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NotaPublicado: 29 Mar 2021 11:45 
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Para el control de un enorme imperio como lo era el español en tiempos de Carlos V, Felipe II y Felipe III, la Monarquía Hispánica requería de una unidad militar eficaz que llevara el nombre del rey a cada rincón de sus dominios. Los Tercios españoles eran conocidos por su resistencia y valentía en el campo de batalla y en varias ocasiones se les ha comparado con la falange macedonia o la legión romana.

Con la intención de eliminar cualquier resquicio de esa leyenda negra que pulula en el imaginario español en relación con estos militares, a los que se les califica desde la historiografía anglosajona y holandesa de saqueadores y viles asesinos, el escritor Hugo A. Cañete publica de la mano de Ediciones Salamina Los Tercios en combate. Acciones y batallas de la mejor infantería del mundo.

En esta profunda obra, el autor reúne a través de fuentes de la época los grandes hitos de los Tercios españoles desde su origen hasta su disolución en el año 1704 por parte de Felipe V, quien daba inicio a una nueva dinastía en España.
La marcha del Empel

La marcha del Empel

Para relatar estos episodios que reflejan sus proezas, el autor se ampara en una de las célebres frases del biógrafo e historiador francés del siglo XVI Pierre de Bourdeille: "Los españoles se han atribuido siempre la gloria de ser los mejores entre todas las naciones. Y no les falta base para tal opinión y confianza, porque a sus palabras les han acompañado los hechos".

De los acontecimientos que se desgranan en el libro, algunos son ampliamente conocidos, como son la batalla de Lepanto -en la que resultó herido Miguel de Cervantes- o la campaña del duque de Alba en Países Bajos. Sin embargo, existen otras historias que han quedado en un segundo plano y que el autor investiga en su última publicación.
Asedio de San Telmo

En 1565, el Imperio otomano trató de invadir la isla de Malta -se habla de que reunieron a 30.000 hombres-, la cual se ubicaba estratégicamente al sur de Sicilia y cerca de la actual Libia y Túnez. La hegemonía sobre Malta implicaba tener el control de las rutas comerciales entre el mar Mediterráneo Occidental y el Oriental y su caída en manos musulmanas podía ser devastadora para la Europa cristiana.

Los turcos iniciaron una grandiosa ofensiva y el fuerte de San Telmo era indispensable para resistir en la isla. De esta forma, 500 soldados españoles de las dos compañías del Tercio Viejo de Sicilia resistieron a los constantes bombardeos de los otomanos.

Según indica en el libro A. Cañete, soportaban el frío de la noche y el calor del día a la vez que los turcos no detenían el fuego para hundir los ánimos de los españoles: "Los defensores siempre en sus puestos, durmiendo, comiendo y haciendo allí las demás necesidades humanas; siempre alerta". Tal y como le hicieron llegar al Gran Maestre de la Orden de Malta en una misiva, "aquello era un morir muy evidente".

Los turcos comenzaban a impacientarse, puesto que su táctica de no dar descanso a los españoles no estaba teniendo ningún efecto. Llegaron noticias de que estos últimos tenían la determinación de "resistir hasta el final". Los asaltos mermaban a los Tercios, quienes seguían firmes en su posición. "Los turcos no dejaron de batir los puestos del fuerte con la artillería y de provocar continuas alarmas durante la amdrugada con la intención de agotar más, si cabe, a los supervivientes", apunta el escritor.
Huida de los turcos en el sitio de Malta.

Huida de los turcos en el sitio de Malta.

Pese a la superioridad musulmana, los españoles combatieron hasta que cayó el último hombre. La conquista de San Telmo debía haberse producido en pocos días para satisfacer los planes de conquista otomanos. Los españoles habían aguantado 30 días. El combate había dejado 6.000 muertos turcos, y los ánimos de los invasores estaban por los suelos. "¡Oh, Alá! Si el hijo pequeño nos ha costado tanto, qué precio tendremos que pagar por semejante padre", se lamentaban.

En cuanto a los Tercios, las compañías de Sicilia habían sido aniquiladas en San Telmo y tan solo sobrevivieron unos pocos heridos que habían sido evacuados las jornadas anteriores y pocas decenas de hombres que habían logrado huir. Muchos de ellos caerían en las batallas siguientes, ya que los turcos no cesaron el ataque al resto de posiciones.

Aquella pequeña victoria turca fue a efectos prácticos una derrota, puesto que la resistencia española permitió la inminente llegada de refuerzos cristianos. El Imperio otomano se vio obligado a retirarse de Malta.
El Camino Español

La valía de los Tercios españoles no solo se plasmaba en el campo de batalla. También protegían las fronteras allá donde reinaba Felipe II. Cruzar media Europa era toda una odisea repleta de peligros. El Imperio español no era contiguo, por lo que cualquier diplomático, ejército o comerciante debía pasar por tierras ajenas al reinado del hijo de Carlos V resultaba aventurado. Asimismo, el canal de la Mancha estaba controlado por los ingleses y los franceses, por lo que Flandes quedaba en cierto modo aislado. ¿Cómo llegarían los soldados españoles para sofocar cualquier intento de rebelión?

De esta forma, se abrió un corredor militar que sería utilizado por primera vez por el Gran duque de Alba dos años después del sitio de Malta. El duque iba acompañado de los tercios viejos de Nápoles, Sicilia, Lombardía y Cerdeña y llegaron a Bruselas el 22 de agosto de 1567.

"Tuvieron que atravesar media Europa para poner la pica en Flandes, desafiando numerosas dificultades logísticas y diplomáticas", explica el escritor. "El corredor diseñado entre Milán y Flandes aquel verano de 1567 sería utilizado por las tropas españoles e italianas en su camino a los Países Bajos durante décadas, conformando uno de los prodigios logísticos más grandes de todos los tiempo, y recibió el nombre de Camino Español.

Tras su llegada a Flandes, el duque trató de mantener el orden y acabar con cualquier atisbo de alzamiento, aprobando numerosas ejecuciones públicas y marchando a la guerra. La obra de Cañete también recupera el milagro de Empel, donde los Tercios derrotaron en condiciones adversas a la flota de los Países Bajos, la incursión de Corón o la toma de Kirchberg.

La unidad militar siguió existiendo hasta el siglo XVIII. En sus últimos años se hizo patente su declive, acompañado de la crisis dinástica que sufría la Corona. Finalmente, con el cambio de dinastía, Felipe V disolvió los Tercios españoles que tanto han marcado a la Historia Moderna de España.
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 518_0.html

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NotaPublicado: 06 Feb 2023 10:26 
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La Trinidad Valenzera, comandada por don Alonso de Luzón, maestre de campo del Tercio de Nápoles, había participado activamente en el fuego cruzado que enfrentó a la Armada Invencible de Felipe II y la flota inglesa que salió a su paso en el entorno de la península de Portland Bill el 2 de agosto de 1588. También se batió contra las naves enemigas el lunes 8 en el combate de Gravelinas. El fracaso de la empresa del Rey Prudente obligó a la embarcación veneciana a regresar a España bordeando Irlanda, pero se fue a pique a mediados de septiembre por un temporal.

En el momento de su naufragio transportaba a unos 525 soldados y marineros, tras rescatar a parte de la tripulación de una urca que había corrido la misma suerte. Medio centenar murió ahogado y el resto cayó prisionero de las tropas protestantes Tudor que intentaban someter el territorio irlandés. En el camino hasta el castillo de Alliagh, donde buscaban la protección de los aliados católicos, los supervivientes fueron interceptados por un batallón de soldados ingleses y mercenarios. La marinería y la tropa españolas, separadas de los oficiales, fueron víctimas de una masacre hacia el 30 de septiembre. Cerca de 300 hombres fueron desnudados, encañonados con arcabuces y acuchillados.

De la matanza escaparon unos 150 soldados y marineros, de los que muchos lograron regresar a España vía Escocia, amparados por el rey Jacobo VI. El cautiverio de la treintena de oficiales deambuló entre la cárcel de Drogheda, casas particulares de Dublín y Londres o la prisión de Bridewell. La gran mayoría alcanzaría la libertad, tras el pago de un rescate, entre marzo y finales de 1589. Los últimos en ser liberados, en abril de 1591, fueron Rodrigo Lasso, comendador de la Orden de Santiago, y el maestre Alonso de Luzón. Felipe II los canjeó por un destacado soldado y diplomático francés capturado durante el sitio de Amberes, además de pagar 1.650 libras.




En Los prisioneros de la Armada Invencible, el autor desvela el calvario y las "tremendas vivencias" que sufrieron hasta 2.993 hombres apresados en Francia, Países Bajos, Escocia, Inglaterra e Irlanda. De ellos, 1.558 serían liberados, 1.120 asesinados en Irlanda, donde las escasas y débiles fuerzas inglesas practicaron una "política de aniquilación sistemática" —la de la cárcel de Galway fue otra matanza escalofriante y a sangre fría— y 315 fallecieron por otras circunstancias durante el cautiverio.



Chinchilla dedica más de sesenta páginas a presentar una tabla con las biografías de unos 240 nombres de los más de 750 que ha rescatado de los archivos. A las más conocidas historias de figuras como Pedro de Valdés, capitán de la escuadra de Andalucía, capturado por el infame corsario Francis Drake, se suman ahora otras como la del boticario Lope Ruiz de la Peña, el prisionero con el cautiverio más largo —no alcanzó la libertad hasta marzo de 1597—, o el pequeño de trece años Gonzalo Fernández, que se había embarcado en la Nuestra Señora del Rosario del propio Valdés.

Chinchilla, creador de una web para el estudio y la divulgación de la Armada de Felipe II, formada por 127 naves y 36.690 hombres, también reconstruye fugas dramáticas. Un ejemplo es el de treinta españoles que, durante su traslado desde Drogheda a Londres, aprovecharon la escasa dotación de la pinaza que los transportaba para amotinarse, ahorcar a sus captores y hacerse cargo del velero, con el que pudieron llegar hasta A Coruña.
Los prisioneros de la Armada Invencible
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 147_0.html

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NotaPublicado: 04 Mar 2023 13:53 
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En el salón del Gran Duque del Palacio de Liria, enfrente de los dos imponentes retratatos de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, pintados por Rubens y Antonio Moro, llama la atención una armadura de un adolescente con un impacto de bala a la altura del corazón. Lo lógico sería pensar que ese agujero en el metal desvela un afortunando encuentro con la muerte durante la juventud del militar en el que depositaron su confianza Carlos V y Felipe II, de un personaje que vertebra el siglo XVI español. Sin embargo, esconde una historia más truculenta: según cuentan desde la Fundación Casa de Alba, la coraza se convirtió durante la Guerra Civil en una diana de tiro para un miliciano comunista del 5º Regimiento.

También en el medio de esa estancia sobresale una estatuilla caricaturesca en madera policromada en la que el Gran Duque holla una hidra de tres cabezas que representa a la reina Isabel de Inglaterra, el papa Paulo IV y el elector de Sajonia, enemigos de la Monarquía Hispánica. Seguramente hecha en el taller de Flandes, está datada en 1568, justo después de la batalla de Jemmingen, uno de los primeros enfrentamientos de la guerra de los Ochenta Años y saldado con victoria del experimentado general. Solo unos meses antes el Rey Prudente le había encomendado a Alba el gobierno de los Países Bajos para castigar a los rebeldes y a los herejes protestantes.

Ese enorme desafío al que el duque se enfrentó —y fracasó— durante seis años, y sobre todo las campañas militares que se encandenaron entre abril de 1572 y diciembre de 1573, son el sujeto de estudio de la nueva obra de Àlex Claramunt, director de la revista Desperta Ferro Historia Moderna y autor de diversos libros sobre la historia militar de los siglos XVI y XVII. En Es necesario castigo (Desperta Ferro) reconstruye estos acontecimientos utilizando fuentes neerlandesas favorables a ambos bandos y presenta una imagen global sobre las causas y los orígenes de la revuelta flamenca contra España.
'La batalla entre las armadas realista y rebelde en el Haarlemmermeer' (c. 1629), de H. Cornelisz Vroom, Rijskmuseum.



"Mi libro no es una biografía del duque, sino un estudio que no existía de forma específica sobre su gobierno y sus campañas en los Países Bajos", ha explicado Claramunt durante la presentación de su trabajo en el Palacio de Liria. La figura del mejor soldado del rey ha sido tradicionalmente asociada entre la población neerlandesa a la tiranía, la represión —su Tribunal de los Tumultos condenó a muerte a 1.083 personas— y la mala administración. Según el investigador, fue la razón de Estado y no el fanatismo religioso amplificado por la propaganda protestante lo que guio sus acciones.

El Gran Duque, como "criado de su Majestad", fue en realidad una especie de parche temporal: debía blandir la espada y hacer el trabajo sucio con los insurrectos a la espera de que Felipe II, quien le remitía instrucciones minuciosas, viajase allí para atender los ruegos de sus vasallos. Sin embargo, las muertes del príncipe don Carlos y la reina Isabel o el estallido de la rebelión de las Alpujarras alteraron los planes. "Se vio abandonado en Flandes. Era un militar y quedó abocado a gobernar durante seis años una de las regiones más problemáticas de Europa", resume el autor.


A pesar de su incontestable éxito bélico en 1568, el duque de Alba se enfrentó a una violenta guerra civil —los rebeldes se decían representantes del rey y aspiraban a obtener la tolerancia religiosa y el respeto a los privilegios locales—. "En sus cartas dice que por la orografía de los Países Bajos, con laberintos de ríos, canales, lagunas y pocos diques transitables a merced del viento y los oleajes, se trataba de una guerra que no se parecía a ninguna otra en la que hubiera liderado a tropas", destaca Claramunt. El asedio de Harlem, que duró ocho meses en medio de un invierno extremo, con trincheras enfangadas, es el paradigma de esa ferocidad.

El caldo de cultivo de la rebelión fue una crisis fiscal a raíz de los impuestos impopulares sobre la renta y los bienes muebles e inmuebles implantados por el duque que erosionó la autoridad de los funcionarios reales. Pero esto no se puede descontextualizar de la acusada crisis de subsistencia derivada de las malas cosechas y las inundaciones producto de los efectos de un fenómeno climático conocido como Pequeña Edad del Hielo, o de la interrupción del comercio marítimo y la pesca a raíz de las piraterías de los "mendigos del mar".
'Mapa de Haarlem y alrededores a vista de pájaro durante el asedio español' (1573), por M. Masen.

'Mapa de Haarlem y alrededores a vista de pájaro durante el asedio español' (1573), por M. Masen. Desperta Ferro Ediciones

Desde que se encaminó hacia Bruselas, el duque de Alba previó la necesidad de someter al conjunto de la población a la vigilancia armada de sus tropas en esa misión de mantener el orden. Alojar y alimentar a más de 10.000 soldados españoles se reveló en otra de las causas del malestar social. "En Países Bajos no había la tradición de acoger a las tropas como en Italia", explica Claramunt. "Fue un impactante para todos. Los católicos estaban contentos de que los españoles castigasen a los herejes, pero muy pocos se prestaron a darles refugio".

La irregularidad de las pagas, así como la conducta indisciplinada de algunos militares, también tendrían nefastas consecuencias. El propio Alba admitía la rapacidad de sus tropas y ya en enero de 1568 escribió a Felipe II que "la gente [...] está tan mal disciplinada que no me puedo valer con ella; venían tan avezados de robar, que no era costumbre ya hacerse secretamente". El gobernador fue normalmente implacable ante estos excesos: en una ocasión quiso

El libro de Claramunt es un extraordinario análisis de los inicios de la Guerra de Flandes y de la actuación (desmitificada) del Gran Duque como gobernante. Además, cuenta un ilustrativo aparato gráfico de grabados, dibujos, cartografía de la época —la estrategia de Alba en sus campañas, lideradas sobre el terreno por su hijo don Fadrique, se fundó en un conocimiento minucioso de la topografía de la zona—, lienzos y los mapas elaborados por el equipo de Desperta Ferro para seguir al detalle todos los movimientos de tropas en lo que constituyó "un momento decisivo en la historia de Europa".
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 467_0.html

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NotaPublicado: 30 Mar 2023 08:52 
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Ya solo el nombre presagia una existencia turbulenta, aliñada por epopeyas con la espada y pendencias desvergonzadas. Tiburcio de Redín fue un militar insolente con aires de bravucón y mostachos engarfiados, "un hombre tremendo y desbaratado", como diría un mesonero que sufrió sus iras. Combatió, en las filas de los Tercios, el ejército que forjó el imperio de la Monarquía Hispánica a golpe de pica y arcabuz, en Italia —donde según la leyenda se le apodaba el "Júpiter de España"—, en el Caribe a bordo de la Armada de la Carrera de Indias y en la del Mar Océano y en el sur de Francia, donde sería ascendido a maestre de campo por su "calidad, valor y plática y experiencia en las cosas de la guerra".

Nacido en 1597 y miembro de una honrosa rodada pamplonesa de militares —su padre, el señor de Rodín barón de Bigüezal, combatió en Lepanto; y sus hermanos, de los que uno llegaría a ser virrey de Sicilia y gran maestre de la Orden de Malta, brillaron en las campañas de Flandes y allí donde se les requirió—, Tiburcio protagonizó en el cénit de su trayectoria bélica, en 1637, una decisión drástica y sorprendente: cambió sus armas por el hábito de novicio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. También su nombre por el de fray Francisco de Pamplona.

Quizá fue la receta mística para tratar de expiar sus pecados y reconducir su temperamento endiablado. Fue retratado como libertino, jugador, camorrista, burlador de la justicia y un largo etcétera de calificativos malditos. "No había mayor festín para don Tiburcio que hallarse en una refriega de cuchilladas", dijeron de él. Se ensañó y desafío especialmente a los representantes de la autoridad, tal vez como venganza por su tiránica madre: en una ocasión se abrió paso en un atasco de carruajes en Madrid saltando de uno a otro golpeando con la espada a los cocheros y las mulas; en otra, asaltó empuñando hierro y expuso sus agravios al conde duque de Olivares cuando el pasmado valido iba a visitar las obras del Buen Retiro.



Pero el catálogo de desmanes en mar y tierra del espadachín resulta infinito. Acuchilló a un joven soldado lanzándose al agua y persiguiéndolo entre las olas. ¿Su crimen? Fastidiarle una siesta. Pero la más inverosímil de todas está vertebrada por el despecho: Tiburcio convenció al general de la flota de Cádiz para que le prestase cuatro navíos bien artillados para una misión. Remontó el Guadalquivir y fondeó frente al barrio de una mujer sevillana casada con la que había tenido una aventura. Amenazó con arrasar el distrito a cañonazos aunque una autoridad municipal llegó a tiempo de disuadirlo.

La desorbitada biografía de Tiburcio de Redín —en su faceta como religioso, finalizada como misionero en el Nuevo Mundo, sus superiores le tuvieron que obligar a rebajar la brutalidad de las penitencias corporales que se infligía—, como la resuelve Julio Albi de la Cuesta, es una de las semblanzas que conforman la nueva obra del reconocido historiador militar, Vidas intrépidas. Españoles que forjaron un imperio (Desperta Ferro).



Si en su clásico De Pavía a Rocroi firmaba una historia total de los célebres soldados de infantería de la Monarquía Hispánica narrando sus orígenes, organización, armamento, tácticas y experiencia en los campos de batalla de todo el mundo, este nuevo ensayo que desprende un perfume a bizarría y pólvora es un complemento excitante y revelador para indagar en la experiencia humana de lo que significó combatir y formar parte de los Tercios. De la Cuesta glosa una quincena de retratos biográficos, "un caleidoscopio de múltiples facetas", como dice él mismo, hombres con sus defectos y sus virtudes, con luces y sombras, que abarca el periodo 1535-1690 y todos los campos de operaciones.

En la nómina hay nobles de ancestrales blasones, como Alonso Enríquez de Guzmán, que cambió de bando a su antojo en las guerras civiles entre pizarristas y almagristas en Perú y combatió al lado de Carlos V en la batalla de Mühlberg, aunque el emperador nunca se fio de él; y plebeyos de escasos recursos, como Pedro de Bermúdez de Santisso, nacido en Castropol hacia 1525 con "tan poca hacienda que no bastase a sustentarme conforme a mi estado y calidad". Este soldado fue capturado por los otomanos durante la desdichada campaña de Los Gelves (1560), aunque obtendría su venganza en el victorioso socorro de Malta.
Soldados y mujeres

Resulta imposible trazar un prototipo de soldado de los Tercios, si bien el que con más fuerza se ha convertido en epítome de esta invencible fuerza militar fue Julián Romero, convertido en leyenda gracias a su actuación en la batalla de San Quintín. "Sería inútil buscar aquí paladines de brillante armadura; solo se encuentran hombres, no todos recomendables", expone Albi de la Cuesta, que además de introducir episodios asombrosos convierte la historia militar en un arte literario, narrativo. "Hay, sin embargo, denominadores comunes: a ninguno, ni siquiera al más cuitado de ellos, les faltó el valor y todos transitaron sus vidas a un paso de la gloria y de la muerte", añade.

En Vidas intrépidas se despachan multitud de hazañas, pero también matanzas y abusos de poblaciones indefensas y crímenes como asesinatos de mujeres o de oficiales impopulares entre la tropa. La figura Tiburcio de Redín, al que descubrimos en el penúltimo capítulo, conjuga toda esta complejidad. "Se trataba de gente que vivía y moría por el acero; solo el filo de una espada separaba la gloria del triunfo de la humillación de la derrota. En esas condiciones, resultaba muy difícil mantener una trayectoria lineal; se vivía como se podía", defiende el historiador.

El soldado Miguel Castro, que luchó en tierra y en numerosas operaciones marítimas, estaba obsesionado con las mujeres. Formó parte del Tercio de Nápoles, una de las piezas clave en el despliegue militar de la Monarquía Hispánica y una unidad que participó en todas las grandes campañas. Envenenó a una amante con la que se había fugado, que había sido detenida y torturada para confesar lo sucedido. Sus peripecias le sirven a Albi de la Cuesta para presentar el entorno de los Tercios en lo referente al mundo femenino: que un recluta estableciera una relación estable con una "mujer manceba" originaba celos y rivalidades que terminaban degenerando en reyertas.

Porque esta obra es mucho más que una simple concatenación de biografías de sujetos valerosos y temerarios. El hastío de Diego Suárez Montañés y sus guardias infinitas en el presidio de Orán muestra otra ventana de un escenario poliédrico, heterogéneo. Julio Albi de la Cuesta añade al universo de los Tercios un fabuloso ejercicio de historia social —siempre que se puede son los propios protagonistas o sus contemporáneos los que hablan— para comprender todavía más a fondo los entresijos de ese ejército que dominó el mundo en los siglos XVI y XVII.
https://www.elespanol.com/el-cultural/h ... 878_0.html

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NotaPublicado: 22 Ene 2024 18:28 
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Camino español: desvelan la verdad que siempre has creído tras el arma logística de los Tercios de la Monarquía hispánica
Davide Maffi, historiador e investigador, afirma a ABC que «llegaron más soldados a Flandes a través de la 'ruta atlántica'» durante el siglo XVII
El experto italiano participará en una de las muchas actividades de la semana en honor a los soldados de la monarquía hispánica que organiza la 'Asociación 31 de enero Tercios'


Los Tercios están más de moda que nunca. Conocemos cómo combatieron, qué comían y hasta cómo eran reclutados en las ciudades. Sin embargo, según explica a ABC Davide Maffi, investigador en la Universidad de Pavía e historiador especializado en el pasado militar de la Lombardía de los siglos XVI y XVII, todavía se cuentan por decenas los mitos que les rodean. El primero, confirma, es la idea de que la Península era el centro neurálgico de estas unidades, y no está del todo de acuerdo: «Aunque se suele obviar, Italia fue clave en su devenir». Aunque, de entre todos los que desvela, hay uno que le escuece en especial: el Camino español. Porque, en sus palabras, «llegaron a Flandes más soldados a través de la 'ruta atlántica' que a través de él» durante el siglo XVII.

Hoy nos habla desde Milán. Lo hace mientras prepara los aperos para viajar a España, entonces centro del Imperio, para participar en las 'IV Jornadas de los Tercios'; un congreso enmarcado dentro de una semana con una infinidad de actividades en honor a estas unidades que organiza la 'Asociación 31 de Enero Tercios'. «En esta sexta edición contaremos con concursos a través de las redes sociales, conferencias, una recreación histórica...», explica a ABC Juan Víctor Carboneras, su presidente. Todo ello, con un objetivo en la mente: lograr que el 31 de enero sea el día de homenaje oficial de las legiones de la monarquía hispánica.
Semana de los Tercios

Cuenta Carboneras que el grupo es más optimista que nunca con la nueva edición del día dedicado a las legiones romanas de la monarquía hispánica. Las actividades arrancarán el 29 de enero con las 'IV Jornadas de los Tercios', celebradas durante cuatro días en el Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid (Paseo de Moret 3). «Para asistir es necesario inscribirse de forma previa», explica. [Siga este link para apuntarse]. Este año se centrarán en la importancia de Italia como nudo de comunicaciones, aunque no dejarán a un lado el día a día de los combatientes y otros tantos temas.


El plantel es envidiable; desde el propio Maffi, hasta grandes historiadores como Enrique Martínez Ruiz o Carlos Belloso. «La última jornada, la del 1 de febrero, la dedicaremos por primera vez a la relación de la literatura o la música con los Tercios. Eva Giménez, guía oficial del Museo del Prado, nos hablará del arte al servicio del Imperio, y, entre otros tantos, Juan Laborda nos explicará la relación del cine con estas unidades», añade. Todo ello, bajo el paraguas y la colaboración de las editoriales Edaf y Tercios Viejos.


El 31 de enero se sucederán el grueso de las actividades. «Para empezar, celebraremos el día en las redes sociales. Invitamos a todo el mundo a que comparta contenido sobre los Tercios junto al hashtag #31EneroTercios. Todos aquellos que participen entrarán en el sorteo de una serie de lotes de libros cedidos por las editoriales Desperta Ferro, Edaf y la Esfera de los Libros», completa. También organizarán un concurso de dibujo relacionado con esta materia. «El plazo es del 10 de enero al 1 de febrero, y las bases están en nuestra web», añade. Esta jornada también hay planeadas acciones en otras tantas ciudades de España como Vigo, Olivares, Valencia,. Sevilla, Valladolid... y otras tantas.

La guinda será una recreación histórica que se llevará a cabo el 3 de febrero en la Plaza de la Villa de Madrid. «Participarán decenas de recreadores llegados de toda la geografía española. Trataremos la vida cotidiana de los soldados: el reclutamiento, la comida... También habrá un desfile que recorrerá el centro de la capital», sentencia. Todo es poco para rememorar a los combatientes que dieron la vida por el Imperio. «Hemos visto un crecimiento exponencial e importante, y no vamos a fallar a los seguidores de los Tercios. Estamos logrando nuestro objetivo», finaliza. Y no podemos más que desearles suerte.
Olvido italiano

Italia fue donde se fraguaron a fuego lento estas unidades allá por el siglo XVI. Con Francia presionando para arrebatar parte de la península a Carlos I, al monarca no le quedó más remedio que reorganizar a la infantería que había en la región. Así, aprestados para la defensa, fueron alumbrados los tres primeros Tercios: el de Nápoles, el de Sicilia y el de Lombardía. Las pioneras del posterior entramado militar que dominó los campos de batalla de Europa tuvieron el honor de ser conocidas como 'Tercios Viejos', y cada una contaba con un mando independiente. La pregunta del millón es cuándo nacieron exactamente. Una instrucción del Tesoro habla de 1537; aunque otros tantos expertos son partidarios de una disposición imperial de 1534 que redistribuyó las fuerzas españolas destacadas en la zona.

Desde entonces, y durante dos siglos, Italia se convirtió en la segunda capital de los Tercios; un territorio que, por desgracia, ha quedado ensombrecido en los libros. Así lo explica a ABC desde el otro lado del Mediterráneo Davide Maffi; aunque él combate a sangre y fuego para darlo a conocer. «Se suele obviar, pero Italia era una suerte de gimnasio donde los bisoños españoles se adiestraban para la guerra. Llegaban sin armamento ni entrenamiento. Aquí se preparaban para combatir en frentes de guerra viva», desvela.
Camino español: desvelan la verdad que siempre has creído tras el arma logística de los Tercios de la Monarquía hispánica

Es el primero de los mitos que derriba hoy, y habrá muchos más: los bisoños (novatos) reclutados en la Península solían bregarse primero al otro lado del Mediterráneo. Un destino que Maffi califica de idílico: «El servicio militar en Italia durante el siglo XVI era para ellos un período de vacaciones. Al fin y al cabo, en la mayor parte del territorio no había guerra activa. La única región fronteriza y peligrosa era Milán». En sus palabras, el país era el destino más elogiado, y con razón: «Disfrutaban de una vida de guarnición, buena comida, sol...». Ya lo decía el viejo lema repetido una y mil veces entre 1560 y finales de siglo: «España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura».

La pregunta es obligada: ¿cómo era el entrenamiento de los soldados bisoños en Italia? Y la respuesta esconde cierta sorna: «¡Pues no les permitían disparar con pólvora!». Normal: valía un ojo de la cara. «Se les enseñaba a escuadronar; a reconocer su bandera para no perderse en batalla; a ejecutar las órdenes de sus mandos; a prepararse en línea para el combate... También hacían pruebas con armas blancas y conocían los movimientos para recargar un arcabuz». Una vez más, nos salta la duda: ¿No les mostraban cómo combatir con la pica?.«¡Claro! La pica no se disparaba y no valía tanto dinero». A Maffi se le escapa una risotada por nuestra inocencia. Que nos perdone.
Camino español: desvelan la verdad que siempre has creído tras el arma logística de los Tercios de la Monarquía hispánica

Pero Italia no era solo un almacén de armamento y munición. Maffi y Carboneras sostienen que, en parte, era también uno de los corazones del imperio. Un órgano que regaba de sangre –soldados– a través de las venas –rutas terrestres y marítimas– los diferentes territorios de la Monarquía hispánica: desde Flandes hasta el norte de África. Y, dentro de la zona, cada región tenía su importancia: «Nápoles servía para detener la ofensiva turca, y Milán era un antemuro para defenderse de Francia». En este punto, el italiano aprovecha para derribar otro mito: «Los únicos dos verdaderos ejércitos profesionales de la Monarquía eran los de Flandes y Milán. El resto eran tropas alistadas al momento, a veces poco efectivas, como las de Cataluña, o plagadas de oficiales que estaban a punto de jubilarse».
Camino español

Una de esas rutas era el archiconocido Camino español; el mismo que ha dado nombre a un buque de la Armada esta última semana. «Se inició en 1567 por la necesidad de trasladar tropas apostadas en Italia hacia Flandes. El problema es que no se podía hacer por mar porque el Canal de la Mancha estaba plagado de ingleses y franceses que deseaban atacar a las naves de la Corona», desvela Carboneras. La solución fue llevarlas a través del suelo hispano que la monarquía atesoraba entre Milán y Bruselas. «En la práctica era un recorrido de 1.200 kilómetros que se separaba en etapas. El Ejército era dividido en tres partes de manera que iban llegando de forma escalonada a las ciudades para aprovisionarse», completa el autor.

Maffi no niega la revolución logística que supuso, pero sí matiza que, durante el último tercio de existencia, no fue tan efectivo como nos han contado. Arranca fuerte: «Voy a destruir otro mito». Le escuchamos. «La mayoría de los soldados que llegaron a Flandes no lo hicieron a través de este trayecto, lo hicieron por barco. De hecho, después de 1634, no arribó ningún combatiente desde Italia por la vía terrestre. El último fue el Cardenal Infante». A lo largo de la segunda mitad del siglo, sentencia, lo idóneo era usar la llamada 'ruta atlántica': «Salían en barco, desde Galicia y el País Vasco, y estaban protegidos por la Armada del mar océano. El viaje era muy tranquilo, solo se perdieron 2 buques de 75».
Camino español: desvelan la verdad que siempre has creído tras el arma logística de los Tercios de la Monarquía hispánica

El autor aprovecha la sorpresa y añade información. Cuenta que los centros de reclutamiento se adaptaron a esta ruta y se alzaron en regiones cercanas a las costas atlántica y cantábrica. «Reclutar tropas muy lejos de donde embarcas deja tiempo a los bisoños para replantearse su decisión y marcharse...». Y otra vez, una risotada. Solo hay una cosa que nos escama: los piratas. Pero, tal y como determina, no eran preocupante. «Atacaban buques aislados, no navíos en convoy escoltados por barcos de guerra. Sucedía lo mismo que en la Carrera de Indias: se perdieron bajeles por golpes de mano de armadas regulares inglesas y holandesas, pero no por piratas. Hay que tener en cuenta que un ladrón quiere robar, pero sin poner en riesgo su pellejo», finaliza.

Maffi no se quiere marchar sin destruir un mito más: «Ya es hora de que dejemos de calificar a los Tercios como españoles. El término correcto Tercios de la monarquía, y no de la hispánica, monarquía a secas, porque aglutinaba varios reinos». Por no hablar, el no habla ni siquiera de Tercios italianos, sino de napolitanos y lombardos. «¿Que por qué? Porque era gente que se sentían de una nación propia. Los milaneses querían luchar con otros milaneses y ser dirigidos por milaneses. Y lo mismo con los lombardos», completa. Aunque también admite que, ya en el frente, no les quedaba más remedio que fundirse con otros tantos ante la infinidad de bajas.
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NotaPublicado: 02 Abr 2024 13:55 
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Algunos de los momentos más difíciles y tensos en la vida de un soldado de los Tercios eran los sitios y asedios, ya fueran desde la defensa o desde el ataque. En ciertos casos, también había lugar para el ocio



Dándoles cuenta de la extrema necesidad en que se hallaban, pidiéndoles enviasen vituallas en barcas con toda brevedad por no serles posible poderse entretener ni sufrir más la hambre». Con estas breves palabras, Bernardino de Mendoza en sus Comentarios de lo sucedido en la Guerra de los Países Bajos nos ilustraba a la perfección sobre gran parte de la realidad cotidiana del soldado de los tercios situado en Flandes, Italia, norte de África o, en definitiva, en todos los puntos por donde estos hombres pasaron. En efecto, la vida de la soldadesca durante los siglos XVI y XVII estaba destinada al padecimiento continuo y, de vez en cuando, a unos ratos guiados por la pasión, el desenfreno y la fiesta.
¿Cómo era un día en la vida de un Tercio español?



Una vez la compañía había reclutado los hombres necesarios, o los que se podía obtener en las villas, arrancaba una marcha que se dirigía a los diversos puertos que poseía España y que servían de lanzadera para dirigirlos a Italia, el norte de África o Flandes. Durante los primeros días se mostraban las dificultades, pues los soldados tenían que alojarse con los civiles en sus viviendas. Esto implicaba la ruptura de la realidad cotidiana de los aposentadores que, además, tenían que entregar una serie de víveres mínimos al soldado y cocinar los productos que estos hombres compraban con su sueldo.

Y es que la vida de los soldados de los tercios va a estar condicionada completamente por el escenario en el que se encuentre. Una de las experiencias más frecuentes era el paso —o la permanencia—, en las diferentes fortificaciones y presidios necesarios para la protección de los territorios e intereses de la Monarquía Hispánica.


«Es la causa ociosidad y largo reposo de presidio continuo de años donde con la ocasión del amor, delicias de mujeres, regalo y dormir reposado, sin cuidado ni fatiga de exercitar las armas se vienen a olvidar y cobrar pereza y cobardía». Tal y como aclara Martín de Eguíluz, contemporáneo a los hechos, en su obra Milicia, Discurso y Regla Militar, la vida en estos alojamientos militares presentaba pocas dificultares logísticas en comparación con otras situaciones, pues todo podía estar previsto.

La vida de los soldados en estos presidios estaba marcada por las guardias. Todas las mañanas, dos o más arcabuceros salían para reconocer el terreno y controlar la presencia de enemigos. Si todo estaba en calma, pegaban uno o dos arcabuzazos; si el peligro acechaba, hacían múltiples disparos que advertían a la guarnición. Había un especial cuidado en la apertura y cierre de puertas y estaba prohibido salir o entrar durante la noche.


Una de las actividades más importantes dentro de la guardia era hacer ronda, llevada a cabo por un conjunto de soldados, liderados siempre por un oficial. Estas rondas solían pasar por los cementerios de las iglesias, el ayuntamiento de la localidad, palacios principales, etc. Su misión fundamental era descubrir cualquier levantamiento, enfrentamiento o ataque enemigo. También había soldados en el cuerpo de guardia, espacio de reunión que mantenía el fuego constante para que, en caso de necesidad, fuera usado para prender los arcabuces y mosquetes.

Por último, había hombres en las postas, lugares estratégicamente situados en las puertas o lugares delicados, cuyas zonas más elevadas eran protegidas por los arcabuceros y mosqueteros que podían hacer uso de sus armas. Los soldados estaban obligados a hacer guardia cada tres días, más o menos.
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Además de estas guardias, también hacían otro tipo de prácticas con el fin de evitar la ociosidad. No existía un modelo de aprendizaje regular que enseñara a los bisoños de una manera reglada el arte de las armas. Sin embargo, cada ocho o diez días, en los presidios, había lugar para la instrucción. Los ejercicios eran liderados por el capitán, que ordenaba tareas como saltar, correr o tirar al blanco. Pero, por encima de todo, el aprendizaje fundamental consistía en moverse en las distintas formaciones de combate y reconocer los toques de los tambores y pífanos que marcaban el orden de la batalla.

No toda la vida del soldado en los presidios orbitaba en torno al trabajo y la guerra, sino que también había tiempo para la ociosidad. Las celebraciones por una victoria militar se reproducían en muy diversos lugares. Los saraos, torneos o procesiones formaban también parte del día a día. Por ejemplo, en 1589, los hombres del Tercio de Manrique construyeron un castillo de tramoya en la ciudad de Malinas, donde se celebró una fiesta muy similar a los moros y cristianos con la representación de una mezcla heterogénea de soldados.

El paso por mancebías, el juego, los duelos y los vicios de todo tipo, causaron verdaderos estragos en las haciendas y las vidas de miles de soldados que, con frecuencia, se jugaban sus pocos escudos a las cartas.
Los sitios, forma elemental de la guerra en la Edad Moderna

Llegado el momento, esta vida podía saltar por los aires por el ataque de un ejército enemigo. Los sitios fueron los grandes protagonistas de la Edad Moderna y tuvieron como consecuencia el aumento en el tiempo de las operaciones militares. Estos sitios se podían prolongar durante meses o años, como ocurrió en el caso de Ostende (1601-1604), sin un resultado claro. No ganaba el que más victorias conseguía, sino el que obtenía las mejores plazas estratégicas.


Todo comenzaba cuando llegaba la noticia de que un ejército se predisponía a marchar sobre la plaza. La primera decisión que el castellano tomaba era enviar a los trabajadores y campesinos a recoger toda la cosecha, agua, aperos, municiones y todo tipo de vituallas que les fueran posibles. Además, se llamaba al socorro a otras unidades del ejército situadas en otras plazas o lugares. Así, población y soldados se preparaban para una resistencia obstinada. Ser la plaza asediada suponía encarnar el valor de la resistencia, a la espera del auxilio que rompiera el cerco.


El hambre era uno de los grandes problemas al que se enfrentaban los soldados cuando eran asediados, motivo por el cual la resistencia estaba marcada por el socorro solicitado. Una vez que el ejército sitiador comenzaba a cañonear la plaza, los precios subían y solo bastaban unos días para acabar con las vituallas disponibles. Para continuar con la resistencia, las autoridades confiscaban el trigo que permanecía en manos privadas y lo guardaban en unos depósitos comunales. Las incursiones, los bombardeos y las escaramuzas eran la rutina diaria. Con una situación tan crítica, las procesiones religiosas, plegarias públicas y letanías se manifestaban entre la población. Por ejemplo, en 1585, mientras el Tercio de Francisco de Bobadilla se encontraba en una situación extrema en Empel, la población cercana de Bolduque le dedicaba ruegos y plegarias con el fin de resistir a los ataques de los rebeldes holandeses.

Cuando la artillería enemiga reducía a escombros una casa, esta se derribaba y sus elementos eran usados para la defensa y la leña para calentarse. Las bestias y animales de carga eran engullidos ante la falta de provisiones y el hedor de los cadáveres aumentaba con el paso de los días. En esta situación tan extrema, podía llegar un ejército de socorro que entraba a la plaza como salvador o, por el contrario, también era posible que la plaza acabara por rendirse.

Había una situación intermedia, que se planteaba cuando el ejército que estaba sitiando la plaza no tenía los medios suficientes y se extendían sobre su campamento enfermedades contagiosas que multiplicaban las bajas, lo que implicaba un levantamiento del cerco. Además, la plaza fortificada sufría asaltos constantes y continuos que trataban de repeler mediante una suerte de ingenios como eran las ollas de fuego: una mezcla de pólvora, pez, resina y aceite de linaza. Había además dardos explosivos que abrasaban a los asaltantes o barriles llenos de pólvora y balas que acababan de una sentada con múltiples atacantes. Por último, se aprovechaba cualquier despiste del ejército sitiador y se lanzaban ataques por sorpresa saliendo de la guarnición.

El pan de cada día, la alimentación de los soldados

Que no falte en el ejército jamás pan, vino y carne salada, y queso, aceite, vinagre, que carne fresca se comerá donde pudiera». Esta fantástica frase de Martín de Eguíluz en su Milicia, Discurso y Regla Militar nos refleja a la perfección la parte alimentaria de la vida del soldado.

La alimentación del soldado de los tercios estaba marcada por el espacio y situación en el que se encontraba. Si los hombres se esparcían por las casas de los civiles, participaban de la gastronomía propia del Siglo de Oro, mientras que, si se encontraban en campaña, guarnición o en galeras, esta alimentación va a estar mucho más supeditada a los medios que disponía la Monarquía Hispánica y la capacidad de entregar los bienes a la soldadesca. En efecto, los proveedores del ejército solían entregar una serie de víveres mínimos como eran el pan o bizcocho, agua especialmente en el norte de África, vino o, en ocasiones también, carne fresca, cuyo coste se descontaba de la paga del soldado.

En la campaña terrestre se suministraba únicamente el pan y, si sobraba, para evitar una escasez posterior, se convertía en bizcocho cociéndolo una segunda vez. Como había vivanderos acompañando a los soldados en campaña, estos suministraban otro tipo de productos, tales como carne fresca o en salazón, pescado, verduras, vino o legumbres. Especialmente en las trincheras se entregaban pan, queso y vino, productos ya preparados que se podían consumir de forma rápida, sin cocinar. Como decíamos, la intervención de la Corona fue superior en las zonas del norte de África con los presidios repletos de soldados. Encontramos en el Archivo General de Simancas múltiples relaciones de botas de agua, carne fresca, vino o legumbres, que se enviaban desde la península o el sur de Italia para estas regiones ante la falta de agua que había en ellas y la aridez extrema en algunas de sus partes.

La alimentación de los soldados de presidio estaba basada en las provisiones que se compraban para su sustento y que eran entregadas por la Corona, y al igual que en los ejércitos de campaña, se sumaba a lo que el soldado compraba con sus propios medios en las tiendas locales. Las provisiones en las fortalezas se guardaban en unos almacenes habilitados para este fin y el municionero era el responsable de ello.
La dura vida de los Tercios embarcados en las naves de guerra




Cuando los soldados se embarcaban, al no contar con el sistema de vivanderos, la Corona tenía la obligación de aprovisionar las embarcaciones con las vituallas suficientes. La dieta era especialmente monótona y en los primeros días de viaje se consumían los productos que más tendían a la putrefacción. Se solía comer carne, habitualmente en salazón, dos veces a la semana —especialmente importante era el tocino—, y los cinco días restantes eran dedicados al pescado, legumbres o arroz. Además, un producto muy importante era el queso, que tenía la gran ventaja que no se necesitaba cocinar, por lo que era muy cómodo sobre todo en momentos delicados. Las deficiencias de la dieta eran evidentes y el vino aportaba la cantidad calórica necesaria para subsistir. Era un alimento, más que una bebida. Por ejemplo, en las naves que combatieron en Lepanto, se calcularon raciones de libra y media de bizcocho, medio azumbre de vino y una libra de vaca. Como complementos estaban el queso, sardinas, arroz y habas.


Por tanto, la dieta básica del soldado se componía de bizcocho que se complementaba especialmente con el queso y otras veces con legumbres como lentejas o habas, arroz, además de pescados como las sardinas o carne, especialmente en salazón, como el tocino, elemento indispensable en toda cocina del siglo XVI. Una dienta monótona y deficiente que atrajo enfermedades, también ocasionadas por la corrupción del agua y el mal estado de los alimentos, sobre todo aquellos cuyo estado de conservación era más difícil de controlar.


No era menos dura la vida para el que atacaba la plaza. Para el soldado de los tercios, los asedios eran muy arduos. El paso previo consistía en situar el campamento en lugares idóneos para asaltar la plaza, controlar el espacio circundante y defenderse de un posible socorro. Además, se buscaba tener unos servicios básicos para subsistir. En el caso de Flandes, se tenía en cuenta el enorme entramado de diques y compuertas que contenían el agua. Un buen ejemplo ocurrió el 4 de octubre de 1574, cuando los rebeldes rompieron los diques del Mosa para inundar la comarca de Leiden, cuya ciudad sitiaba el ejército de Flandes. Ante la extrema subida del nivel del agua, los hombres del rey católico tuvieron que retirarse.

Aparte de la predisposición del ejército, se acumulaban las vituallas de muy distinta clase para subsistir el mayor tiempo posible. Había que reunir a los soldados, contratar trabajadores para cavar, posicionar la artillería frente a la plaza enemiga, alojar a los soldados, alimentar a las tropas, entregar municiones y pagar, cuando era posible, a los hombres. Todo esto implicaba un esfuerzo logístico de magna consideración.

A continuación, una vez se había colocado la artillería en los lugares más débiles de la plaza, se abría una red de trincheras por la que circular entre el campamento y el dispositivo ofensivo. Estas trincheras, que se cavaban en forma de zigzag y tenían al menos 1,60 metros de altura y 3,20 metros de ancho. Estas dimensiones estaban preparadas para que entrase una fila de tres hombres.

Entonces, los soldados se metían en las trincheras para asestar golpes, hacer guardia y vigilar las operaciones de los sitiados. Las guardias se cambiaban cada noche bajo las órdenes del sargento mayor, que era el encargado del dispositivo y de verificar las necesidades de los hombres en todo momento. Aislar totalmente a la plaza era un requisito indispensable.
Uniforme de la Guardia de alabarderos



Una de las acciones más importantes para acabar con una plaza era la construcción de minas que servían para romper la muralla y abrir la entrada del ejército sitiador. En estas galerías introducían barriles de pólvora que estallaban creando un caos en la fortificación. Por su parte, los sitiados ejercían unas prácticas similares llevando a cabo contraminas que acabasen con el campamento enemigo.


Durante el asedio se lanzaban diversos ataques «de diversión» para causar confusión en la fortificación. Los ruidos y los movimientos de tropas podían hacerles pensar que se aproximaba el asalto y se creaba entonces un clima de tensión. Los sitiados, por su parte, lanzaban salidas que hostigaban los sitiadores: operaciones rápidas y efectivas que reforzaban su moral y causaban verdaderos estragos en el campamento enemigo. Mientras tanto, las artillerías de uno y otro bando no cesaban de disparar.
El campamento

Cuando el ejército se ponía en marcha hacia el asedio de una plaza o se movilizaba para una campaña, en multitud de ocasiones dormía en campamentos temporales que se construían para tal efecto. En un primer momento, el maestre de campo, el sargento mayor y los furrieles se adelantaban a la tropa en marcha y eran acompañados por ingenieros, un teniente de artillería, un médico y un gastador. Entre todos planteaban el lugar para acampar y lo primero que hacían era reconocer el terreno y juzgar la salubridad del aire y de las aguas más próximas. Otras consideraciones eran la existencia de tierras de pasto para los animales o la facilidad de defender la posición en caso de ataque.

Una vez se elegía el emplazamiento, se delimitaba el perímetro y se procedía a la división del terreno. Los campamentos tenían esencialmente tres partes: la plaza de armas, que era el lugar reunión y de alarma, un lugar para los vivanderos y sus carros de vituallas, que se encargaban de proveer de bienes al ejército y, por último, un espacio para las tiendas de los soldados y oficiales.
Estructura de un campamento de los Tercios

En los campamentos, el soldado no solo convivía con sus camaradas esperando la orden para marchar o combatir, sino que pasaba largas horas en las tiendas de los vivanderos que les dispensaban bebida, comida y productos manufacturados. Además, el juego estaba muy presente. De hecho, las mesas de juego estaban instaladas, de forma habitual, en los cuerpos de guardia y solo se permitía a los soldados jugar entre ellos, sin mezclarse con la población civil. A fin de cuentas, se buscaba evitar los conflictos y que los militares no perdieran sus bienes. El juego solo se podía practicar en un determinado horario y lo que más se usaba eran dados, tabas y naipes.

Con todo organizado, se dictaban una serie de normas de seguridad e higiene. Había un lugar para las letrinas, normalmente alejadas del campamento y señalizadas mediante un mojón. Existía un especial cuidado en que los caballos y otros animales muertos fueran enterrados, para así evitar la corrupción del aire.

La estancia en estos campamentos podía prolongarse de forma indeterminada. La vida en ellos se basaba en que unos pocos hombres hacían guardia, mientras que el resto descansaba en sus tiendas, preparaba el rancho o pasaba largas horas en las tiendas de los vivanderos. Todo ello hasta que una noche se emitía un bando que notificaba la la marcha del día siguiente o que iba a comenzar el asedio. Entonces, los soldados se ponían en movimiento.
Al asalto

Con el paso de los días, si la fortificación era capaz de resistir la falta de provisiones, se planteaba la posibilidad del asalto, la situación más extrema dentro de un asedio. Era una operación tremendamente sangrienta. Para llevarlo a cabo, los zapadores se ocupaban del foso, sobre el que debatían si tenía que estar inundado de agua o por el contrario vacío.


Una vez se había preparado el asalto, los hombres se situaban. Los primeros en la contienda eran los piqueros, normalmente coseletes, que eran protegidos por el fuego de los arcabuceros que disparaban desde los parapetos. Además, en el campamento había hombres preparados para hacer frente a cualquier contraofensiva, puesto que no siempre se lograba pasar por la brecha abierta.

El asedio podía concluir de dos formas: los sitiadores resistían o eran auxiliados, o los atacantes conseguían entrar en la ciudad por la fuerza o por la rendición enemiga. Esta última opción no era del gusto de los soldados, pues normalmente frenaba el saqueo. Por el contrario, si la plaza se tomaba por las armas, el saqueo era el colofón al enfrentamiento. Una práctica perfectamente regulada pero que arrojaba todos los males de la guerra a la población civil. El botín servía a los soldados para obtener los ingresos necesarios para su supervivencia y, en algún caso muy puntual, para enriquecerse. No olvidemos que los soldados de los tercios vivieron una escasez endémica de sus pagas, que recibían con cuentagotas, y que tuvo como consecuencia el estallido de los motines



En definitiva, estas eran algunas de las situaciones a las que hacía frente el soldado de los tercios que, fuera de casa, tenía en sus camaradas un apoyo imprescindible para combatir el mal de la necesidad y en sus oficiales una figura paternalista que no solo servía como modelo a seguir, sino como elemento indispensable que controlaba los deseos más desenfrenados de los soldados. La vida del soldado estaba llena de penurias y solo con suerte y en ocasiones muy concretas podía ganarse un trozo de pan y un poquito de honra.
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