación, entrenamiento y armamento. Su papel fue relevante, eso sí, en tareas como el sabotaje, el apoyo a soldados aliados y la obtención de información, pero no resultó decisivo en el desenlace del conflicto. Su verdadero legado, afirma, es "moral y político": demostrar que había alternativas al colaboracionismo y que la dignidad y el coraje eran posibles. Confundir ese valor simbólico con un peso militar real es, en su opinión, un error frecuente.

Para finalizar, Wieviorka cuestiona la idea tantas veces repetida de que la Guerra Civil española fuera un "ensayo general" de la Segunda Guerra Mundial. Aunque reconoce que hubo elementos que alimentan esa visión, como los bombardeos sobre civiles o la implicación de Alemania e Italia, subraya que se trató sobre todo de "un conflicto español, quizá europeo, pero en ningún caso mundial".

A su juicio, faltaron componentes clave de la contienda global, como la guerra naval o el uso estratégico de blindados. "De hecho, la decepción soviética por el escaso rendimiento de sus tanques en España llevó a frenar su desarrollo", con consecuencias graves más adelante. La idea del "ensayo general", concluye, fue en parte "una construcción del discurso comunista" con un objetivo histórico claro: integrar la guerra española en la narrativa antifascista para no tener que rendir cuentas sobre el pacto germano-soviético de 1939
https://www.elmundo.es/papel/historias/ ... b4572.html

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NotaPublicado: 30 May 2025 07:37 
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Redescubren la verdadera historia de los españoles que liberaron París en 1944: no eran solo héroes, tampoco eran todos, y su gesta fue mucho más compleja de lo que se contó
Un nuevo enfoque histórico desmonta los mitos sobre La Nueve, la legendaria compañía española que combatió bajo mando francés durante la Segunda Guerra Mundial.

Con la reciente publicación del libro Los españoles del general Leclerc (Editorial Pinolia, 2025), el divulgador histórico Joaquín Mañes Postigo arroja nueva luz sobre uno de los episodios más emotivos, pero también más distorsionados, de la participación española en la Segunda Guerra Mundial. A través de una exhaustiva investigación, basada en fuentes militares originales, diarios de operaciones, memorias y expedientes personales, Mañes desmonta varios de los relatos épicos que durante décadas se han tejido en torno a La Nueve, la famosa compañía de republicanos españoles que formó parte de la 2.ª División Blindada francesa.


El autor no resta mérito a estos combatientes —todo lo contrario—, pero sí exige rigor. Porque, como muestra con paciencia de investigador y vocación de justicia histórica, muchos de los relatos populares han simplificado, cuando no deformado, lo que en realidad fue una compleja epopeya colectiva. La figura del teniente Amado Granell, el primer oficial aliado que llegó al Ayuntamiento de París la tarde del 24 de agosto de 1944, se ha usado como estandarte de una gesta que, aunque protagonizada por españoles, no fue exclusivamente española. Y en eso está la clave: hubo heroísmo, sí, pero también hubo más protagonistas, más soldados y más matices.
La Nueve: soldados de un exilio, no de una nación

Muchos de los hombres que formaron parte de La Nueve —y del resto del 3.er Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, unidad clave dentro de la División Leclerc— llevaban a sus espaldas una historia de derrotas y supervivencia. Derrotados en la Guerra Civil Española, exiliados en condiciones infrahumanas tras cruzar los Pirineos en 1939, internados en campos de concentración franceses como Septfonds, y más tarde enrolados en la Legión Extranjera o el Cuerpo Franco de África. Su combate contra el fascismo no comenzó en Normandía, sino en Madrid, en Belchite, en Teruel.

Cuando llegaron a las filas del Ejército de la Francia Libre, ya eran soldados endurecidos por años de lucha y penuria. La mayoría se alistó por convicción política, por necesidad o por una mezcla de ambas. Luchaban por una Francia ocupada, sí, pero también por una España que ya no existía. Y eso les daba un arrojo singular. En la reorganización del ejército francés, su papel fue aceptado pero, como explica Mañes Postigo, con reservas. De hecho, buena parte de las unidades coloniales africanas fueron apartadas por presión de los estadounidenses, que exigían una "división blanca" para desembarcar en Normandía.

Es en ese contexto cuando La Nueve adquiere forma y leyenda. Dotada de vehículos estadounidenses, adiestrada como unidad mecanizada y bajo el mando del capitán Raymond Dronne, la compañía se convirtió en símbolo de la lucha antifascista. Pero la investigación del autor aclara que, frente a lo que tantas veces se ha repetido, no fue una unidad exclusivamente española, ni fue la única en liberar París, ni tampoco detuvo al general Von Choltitz como tantas veces se ha afirmado. Lo que sí fue, y eso es quizá más importante, es una avanzadilla psicológica: la primera en entrar al centro de París, con el objetivo de calmar a la resistencia y preparar la llegada del grueso de la 2.ª DB.



El relato tradicional suele terminar con la imagen romántica de los blindados de La Nueve entrando en París con nombres como "Guadalajara" o "Don Quichotte" pintados en sus laterales. Pero Los españoles del general Leclerc continúa el relato más allá del 25 de agosto de 1944. La campaña no había hecho más que comenzar. Los hombres de La Nueve —y de otras compañías donde también había españoles— siguieron combatiendo en territorio francés y alemán, en batallas de alto coste humano, hasta llegar al refugio alpino de Hitler en Berchtesgaden, el 5 de mayo de 1945. Solo 39 españoles de los 126 que desembarcaron en Normandía llegaron hasta allí.


Mañes aporta también datos que contradicen otra leyenda: la del número de supervivientes. No eran apenas una docena los que quedaron vivos, como muchas veces se ha contado. Fueron bastantes más los que sobrevivieron, aunque no todos en condiciones de continuar combatiendo. Lo que sí es cierto es que el precio pagado fue altísimo: la guerra les pasó factura física, emocional y moral, y al volver, no había patria que los recibiera.


Uno de los grandes aciertos del libro es ofrecer nombres, trayectorias y rostros. No habla solo de "los españoles", sino de individuos concretos: José Zubieta, Antonio Domínguez Callero, Luis Royo, Manuel Fernández, y tantos otros. Algunos eran anarquistas, otros comunistas, otros simplemente republicanos sin más. Había obreros, panaderos, boxeadores, carabineros, estudiantes. Y todos compartían una misma causa: la de recuperar su dignidad a través del combate.

Ese enfoque humaniza una historia que, durante décadas, ha sido instrumentalizada por discursos interesados, tanto desde el exilio como desde ciertas versiones patrióticas simplistas. Al hacerlo, Mañes no reduce el heroísmo: lo engrandece. Porque presenta a estos hombres como lo que fueron: soldados en tiempos extraordinarios, atrapados entre guerras, exilios y banderas ajenas, luchando por una Europa libre mientras España seguía bajo una dictadura.
Los españoles del general Leclerc, una obra tan completa como única

Publicado por editorial Pinolia, Los españoles del general Leclerc. La lucha de La Nueve por la libertad en la Segunda Guerra Mundial, es un ensayo histórico sólido y apasionante que devuelve a sus protagonistas el lugar que les corresponde en la historia de Europa. Su autor, Joaquín Mañes Postigo, combina el rigor académico con una narrativa amena y accesible, apoyándose en fuentes primarias como diarios militares, expedientes individuales y memorias de oficiales.

El libro arranca con la célebre entrada de la Columna Dronne en París, encabezada por el teniente Amado Granell, y traza el recorrido completo de los combatientes españoles desde el exilio de 1939 hasta el final de la guerra en Berchtesgaden. Mañes reconstruye las historias personales de estos hombres con detalle, desmontando mitos y aportando contexto. Lejos de las versiones idealizadas, el autor pone en primer plano la complejidad de su historia: la miseria del exilio, el racismo colonial, la tensión entre memoria e instrumentalización política, y el olvido institucional posterior.
https://www.muyinteresante.com/historia ... wtab-es-es

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Los españoles de Churchill: la desconocida gesta de los republicanos que lucharon en el ejército británico contra Hitler

Desde Creta hasta Normandía, desde África hasta la victoria en Berlín. Más de mil españoles se enrolaron en las tropas británicas en la II Guerra Mundial

Esquivó a las tropas alemanas en Creta durante once largos meses y en 1942 fue rescatado en una operación de las fuerzas secretas británicas. Un año después, se había convertido en piloto del Special Air Service (SAS), la élite del ejército británico, y acabó participando en operaciones más allá de la líneas enemigas en Francia e Italia. “La de Francisco Gerónimo parece ficción pero es una historia increíble”, reconoce Sean F. Scullion, el militar e historiador británico que ha pasado la última década desempolvando la memoria de los “españoles de Churchill”, aquellos derrotados en la Guerra Civil española que se enrolaron en las filas del ejército británico para luchar contra el fascismo.

Desde Creta hasta Normandía, desde los campos del norte de África hasta el desfile de la victoria en Berlín. Más de mil republicanos españoles exiliados tras la Guerra Civil cambiaron el fusil republicano por el uniforme británico para combatir el avance de Hitler y sus afines. A partir de testimonios de descendientes y de múltiples viajes y fuentes Scullion reconstruye la historia de esos hombres olvidados en Españoles contra el nazismo, que publica Espasa.

Sus biografías, recuperadas ahora, trazan un periplo común. “En realidad, compartían muchísimas cosas. Además de combatir juntos como soldados en el ejército británico, querían luchar por la libertad contra el fascismo. Una lucha que veían como algo imprescindible. Muchos habían combatido en el bando republicano durante la Guerra Civil y querían seguir luchando contra el régimen franquista de alguna manera durante su exilio”, explica Scullion en conversación con El Independiente. “Vieron su oportunidad luciendo el uniforme británico durante la II Guerra Mundial. En el exilio, juntos se vieron obligados a gritar en voz alta el deber que tenían de protestar contra lo que había ocurrido en España y lo que podría ocurrir en el resto del mundo. Una cosa que se hizo realidad cuando estalló la II Guerra Mundial en 1940”.
Españoles del 1 Regimiento de Servicios Especiales británicos en 1942. | Colección Fernando Esteve

Londres, octubre de 1975. Frente al Cenotafio de Whitehall, un pequeño grupo de veteranos se agrupa en silencio. Visten blazers oscuros, zapatos bien lustrados y llevan sobre el pecho medallas británicas. A sus pies, una corona con los colores de la bandera republicana española. Un cartel reza: "En recuerdo de los españoles que dieron la vida por la libertad, 1939-1945". Nadie en España sabrá de este acto. Aún rige el franquismo. Aún son invisibles.

Para muchos fue su segunda, incluso su tercera guerra. Y aún así, no dudaron en seguir combatiendo

Cuarenta años antes, muchos de esos hombres atravesaron los Pirineos con el Ejército republicano en retirada. Dejaron atrás una España rota y cruzaron a una Francia que, aunque republicana en nombre, los internó en campos de concentración. De allí, a alistarse en el ejército británico fue una forma de seguir luchando, de no rendirse, esboza Scullion. “Eran guerreros natos”, dice el británico. “Para muchos fue su segunda, incluso su tercera guerra. Y aún así, no dudaron en seguir combatiendo”.

Su libro recoge con rigor la odisea de más de mil exiliados republicanos que se integraron en las fuerzas británicas durante la Segunda Guerra Mundial. No solo fueron zapadores o trabajadores. Muchos entraron en unidades de élite como el SAS, los comandos de Oriente Medio o los agentes del SOE (Dirección de Operaciones Especiales). “Más de 100 españoles se convirtieron en agentes de las fuerzas secretas británicas entre 1940 y 1943. Aunque no todos estuvieron en operaciones es una historia importante que trataré en un libro futuro. Unos cuantos contribuyeron a operaciones entre 1943 y 45, sobre todo, en Francia en 1944”, apunta.

La historia de Agustín Roa Ventura resume esa epopeya. Fue encarcelado varias veces, internado en Djelfa -en la actual Argelia-, uno de los campos más duros del norte de África. De allí pasó a formar parte del ejército británico. “Hay que decir que muchos tuvieron historias fascinantes que forman una parte sorprendente de la historia global de estos hombres. No podía contar esta historia sin incluir a personas como Agustín Roa Ventura, por ejemplo, que fue encarcelado varias veces e internado en el campo de concentración de Djelfa antes de hacerse soldado en el ejército británico en África del norte. Agustín fue uno de los personajes clave en contar la historia de estos españoles”, subraya el historiador.

“También hay personas como Fausto Garcia y su mujer Teodosia. Tuvieron que mandar a sus dos hijos a Inglaterra en 1937 junto con casi 4.000 niños vascos. En 1939 se escaparon a Orán, en Argelia. Poco después fueron enviados a campos de concentración también. Fausto se hizo soldado con Agustín Roa Ventura y en 1947 pudo reencontrarse con su mujer e hijos en Gran Bretaña. Hay muchísimas otras historias así que valen la pena contar y conocer. Lo que más me ha sorprendido ha sido la dignidad y la verdadera fuerza de carácter de estas personas. Lo he intentado describir en mi libro”.


Otros como Fernando Esteve, participaron en la toma de Salerno, cruzaron el Volturno y desembarcaron en Normandía. Estuvieron en la primera línea hasta Berlín. “Después de escaparse de Creta en 1941 se hizo miembro del primer Regimiento de Servicios Especiales en Egipto y en 1943 decidió volver a la infantería. Ese año desembarcó en Salerno con su batallón. Cruzando el Volturno, fue parte de un grupo de españoles del batallón que estuvieron en una patrulla salvada por otro español, Josep Vilanova. A finales de 1943 su batallón fue trasladado a Inglaterra y luego desembarcó el 8 de junio en Normandía. El batallón estuvo luchando contra el Eje hasta terminarse la guerra. Fernando fue ascendido a cabo y estuvo en todas las batallas hasta formar parte del desfile aliado de la victoria que tuvo lugar en Berlín en julio 1945”, evoca Scullion.

Son apenas un puñado de nombres, héroes hasta ahora anónimos a los que nunca se les reconoció su gesta. Otros nombre son Rafael Ramos Masens, que participó en el asalto a un cuartel general alemán en Italia, y Ángel Camarena, que escapó por poco de una ejecución sumaria tras ser detenido en la España franquista. A todos les une el exilio y la supervivencia.

Agentes y soldados

Entre 1940 y 1943, más de un centenar de españoles trabajaron como agentes secretos británicos. Algunos se entrenaron en Escocia. Otros actuaron en Francia ocupada enlazando con la Resistencia. “Alfonso Cánovas, que operaba en uno de los grupos del Special Operations Executive, enlazó con la Resistencia en 1944, para encontrarse con que gran parte de los partisanos eran guerrilleros españoles”, asevera el historiador. “Los españoles estaban en todas partes, incluso en misiones de sabotaje bajo la dirección del SOE. Muchos fueron entrenados para regresar clandestinamente a España, en caso de que surgiera una revuelta contra Franco”.

Hay un elemento casi trágico: combatieron por un país que no era el suyo, pero que los acogió. Y luego, ni el Reino Unido ni España supieron honrarlos como merecían

La 50ª Compañía de Oriente Medio reunió a 63 españoles. Se desplegaron por Siria, Palestina, Egipto o Jordania. Varios cayeron prisioneros tras la Batalla de Creta. Otros huyeron y siguieron luchando. Pese al valor demostrado, pocos llegaron a rangos superiores. La barrera del idioma, los prejuicios, la falta de documentación jugaron en su contra. “Hay un elemento casi trágico: combatieron por un país que no era el suyo, pero que los acogió. Y luego, ni el Reino Unido ni España supieron honrarlos como merecían”, lamenta el responsable ahora de reivindicar su memoria.
Protesta de la Asociación de Excombatientes Españoles en la Plaza de Trafalgar Square de Londres en 1960. | Colección Agustín Roa Ventura
Una dignidad intacta

Su voluminoso ensayo es, en realidad, el segundo intento de contar la historia de los republicanos españoles enfundados en uniforme británico. “El libro de Daniel Arasa fue un importante paso en contar la historia de estos hombres. Hace unos años, me puse en contacto con Daniel y me dijo que hacía falta más sobre estos hombres. En mis dos libros (en inglés y en castellano) he ido más allá de lo que hizo Daniel usando material de los archivos que habían salido recientemente además de entrevistas con familiares, fotos y mapas. Así la historia ha sido realmente mejorada usando estas diversas fuentes y también ha ayudado a describir estas historias más detalladamente. Creo que aunque el libro de Daniel hizo un trabajo significativo en contar la historia de estos hombres, la historia era realmente desconocida en general. En mi opinión esto fue debido a que otras historias que se habían sacado a la luz se vieron como más importantes hasta cierto punto y captaron el interés de la gente. Pero en realidad tenemos que efectivamente entender que existía esta historia increíble y fascinante de más de mil hombres que lucharon contra el nazismo en uniforme británico y que esto justamente representa otra faceta de la memoria histórica tanto española como británica”, reclama Scullion.

En su travesía ha contado con la ayuda de los familiares de aquellos combatientes españoles, hoy ya fallecidos. “Una vez que tenía el libro de Daniel como punto de partida me puse a investigar. Faltaban muchas cosas y detalles que encontré en archivos y en entrevistas con las familias. En realidad esta investigación ha sido posible gracias a las familias que tienen un orgullo tremendo sobre lo que hicieron sus antepasados. Yo solo intento hacer lo máximo posible para sacar esta historia desconocida a la luz y darles a estos hombres el reconocimiento merecido”, murmura. “Lo más bello y emotivo han sido las entrevistas con familias donde no solo he podido abrir puertas en mis investigaciones sino que, además, he podido trasladar a las familias más información sobre cosas que ocurrieron para realmente clarificar y apoyarles en la información que tienen de sus antepasados”. “Ellos me han confiado cartas, fotos, recuerdos. Muchos no sabían los detalles de lo que sus padres o abuelos hicieron”, añade.

El texto no solo bucea en las historias de quienes resistieron todas las penurias y acabaron vivos en la II Guerra Mundial. “Hay varias historias trágicas de algunos que perdieron sus vidas. Eran jóvenes y fuertes, con una manera increíble de ser fieles a todos a su alrededor”, advierte. “Mientras estuvieron bajo mando británico sus oficiales fueron tratados como iguales que los demás. Entre los comandos de Oriente Medio los españoles fueron percibidos como guerreros, sobre todo, en operaciones nocturnas. Claro, como en todos los ejércitos, hubo algún español que se comportó mal, pero esto no fue nada fuera de lo normal”. “Al acabar la guerra, quienes decidieron permanecer en Gran Bretaña tuvieron que luchar por quedarse. Pero el problema era que, como la mayoría habían sido presos o internados en campos de concentración en el norte de África, no tenían adonde ir. Tras reuniones con parlamentarios laboristas, se les autorizó quedarse en el Reino Unido”.

Merecen un monumento. No han sido reconocidos lo suficiente

Después de la contienda, cientos establecieron su hogar en suelo británico. Formaron la Asociación de Excombatientes Españoles. Denunciaron durante décadas la dictadura franquista. Pero el reconocimiento nunca llegó. Ni en Londres, ni en Madrid.“La Asociación de Excombatientes Españoles luchó a partir de principios de los años 50 contra el régimen franquista. A través de protestas se enfocó bastante sobre lo que estaba ocurriendo todavía en España durante ese periodo. Miembros del partido laborista británico les apoyaron en sus actividades y sus protestas fueron evolucionando”, expone.

Deudas sin saldar

Hoy, Scullion trabaja con las familias en un proyecto que busca levantar un monumento. “Se merecen un homenaje digno”, insiste. “Han pasado casi cien años desde que algunos de ellos tomaron las armas por primera vez. No podemos esperar más. En realidad no han sido reconocidos lo suficiente. Espero que este libro empiece a enfocar esta historia”, dice.

“Este libro no es un cierre, es una apertura. Hay más nombres, más vidas, más historias esperando salir de los archivos”, arguye. “Muchas cosas quedan pendientes y todavía tengo muchas cosas que preguntar. Todavía hay más que descubrir sobre estos españoles en África del Norte y también en otros lugares, además de los que decidieron quedarse en Gran Bretaña. Mi propósito es escribir varios libros más sobre aspectos más profundos de la contribución española en la Fuerzas Especiales, los servicios secretos británicos y su servicio en África del Norte e Italia. También quiero arrojar luz sobre los diarios y las memorias de algunos cuyas familias me han dejado explorar. El trabajo sigue”, declara confiado en cambiar el curso de la memoria. “Muchos de estos mismos hombres creían que habían sido olvidados. Hay que rectificar ese olvido”.
https://www.elindependiente.com/tendenc ... co-hitler/

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Operación Biting, la misión que demostró que los nazis no eran invencibles: "Fue una apuesta arriesgada que no debería haber salido bien"
El historiador Max Hastings rescata en su nuevo libro la incursión de un grupo de paracaidistas británicos en la Francia ocupada para neutralizar un radar alemán.

A las 15:07 del viernes 27 de febrero de 1942, el almirante sir William James envió una lacónica nota a los buques y unidades del Ejército de Su Majestad asignados a una misión secreta en Bruneval, una pequeña localidad costera de Normandía, en la Francia ocupada por los nazis: «Ejecuten Operación Biting esta noche». En las 24 horas siguientes iba a desarrollarse un asalto paracaidista tan audaz como temerario, una hazaña suicida con la que los británicos buscaban desesperadamente su primera victoria en el continente contra los alemanes tras una larga serie de derrotas.

Unos meses antes, la inteligencia de la RAF había detectado una inédita y poderosa red costera de radares conocida como Würzburg que parecía ser la responsable del fracaso de las sucesivas misiones aéreas de los Aliados contra objetivos alemanes en Europa. ¿Por qué no desbaratarla en una operación especial que contaría con la colaboración sobre el terreno de la Resistencia francesa?

Ahora el periodista e historiador Max Hastings (Londres, 1945) rescata todos los pormenores de aquella hazaña bélica tan emocionante como poco conocida de la Segunda Guerra Mundial en Operación Biting (Crítica). Los 120 paracaidistas británicos que saltaron sobre Normandía aquella noche en plena tormenta de nieve con el fin de sabotear y capturar componentes clave del nuevo radar alemán y regresar de vuelta a su isla por mar lo tenían todo en contra para cumplir con su misión. Pero lo hicieron.

¿Que ha llevado a Hastings de escribir obras monumentales sobre Stalingrado, la guerra del Pacífico o el Día D a ocuparse en esta ocasión de una miniatura bélica trepidante pero de escasa importancia? «Voy a cumplir 80 años y he dejado atrás la visión panorámica sobre la guerra que solía tener. ¡Hoy prefiero usar el microscopio!, contesta cuando nos citamos con él por videoconferencia.

«Me interesa menos qué división avanzó en tal dirección y más cómo se comportaron los seres humanos. Soy, ante todo, un narrador, y me pareció que la Operación Biting ofrecía una oportunidad magnífica para ilustrar muchas verdades más amplias. Sentí que esta historia relativamente breve sobre un episodio pequeño de la guerra podía decir muchas cosas sobre personajes importantes que desempeñaron un papel clave en el mando, pero también sobre los soldados rasos».


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El verdadero valor de la Operación Biting no estuvo tanto en lo que reveló sobre el radar alemán Würzburg como en lo que proyectó sobre la moral de un país abatido. Hastings lo deja claro: «La inteligencia técnica obtenida probablemente dio a los británicos una pequeña ventaja en la guerra electrónica, pero solo durante un mes o dos. La verdadera ganancia fue propagandística».

El autor recuerda que entre Dunkerque y el Día D, más de la mitad del ejército británico estaba en casa, entrenando. «No combatía nadie», subraya. Solo pequeñas unidades luchaban en África o Asia, pero la mayoría era incapaz de plantar cara a los alemanes en el continente. Por eso Churchill, según Hastings, comprendió algo que muchos de sus generales no: la necesidad de mantener viva la percepción de que la guerra seguía su curso.

«No sería justo decir que tenía que entretener al pueblo británico, pero sí necesitaba que sintieran que la guerra continuaba». Hastings cita a un agregado militar estadounidense en Londres que, antes de la entrada de EEUU en la contienda, advertía que si a los británicos se les daba la oportunidad, «volverían a su inercia natural y perderían el interés en el conflicto».

Para evitarlo, Churchill comprendió la importancia de lo que Hastings denomina «teatro militar»: «Debía haber gloria, aunque no estuviera del todo justificada; debía haber éxitos, aunque fueran poco relevantes; debía haber apariencia de avance». Y la Operación Biting fue perfecta.

El historiador británico no oculta su escepticismo hacia las fuerzas especiales, tanto entonces como ahora: «Son necesarias, sí, pero deben mantenerse pequeñas y realmente especiales». Sin embargo, reconoce que en 1942, gracias a Biting, se pudo construir «todo un edificio de gloria» alrededor de una operación que, en realidad, duró unas horas. Churchill había autorizado la creación de comandos, paracaidistas, el SAS... fuerzas que para Hastings fueron actores clave de ese «teatro bélico» ideado por el premier británico. Los generales, «nunca entendieron esto». Se mostraban impacientes con las «locuras» de Churchill y sus pequeñas operaciones. «Pero el primer ministro tenía razón. Comprendía la política. Y en toda guerra, cuando se trata de democracias, no puedes ignorar la política. Está íntimamente entrelazada con la estrategia».

Un personaje resulta clave en la operación: el estrafalario Lord Mountbatten. Max Hastings no oculta su ambivalencia: lo retrata como «ridículo en muchos sentidos», obsesionado con los uniformes y dotado de una «vanidad descomunal». A los ojos de la Marina, fue siempre una figura incómoda. «Los almirantes lo consideraban un marino mediocre». Y recuerda que, cuando Mountbatten comandaba destructores en el Mediterráneo, muchos creían que no dirigía bien su flotilla y que la pérdida en aguas de Creta de un barco, el HMSKelly, fue culpa suya. «La Royal Navy no tenía paciencia con él».


Pero Hastings también reconoce su magnetismo. Churchill supo ver en él algo útil: «Era apuesto, elocuente, con amigos en Hollywood, y tenía esa seguridad serena que solo poseen los muy ricos». Por eso, lo colocó al frente de las Operaciones Combinadas. Fue una decisión controvertida. Poco después, Mountbatten dirigiría el asalto a Dieppe, «un desastre». Debería haber asumido la responsabilidad. Pero, según Hastings, Churchill no se equivocaba del todo: «En una Gran Bretaña gris, aburrida, cubierta de polvo y con una comida horrible, una figura glamurosa como Mountbatten podía jugar un papel simbólico muy poderoso».

Cuando le preguntamos si la Operación Biting fue un modelo de planificación militar, Hastings la califica, en todo caso, como «una apuesta increíblemente arriesgada que no debería haber salido bien». Aquella noche, dice, «los británicos pillaron a los alemanes en un mal día. He escrito mucho sobre lo asombrosamente eficaz que solía ser el ejército de Hitler. Pero aquella noche, todo le salió bien a los británicos y todo mal a los alemanes».

Paradójicamente, según el historiador, aquella victoria improbable tuvo efectos negativos: «Dio a Mountbatten y a otros oficiales superiores una confianza excesiva sobre lo que podrían hacer en la costa francesa». Tras comprobar la lentitud e incompetencia con que respondieron los alemanes en Bruneval, creyeron posible replicar la operación a mayor escala. «Pero nunca volvió a ser así», advierte Hastings. «Cada nuevo asalto británico a Francia acabó siendo duramente repelido, con numerosas bajas».

Acerca de la cuestión general del peso de la suerte en la guerra, Hastings insiste en que es «un factor absolutamente crítico». Recuerda que incluso en una operación tan bien planificada como el Día D, donde los Aliados gozaban de una superioridad abrumadora sobre los alemanes, Churchill y sus generales estaban aterrorizados ante la posibilidad de que el azar jugara en su contra. «Si el clima empeoraba, si algo catastrófico ocurría en una playa, todo podía desmoronarse».

Lo extraordinario en Bruneval es que la suerte estuvo del lado británico incluso cuando todo empezó mal. El salto en paracaídas resultó caótico: «Era de noche, nevaba, y casi la mitad de los soldados cayó a varios kilómetros del objetivo». Sin embargo, las figuras clave -los científicos y técnicos que debían desmontar el radar- aterrizaron exactamente en el punto previsto. Y los soldados extraviados, corriendo por la nieve, «llegaron justo a tiempo para desempeñar un papel crucial en la fase final del asalto».

En definitiva, esa noche de 1942, concluye Hastings, «quizá los británicos, después de tantas desgracias acumuladas desde el inicio de la guerra, se merecían al fin algo de buena suerte».

Al abordar el papel crucial de la Resistencia francesa sobre el terreno, Hastings resalta la valentía de esos civiles que, sin armas, «arriesgaron todo por una pieza de información». Evoca con admiración especial a los dos hombres que viajaron desde París hasta la costa normanda para reconocer la playa donde se desarrollaría la Operación Biting. «Incluso lograron convencer a un centinela alemán para que los dejara pasar entre el alambre de espino. Fue un acto de valentía extraordinaria». La suerte de aquellos héroes anónimos no siempre fue tan buena: «Uno de ellos fue capturado meses después y ejecutado».

Pero Hastings, que ha investigado a fondo la Francia ocupada, no duda en desafiar la narrativa oficial instalada por Charles De Gaulle tras la liberación, según la cual la Resistencia representaba el verdadero espíritu francés. «Eso no es cierto. El verdadero espíritu de Francia fue la colaboración». Añade que, a partir de 1944, cuando ya era evidente que los Aliados ganarían, «todo el mundo quería unirse a la Resistencia» y recibir su medalla. En su opinión, aquella distinción debería haber llevado siempre «un distintivo con el año de incorporación». «Si te uniste en 1940 o 1941, fuiste muy, muy valiente; en 1942, todavía había que tener mucho coraje; pero desde 1943 y especialmente 1944, ya solo estabas alineándote con los vencedores».

En un mundo de drones y ciberguerra, ¿qué enseña Biting sobre el valor, y los límites, de las operaciones físicas arriesgadas? ¿Ve Hastings ecos de esta misión en operaciones como la reciente de Ucrania contra los bombarderos rusos? «Muchos soldados actuales sentirían cierta envidia de quienes llevaron a cabo la Operación Biting», responde. «Aunque implicó tecnología moderna como radares y fuerzas especiales, fue en esencia una misión de la vieja escuela: heroica, arriesgada y dependiente del coraje individual». Ahora, en cambio, la guerra experimenta una transformación radical dominada por la tecnología, y las posibilidades de heroísmo personal «están desapareciendo rápidamente».

Esto no impide que admire profundamente lo que están haciendo los ucranianos en sus operaciones recientes contra los rusos, pero señala que «gran parte de ese éxito proviene de la ingeniería, la planificación brillante y conceptos tácticos innovadores». En esencia, quienes diseñaron las operaciones más exitosas en Ucrania son similares a los responsables de Biting: «Imaginativos, audaces, con talento». La diferencia fundamental es que ahora «la ejecución está en manos de las máquinas». Para Hastings, esta transformación genera inquietud en los círculos militares y políticos actuales porque la tecnología está introduciendo variables difíciles de prever.

Para cerrar, Hastings recupera una anécdota que para él ilustra perfectamente el peligro de una planificación militar egocéntrica. Durante una reunión previa al desastroso asalto aerotransportado sobre Arnhem (Países Bajos), en 1944 -comandado por el general Frederick Browning, irónicamente implicado también en Biting-, el general polaco Sosabowski interrumpió para preguntar: «¿Y los alemanes, general? ¿Qué estarán haciendo los alemanes mientras nosotros hacemos todo esto?».

«Esa pregunta resume una gran lección», enfatiza Hastings. «En cualquier operación es un enorme error pensar solamente en lo que hará tu bando. Siempre, siempre hay que preguntarse qué hará el enemigo».
https://www.elmundo.es/papel/2025/06/15 ... b4580.html

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