El mercado negro de la IBL
Yo pensaba que este tipo de lugares eran exageraciones de las películas pero pude comprobar que la realidad supera la ficción.
Para irnos situando un poco, la IBL era una frontera que separaba la zona croata y musulmana de Bosnia de la parte Serbia (república Srpska), por lo general de un kilómetro de ancho más o menos, y era una zona desmilitarizada (en teoría) controlada por las tropas de la OTAN.
Esta tierra de nadie se convirtió en lugar ideal para que mafias y paramilitares hicieran sus trapicheos a diestro y siniestro.
Todos los días había algo de movimiento, pero los domingos se convertía en un autentico mercadillo de la delincuencia.
El primer día que quisimos ir a visitarla le pedimos a la policía croata que nos acompañase para “marcarnos” a los personajes más interesantes, pero dijeron que no, que les gustaba mucho seguir con la cabeza sobre los hombros

, que a lo mejor nosotros teníamos suerte por ser de la OTAN.
Salimos con el Nissan Patrol y acompañados por un colega del pueblo que se ofreció a hacer de guía. Ese día no había minas en los boquetes de la carretera, así que el viaje en slalom lo hicimos un poco más relajados.
En pocos minutos ya vimos una larguisima hilera de coches a ambos lados de la carretera, las normas de circulación dejaron de ser válidas, el que tenía el coche más grande tenía preferencia o en su defecto el que más matones con kalashnikov llevase en su interior.
Había infinidad de chiringuitos vendiendo comida, sobre todo café turco, queso agrio, cordero salado (a lo turco) y Rakia por un tubo. Chocaba ver BMW punteros aparcados junto a viejos Zastava, hasta que nos fijamos que todos los vehículos de alta gama estaban sin matriculas.
Todos nos miraban con una mezcla de desprecio e indifierencia, sabían que cuatro gatos de la SFOR no les iban a estorbar. Nuestro guía nos hizo señas para parar en una choza de cabrero reconvertida en cafetería, había visto a un primo suyo del lado serbio y quería saludarlo, le dijimos que OK que aprovechara para ver a familiares pero que si se metía en un follón se buscara la vida.
Pedimos un café laxante especialidad de la región cuando vimos aparecer un 4x4 de la policía serbia, en teoría no debían estar ahí pero todos los saludaban al pasar así que debía de ser algo habitual. El oficial serbio nos vio y se acercó a saludar.
Cuando la patrulla se bajó del 4x4 nos quedamos de piedra, eran tíos de entre 1.98 y 2.10 (yo mismo mido 2m y comparamos) embutidos en uniformes de camuflaje azul y negro con boinas negras. Las porras que llevaban eran enormes, creo que lo más parecido que he visto en España es la que lleva la Policía nacional a caballo, incluso creo que la de estos gigantes era mayor.
Tras los saludos de rigor y comprobar nuestros niveles de idiomas acabamos por hablar la típica jerga medio yugoslavo medio inglés. Luego vino el tira y afloja para averiguar disimuladamente que hacían los otros aquí. Por lo que nos dijo el camarero esa patrulla era conocida como “los osos de Berkovici” y eran los putos amos

, nadie se pasaba ni un pelo con ellos delante, ni siquiera los mafiosos de Mostar que venían a por coches y motos. Debimos de caerles bien, porque tras echar unas risas (dijeron que su equipo femenino escolar podría derrotarnos al basket) y unas cervezas nos llevaron directamente al “concesionario” sin cortarse un pelo.
En una explanada había docenas de Audis y BMW (sobre todo estos últimos) junto a otra choza de cabrero de la que salía un ruido metálico, al entrar vimos que tenían una troqueladora haciendo matriculas serbias, bosnias, austriacas, alemanas, francesas e italianas.

Había miles de ellas.
En esa choza asquerosa, te podías llevar el lote completo, es decir, si tienes pasta te podías comprar el coche, la matricula, el carnet de conducir y pasaporte de las nacionalidades antes mencionadas. Las más caras eran las de Europa occidental.
Lo mas gracioso es que en ocasiones te regalaban una pistola Makarov que venía en la guantera. Nos dejaron probar la pistola y era una autentica patata, siento no recordar el modelo pero debían de ser de la segunda guerra mundial por lo menos, se encasquillaba cada tres disparos y no dabas a una lata a más de 15 metros ni por accidente.
Luego los policías se fueron y nuestro guía regresó con nosotros como por arte de magia. Nos dijo que nos podía enseñar la casa de su primo. Resulta que tras visitar el concesionario nos llevaron a la armería, la casa del primo. Una casa que se parecía más a un granero, bueno, es que era un granero con habitaciones.
Allí estaba el primo arrastrando un arcón lleno de granadas que parecía que iban a explotar en cualquier momento, nos vio y se enfadó con nuestro guía.
Empezaron a salir más “primos” del granero y decidimos hacer como que no nos interesaba y pasamos de largo.
Decidimos que ya era suficiente por hoy y que otro día regresaríamos, pero esta vez nadie nos vería y nosotros íbamos a hacer más fotos que un paparazzi en la comunión de paquirrin.
En el camino de vuelta al pueblo me di cuenta de que nuestro guía hacía un leve ruido de plástico y se le veía más abultado el abrigo.
Le miramos a los ojos y el tío se puso nervioso hasta que le metimos mano.
“¡Será cabrón!” mientras le sacábamos bolsas de los bolsillos.
“Que pasa ahí atrás” dijo el teniente.
“Que por eso se ha ofrecido voluntario para venir de guía, para pasar costo y María del otro lado” dijimos enseñándole al teniente dos bolsas de marihuana tan grandes como las del Mercadona
“¡Su $%&ª madre!” gritó el teniente
Mientras el chaval se reía diciendo “amigos me habéis pillado, pero esto solo son porros, no armas ni drogas duras”
“Mi teniente que hacemos, ¿se lo damos al control de la policía croata a la entrada del pueblo?”
“NO” y miró al guía “escucha listillo, nos debes una muy gorda, así que a partir de ahora tú serás nuestro guía, y nos informarás de todos los trapicheos que te enteres”
Y así fue como hicimos uno de los mejores contactos en el pueblo.
