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NotaPublicado: 12 Ene 2019 19:16 
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Los golpes que aporreban la puerta sobresaltaron a Martin Selling en el amanecer del 10 de noviembre de 1938. Desconocía que en las horas previas, durante la Kristallnacht, los nazis habían llevado a cabo una serie de saqueos y ataques indiscriminados contra las sinagogas, las tiendas y las casas de los judíos. El joven de 20 años, que vivía en Lehrberg, en el sureste de Alemania, abrió y se topó con cuatro soldados uniformados con camisas pardas y brazaletes rojos con esvásticas. Eran de las SA. Registraron su casa y, sin dar ningún tipo de explicación, se lo llevaron detenido.

El odio y el supremacismo azuzados por Hitler y el nazismo habían irrumpido en su vida, se la estaban arrebatando para convertirlo en un simple número. A Martin Schelling lo condujeron a una prisión desbordada de judíos en el distrito de Núremberg, donde fue encerrado durante seis semanas. Después lo subieron a un tren y lo deportaron a Dachau, el primer campo de concentración del Tercer Reich, inaugurado en marzo de 1933. Lo primero que vio allí fue a los SS armados con fusiles y un letrero metálico sobre la puerta de hierro que decía: "Arbeit macht frei", "El trabajo os hará libres".

Trabajos forzados, palizas, hambre, sufrimiento, horror... Las penurias padecidas en Dachau debilitaron profundamente a Martin. Ante semejantes condiciones de hacinamiento —miles de judíos habían sido internados en el campo desde la noche de los cristales rotos—, los nazis empezaron a liberar a aquellos que tuviesen más posibilidades de abandonar Alemania. Selling se veía abocado a morir allí, pero su nombre apareció en la lista de afortunados que podían abandonar Dachau a finales de enero de 1939.

Comenzó entonces una travesía vertiginosa hasta conseguir refugio en Estados Unidos, que se inmiscuyó en la II Guerra Mundial tras el ataque a Pearl Harbor. Martin, que había encontrado trabajo en un taller mecánico, se presentó en la oficina de reclutamiento del Cuerpo Aéreo del Ejército norteamericano en Newark y dijo a los funcionarios: "Quiero ser bombardero para poder lanzar bombas sobre objetivos alemanes". Las atrocidades de Dachau y la imagen del fürher agitaban sus recuerdos.


Fue adiestrado en tareas de interrogación de prisioneros y recogida de información y volvió a cruzar el Atlántico en junio de 1944 como miembro de la 35ª División de Infantería. El 6 de julio, justo un mes después del Día D, Martin desembarcó en la playa de Omaha, en Normandía. Pisaba de nuevo el continente del que había sido expulsado unos años antes, con la esperanza de reencontrase con sus familiares ante la inminente derrota de Hitler. Pero no se imaginaba la dimensión de exterminio que había alcanzado el Holocausto.
De enemigos extranjeros a héroes anónimos

La de Martin Selling es tan solo una de las historias de los Ritchie Boys, un grupo de unos dos mil jóvenes judíos alemanes que emigraron a EEUU a finales de los años 30 huyendo de las persecuciones de los nazis. Algunas de las más asombrosas las ha recogido el periodista y escritor Bruce Henderson en Hijos y soldados, editado ahora por Crítica en España, un libro detallista y preciso, escalofriante y conmovedor a partes iguales.

El nazismo convirtió la vida de los judíos en un infierno, pero salir de Alemania era misión imposible para una familia completa. Solo podían salvar a un hijo menor de 16 años con malabares burocráticos y económicos. Cuando el papeleo quedaba arreglado, llegaba la decisión más dura y desgarradora de todas: separarse, pronunciar una adiós que en muchos casos resultó definitivo. Mientras los jóvenes se embarcaban hacia la libertad, los que permanecían en los límites del Tercer Reich iban a ser enviados a los campos de exterminio.

Estados Unidos era vértigo y soledad para estos jóvenes, con el recuerdo permanente de sus hogares y de los suyos, de las incertidumbres sobre su paradero, de las cartas que no obtenían respuesta; también se enfrentaban a cuestiones existencialistas que trataban de articular una réplica sensata a preguntas dificilísimas: "¿Cómo es que habéis conseguido escapar cuando otros no han podido?".
Demostración práctica de la histeria nazi en una de las clases de formación en Camp Ritchie.

Demostración práctica de la histeria nazi en una de las clases de formación en Camp Ritchie. US Army Signal Corps

La situación se tornó incómoda para ellos cuando EEUU declaró la guerra a Hitler, pues adquirieron el estatus de extranjeros enemigos. Ya no eran refugiados, sino ciudadanos de un país que combatía contra el que les había dado cobijo. Corrieron a enrolarse en las filas del Ejército estadounidense, querían formar parte de la liberación de Europa y los altos cargos descubrieron en estos judíos alemanes un potencial valiosísimo: conocían el idioma y la cultura, la psicología del enemigo, y nadie tenía tantas ganas de derrotar a Hitler como ellos.

A mediados de 1942 comenzaron a moldearlos en la base de Camp Ritchie, Maryland —de ahí el nombre con el que fueron bautizados, los Ritchie Boys— para crear una fuerza secreta y decisiva dedicada a interrogar prisioneros de guerra alemanes. Les adiestraron para extraer inteligencia y datos sobre las maniobras defensivas de las tropas de la Wehrmacht, una información realmente valiosa para ganar la guerra lo antes posible.

Las biografías de alguno son una auténtica odisea, como la de Werner Angress, integrado en un equipo de interrogadores adscrito a la 82ª División Aerotransportada y que saltaría detrás de las líneas enemigas el Día D, concretamente a las 2:15 horas de la madrugada del 6 de junio de 1944. Esa fue la primera vez que se tiró en paracaídas tras recibir un cursillo exprés de su sargento. Aterrizó en un huerto en solitario, lejos del objetivo, y a los pocos días fue capturado por los alemanas. Pero su travesía tendría un final feliz.

"Librábamos una guerra estadounidense y, al mismo tiempo, otra muy personal. Nos entregamos a ella con cada fibra de nuestro ser. Trabajábamos más duro de lo que cualquiera hubiera podido impulsarnos. Éramos cruzados. Esa era nuestra guerra", reconoció Guy Stern, uno de los graduados que vio en el campo de Buchenwald la barbarie cometida por los nazis con sus propios ojos.

Porque encontrarse con toda la muerte y putrefacción que se respiraba en los campos, con los esqueletos vivientes de los judíos, con la connivencia de los habitantes locales, antiguos vecinos, y con la incertidumbre del paradero de sus familias, se reveló en una carga para la que los Ritchie Boys como Manny Steinfeld no habían sido adiestrados: "Habíamos oído rumores acerca de la existencia de los campos. No sabía qué esperar. Me daba miedo pensar que podía encontrar a mi madre o mi hermana entre los muertos".
https://www.elespanol.com/cultura/histo ... 235_0.html

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NotaPublicado: 28 Ene 2019 10:48 
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75º aniversario del fin del asedio a Leningrado:
https://elpais.com/elpais/2019/01/27/al ... foto_gal_1

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NotaPublicado: 06 Feb 2019 09:31 
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Llevábamos un buen rato hablando de pilotos de guerra, el cielo tras las cristaleras del Zúrich se había llenado del estrépito de los dogfights (“¡Ángeles a las 10! ¡Ataco!”) y de las estelas de humo de los aparatos que caían derribados. Entonces el aviador ya retirado Rafael de Madariaga, que empuñó en su día los mandos de Sabres (“el último caza de verdad”) y Starfighters, miró al fondo de su copa y en el líquido dorado pareció encontrar, atrapado como un antiguo insecto en ámbar, un recuerdo especial. “En una ocasión le estreché la mano a Steinhoff”, dijo. El nombre aterrizó sobre la mesa y casi me atraganto. ¡Johannes Macky Steinhoff!, ¡el as de caza alemán (176 victorias) que acabó la II Guerra Mundial volando los reactores Me-262 y estrellándose al despegar del aeropuerto de Munich-Reim! Mi piloto favorito.

Steinhoff, al que le estallaron los cohetes que llevaba bajo las alas, se abrasó en su jet pero sobrevivió, eso sí, con espantosas quemaduras, tipo El paciente inglés. Considerado antes del percance el hombre más guapo de la Luftwaffe (que ya es atributo), incluida una cicatriz sexi de esgrima en la mejilla izquierda, quedó terriblemente desfigurado, como un Niki Lauda del aire. “No sabías dónde mirarle”, me explicó el capitán de aviación retirado y escritor Madariaga (20.000 horas de vuelo en aparatos militares y civiles -20 años comandante de Iberia-). “Su cara impresionaba mucho. Luego me enteré de que habían conseguido que pudiera cerrar un ojo reconstruyéndole un párpado con un trozo de piel del muslo. Pero ¡qué hombre!, un fuera de serie; yo, como todos los pilotos, le admiraba mucho, y tenerle delante y estrecharle la mano fue un momento impresionante”.

Madariaga era entonces, en 1969, piloto de reactores del Ejército del Aire y Steinhoff (1913-1994), uno de los pocos ases alemanes que sobrevivieron a la guerra, general inspector de la nueva fuerza aérea de su país, auspiciada por la OTAN. “Vino a investigar por qué los españoles teníamos muchos menos accidentes con los F-104 Starfighter que ellos. Básicamente, le dijimos, por tres razones: primero, el tiempo es mucho mejor en España que en Alemania; segundo, porque ustedes están haciendo volar a pilotos muy jóvenes y aquí en cambio no pilota nadie esos aparatos con menos de 500 horas de vuelo; y tercero, porque tienen 950 unidades y nosotros 21”. Steinhoff asintió. “El tipo tenía carácter: había dejado un mes todos los Starfighter alemanes en tierra porque quería que les cambiaran el asiento eyector por uno más seguro”.


Macky ya podía tener genio: en la II Guerra Mundial se había enfrentado a Goering en el llamado “motín de los pilotos” por la ineficacia del corrupto Reichsmarschall en la conducción de la guerra aérea. Había luchado como piloto desde el inicio de la contienda, con el Me-109, y estuvo en todos los frentes, incluida la Batalla de Inglaterra, la guerra en África e Italia, el Este, y la defensa de Alemania. Lo derribaron 12 veces, pero el tío solo saltó en paracaídas una: decía que no se fiaba de que se abriera y prefería aterrizar con su avión averiado y a menudo convertido en un colador.

La vida de Steinhoff (condecorado con la Cruz de Caballero con hojas de roble y espadas), aunque fuera un piloto caballeroso y respetuoso de las convenciones de la guerra y luego pudiera reciclarse en unas fuerzas armadas democráticas, no está exenta de alguna sombra. Su hermana se casó con un oficial de la SD miembro de los Einsatzgruppen que participó en la destrucción del ghetto de Varsovia. Claro que no eres responsable de cómo sea tu cuñado. La hija del aviador, en cambio, se casó con un senador de EE UU (por Colorado).

Madariaga, un hombre de 77 años, apasionado de los aviones y la historia de la aviación, con un aire juvenil y que conserva el punto travieso y desenfadado de los pilotos de caza clásicos (te lo imaginas fácilmente con la gorra ladeada y el puro en la boca), es autor de un libro reciente en el que profundiza en su interés por los pilotos de la aviación republicana de la Guerra Civil. En Aviadores españoles en la URSS, 1936-1948, el autor, que ya ha escrito sobre Moscas y Tupolevs, sigue la peripecia del centenar de pilotos españoles que combatieron en la Segunda Guerra Mundial enrolados en la fuerza aérea soviética, y que derribaron en conjunto unos 75 aeroplanos rivales.

En Aviadores españoles en la URSS, 1936-1948, Madariaga, que ya ha escrito sobre Moscas y Tupolevs, sigue la peripecia del centenar de pilotos españoles que combatieron en la Segunda Guerra Mundial enrolados en la fuerza aérea soviética, y que derribaron en conjunto unos 75 aeroplanos rivales.

El libro, basadso en una minuciosa investigación en archivos rusos, lo publica Galland Books, la misma editorial, por cierto, que ha publicado los dos, estupendos, de memorias de Steinhoff: El estrecho de Mesina (2013), en el que narra sus aventuras en Sicilia volando sobre Segesta, Agrigento y Erice con excelente pulso literario (ser piloto de caza no te acredita inmediatamente como buen escritor a no ser que te llames Saint-Exupéry o Salter) y donde nos presenta a ese otro piloto irrepetible que es Armin Zöhler, que venía de familia circense y él mismo de muchacho había trabajado con los Rivels; y A última hora (2014), en el que describe la bofetada con el Me-262. No sé qué habrían pensado los pilotos rojos de Madariaga de lo de aparecer en el mismo catálogo que su enemigo (Steinhoff hizo la inmensa mayoría de sus derribos en el frente ruso), el catálogo de una editorial que se llama además como esa otra némesis de los aviadores Aliados que fue el general de los cazas de la Luftwaffe y ex miembro de la Legión Cóndor Adolf Galland, jefe, camarada y amigo de Steinhoff.

En el libro de Madariaga hay aviadores sensacionales del bando contrario. Uno de mis favoritos es Luis Lavin (14 derribos atribuidos), sobre todo porque lo conocí y lo entrevisté -en la Aeroteca, la librería barcelonesa de aviación-. Era un tipo que había vivido experiencias tremendas de las que no sobrevives si no tienes la piel tan dura como el blindaje de los Sturmovik. Fue uno de los Niños de la Guerra que consiguió ingresar en la fuerza aérea soviética. Voló en los Lavochkin La-5, 7 y 9, combatió en Kursk y llegó a pilotar tras la guerra un Mig-15. Madariaga destaca a Juan Lario, el español que más victorias logró en Rusia, 27 (y 8 en la Guerra Civil), y participó en casi 900 misiones y cien combates; luchó en Stalingrado y acabó mandando una escuadrilla de Spitfires IX; y a Antonio García Cano, con cinco derribos en Rusia, y que fue(como Lario) uno de los 18 españoles que volaron aviones alemanes en Chekálov, una operación secreta para infiltrarse en las formaciones enemigas con aparatos capturados. García Cano se encontró una vez, al derribar un Heinkel 111 y aterrizar junto a su presa, a un aviador alemán que había estado en España en la Legión Cóndor, lo que les dio para una buena conversación.

También señala Madariaga a José María Pascual Popeye, con 9 victorias, cinco sobre Stalingrado, donde fue derribado no sin antes abatir él otros tres cazas alemanes seguidos; su nombre es, junto al del hijo de la Pasionaria, Rubén Ruiz Ibárruri, que combatía en tanques, de los dos únicos de españoles en el Mamayev Kurgán, el monumento a la decisiva batalla junto al Volga. Putin, dice Madariaga, está estudiando hacerlo Héroe de la Unión Soviética a título póstumo. . . Hay que quitarse el sombrero también ante Andrés Fierro, que derribo un Ju-88 en un ataque tarán, es decir lanzándose con su aparato sobre el avión enemigo, en plan tártaro del cielo.

Ases de la Guerra Civil lucharon en la URSS, como José Maria Bravo, que formó parte de la escolta aérea de Stalin, o Manuel Zarauza, “el piloto fantasma” porque, de pequeña estatura, parecía que no hubiera nadie en la cabina de su caza, y que murió en 1942 al chocar su aparato con el de un camarada soviético.

Madariaga documenta los distintos caminos por los que los aviadores españoles llegaron a combatir en la fuerza aérea de la URSS: veteranos de la Guerra Civil huidos, Niños de la Guerra convertidos en pilotos, alumnos de la escuela de pilotaje de Kirovabad; algunos lograron volver a ser pilotos tras tener que luchar como guerrilleros. Los mandos soviéticos en general no supieron sacarles todo el partido a unos aviadores, los que habían luchado en España, que tenían un buen conocimiento de los aviones y pilotos alemanes, a los que habían derribado en casa. Las suspicacias estalinistas jugaron en su contra. Curiosamente, prácticamente el mismo número de españoles combatieron en el frente del Este a favor de los soviéticos como en contra, pues los aviadores de la Escuadrilla Azul, los pilotos voluntarios franquistas, eran también cerca de un centenar, aunque a diferencia de los rojos, estaban agrupados en las mismas escuadrillas. Derribaron la misma cantidad y tuvieron unas bajas parecidas, una veintena. Nunca llegaron a combatir españoles contra españoles en el cielo de Rusia, dice Madariaga.

El escritor me explicóque siente una afinidad de colega con los viejos pilotos, a muchos de los cuales entrevistó para sus libros y para revistas aeronáuticas. Antes de despedirme le pregunté por los Starfighter, ¿eran tan peligrosos? “Bueno, había que tener experiencia para volarlos, y yo la tenía”. Más simpatía le despiertan los Sabres. “Un avión precioso, the last real fighter”, suspiró. “Echo de menos volar”, confesó mientras nos marchábamos y yo sentí que me había ganado la confianza del aviador como si fuera su copiloto, o al menos su ametrallador de cola. Nos estrechamos la mano y luego yo me quedé mirando la mía mientras recordaba aquellas líneas finales de Steinhoff en Messerschmitts over Sicily, cuando su escuadrilla abandona la isla: “Debajo de mí, a la derecha, estaba Cefalú. Decidí volar al norte sobre las Lipari dando un amplio rodeo sobre el Estrecho de Mesina. Las cimas de las montañas eran de un azul oscuro y sobre ellas la cumbre del Etna brilló como una antorcha.”.
https://elpais.com/cultura/2019/02/05/a ... 71332.html

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NotaPublicado: 13 Feb 2019 10:26 
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El cine suele pintar a los judíos, masacrados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, como un pueblo sumiso, que desfila tranquilo hacia la cámara de gas con los acordes de un violinista que tocaba un adagio de Bach. Se olvidan con demasiada frecuencia los levantamientos no sólo en el gueto de Varsovia, donde una tropa improvisada de judíos famélicos y casi desarmados se rebelaron contra los ocupantes en un pulso desigual y suicida. O las revueltas en los propios campos de exterminio, como sucedió en Auschwitz, por parte de personas que se negaron a ser víctimas y decidieron luchar hasta la muerte.

A cuentagotas y de manera caricaturesca, hemos visto a judíos saltar sobre la Europa ocupada para vengarse y matar nazis, como Donnie, el "oso judío" de los Malditos bastardos de Tarantino, que machacaba sus cabezas con un bate de béisbol. O Mellish, de Salvar al soldado Ryan, que consigue en la playa de Omaha, en Normandía, un cuchillo de las juventudes hitlerianas con el que, asegura, cortará el pan del shabbat. El que quizá más se acerca a la realidad es el Joseph Liebgott de la serie Hermanos de sangre, un soldado judío de origen alemán que combate en el ejército de EEUU y hace labores de traducción y enlace con la población civil, además de matar militares alemanes sin ningún tipo de remordimiento.
Soldados muy valiosos

El historiador Bruce Henderson ha buceado en la niebla de la Historia para rescatar las vivencias olvidadas de aquellos judíos que, tras huir del Tercer Reich, volvieron diseminados en las unidades de élite aliadas para acabar con los nazis. Los llamados Ritchie Boys (tomando el nombre del campo en el que se formaron, en Maryland) eran unos 2.000 voluntarios muy valiosos para el ejército de EEUU por su conocimiento del idioma, la cultura y la geografía alemana. En su libro Hijos y soldados (Ed. Crítica), Henderson sigue los pasos de algunos de estos reclutas desde su formación hasta los campos de batalla de Europa.

Muchos escaparon en solitario de Alemania siendo menores de edad, en cuanto los nazis declararon la guerra, al tomar el poder, a medio millón de judíos en 1933. Las restrictivas políticas migratorias de EEUU en la época impidieron a muchas familias judías huir juntas. Por eso, muchos decidieron enviar sólo a sus hijos e hijas menores. La noche de los cristales rotos o Kristallnacht, en 1938, puso en evidencia lo que los nazis iban a hacer a gran escala con todos ellos. Con frecuencia estos jóvenes tuvieron problemas de aceptación en los colegios de norteamérica para poder adaptarse debido a su acento alemán.

Cuando Hitler declaró la guerra a EEUU, en diciembre de 1941, muchos de ellos ya eran mayores de edad, hacía años que no veían a su familia y habían cultivado un odio profundo hacia los nazis. Incluso uno de ellos, Selling, escapó del campo de concentración de Dachau para unirse a los Ritchie Boys. En el Pentágono hubo dos ideas sobre lo que debían hacer con ellos: una, vigilarlos o encarcelarlos por considerarlos potenciales enemigos de EEUU. Otra, exactamente la contraria: darles la nacionalidad estadounidense, enrolarlos en el ejército y lanzarlos a combatir a aquellos que los habían echado de su país. Ganó esta última opción.

En un relato emotivo y documentado, lleno de detalles jugosos, Henderson revela la participación de estos soldados en las unidades especiales que, desde primera línea, interrogaban a los prisioneros alemanes. No eran igual que el resto de militares: si ellos caían prisioneros, eran fusilados por los nazis por traidores (al ser alemanes, como sucedió con Kurt Jacobs y Murray Zappler) o llevados a los campos de exterminio (por judíos). El 60% de todos los datos de inteligencia recabados en los interrogatorios a prisioneros los consiguieron ellos, con lo que su porcentaje de responsabilidad en la victoria final, pese a ser sólo 2.000, resulta significativo.



Actuaban en grupos de cuatro a seis hombres, en primer plano, intentando sonsacar información pero sin torturas, ya que se dieron cuenta de que no son efectivas. El torturado acaba afirmando aquello que el torturador quiere escuchar, pero no tiene porqué ser verdad. Lo que sí hacen, en algún capítulo, es hacerse pasar por rusos, a los que los nazis tenían pánico porque sabían que los llevaban a Siberia, a pesar de no tener ni idea del idioma. Se disfrazaron y prepararon una treta ante los oficiales alemanes que se negaban a hablar:

"Comprendo su posición, pero por favor, entienda usted la mía. Hemos recibido la orden de entregar a nuestros aliados rusos a aquellos prisioneros que se nieguen a cooperar", decía uno de ellos, con uniforme de EEUU. Tras eso, lo llevaban a un despacho donde le esperaba el travestido de ruso: "¡Imbécil! ¿Qué clase de especímen lamentable me has traído?", decía con fingido acento ruso. "¡Este nazi ni siquiera sobrevivirá al transporte a las minas de sal de Siberia!". Tras esto, evidentemente, los nazis cantaban La Traviatta.

Todo el libro, conmovedor y divertido, está lleno de detalles así, con los seis protagonistas de su libro (cuatro siguen vivos) viviendo situaciones entre el drama y el delirio, en las que lo mismo se cruzan con un tanque Tigre en las Ardenas o tienen que escoltar a Marlene Dietrich. En la película de Tarantino, el personaje inspirado en ella se hace llamar Bridget Von Hammersmark, pero es el reflejo de Dietrich.


Aunque el momento más emotivo es el descubrimiento, por parte de todos ellos, de los campos de exterminio nazi. No sólo tuvieron que dirigirse a los esqueletos andantes que les pedían ayuda en la antesala de la muerte, sino interrogar a sus verdugos, a los carniceros de las SS que todavía, en cautiverio, se negaban a hablar con judíos. El libro es tan bueno que hay que celebrar que se convertirá en una serie de televisión de ocho capítulos.
https://www.elmundo.es/cultura/2019/02/ ... b4679.html

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NotaPublicado: 23 Feb 2019 22:31 
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Durante la Segunda Guerra Mundial, al menos 25.000 holandeses se sumaron como voluntarios a las Waffen SS, el cuerpo de protección de élite del partido nazi, convertido luego en fuerza de combate, según el Instituto para el Estudio de la Guerra, el Holocausto y el Genocidio (NIOD, en sus siglas neerlandesas). Hitler ordenó que este tipo de soldados disfrutaran del mismo sueldo y pensión de invalidez que los germanos, y así ocurrió. En estos momentos, al menos 34 ciudadanos holandeses siguen percibiendo una jubilación por incapacidad abonada por las autoridades alemanas. El historiador holandés Cees Kleijn sostiene que hay también unos 27 veteranos belgas en la misma situación, y otros más sin calcular en Reino Unido, Estados Unidos, Australia y Canadá, adonde emigraron. En España, lo hace extensivo a la División Azul para los que tengan una minusvalía derivada del combate.

Los pagos, iniciados hacia 1950, pueden ascender hoy a 1.300 euros mensuales, pero el Gobierno holandés no sabe quién los recibe porque la Administración germana mantiene la privacidad de los receptores, que pudieron pertenecer también a la Wehrmacht, las Fuerzas Armadas del Tercer Reich. “Ha habido preguntas en el Parlamento, la última estos días desde las filas de la democracia cristiana, para que el Ejecutivo averigüe la identidad de estos jubilados, o de sus viudas. He hablado con 300 de estos viejos voluntarios, y pude entrevistar a 150, junto con el periodista Stijn Reurs. Unos seis o siete recibían la pensión. Tuvieron que demostrar, viajando a Alemania, que su minusvalía era por las heridas de guerra. Los pagos fueron asumidos, después de la contienda, por la República Federal de Alemania, y están libres de impuestos. El dinero recibido por las víctimas de trabajos forzados por los nazis sí cotiza. Alemania dice que paralizará los envíos si se demuestra que el receptor fue un criminal de guerra, pero no abre sus archivos para comprobarlo. También ha habido criminales de guerra con doble nacionalidad que huyeron allí y luego no hubo forma de extraditarlos”, señala Kleijn, en conversación telefónica.

El Centro holandés de Información y Documentación para Israel, que reúne a la comunidad judía, ha calificado de "escandaloso" que antiguos SS reciban un pago mensual de esta índole. “Pelearon del lado de los nazis y todavía se aprovechan de ello”, según su directora adjunta, Naomi Mestrum.

El historiador holandés considera lógico que ocurra lo mismo con la División Azul, la unidad de voluntarios españoles de infantería que, entre 1941 y 1943, lucharon contra la Unión Soviética. “Tal vez sean muy mayores, o hayan fallecido, pero la orden de las pensiones de invalidez salió del propio Hitler, y no es descabellado pensar que alcance a todos los así heridos. Piense que en las Waffen SS no solo había holandeses, que según mis cálculos fueron entre 26.000 y 27.000. Los voluntarios eran belgas (17.000), estonios, ucranios, finlandeses (1.400), a pesar de que Finlandia no fue invadida, e incluso musulmanes bosnios. Fueron un cuerpo de élite al principio, en 1941, y un verdadero Estado dentro del Estado debido a su expansión hacia el final de la guerra. Para 1943, cuando precisó efectivos, admitieron soldados con los que no contaban”,dice Kleijn.

Las pensiones de los voluntarios belgas también han llegado al Parlamento. El pasado 19 de febrero, la comisión de Asuntos Exteriores analizó la petición de seis diputados para que “aborde la situación por vía diplomática urgente”, en palabras del liberal Olivier Maingain, presidente del partido DéFI (Demócrata, Federalista, Independiente). Por su parte, Alvin de Coninck, investigador de Remembrance, una asociación belga que agrupa a supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, asegura que los pagos de invalidez llegan a los 1.275 euros mensuales.

“La Segunda Guerra Mundial es un asunto muy delicado en Holanda. No hay que olvidar que centenares de holandeses de las SS fueron guardianes en campos de concentración en Polonia, como Auschwitz. Y el campo de tránsito de Westerbork, desde donde los judíos eran llevados a los de exterminio, estaba en manos de la policía militar holandesa. Muchos de los veteranos con invalidez ocultaron la verdad a sus familias. Uno de ellos, ya con alzheimer, cantaba canciones alemanas por los pasillos de la residencia, y los médicos llamaron a la familia para ver qué sabían de su pasado. Otro dijo que la herida de su pierna era de un accidente de moto. Y dos más se encontraron años después en un partido de fútbol entre el Ajax y el Feyenoord, y evitaron saludarse para no levantar sospechas. He dado clase en escuelas y en la Universidad de Ámsterdam, y trato de ofrecer una visión real de la contienda”, asegura Cees Kleijn.
https://elpais.com/internacional/2019/0 ... 46524.html

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NotaPublicado: 22 Mar 2019 08:16 
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La obsesión de un auténtico francotirador no sobrepasa los seis por 12 centímetros de superficie, que equivalen a una frontera física delimitada por los ojos, las orejas y la nariz. Se trata del lóbulo frontal del cerebro humano, incapaz de sobrevivir a un impacto de bala. Mientras la batalla sucede en los márgenes de su experiencia, él libra su propio combate personal contra un enemigo que no lo ve ni lo siente. En su cabeza se calculan distancias, velocidades, curvas, temperaturas, oscilaciones. Reconoce el terreno, mide los metros entre los postes telefónicos, la dimensión de los edificios y busca escondites tan buenos como el suyo donde, quizá, se esconde otro como él, como si mirara al otro lado del espejo.

La fascinación por estos soldados silenciosos y precisos ha producido las mejores piezas literarias de la historiografía bélica. En las librerías se citan ahora en un duelo dos de las más importantes: 'La francotiradora de Stalin', una autobiografía de Liudmila Pavlichenko que se traduce por primera vez para los lectores españoles, y 'Memorias de un francotirador en Stalingrado', escrito por Vasili Záitsev. Ésta es la reedición de una obra mítica sobre una leyenda, el hombre que abatió a 225 militares alemanes en el infierno de Stalingrado y que inspiró 'Enemigo a las puertas', la película de Jean-Jacques Annaud de 2001 protagonizada por Jude Law.
Liudmila Pavlichenko.

Estos dos libros se parecen bastante a sus autores. O mejor, están escritos a la manera en la que ellos matan. Liudmila Pavlichenko es una tiradora académica, fría como el cañón de su Mosin 1891, precisa en el cálculo matemático, una funcionaria de la muerte. En cada encuentro con el enemigo, aplica reglas aprendidas e improvisa sus propios trucos para matar alemanes. Liudmila escribe: "Me sorprendió saber que una bala no vuela directamente hacia su objetivo, sino que, debido a la fuerza de la gravedad y a la resistencia del aire, describe un arco y, simultáneamente, gira sobre sí misma". Analiza la altura, la temperatura, los engaños del calor y del frío. Con esas ecuaciones claras, convierte su rifle con mira telescópica en la prolongación de su mente. "Un francotirador debe ser una persona tranquila, equilibrada, incluso flemática, no propensa a ataques de ira, júbilo, desesperación o, peor aún, histérica. Es un cazador paciente. Solamente dispara una vez, y si yerra, lo puede pagar con la vida".

Vasili Záitsev, en cambio, no acudirá a ninguna academia militar para formarse, porque su escuela serán los montes Urales. En medio del clima extremo, este cazador de lobos aprende de su abuelo nociones básicas de cómo moverse en la nieve, seguir rastros, camuflarse, permanecer horas esperando a la presa, elegir el mejor momento, no caer en provocaciones y si hay que dejar vivir o dejar morir. Záitsev es de la vieja escuela: "Si bien un francotirador no necesita más de dos segundos para apuntar y disparar, los preparativos para ello requieren a menudo horas y horas de observación minuciosa". Vasili usa los elementos que le rodean como si fueran sus aliados y mete un puñado de nieve en su boca para evitar que el enemigo descubra el vaho saliendo de su escondite. "Pongamos que ves lo que parece ser un reflejo de un mechero al sol y deduces que se trata de un francotirador encendiendo un cigarro. Tal vez sí, tal vez no. Apuntas al lugar y esperas. Debería aparecer el humo. Pasa el tiempo, acaso un día entero, y por un instante aparece un casco. ¡No dispares! Aunque le des, no sabes en cuál de las posiciones señuelo estará el verdadero francotirador enemigo. Si disparas y le das al cebo, habrás revelado tu posición". Bang. Cada bala suena diferente, y nunca como en las películas. Un tiro, un muerto.

Dejando atrás la épica cinematográfica (y manipulada) de Enemigo a las puertas, Záitsev relata con detalle su enfrentamiento con un francotirador alemán como si fuera un western clásico, pero en medio de una de las mayores batallas de la II Guerra Mundial. El enemigo pone trampas, le persigue y mata a Sasha, uno de sus mejores amigos, en un descuido. Después de buscarse por las ruinas, sospecha de un lugar bajo unas cajas de munición abandonadas en el lado alemán, el mismo sitio que él elegiría. Pone un cebo, el enemigo pica el anzuelo, lo ve recoger el casquillo de su Kar-98 para no dejar huellas y, entonces, levanta la cabeza para ver a su presa supuestamente abatida. Y entonces Záitsev no falla. El historiador Antony Beevor, en su célebre 'Stalingrado', no logró encontrar el nombre del famoso oficial alemán enviado para matar a cazador de lobos de los Urales. No hay nada en los viejos archivos de la Wehrmacht. El propio Beevor describe el sonido de una bala lejana de un francotirador entrando en el cuerpo de la víctima: "twack".

"Estos libros de francotiradores tienen su público", dicen desde la editorial Crítica, que también publicó recientemente el volumen de Kevin Lacz 'El último francotirador', la experiencia en primera persona de un Navy Seal en Irak, donde revela los secretos de la guerra callejera contra los milicianos de Al Qaeda. "Todos se venden muy bien. Por eso apostamos por publicar historias que el público español aún no conoce, como la de La francotiradora de Stalin", concluyen en la editorial.

La diferencia entre Záitsev o Pavlichenko con Lacz es que éste puede apoyarse en la tecnología: ópticas mejoradas, armas de larguísimo alcance y apoyo de drones. El cazador de los Urales, en 1942, usaba su instinto para entender que si hay cuervos negros sobrevolando una zona, es que hay un soldado que acaba de comer y ha tirado los restos de comida junto a él. También hunde la pala en la tierra y coloca el oído sobre el mango, como si fuera un indio siux, para notar las vibraciones del terreno cuando se acerca el enemigo. Cada día mata a cuatro o cinco alemanes sin remordimientos, sin cambiar de postura durante horas pese a que le comen los piojos sin poder rascarse, le arde de hambre el estómago sin poder comer y se muere de sed sin poder acercarse la cantimplora a los labios. Para el soldado soviético, la esperanza de vida en la batalla no llegaba a las 24 horas de vida.

Liudmila Pavlichenko, una de las pocas mujeres francotiradoras del ejército rojo, se revela no sólo contra la ferocidad del enemigo nazi, sino contra su propia jerarquía. En el libro, describe una escena ante un compañero que ha sido condecorado ante el jefe que lo condecora: "Por 100 'fritzes' [alemanes] eliminados en Leningrado, Vladimir se había convertido en Héroe de la Unión Soviética. Por 100 muertos en Odesa, a mí me dieron un fusil de francotirador con mi nombre grabado. Un año después, a él lo habían ascendido tres veces y su marca era de 154 fascistas abatidos. En cambio yo, que llevaba 309 nazis muertos, solamente había obtenido el grado de subteniente". Pavlichenko también sostiene un odio frío hacia el invasor y describe cada victoria con orgullo: "¡Por fin te tengo, nazi cabrón, después de tanto tiempo sentada bajo un frío de muerte! Por el visor de la mira telescópica vi su cabeza. El 'fritz' tiró del cerrojo de su fusil, recogió el casquillo y miró fuera del escondite. Mi maestro me había aconsejado sabiamente. 'Nunca creas que tu disparo será el último y no seas demasiado curiosa'. Contuve la respiración y presioné suavemente el gatillo".
https://www.elmundo.es/cultura/2019/03/ ... b4681.html

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NotaPublicado: 22 Mar 2019 08:21 
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«Cuando cierro los ojos puedo ver el Volga en llamas por el petróleo derramado ardiendo». Hasta que no se hayan muerto todos los que vivieron el horror de Stalingrado, la victoria en esa batalla, de la que el próximo día 2 se cumplen 75 años, será mucho más que una lección de historia para los rusos. La niña Valentina Savelieva se alimentó de barro, escondida como un ratón en agujeros que su familia hacía en el suelo. En esa lluvia de fuego y acero perdió a su padre. En total murieron dos millones de personas entre soldados de ambos bandos y civiles soviéticos. La batalla de Stalingrado es considerada la más sangrienta y supuso para los alemanes la derrota militar más importante hasta el momento.

La letra pequeña de esa herida del siglo XX resulta difícil de resumir en forma de cifras y balances estratégicos. Jochen Hellbeck, historiador alemán que da clase en la Rutgers University de Nueva Jersey, encontró hace unos años en Moscú un fajo de documentos que contenían -entre otras cosas- testimonios de 215 testigos presenciales de la batalla: vecinos, enfermeras, soldados y partisanos. Sus historias habían sido recabadas sobre el terreno por un grupo de historiadores coordinados por Isaak Mints. Llevaban años documentando la guerra civil rusa pero la invasión nazi hizo que reorientasen su misión. Se lanzaron con tal arrojo que llegaron a la batalla de Stalingrado en diciembre de 1942, cuando todavía quedaba más de un mes para que acabase. Volvieron a visitar el lugar poco después de la rendición de los últimos soldados del general alemán Friedrich Paulus el 2 de febrero de 1943. El resultado de su trabajo es un relato en caliente que dibuja unos soviéticos muy ideologizados, comprometidos con la aniquilación del fascismo, y también cargados de un inevitable odio hacia quien intenta destruir su país.

Hellbeck ha plasmado estos testimonios en Stalingrado: La ciudad que derrotó al Tercer Reich, que Galaxia Gutenberg publica el 14 de febrero y que reconstruye minuciosamente, a través de los recuerdos de los oficiales soviéticos, escenas como la fría rendición de unos mandos nazis con barba de varios días y la mirada nublada por el desánimo.

El pulso por la ciudad fue algo personal entre Hitler y Stalin, «aunque creo que tenía todavía más importancia para los alemanes», explica Hellbeck desde Nueva Jersey. Stalingrado tenía una importante industria militar con las fábricas de tractores Octubre Rojo y de cañones Barricady, y poseía un nudo ferroviario crucial de la línea que unía Moscú, el mar Negro y el Cáucaso.

Aquel verano de 1942 las sirenas de los ataques aéreos sonaban a diario. Stalin ya había emitido su famosa Orden 227: «Ni un paso atrás». Una joven escribía en su diario el 4 de septiembre: «Llevamos dos semanas siendo bombardeados a diario. Ya no queda nada en pie que se pueda bombardear».

En un primer momento no se permitió a los civiles abandonar la ciudad, para así alentar a las fuerzas soviéticas con la presencia de sus familiares. Entre el atroz bombardeo del 23 de agosto y los de las dos semanas que le siguieron murieron bajo las bombas de los Heinkel 111 y los Junkers 88 unos 40.000 de los más de 600.000 habitantes de la ciudad. Ese día la secretaria local Claudia Denisova miró al cielo y lo vio «cubierto de aviones». Al día siguiente el industrial Ivan Zimenkov contempló cómo «repartían en el parque armas entre los obreros, y de ahí iban al frente».

El 13 de septiembre, los alemanes entraron en Stalingrado. Parte de la ciudad fue ocupada y se decretó la aniquilación de comunistas y judíos, se ocuparon viviendas y en otros casos las quemaron con la gente dentro. Una funcionaria municipal recordaría siempre volver a su barrio tras la liberación de la ciudad y encontrar a una población en shock: «Entre las minas había gente que había perdido la memoria, otros que temían el sonido de su propia voz».

«Los soviéticos poseían un ejército más unido en torno a una ideología: el amor por la patria y el odio por los invasores», explica Hellbeck. Las historias de la crueldad nazi se propagaron por todo el país y aumentaron la determinación de los rusos por la lucha. Vasili Zaitsev, el francotirador que mató a 242 soldados alemanes, contó a los historiadores que había podido luchar hasta la extenuación impulsado por las escalofriantes imágenes que había presenciado: «Soldados alemanes arrastrando a una mujer para violarla, chicas jóvenes y niños ahorcados de los árboles...».

Los soldados nazis no tenían una narrativa a esa altura, y además se toparon con el invierno ruso, para el que no estaban preparados. De hecho, cuando se rindieron, una de las primeras cosas que preguntarían a los mandos soviéticos que los pusieron bajo custodia fue cuándo iba a acabarse ese endemoniado frío. Los miembros congelados se gangrenan enseguida y las manos y piernas amputadas aquella Navidad por los cirujanos aparecían amontonadas en la nieve. Para sobrevivir se podía robar la ropa a los muertos, pero tenía que ser antes de que se congelase y quedase unida al cuerpo como una masa deforme. Los soldados serraban las piernas de los cadáveres de sus enemigos para calentarlas luego y poder arrancarles las botas.

Se luchó calle a calle. Un soldado recordaba cómo estaban en el segundo piso de un edificio con el enemigo atacando desde el primero, «en el piso de arriba luchaban los nuestros pero la última planta estaba en manos de los otros». La Luftwaffe redujo parte de la ciudad a escombros. Los tanques y la artillería no son de gran utilidad en una ciudad molida. Los alemanes lo llamaron Rattenkrieg, «guerra de ratas».

A partir de noviembre de 1942 una contraofensiva soviética embolsó a los hombres del general Paulus, que se rendiría con la mayoría de los suyos el 31 de enero, refugiado en los almacenes Univermag del centro de la ciudad.

El general rojo Konstantin Abramov se encargó de las formalidades: «Paulus estaba sin afeitar pero con sus condecoraciones, dijo que se rendía porque no les quedaba munición ni alimentos. Le dimos comida pero la rechazó y después no quiso beber con nosotros porque tenía el estómago vacío; añadió que no estaban 'acostumbrados a beber vodka como los rusos', pero al final se tomó dos vasos... dijo que a nuestra salud».

Hoy, en las afueras, a modo de recuerdo de las altas exigencias de aquella victoria, dos cementerios velan una memoria del brutal choque del siglo XX: 60.000 soldados alemanes en uno, 20.000 soviéticos en el otro. Los cadáveres desperdigados siguen apareciendo: 700 el año pasado. La ciudad, que hoy se llama Volgogrado, no necesita de momento volver a su viejo nombre para recordar una batalla que dejó agitado el subsuelo.
https://www.elmundo.es/papel/2018/01/29 ... b45d8.html

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NotaPublicado: 05 Jun 2019 18:12 
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Alain Coppel lleva toda la ocupación nazi acumulando botellas de champán en su casa junto a la playa de Utah. Ha conseguido juntar 99. Cuando ve llegar a los militares aliados corriendo con sus armas por los caminos hacia el interior, las reparte una a una. Hay alemanes esperándolos ocultos por toda la zona, pero ninguno de esos soldados le niega un trago. La imagen de esa primera casa liberada por los recién desembarcados se repetirá en cada uno de los pueblos y ciudades que atraviesen desde Normandía hasta la frontera con Alemania. Vino, flores y besos para los recién llegados.

Por desgracia, ese ritual viene acompañado de otro más atroz. Simone Thoseau, de Chartres, tiene 23 años y un hijo. Una turba de vecinos le rapa la cabeza, le marca la frente con un hierro candente con forma de esvástica y la pasea por la calle Beauvais, en el centro del pueblo, como humillación pública. Será insultada, escupida, vejada y expulsada de la localidad para siempre. Su delito, aunque nunca sido juzgada por ningún tribunal, es haber tenido relaciones con las tropas alemanas de ocupación. O sea, colaboracionismo.

Hasta 20.000 mujeres sufrirán la misma práctica, fomentada por la resistencia francesa como parte de una "limpieza" necesaria. Cuando los aliados lleguen a Alemania, los nazis harán lo mismo con aquellas mujeres que colaboren con los aliados. Los soldados yankis asisten a estos espectáculos horrorizados, pero no se atreven a interponerse para no causar problemas con la población civil. El reportero Robert Capa fotografía a Simone Thoseau cuando la turba añade a sus padres a la humillante comitiva.
Reconstrucción con uniformes y aviones originales
Reconstrucción con uniformes y aviones originales de la Segunda Guerra Mundial sobre el aeródromo de Duxford, usado también durante la contienda. / ALBERTO ROJAS

Viajamos en coche siguiendo la ruta que tomaron los aliados desde las playas hacia el interior de Normandía. Las carreteras, atestadas de turistas, muestran cual es la industria más rentable para la región, sobre todo durante estos días. En Caen, ajenos a los homenajes, cientos de inmigrantes subsaharianos sin papeles se esconden en las rotondas que dan acceso al puerto para intentar esconderse en los camiones que viajan en ferry al Reino Unido.

La crisis económica ganadera, unida el desempleo, inflaman discursos populistas. "La percepción de los problemas es inversamente proporcional al tamaño de los mismos", dice Ulrike, una francoalemana que alquila habitaciones en Caen. "Vivimos muy bien, la criminalidad es escasa y el Estado francés mantiene enormes coberturas sociales, pero votamos a Le Pen para que se cargue todo lo que hemos conseguido", comenta indignada.
Paracaidistas de la 101st Airborne Division
Paracaidistas de la 101st Airborne Division capturan a un grupo de militares alemanes el Día D. / US National Archives

Según los planes trazados por Eisenhower, la ciudad de Caen tenía que ser conquistada en dos días, pero fueron 11. Engañado por el espía español 'Garbo', que dos días después insiste en que el verdadero desembarco será en Caen, Hitler tarda en mover sus 10 divisiones blindadas hacia las playas, pero cuando lo hace tiene consecuencias devastadoras.

Ya no son los reclutas de las playas. Estos son fanáticos de las SS. El paisaje verde de Normandía no ha cambiado desde el Día D. Sigue dividido en parcelas enmarcadas por matorrales y árboles, lo que los normandos llaman 'bocage', una gran ventaja para los defensores alemanes, que se ocultan tras estos grandes setos. Cada campo de siembra es como un edificio de Stalingrado. Hay que tomarlo metro a metro.
Campamento en Sainte Mère Eglise
Campamento en Sainte Mère Eglise, en el corazón de Normandía, con turistas visitando los tanques Sherman, aún en funcionamiento. / ALBERTO ROJAS

Las casas siguen usando el ladrillo rojo y la piedra gris, como se aprecia en las fotos antiguas. Las vacas destacan sobre el pasto como las cruces de los cementerios de la batalla. En el avance hacia el interior, los soldados aliados se encuentran al fin con su enemigo más temido, el carro Tiger, impenetrable en su blindaje frontal, lento y caro pero armado con el mejor cañón de la Segunda Guerra Mundial, el 88 milímetros.

Su aparición provoca el pánico en las tripulaciones de los tanques Sherman de Estados Unidos, rápidos, fáciles de reparar, pero muy vulnerables. En la población de Villiers-Bocage, el as alemán de la guerra blindada Michael Wittmann destruye con su Tiger hasta 14 tanques aliados y 15 vehículos de transporte en solo 15 minutos. Todo lo que le disparan rebota en su caparazón y todo lo que dispara él revienta a su paso. La noticia se expande entre los carristas estadounidenses como un virus. Corre una estadística: necesitamos cinco Sherman para acabar con un Tiger. Para destruirlos hay que atacarlos desde el aire con aviones. El poder aéreo de los aliados, dueños del cielo en Normandía, decantará el destino de la batalla y de Europa.
Paracaidistas de la 101st Airborne Division
Tropas de EEUU caminan hacia un búnker alemán cerca del pueblo de Colleville sur Mer. / US National Archives

"La aviación aliada provoca el caos en la retaguardia alemana. Bombardea líneas de comunicación, vías del tren, carreteras, locomotoras, estaciones de radar... Dos ejércitos alemanes fueron destruidos en Normandía, incluyendo dos divisiones panzer, la élite del ejército alemán. Creo que eso habla muy bien de ese esfuerzo aliado", dice James Holland, autor de de 'Normandy '44'. Muchas de esas tropas quedaron atrapadas en el llamado "corredor de la muerte", la bolsa de Falaise, que dejó 10.000 muertos y 50.000 prisioneros alemanes. Falaise queda muy cerca de Camembert, la cuna del queso del mismo nombre. En pocos lugares de Francia puede uno hoy comer mejor y más barato que allí.

Perderse por las carreteras comarcales normandas es fácil. El GPS se desorienta en algunas zonas rurales. La suerte desea que nos encontremos de frente con uno de esos Tiger abandonado por los alemanes en Vimoutiers cogiendo óxido, pero conservando la misma apariencia enorme y monstruosa que tenía en junio de 1944.

El veterano Keith Martin, que combatió en uno de esos bombarderos aliados, asegura que no tenía ni idea de lo importante que era para Europa ganar aquella batalla. "Uno está sentado en el avión, escuchando el fuego antiaéreo, viendo como otros aviones son alcanzados y caen en llamas, y sólo piensas en salvar la vida. Mi obsesión durante aquellos días era pensar en el desayuno del día siguiente. La experiencia de sentarme en la mesa a comerlo significaba que estaba vivo un día más".
Tanque Tiger alemán en Vimoutiers
Tanque Tiger alemán en Vimoutiers, en la zona interior de Normandía. / ALBERTO ROJAS

Hay muchas teorías que aseguran que, en 1944, con el enorme desgaste sufrido en el frente ruso, Hitler ya tenía perdida la guerra y, por tanto, que el desembarco aliado en Normandía no tiene tanta importancia. Según dicen los historiadores que más han investigado el asunto, estas teorías están equivocadas: "El Día-D marca el principio del final de la ocupación nazi del oeste de Europa. No había un plan B. Si la operación hubiera fallado el Führer podría haber aguantado en el poder mucho más tiempo", afirma Alex Kershaw, autor de La primera oleada.

Para Holland, "Normandía marca sin duda el punto álgido de la contienda. Hitler ya no podía ganar la guerra, pero es difícil vencer a un país que no quiere darse por vencido. El Día D marca no sólo el desmoronamiento del régimen nazi, sino que define el mundo que vendrá en la posguerra". Los aliados no sólo desembarcan en Francia para derrotar a los nazis, sino para llegar a Alemania lo antes posible y frenar las ansias expansionistas de otro régimen terrible, la Unión Soviética de Josep Stalin, que tiene a mano Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía...

Churchill, en su maloliente búnker de Whitehall, le comunica que el desembarco ha tenido lugar y que espera que, ese segundo frente, alivie las penurias que sufre Rusia cuanto antes. Roosevelt, ya muy tocado por la mala salud, sí que tiene un plan B. En secreto fabrica un arma que no desea usar, pero que está concebida para lanzarse sobre Berlín en caso de que Hitler se niegue a rendirse. Podría acabar con la capital alemana al completo. La victoria en Europa llegará antes de que esté preparada y Roosevelt morirá antes de ver la bomba atómica arrasando Hiroshima y Nagasaki.
Diario de la secretaria de Churchill
Diario de la secretaria de Churchill durante el Día D, conservado en su búnker de White Hall en Londres. / ALBERTO ROJAS

A la terminal del ferry de Caen llega un anciano algo encorbado, elegantemente vestido, con sus medallas en la solapa. Los veteranos del Día D, los pocos que quedan, llegan a Normandía para rendir homenaje a sus compañeros caídos. Todo el personal de seguridad, las vendedoras de tickets y los turistas que esperan a embarcar se levantan y rompen a aplaudir. El hombre llora y se lleva la mano al pecho emocionado.

En junio de 1944, el Tercer Reich acelera sus crímenes, englobados en decretos como la llamada Solución Final o Noche y niebla, lo que supone la eliminación de pueblos enteros. Muchos saben que la guerra está perdida y se sienten asqueados por el antisemitismo y las decisiones delirantes de Hitler en los frentes de batalla. Erwin Rommel, comandante de los ejércitos alemanes en Normandía, decide apoyar la operación Valkiria un mes después de los desembarcos para atentar contra el Fürher. Por desgracia, la bomba de Von Stauffenberg no mata a Hitler. La suerte de la batalla de Normandía está echada. La guerra en Europa continuará al menos un invierno más.
http://lab.elmundo.es/desembarco-de-nor ... iados.html

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NotaPublicado: 05 Jun 2019 18:19 
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Rezaban para que la liberación llegara del cielo, pero las que llegaron fueron las bombas. Una de ellas fue a caer de noche en una casa de la plaza del pueblo. El cura tocó las campanas a rebato y los vecinos acudieron en pijama para apagarlo. La guarnición alemana se puso en alerta. En esos momentos iniciaba su descenso el paracaidista John Steel , de la 82 división aerotransportada de EEUU. Le ilusionaba pensar que iba a ser uno de los primeros soldados aliados en pisar la Francia ocupada, pero se quedó enganchado del campanario. Desde ahí vio cómo sus compañeros se precipitaban lentamente hacia el suelo y los alemanes los mataban a placer, iluminados por el fuego de la casa en llamas.
Maniquí colgado de la torre de Sainte Mere Eglise
Maniquí colgado de la torre de Sainte Mere Eglise, en honor al paracaidista John Steel, de la 82 aerotransportada de EEUU. / GETTY

Steel, sordo por el estruendo de las campanas, se hizo el muerto y salvó la vida. Sus compañeros acabaron tomando esta pequeña población normanda una hora después, el primer pueblo en ser liberado en Europa por los aliados horas antes de que comenzara el gigantesco desembarco en las playas cercanas. Hoy, un muñeco vestido de paracaidista domina desde las alturas Sainte Mére Eglise en honor a Steel y aquella generación que cruzó el océano para acabar con la tiranía nazi.

Pasado y presente dialogan en Normandía. En una de las tabernas del pueblo cuatro soldados alemanes todos de uniforme y llegados con la delegación de la canciller Merkel toman cervezas junto a un puñado de militares de EEUU que acompañan a Donald Trump. Hace 75 años, alemanes y estadounidenses protagonizaron aquí algunos de los combates más fieros de la Segunda Guerra Mundial. A los paracaidistas que se quedaban colgados en los árboles los soldados de la Wehrmacht los quemaban con un lanzallamas. A su vez, los americanos tenían órdenes de no hacer prisioneros para no ralentizar la misión y ejecutaban a sangre fría a los alemanes que se rendían. Hoy brindan y se hacen selfies juntos.
Miembros de un grupo de reconstrucción histórica posan con sus jeeps
Miembros de un grupo de reconstrucción histórica posan con sus jeeps en Sainte-Mére-Eglise. / ALBERTO ROJAS

El kilómetro cero de la invasión aliada (y de la Europa en paz que estaba por venir) es ahora un bastión de Marine Le Pen, igual que el resto de Normandía. Hay un adhesivo que se repite en semáforos, buzones y carteles de las ciudades y pueblos de esta parte del país. Sólo contiene una palabra: 'Frexit'. En 1944, a los paracaidistas aliados, como Steel, les encantaba atravesar campos llenos de vacas. Era la garantía de que no estaban minados. Esas vacas, que hoy siguen dominando el verde paisaje normando, simbolizan en parte a esta población que se ha vuelto eurófoba.

Los precios de la leche, los impuestos por las nubes y la sensación de abandono de todas las administraciones, tanto en París como en Bruselas, han calado en los ganaderos, con beneficios mensuales que no sobrepasan los 400 euros al mes en la mayoría de los casos. El año pasado se ahorcaron, se dispararon o se cortaron las venas más de 700 ganaderos en Francia. Le Pen les ofrece "patriotismo económico" y salir de la PAC. Música para sus oídos.

Pero volvamos al 5 de junio de 1944. Faltan horas para que se ponga en marcha el mayor desembarco de la historia y ya tenemos a 23.000 paracaidistas cayendo del cielo en plena noche. Los aviones Dakota sufren el viento y el fuego de artillería antiaérea, que les obliga a hacer maniobras evasivas. Eso dispersa a los soldados por zonas no previstas y los desorienta, incapaces de saber dónde se encuentran, pero confunde aún más a las guarniciones enemigas, que creen que se enfrentan a fuerzas aún mayores. Además, junto con paracaidistas de carne y hueso, lanzan otros que son meros maniquíes. Los informes se extienden rápido por las radios alemanas: "Nos están lanzando espantapájaros. Es una maniobra de distracción".
Hotel Lutetia, en el centro de París
Hotel Lutetia, en el centro de París, antiguo cuartel general de la inteligencia alemana en la Francia ocupada. / ALBERTO ROJAS

El Día D, la mayor operación anfibia de la historia, se está fraguando en muchos lugares. Viajemos a alguna de estas chinchetas en el mapa la noche anterior a la invasión. En el hotel Lutetia de París, cuartel de la Gestapo y la inteligencia alemana, yace con su amante el general Edgar Feuchtinger, responsable de la división de infantería que vigila las playas normandas. En el Berghof, el refugio alpino de Hitler llamado pomposamente 'El nido del águila', el doctor Morell, su médico personal, le ha administrado su cóctel de fármacos para que pueda dormir.

En Evreux, Fritz Witt, general de la división blindada XII SS Panzer, una de las más poderosas y fanáticas del Tercer Reich, bromea frente a la chimenea con sus coroneles, convencido de que los saltos en paracaídas reales o de muñecos son sólo una maniobra de distracción del verdadero desembarco, que según ellos sucederá en el paso de Calais. El responsable del llamado Muro del Atlántico, más propagandístico que real, es Erwin Rommel, el legendario 'Zorro del desierto', que tampoco está en su puesto, sino en Berlín, en el cumpleaños de su mujer. Todo aquel que tiene que tomar una decisión en el Tercer Reich o duerme o está de vacaciones o está drogado o está borracho de 'schnapps'.
Puerto militar de Portsmouth
Imagen del puerto militar de Portsmouth (Reino Unido), del que salieron el grueso de las tropas de invasión durante el Día D. / ALBERTO ROJAS

Para seguir el relato de aquella noche tenemos que cruzar el canal hasta Portsmouth. De este puerto británico sale el grueso de la armada. Empaquetados en naves de guerra viajan ya 130.000 soldados aliados y 5.000 lanchas de desembarco. Hoy sobreviven aquellas tabernas y pubs en su puerto donde se bebía ron como marca la tradición de la marina británica en honor del almirante Nelson o del pirata Drake.

Al fondo, barcos de guerra británicos esperan destino como parte de la OTAN. En el referéndum del Brexit, esta población, que sirvió de puente para la liberación de Europa, votó masivamente a favor del divorcio con la Unión Europea que tanto contribuyó a fundar. Ahora, en pleno laberinto, muchos temen que un 'no acuerdo' deje a su concurrida aduana en un limbo legal. Sus políticos reclaman a Downing Street 10 millones de euros como contingencia para estar preparados para lo peor, pero no les han prometido más de 300.000 euros.
Soldados estadounidenses a bordo de una embarcación
Soldados estadounidenses a bordo de una embarcación la noche antes del Día-D. / REUTERS

Otro de los protagonistas, el gran jefe Eisenhower, se marcha tras arengar a Steel y a sus compañeros en Greenham Common antes del salto a Francia y se refugia en su camioneta plateada oculta bajo los árboles de un parque londinense. El historiador Antony Beevor lo retrata en su libro 'El día D' fumando cuatro paquetes de cigarrillos y bebiendo demasiado café aquella noche, mientras escribe un texto en el que asume toda la responsabilidad en caso de derrota por si tiene que leerlo en unas horas. Después se tumba a leer una novelilla del oeste, de las que es aficionado igual que Hitler. Acaba de autorizar una operación que costará miles de vidas, pero que puede acelerar el final de la guerra.

Los británicos y estadounidenses tienen los mismos partes meteorológicos, pero los interpretan de manera diferente. Unos hablan de mal tiempo en el canal, lo que hundiría las lanchas. Los otros dicen que no es para tanto. Si Eisenhower hubiera retrasado la operación había que haber esperado otros 15 días, tiempo suficiente para que los alemanes la detecten. Así que toma la decisión de atacar. A los pilotos de caza de la RAF los despiertan en el aeródromo de Duxford con la alarma antiaérea en mitad de la noche. El oficial al mando los cita en la sala de reuniones. Entonces quita la sábana que cubre el mapa y habla: "Señores. Suban a todo aquel cacharro que pueda volar. Vamos a apoyar desde el aire la invasión de Europa". Los pilotos estallan en un pandemonium de abrazos y gritos de alegría.

Para que el engaño salga bien ha sido necesario el concurso de un oscuro espía autodidacta. Conocido como 'Arabel' por parte de los alemanes y 'Garbo' por parte de los británicos, el español Juan Pujol comienza la guerra ofreciendo sus servicios como agente a la embajada del Tercer Reich en Madrid (Paseo de la Castellana, número 4) para operar desde la neutral Lisboa.

Para su propia sorpresa, lo reclutan con la intención de enviarlo a Londres. La información que remite es ampulosa, circular, basada en libros que consulta en la biblioteca y en habladurías sin origen definido, pero le escuchan. Se ofrece también a los británicos, que lo rechazan de mala manera. Sin embargo, como son capaces de leer todo el tráfico de mensajes alemanes de código Enigma gracias al equipo del matemático Alan Turing en Bletchley Park, comprueban que Pujol no miente y es capaz de intoxicar a los nazis con material más o menos auténtico mezclado con mentiras.
Paracaidistas británicos leen eslóganes pintados a tiza
Paracaidistas británicos leen eslóganes pintados a tiza en un avión durante el Día-D. / UK ARMY | AFP

Reclutado y convertido en 'Garbo', será capaz de crear una red ficticia de 27 informantes en el Reino Unido (que sólo existieron en su imaginación) y de enviar mensajes que llegaban hasta el propio Hitler. El más importante de todos ellos fue el que situaba el futuro desembarco en Calais, y no en Normandía. También era lo más lógico. Calais está más cerca de Inglaterra, permite ingresar directamente en las zonas fabriles de Alemania y acceder a las plataformas de lanzamiento de las temibles V-1, las bombas volantes que Hitler envía a Londres y que atemorizan a la población con su zumbido.

"Garbo es esencial para que la invasión de Normandía tuviera éxito", comenta a EL MUNDO el historiador James Holland, autor de 'Normandy '44'. "Pero debemos reconocer que la inteligencia aliada estaba mucho mejor coordinada que la alemana. En conjunto, esa suma era más importante que todos los logros individuales". Alex Kershaw, escritor de 'La primera oleada', asegura que el papel de 'Garbo' "hizo que los alemanes tuvieran que dividir sus fuerzas 'panzer' al no saber dónde, cuándo y cómo iba a ser el desembarco".
Interior del búnker de Winston Churchill en Whitehall
Interior del búnker de Winston Churchill en Whitehall, Londres, donde podía comunicarse con todo el Imperio británico y dirigía las operaciones. / ALBERTO ROJAS

El primer ministro británico, Winston Churchill, regresa a su búnker de Whitehall por miedo a ese nuevo terror tecnológico de las V-1. A varios metros bajo tierra sigue la operación fumando sus habanos Romeo y Julieta y bebiendo whisky Johnnie Walker etiqueta negra, su favorito. Durante días ha amenazado con embarcarse también a bordo del crucero 'Belfast', pero el rey le convence de que permanezca en Londres. "Yo debería ir antes que usted, que soy marino, y he decidido quedarme en tierra. La misión de un rey es permanecer". Da la orden a la BBC para que emita el mensaje en clave que la resistencia francesa espera. "L'heure du combat viendra" (La hora del combate llegará).

Miles de franceses se ponen de inmediato a volar vías férreas, atacar convoyes, cambiar señales de tráfico y cortar hilos de telégrafo para dejar muda la comunicación alemana. También hay agentes femeninas del Servicio Especial de Operaciones poniendo bombas y matando nazis por todo el norte de Francia, mientras ellos duermen, como Diana Rowden, Violette Szabo o Lilian Rolfe. Muchas de ellas acabarán sus días en el campo de exterminio de Ravensbrück o en el de Dachau.
Tanque Sherman sobre la bahía de Arromanches
Tanque Sherman sobre la bahía de Arromanches, en Normandía. Al fondo, restos del puerto flotante Mulberry usado durante la invasión de Normandía. / ALBERTO ROJAS

El alba dibuja una línea azul en el horizonte sobre las 5.45 horas. El 'USS Samuel Chase' sirve el desayuno a los soldados de la primera oleada. Camareros vestidos con traje blanco preguntan a los sorprendidos reclutas qué van a tomar. "Están cebando a los cerdos antes de la matanza", bromea un militar. El fotógrafo Robert Capa está entre ellos. Será el único reportero que desembarque en la primera oleada. Después de comer salchichas con puré todos ciegan el cañón de sus armas con preservativos. Capa hace lo mismo con sus carretes. Nada más subir a las lanchas de desembarco vomitan todo lo que han comido. Morirán dos de cada tres pasajeros de esas primeras embarcaciones con forma de ataúd. Su destino es la playa de Omaha. El día D ha comenzado.

Lord Lovat era un hombre temeroso de Dios. Al alba del 6 de junio de 1944, a bordo de su lancha de desembarco, lleva consigo tres cosas imprescindibles: una cruz colgada de su cuello, un cuchillo de comandos para tajar gargantas y a su gaitero personal, Bill Millin, de los Cameron Highlanders, vestido con su falda escocesa.

A su orden, los acordes de 'The road to the isles' se elevan por encima del estruendo del cañoneo del 'HMS Belfast' y otros barcos de guerra. Todos cantan al unísono. Junto a ellos pasan dos destructores franceses, cuyas tripulaciones responden a gritos con 'La Marsellesa'. Dos barcos ingleses acometen 'A-hunting We Will Go'. Los polacos, los canadienses y los noruegos hacen lo mismo con sus himnos locales.
Foto de Robert Capa en la playa de Omaha
Una de las fotos más famosas del Desembarco de Normandía, tomada por Robert Capa en la playa de Omaha. Foto: ©Robert Capa / Magnum Photos

En minutos, la armada entera se desgañita en su travesía hacia sus objetivos. 6.939 embarcaciones y 156.000 personas se abren en abanico hacia cinco playas normandas. Lores escoceses, refugiados polacos, obreros de Birmingham, mineros de Gales, estudiantes de Harvard y mecánicos franceses comparten sacrificio sin importar origen, religión o color de piel. Sólo les une una palabra: "Europa". Les esperan 40.000 alemanes.

Esta operación multinacional moviliza gentes de todos los continentes. Hasta 15 países participan. Además del enorme número de estadounidenses y británicos, se unen los franceses de De Gaulle, belgas, noruegos, checos, polacos, neozelandeses, australianos, rodesianos, sudafricanos, senegaleses, canadienses, un puñado de suizos, chilenos, brasileños e incluso el gallego Manuel Otero, que viaja en el 'USS Samuel Chase' junto al estudiante Hu Riley, de Mercer Island.
Un veterano del Día D prepara la comida
Un veterano del Día D prepara la comida junto a su familia, todos con el uniforme de la Segunda Guerra Mundial, en la playa de Omaha. / ALBERTO ROJAS

Memorizan la contraseña para no matarse entre ellos en el paisaje normando. Son dos palabras que un alemán es casi incapaz de decir sin acento: "Flash" y "Thunder". Trueno y relámpago. El cielo se vuelve color plomo por el humo. En la playa de Utah la precisión de los disparos es alta y destruyen las defensas. En Omaha, en cambio, las bombas de gran calibre pasan de largo y lo único que logran es despertar a toda la guarnición alemana.

En la playa de Omaha debes caminar unos 200 pasos con la marea baja para llegar desde el agua hasta el rompeolas, la primera protección contra las balas. El tiempo que emplea un adulto cargado con 30 kilos de equipo y toda la ropa mojada no baja de los 50 segundos desplazándose en zig zag para sortear los obstáculos anticarro. La playa hace un arco casi perfecto, lo que facilita la defensa desde unos acantilados elevados. Además, tiene sólo tres escapatorias muy bien defendidas. Hoy Omaha transmite serenidad. Varios niños hacen volar una cometa mientras un grupo de reconstrucción histórica bebe cerveza disfrazado como los soldados de 1944 junto a sus jeeps de época.
Fortificaciones alemanas en la playa de Utah
Fortificaciones alemanas en la playa de Utah, que formaban parte del llamado Muro del Atlántico. / ALBERTO ROJAS

Aquella mañana del 6 de junio de 1944, los protagonistas sufren los problemas esperados en cuatro playas, pero todo comienza a fallar cuando las primeras lanchas llegan a Omaha. Allí todos los defensores están en sus puestos, los búnkeres siguen en pie y las olas desplazan las lanchas hacia algunas algunas zonas que aparecen atestadas de soldados, mientras que otras permanecen vacías.

Los blindados Sherman preparados como vehículos anfibios se van al fondo. De 29 se hunden 27. Sin cobertura, los alemanes sólo tienen que practicar tiro al blanco con sus ametralladoras desde los acantilados. Como relata Antony Beevor en 'El Día D', el pánico se apodera de los recién desembarcados. Veteranos del norte de África e Italia quedan paralizados.
Cubierta y cañones del H. M. S. Belfast
Cubierta y cañones del H. M. S. Belfast, uno de los cruceros de guerra que formó parte del ataque a las playas, amarrado en el Thamesis junto al Tower Brigde y la torre de Londres. / ALBERTO ROJAS

Las radios han dejado de funcionar por el agua salada. Nadie puede informar de la situación a los barcos para que dejen de enviar gente a la carnicería. Manuel Otero muere en esa primera oleada. Hu Riley recibe dos balazos y se queda varado en la orilla como un pez muerto. Contará muchos años después que un tipo con una cámara lo sacó del agua y lo subió a una lancha médica. Es Robert Capa, el reportero húngaro de 'LIFE', único fotógrafo que desembarcará durante la primera oleada del Día D para conseguir 11 fotos.

En pocos minutos los comandantes comprenden que toda la misión puede irse al fondo del mar. La playa que se encuentra en el eje central de la invasión se ha convertido en una matanza. Si fracasa, los alemanes empujarán a los aliados hasta el agua. Los doctores no dan abasto y a ellos les disparan también. El padre Silva da extremaunciones a toda velocidad de un sitio a otro, en mitad de la tormenta de plomo, porque se le acumula el trabajo.

Dos horas después, cuando la tragedia es tangible y van más de 2.500 muertos, los destructores de escolta se acercan más a la playa, poniéndose en riesgo ante las baterías alemanas, y abren fuego contra las defensas de hormigón a poca distancia. Por primera vez, los soldados aliados tienen un respiro y consiguen organizarse y escalar los terraplenes hacia las escapatorias de Omaha. Al caer la tarde, ya han consolidado la posición, igual que en el resto de playas, pero a un coste difícil de asumir.
Tropas de EEUU apróximándose a una de las playas
Tropas de EEUU apróximándose a una de las playas durante el Día-D. U.S. / Foto: U.S. National Archives | REUTERS

En 24 horas, esa armada multinacional desembarca a decenas de miles de personas, monta puertos flotantes, mueve miles de vehículos, toneladas de pertrechos y contacta con los paracaidistas lanzados la noche anterior. El nacionalismo y el racismo, dos pilares sobre los que arde la Segunda Guerra Mundial, se ponen en suspenso para acabar con el nazismo, la expresión extrema de esas dos lacras
Un miembro de un grupo de reconstrucción histórica
Un miembro de un grupo de reconstrucción histórica, en la playa de Utah junto a un tanque Sherman de la Segunda Guerra Mundial. / ALBERTO ROJAS

Hoy, en la playa de Omaha, como en el resto de playas del Día D, uno encuentra un museo, tanques expuestos, restos de baterías enemigas, búnkeres de hormigón con agujeros de cañón, memoriales y turistas jubilados. Un grupo de reconstrucción histórica de California llega hasta con tres blindados traídos por mar desde EEUU, perfectamente uniformados como la 1ª división de infantería y se ponen a beber en un chiringuito al aire libre. Comprobamos si están alerta o

http://lab.elmundo.es/desembarco-de-nor ... dia-d.html

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