Alberto Martínez, el jefe del CNI en Irak, y su segundo y hombre de confianza allí, José Antonio Bernal llegaron a ser mucho más que superior y subordinado. Un equipo conocedor como pocos del ex país de Sadam y apasionado también como pocos por su trabajo. Después de pasar tres años juntos al otro lado del mundo, sus familias han vuelto a unirse. Cuenta Soledad Gómez, la madre de Bernal, asesinado en octubre, que a punto estuvo de derrumbarse el domingo por la noche cuando consolaba a Charo, la esposa del comandante Alberto.
Ellas dos, mujer y madre de un equipo inigualable, amigos, jefe y subordinado, casi hermanos, se fundieron en un abrazo resignadas porque el destino las hiciera conocerse de este modo, en una sala fría del Gómez Ulla adonde el matrimonio Bernal Gómez acudió para acompañar a otras familias rotas como la suya. «He llorado tanto la muerte de tu hijo que ahora no me salen las lágrimas por mi marido», le dijo la viuda a Soledad: «Y yo, con esas palabras tan hermosas y tan duras volví al día que mataron a Jose».
Sólo una pasión, el Ejército
José Antonio Bernal Lobero, militar en la reserva y su mujer sólo vieron una vez a Alberto Martínez -estuvo en su casa en una de sus idas y venidas a Irak- pero la admiración y el cariño que su hijo sentía por su jefe era tal que «conocíamos su vida, sus aficiones». «Bueno sólo una, su pasión y entrega total al Ejército, a la seguridad y lalibertad», puntualiza José Antonio. «Alberto le enseñó todo a mi hijo. Fue su maestro, su compañero, su hermano. Lo idolatraba».
Ambos, destinados en Irak desde el año 2000, vivieron una temporada en Bagdad acompañados por sus respectivas familias, de forma que sus esposas acabaron siendo amigas y sus hijos jugando juntos. «La viuda de Alberto está bien porque sabe que era lo que él quería hacer en la vida. Cumplió su tiempo, pero aun así lo necesitaban y se quedó», reitera José Antonio.
El comandante de Caballería del Ejército de Tierra Alberto Martínez, de 43 años, nació en la localidad asturiana de La Rebollal y desde hace unos 14 años vivía en Valladolid con su esposa. El matrimonio tiene un hijo de 12 años. El que era jefe del CNI estudió en la Academia Militar de Zaragoza y completó sus estudios con los de Derecho. Dicen quienes le conocían que su aparente seriedad procedía de las duras marcas de su vida. A los cinco años quedó huérfano de padre, después de que éste se electrocutara por accidente. Poco después el niño fue a vivir con sus abuelos a Gijón, donde pasados los años su abuelo murió arrollado por un tren.
Jugar a oficial
Pese a estas tragedias familiares Alberto comenzó su carrera militar antes de cumplir veinte años y ésta no dejó de estar salpicada de éxitos profesionales. Sus amigos de Pravia guardan un entrañable recuerdo de su infancia. Su juego preferido era hacer de oficial. «Jugábamos a que estábamos en un cuartel militar. Alberto era el general y nos ponía a todos a desfilar y a «hacer maniobras»»,
El matrimonio Bernal Gómez se encontraba el sábado en su casa de Navahermosa (Toledo) cuando ocurrió el atentado de Latifiya. No habían salido desde que asesinaron a su hijo, pero una pareja de amigos les convenció de que fueran al campo y se despejaran. «Dieron un avance en TV y ya me sobresalté. Estos son los compañeros de mi hijo, pensé. Después mi marido me contó que Nacho (Luis Ignacio Zanón Tarazona) había muerto. Me sentí hundida. Le conocíamos hace años y hace un mes escaso había visto a su mujer, que estaba a punto de dar a luz», relata Soledad evocando los días más amargos de su vida
«Al día siguiente -prosigue- me enteré de la otra noticia terrible. Entre las víctimas estaba Alberto, a quien tanto quería mi hijo y de quien no cesaba de hablar. Tanto él como mi nuera se deshacían en elogios sobre su profesionalidad y su carácter. Al principio me costó creerlo. Es muy duro porque las páginas que ya habíamos pasado vuelven a abrirse».
También el domingo por la noche, cuando las familias de las siete víctimas acababan de tragarse las lágrimas y la pena de ver volver a sus maridos, hijos y hermanos en ataúdes cubiertos por la bandera, los padres de José Antonio se acercaron a dar consuelo a otra familia. la del sargento Zanón Tarazona, de 36 años.
Ilusionadísimo con sus dos pequeños, la trastienda de la historia que queda en su casa es especialmente dramática. Tiene un niño de poco más de un año y a su segunda hija ni siquiera ha llegado a conocerla -nació hace menos de un mes-. Loli, la madre de Luis Ignacio Zanón, que sufre problemas de corazón, ignoraba que su hijo estaba destinado en Irak desde agosto. Sólo le habían dicho que se encontraba en una misión en el extranjero, que no era peligrosa, para que no se preocupara. «Le han hecho lo mismo que al tuyo», le espetó esta mujer a la madre de Bernal mientras aguardaban la larga noche de las identificaciones y las autopsias en el Hospital Militar. «Esta madre está como yo estaba, en una nube y llena de rabia e impotencia. Sabemos que es su vida y lo que ellos amaban, pero yo que soy creyente no dejo de preguntar a Dios por qué estos hombres tan jóvenes y tan entregados».
La esposa del sargento primero, que procede de Yugoslavia, se recupera aún del parto. Cuando recibió la noticia se encontraban con ella sus padres, que habían venido a conocer a su nueva nieta. Nunca imaginaron que no asistirían a un bautizo, sino a un funeral militar.
José Antonio Bernal y Luis Ignacio Zanón eran compañeros de curso desde que ambos ingresaron en la Escuela de Transmisiones. Recibieron clases del padre de Bernal, profesor en esta Escuela. Años después cuando ya los dos antiguos alumnos eran hombres hechos y derechos José Antonio alquiló un piso a Nacho, en la colonia de Aviación de Cuatro Vientos, donde vivían ambos, en el ambiente militar de la colonia, el mismo que se respira en la mayoría de estas familias.
José Carlos Rodríguez Pérez, «Carlitos», como le conocen algunos, era hijo de un subteniente de la Guardia Civil, ahora en la reserva. Uno de su cinco hermanos también pertenece a las Fuerzas Armadas, otro rasgo común de estos héroes que se apuntaron sin dudar como voluntarios para ir a Irak. Su preparación, además de sus ganas, era requisito imprescindible.
José Carloshabía estado en Zamora visitando a sus padres hacía unos pocos días. Purificación Pérez y su marido, Tomás Rodríguez, llevaban unos días fuera de Zamora. Estaban en Alicante, en casa de una de sus hijas, «que acababa de tener una niña. Fue ella la que llamó y dio la noticia que nos ha destrozado a todos». La tristeza se masca también en Folgoso de la Carballeda, el pueblo de Purificación donde todavía residen dos de sus tíos. La familia está rota por el dolor: «Hace unos días me dijeron con mucha pena que Carlos se iba a Irak. Y cuando oí que habían matado a siete militares dije: «Ay, Dios mío, Carlos, que no sea él»».Alegre, activo, amante del deporte y de su profesión, cariñoso, los elogios hacia Carlos Rodríguez son unánimes, informa J. Pichel.
La carrera militar de Carlos Rodríguez era extraordinaria, «era muy inteligente y ya apuntaba cuando era estudiante, sus notas eran de sobresaliente. Le perdimos la pista en COU. Años más tarde le vimos en Madrid. Los convencionalismos del Ejército no iban con él, decía que en el cuartel se aburría. Luego supimos que había entrado en el Cesid (el antiguo CNI)», recuerdan sus compañeros de estudios.
El brigada Alfonso Vega Calvo nació en Stuttgart (Alemania)mientras sus padres, los dos zamoranos, estaban trabajando allí. Su padre es de Aspariegos y su madre de Bamba del Vino, localidad en la que pasó su infancia junto a su abuela y unos tíos. Estuvo la semana pasada en Zamora donde visitó a sus familiares. A sus 41 años estaba separado y era padre de un niño y una niña de 15 y 13 años. Actualmente residía en Salamanca. Después de haber disfrutado un permiso la semana pasada, esperaba volver a su tierra en el mes de enero.
Marcado por la desgracia
Carlos Baró Ollero, el ayudante del jefe de los servicios de inteligencia en Irak tenía un vínculo con Valladolid a través de la familia del escritor, abogado y periodista vallisoletano Francisco Javier Martín Abril -fallecido en 1997-, tío abuelo del militar asesinado el sábado. Uno y otro pertenecían a una saga marcada por la tragedia. La primera desgracia tuvo lugar en noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, donde el tío segundo de Carlos Baró, Ignacio Martín Baró, encontró la muerte al ser asesinado junto a otro jesuita vallisoletano Cuatro años después,un tío del militar, el teniente coronel Javier Baró y Díaz Figueroa, moría en un atentado deETA.
«Mire, nosotros la familia militar tenemos el convencimiento de lo que hacemos. Jose, Alberto y los demás estarán en el cielo cumpliendo con su obligación y a Irak y adonde los necesiten irán otros a sustituirlos. Ese es nuestro deber y lo que queremos hacer. No busquen otros argumentos. Eran voluntarios», dice José Antonio Bernal.
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