Fuerzas de Elite

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NotaPublicado: 02 Ago 2016 07:56 
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Pagina de buscadores de metales, con imágenes de hallazgos de la Wehrmacht.

https://hobby-detecting.com/bolshoy-tyu ... wehrmacht/

Saludos

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"Si deseas la paz, preparate para la guerra"
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NotaPublicado: 27 Jul 2017 20:39 
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Fuente: http://www.roc21.com/2017/07/26/mas-400 ... normandia/

Enlace directo a las fotografías: https://www.flickr.com/photos/photosnormandie/

Más de 4,000 fotografías tomadas durante la invasión de Normandia

En una cuenta creada en la plataforma Flickr, publicaron un poco más de 4,300 fotografías. Tomadas durante todo el día, de la batalla de Normandía y días posteriores de su toma. En concreto el día 6 de junio del año 1944, en adelante. Un día decisivo para la segunda guerra mundial.
Son fotos que muestran los preparativos de la invasión, el desembarco de todos los militares, batallas entre los aliados y el ejercito nazi. Hasta fotos de los soldados aliados, tomando las distintas calles de la ciudad.

Todas estas fotos fueron recopiladas de: los archivos de Normandie, La librería municipal de la ciudad de Cherbourg-Octeville y los archivos Americanos. Las publicaron en Flickr, para invitar a todos los usuarios a que; dejen comentarios en las fotos, identifiquen lugares, identifiquen a los soldados, identifiquen a los fotógrafos que tomaron esas fotos.
Todo esto con el objetivo de que, se tenga una mejor documentación del Desembarco de Normandía. Si entran a ver las fotos, eso ya está pasando. Hay personas que identifican a los soldados que aparecen en las fotos.
Otros usuarios dejan los nombres de las armas, nombres de los vehículos y de más objetos que cargaban los soldados. Otras personas no sólo están compartiendo el nombre de los lugares, que se ven en las fotos. Sino que dejan el lugar exacto, donde se tomó la foto. Para que se pueda ir a ver en Google Street View.

Si no tienes información y sólo quieres ir a ver las fotos, también lo puedes hacer. Por que son fotografías muy buenas. Algunas muy impactantes, por que se ven soldados heridos o muertos. Algunas fotos aparecen soldados bromeando, son fotos muy graciosas.
Otras fotografías documentan momentos importantes para la historia. Por que se ve como soldados nazis se rinden. En algunas fotos se ven a los soldados aliados tomando instalaciones y edificios. Y muchas documentan la destrucción de la batalla de ese día y de otros. Hay muchos edificios en ruinas, casas y carros quemados, etcétera.
Todas las fotos están en una resolución muy buena. Lo que permite ver muchos detalles. Además las fotos tienen una licencia royalty free. En Creative Commons, están con una licencia: Attribution-ShareAlike 2.0 Generic (CC BY-SA 2.0). Es decir que puedes utilizar las fotos para compartirlas, editarlas y adaptarlas.
Pero deben de dar el crédito, dejar un enlace de donde se encuentra la foto original. Y si se hizo una edición, la foto se debe de compartir bajo la misma licencia; Creative Commons 2.0
Entren a ver todas las fotos que puedan. Se van a entretener y advertir mucho mirando tantas fotos. Y si tienen información que puedan compartir, háganlo por que el proyecto colaborativo es muy interesante.

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Un saludo esCOPeteado.

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NotaPublicado: 06 Ago 2017 12:50 
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Corrían malos tiempos. Apenas dos años después de rematada la Guerra Civil, 1941, con la hambruna haciendo estragos, en plena efervescencia de la segunda guerra mundial y Alemania esperando algún gesto del nuevo gobierno de Franco que finalmente se concretó en la creación de la que se bautizaría como División Azul, ideada, según algunos historiadores, por los falangistas. En realidad era la 250 División de Voluntarios Españoles de la Wehrmacht.

Muchos fueron los españoles que se alistaron en esta aventura, que los conduciría al frente soviético y a un gran número a la muerte o al padecimiento de los implacables gulags. “La gloriosa epopeya de los voluntarios españoles en la lucha contra el bolchevismo”, proclamaban desde el NO-DO, en la despedida de este contingente del que apenas quedan supervivientes. Los que quedan rondan el siglo.

El hambre en muchos casos, un espíritu aventurero, fidelidad al régimen o incluso jóvenes que pretendían purgar los pecados de sus familias que habían sido republicanas. Esas eran algunas de las razones para enrolarse y hacer casi 5.000 kilómetros, los últimos 1.200 a pie. Fue el caso del lucense Gerardo Dorado, a punto de cumplir 99 años, que vivió en primera persona la Guerra Civil y después se hizo voluntario de la División Azul.

Gerardo Dorado recuerda perfectamente el caldo "con 27 garbanzos" que le dieron en África

En el 37 lo llamaron a filas. Se incorporó a Astorga y un mes más tarde ya estaba en el frente en León. “Pertenecíamos a un batallón que venía de África”, se esmera en recordar este divisionario que no pierde la sonrisa, ni el buen humor. Después volvió a África y, una vez concluida la guerra, se embarcó en esta odisea que le llevó a Rusia, pasando por Ceuta, Sevilla, Berlín y Polonia. Ya desde Polonia, atravesaron más de 1200 kilómetros “a pie” sorteando temperaturas extremas; la más baja “53 grados bajo cero”. Una experiencia, la del frío, que le hizo presenciar cómo "a algunos compañeros les tuvieron que amputar los 20 dedos, de mano y pies".

“Aún lo cuento hoy”, resopla mientras se recrea hablando de las “varias razas” que conoció en el frente ruso: alemanes, italianos, rumanos, pero “como el español nada”, comenta eufórico. La comida fue una de las razones que le llevaron a Rusia, o el hambre en su caso, dentro de ese contingente de unos 46.000 hombres de los que 4.954 murieron. Hubo también casi 9.000 heridos de los que 2.100 resultaron mutilados y casi 400 fueron hechos prisioneros.
Gerardo Dorado, uno de los últimos de la División Azul.
Gerardo Dorado, uno de los últimos de la División Azul. P. S. Mendoza

Mariano Tejero es hijo de un oficial lucense con el mismo nombre que también combatió contra la Unión Soviética. Era hijo de un teniente que el siete de julio de 1941 era movilizado. Con más suerte que Gerardo Dorado, por ser hijo de un mando, hizo el mismo itinerario de Sevilla, Francia y Berlín. El 26 de julio fue designado jefe superior al mando de la tercera columna de la División Española de Voluntarios, y su traslado al frente ruso se hizo en una brigada móvil alemana, de moto y sidecar.

“En uno de los combates sufrió congelamiento. Al cabo de un mes le dieron la baja por agotamiento físico”, narra el hijo. Dice que su padre “prácticamente no hablaba nada” de su experiencia. “Lo que decía era que pasó mucho frío”, evoca quien guarda su legado con numerosas fotografías de su padre con alemanes, o el sable que le regaló un oficial de la Wehrmacht y también condecoraciones.

Los españoles “trataban muy bien” a los prisioneros rusos en comparación con los alemanes

En el caso de Dorado, la escasez de comida era tal que rememora con sorprendente precisión cómo cuando estaba en África le dieron un plato “de caldo, solo con nabizas y 27 garbanzos”. “No les entendíamos nada... y a los alemanes tampoco”, rememora el anciano, que al igual que Tejero fue herido durante un ataque que sufrió su unidad a cargo de la aviación rusa. En otro momento de la conversación se muestra lleno de un orgullo que él califica de “patriótico” y dice que ellos también fueron capaces de abatir dos aviones. Apenas habían transcurrido cinco meses y fue hospitalizado. Después, trasladado a Madrid.

Los cinco meses transcurridos no estuvieron exentos de aventuras, como cuando recogieron y devolvieron a España a "12 niños de la Pasionaria que estaban abandonados". También en Alemania antes de partir al frente, cuenta cómo él y cinco compañeros más fueron ignorados en una “cantina” donde habían pedido unas cervezas. Un amigo cogió un banco y lo hizo golpear contra una mesa. Llegaron hasta allí policías militares nazis. Echaron a correr, y cuando llevaban 200 metros gritó uno de los militares españoles “cada uno por donde pueda”, se escabulleron y así esquivaron un casi seguro castigo.

Usaron los cadáveres de los soldados rusos a modo de escalones para bajar al río helado en busca de agua potable

La propaganda franquista del 41 al 43 a mancillar la imagen del dictador soviético al que se señalaba como el “georgiano sanguinario”. Un reclamo, el del anticomunismo, que no caló tanto entre la tropa. Gerardo asegura que los españoles “trataban muy bien” a los prisioneros rusos en comparación con los alemanes. Los españoles rebajaban la vigilancia mientras "jugaban a las siete y media", en tanto que los nazis "los ataban con alambres de espino", una crueldad que no dejaba indiferente al contingente español, que "ofrecía comida" a los rusos.

Este veterano divisionario combina serenamente esta “epopeya” con episodios de la Guerra Civil. El uno de agosto de 1937 fue incorporado a filas. Cuatro años después combatía contra los soviéticos. Sin perder cohesión en el relato justifica el porqué de esta guerra perdida: “Fue por pagar una deuda que tenía Franco con Alemania”. Muchos de los combatientes experimentaron la crueldad de la batalla en el cerco a Leningrado, de los más violentos asedios en la historia de la humanidad, con miles de muertos. Las autoridades soviéticas reconocieron en su momento que fueron 600.000, una cifra que según algunos historiadores se podría doblar. 900 días con sus 900 noches.

Gerardo revive con lucidez cómo en medio de la batalla él y sus compañeros se encontraban a un lado del puente. Frente a frente con el enemigo. Se abastecían de agua, burlando a los soviéticos, en un lago helado y tenían que descender a él sorteando un sinfín de obstáculos. Al joven soldado en aquel momento, con 23 años, originario del municipio lucense de Baleira, se le ordenó ir a la “cabeza del puente”. “Ten cuidado, me dijeron”, y en eso que vio aproximarse hasta la posición que defendían los españoles a “tres o cuatro rusos” con trajes blancos que se confundían con la nieve. “Así vestidos casi no se notaban. Avisé al cabo. Me dijo: déjales que se acerquen y haz fuego. Los dejé acercar y disparé con el fusil ametrallador hasta que cayeron todos”, cuenta entusiasmado y presumiendo de sus dotes bélicas.

No se quedó ahí la cosa. Al día siguiente de la escaramuza, a alguien se le ocurrió utilizar esos cadáveres a modo de escaleras para bajar al lago y hacerse con agua potable. “Pasábamos por encima de los cuerpos y así estuvimos un mes en que avanzamos adelante”, describe. “Aún lo cuento hoy”, sonríe delante de su hija y su yerno que lo saca a la calle y lo acompaña abriéndose a las vivencias del casi centenario. Gerardo se lanzó a la guerra por el hambre y así lo confiesa muchas veces durante la conversación.
https://politica.elpais.com/politica/20 ... 92593.html

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NotaPublicado: 26 Ago 2017 19:35 
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Un gran arco de acero y cemento, un puente de campanillas, un pedazo de puente, el más lejano de todos (aunque no el más distante), es el que cierra esta serie en la que hemos revisitado el de Remagen, el del río Kwai y el Pegasus, en Normandía. El puente de Arnhem, en la ciudad holandesa del mismo nombre, tendido sobre el Bajo Rin, un señor puente de treinta metros de altura, fue, del 17 al 26 de septiembre de 1944, escenario central de una de las batallas más encarnizadas y espectaculares (y épicas) de la Segunda Guerra Mundial. Como los otros tres con los que ha compartido estas páginas es un icono de esa contienda y como el de Remagen y el del Kwai ha tenido su propia película (Pegasus, que ya aparecía en El día más largo, tendrá próximamente la suya), en este caso la famosa superproducción de Hollywood plagada de estrellas Un puente lejano (1977), basada en el no menos célebre libro del mismo título escrito por Cornelius Ryan (Inédita, 2005).

El puente de Arnhem, su captura, era el objetivo fundamental, indispensable, de la Operación Market Garden con la que los Aliados, en un momento de euforia tras el desembarco de Normandía y la liberación de París, pretendían conseguir un atajo para derrotar a los alemanes y acabar la guerra en 1944, un año antes de cuando realmente finalizó. La idea era lanzar una poderosa ofensiva por el norte del frente desde Bélgica hacia Holanda para entrar en Alemania por la región del Ruhr tras atravesar el Rin, flanqueando la Línea Sigfrido, y darle la puntilla al III Reich. No funcionó y todavía hubo mucha guerra y sufrimiento por delante (incluido ese último espasmo de Hitler en el Oeste que fue la batalla de las Ardenas) hasta que los soviéticos tomaron Berlín en abril de 1945.


El plan, concebido por el de natural prudente mariscal Montgomery en un insólito subidón de audacia que dejó estupefacto a su propio bando (Bradley dijo que no le hubiera sorprendido más ver aparecer a Monty, abstemio recalcitrante, haciendo eses con una cogorza), presuponía un masivo empleo de fuerzas aerotransportadas (británicas, estadounidenses y polacas libres) como no se había visto nunca: 20.000 hombres que debían capturar previamente los puentes a lo largo del corredor que seguiría el grueso del ejército aliado. Market Garden (el primer nombre era el de la operación aérea y el segundo el de la terrestre) se convirtió en uno de los mayores desastres de la guerra, con 15.000 bajas, al no poderse tomar los puentes clave, especialmente el nuestro, el de Arnhem, y significó de hecho el fin de la 1ª división británica aerotransportada, los diablos rojos (por el color de sus boinas), que perdió dos tercios de sus efectivos.

No es que la idea de Monty (que acabó echando la culpa injustamente a los polacos, que siempre reciben) no fuera buena, es que había demasiados imponderables, como le señaló al mariscal el general Browning, vicecomandante del Primer Ejército Aerotransportado aliado, “señor, creo que tal vez sea irnos a un puente demasiado lejano”, frase que ha hecho época (y libro y película) y que compite con otras célebres acuñadas en esa guerra como “nunca tantos han debido tanto a tan pocos”, “¿arde París?” o “cuando acabemos esto solo se hablará japonés en el infierno”.

El problema con esas tropas de élite que son las fuerzas aerotransportadas (en parte lanzadas en paracaídas y en parte llevadas en planeadores tras la líneas enemigas en Market Garden), a las que puedes poner donde quieres en un momento, es que te dan el elemento sorpresa y una ventaja inicial enorme pero, al carecer de equipo pesado, no poseen el poder suficiente para aguantar mucho tiempo por sí solas si se enfrentan a fuerzas convencionales y no son apoyadas por efectivos terrestres propios. En síntesis, eso es lo que pasó en Arnhem. Se quedaron luchando solas, muy valientemente, eso sí, hasta que las aniquilaron.

Fallaron muchas cosas: pese a que se tomaron enclaves a todo lo largo de la ruta (la 101 ª de EE UU capturó 9 de los 11 puentes encomendados), el avance por tierra se ralentizó demasiado; en el sector de Arnhem, las unidades aterrizaron demasiado lejos del puente y de día (a diferencia de lo que sucedió en el Pegasus, como vimos), las comunicaciones fallaron estrepitosamente, no se utilizó a la Resistencia holandesa, y, sobre todo, se dió la mortal casualidad de que en la zona, en la que los informes de inteligencia más optimistas –los otros se descartaron negligentemente- preveían solo la presencia de fuerzas alemanas muy débiles, se concentraban por casualidad dos divisiones panzer de las SS especialmente entrenadas para la lucha contra tropas aerotransportadas, que ya es desgracia. Los paracaidistas, que se dirigieron hacia el puente se encontraron con una oposición cada vez más dura y cabreada, un verdadero avispero que incluía tanques Tigre, a los que no capeas con la boina. “Aparecían un regimiento tras otro de los alemanes que no tenían derecho a estar allí”, observó un paracaidista británico indignado.
Grupo de paracaidistas británicos, conocidos como los diablos rojos, en Holanda, durante la Operación Market Garden. ampliar foto
Grupo de paracaidistas británicos, conocidos como los diablos rojos, en Holanda, durante la Operación Market Garden. TOPFOTO WAR

El batallón del teniente coronel John Frost (encarnado en el filme de Richard Attenborough por Anthony Hopkins), que soplaba un cuerno de caza, consiguió llegar al puente principal de Arnhem tras siete horas de marcha, y se hizo fuerte en el lado norte. Pero el extremo sur lo ocupaba un desapacible grupo de Granaderos Panzer de las SS. Progresivamente, los alemanes fueron inyectando unidades y presión en Arnhem y la batalla por el puente, feroz, a menudo cuerpo a cuerpo, se decantó a su favor, aunque, en uno de los episodios más famosos, los diablos rojos, lanzando su grito de guerra Whoa Mohammed! (adquirido en el Norte de África), detuvieron a brazo el avance por el puente del batallón de reconocimiento de la 9ª Panzer de las SS.

Fue un espejismo. Superados tres a uno, rodeados, sin blindados, sin auxilio, lo que quedaba a los paracaidistas era apretar los dientes, combatir con coraje y resistir todo lo posible. Y eso los exhaustos soldados británicos lo hicieron ejemplarmente, como suelen desde Rorker’s Drift. Mal asunto, sin embargo, cuando la épica y las Cruces Victoria han de sustituir a la estrategia y al triunfo. A los cuatro días, las fuerzas en el puente fueron arrolladas por los nazis y a los nueve, los restos de la división escaparon como pudieron o fueron capturados. La batalla devastó la ciudad, convertida en un Stalingrado en miniatura. La población civil sufrió un verdadero infierno y una imagen que no hay que olvidar entre tanta aventura, pólvora, medalla, miscelánea militar y testosterona –la recoge Ryan en su magnífico libro- es la del padre que corre desesperado hacia un hospital llevando en brazos a su hijo moribundo, al que las explosiones de unos u otros han arrancado un brazo y una pierna y tiene todo el costado derecho abierto. La guerra, señores.
La gallina paracaidista

Junto al comandante británico Digby Tatham-Warter, que conducía excéntricamente las cargas contra el puente con un paraguas en la mano (aparece en la película), otro de los grandes personajes de la batalla es Myrtle, la gallina paracaidista (una obvia contradicción en términos), mascota del teniente Glover, que saltó sobre Arnhem con su dueño. No sobrevivió, cayó en combate y fue enterrada con solemnidad.

Arnhem y sus alrededores han convertido la batalla y su memoria en un atractivo turístico. En el centro de todo (monumentos, cementerios, museos públicos -el mejor, el de Oosterbeek, que ofrece la impagable Airborne Experience- y privados) está, claro, el puente lejano. Rebautizado en 1977 John Frostbrug, puente John Frost, en memoria del teniente coronel que luchó por tomarlo, el que hoy puede verse, majestuoso, no es, en realidad (ya estamos otra vez), el auténtico. El de la batalla, que ya había sido reconstruido justo en agosto de 1944 tras haberlo volado los propios holandeses en 1940 para retrasar la invasión alemana, fue hundido por bombarderos B-26 Marauders en octubre de 1944. El actual fue vuelto a reconstruir con el mismo aspecto y en el mismo lugar en 1948. Un pilar del verdadero puede verse en el memorial en la Airborneplein, rodeado de banderas. El que aparece en el filme Un puente lejano tampoco es el de Arnhem: dado el crecimiento urbano en la zona, las escenas en que aparece se filmaron en un puente parecido en Deventer, sobre el IJssel.
https://elpais.com/cultura/2017/08/25/a ... 22288.html

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NotaPublicado: 28 Oct 2017 08:34 
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Eran en su mayoría muy jóvenes, algunas unas crías. Procedían de toda la Unión Soviética. El Ejército Rojo las reclutó a millares en la Segunda Guerra Mundial para emplearlas como francotiradoras: debían apuntar sus armas en la distancia y volarles los sesos a los soldados enemigos, literalmente. Esa era su misión, ese era el oficio para el que las preparaban meticulosamente, y aunque mataban nazis que habían invadido y devastado su país y muchas consiguieron largas listas de víctimas e incluso algunas llegaron a disfrutarlo, no hubo prácticamente ninguna que no se desmoronora y llorara su primera vez, al alcanzar con su arma a un ser humano. Tampoco se libró ni una de ellas, rodeadas de una gran masa de camaradas sexualmente hambrientos, de tener que soportar el acoso y los abusos de sus mandos y compañeros varones, mayormente ebrios: un verdadero combate en dos frentes. Pese a que varias se hicieron muy populares y hasta consiguieron el título de Heroinas de la URSS, no pudieron hacer luego carrera en el ejército y a su regreso a casa se las denostó a menudo como viragos o prostitutas.

Lo cuenta la investigadora rusa Lyuba Vinogradova (Moscú, 1973) en su espeluznante y a la vez conmovedora historia de esas francotiradoras Ángeles vengadores (recién publicada en Pasado & Presente). Vinogradova, reconocida colaboradora de Antony Beevor y Max Hastings y de la que la misma editorial ya publicó su obra sobre las no menos asombrosas aviadoras soviéticas de la misma contienda (Las brujas de la noche, 2016), incluye en su libro los testimonios directos de algunas francotiradoras a las que ella mismo conoció y entrevistó. Como Yekaterina Térejova, de 90 años y con una leve cojera resultado de una herida de guerra en Sebastopol, que había abatido a treinta alemanes. Aunque parezca un score tremendo, la cifra palidece ante las de algunas de sus camaradas, como la legendaria Liudmila Pavlichenko, considerada la mejor francotiradora de todos los tiempos, a la que se acreditan 309 víctimas mortales (Vinogradova cuestiona el dato), la mayor parte con su rifle semiautomático Tokarev SVT-40 con mira telescópica de 3.5 aumentos (la mayoría de los francotiradores, sin embargo, preferían el más sencillo rifle de cerrojo Mosin-Nagant, más preciso).
Duelos con ases del rifle alemanes

Vinogradova refiere numerosos casos de duelos de francotiradoras con su contraparte alemana (siempre hombres), incluso con ases del rifle. Como el que se le acredita a Pavlichenko, que se habría cargado, tras acecharlo 24 horas, a un tipo que había comenzado a cazar en Dunkerque y llevaba (según la libreta que se recuperó del cadáver) 500 enemigos cobrados. Ese sería uno de los 33 francotiradores alemanes liquidados por la ucraniana.

Tosia Tinguinova tuvo su duelo a los veinte años. Dispararon a la vez. Mató al francotirador alemán. A ella la salvó el retroceso del fusil que la apartó unos centímetros, con lo que la bala del enemigo fue a perforar la culata de su arma en vez de alcanzarla en la cabeza.

Las francotiradoras fueron, con las aviadoras, la élite de las mujeres soldado soviéticas, de las que el Ejército Rojo, ante la escasez de varones por la sangría de la contienda, envió al frente más de medio millón (muchas más si incluimos a las partisanas y las milicias civiles) para servir en todos los puestos, desde simple infantería a zapadoras, artilleras y tanquistas. La iniciativa contrasta con la oposición absoluta de Hitler a que las alemanas tomaran las armas.

A las francotiradoras, que obligaron a millares de soldados alemanes a andar a gatas, se las adiestró como a sus colegas masculinos y padecieron como ellos los rigores de una guerra salvaje, a los que se sumaron penurias específicas como que les cortaran las trenzas, no disponer de ropas y calzado adecuados, de instalaciones sanitarias específicas o de las medidas de higiene que requerían. La regla era un fastidio cuando cazabas nazis. Muchas, cuenta Vinogradova, llevaban las braguitas y sujetadores que habían traído de casa debajo de la ropa interior reglamentaria de hombre. Se las enseñó a disparar, a camuflarse, a permanecer inmóviles largos periodos de tiempo. Vinogradova cita que algunos estudios apuntaban (valga la palabra) que ellas podían tener más rendimiento en la caza al ser más tranquilas y pacientes. En su contra tenían la dificultad de encajar el violento retroceso del fusil.

“Era por supuesto mucho más difícil y traumático matar a una persona con el rifle que desde un avión”, señala. “A 200 o 300 metros, a través de la óptica, ves perfectamente la cara de tu víctima, sabes muy bien a quién estás matando. Todas explican que el primer muerto era un gran shock. Algunas se acostumbraban, otras no”. Al matar a su primer alemán, Lida Lariónova saltó de la trinchera horrorizada y corrió hacia sus filas gritando: “¡He matado a una persona!”. Tonia Majliaguina, que era huérfana, se lamentó tras abatir al primero de los suyos: “¡Era el padre de alguien, y yo lo he matado!”. La muerte fue dejándolas de impresionar de manara gradual. “¡Un cartucho, un fascista!”, animaba Roza Shánina cuando llevaba ya más de veinte alemanes. Murió casi al final de la guerra, con el vientre abierto por la metralla, tratando de contener con las manos los intestinos que se le desparramaban y pidiendo a sus compañeros que la mataran rápido. Cuando le entregaron la medalla que había ganado, Bella Morózova hizo lo posible por enseñar solo un lado del rostro.Una bala le había entrado por la sien del otro atravesándole la cavidad nasal y dejándola sin un ojo. Tenía solo 19 años. Y regresó al frente. El soldado que se había enamorado de ella no cambió de opinión tras verla desfigurada y tras la guerra formaron una familia y vivieron muchos años juntos; un raro final feliz.

Las francotiradoras luchaban en parejas y la muerte de la compañera, muy habitual, solía representar un trauma terrible. Alguna perdió hasta cuatro.


Vinogradova resigue la carrera de un buen número de francotiradoras a lo largo de la guerra. Casos muy notables como los de Natasha Kovshova (capaz de darle a sus objetivos en el puente de la nariz, su firma) y Masha Polivánova, una de las parejas más notables de francotiradoras. En 1942, en Sutoki-Byakovo, prestaban apoyo a un francotirador varón y un ataque los dejó aislados a los tres. Fueron heridos y las chicas —su compañero pudo arrastrarse y escapar— se juramentaron en su pozo de tiradoras para no caer vivas en manos del enemigo (lo que significaba invariablemente para una francotiradora violación, tortura y ejecución). Quitaron el seguro de sus granadas, esperaron a que llegaran los atacantes y entonces las hicieron estallar matándose y llevándose por delante a unos cuantos alemanes.

Hay casos como el de Sasha Shlíajova, a la que la coquetería de conservar una bonita bufanda roja durante su sus misiones le costó que la matara un francotirador alemán. A Tania Baramziná, elegida como francotiradora aunque era corta de vista y llevaba gafas, la capturaron, torturaron y mataron con un lanzagranadas.

Dedica un capítulo Vinogradova a Pavlichenko, que visitó EE UU en loor de multitudes, a la que Woody Guthrie le dedicó una canción y que fue admirada por Chaplin, que le besaba los dedos fascinado, decía, de que hubieran matado a centenares de nazis. “Encuentro su historia muy extraña”, señala la autora. “En realidad considero que cualquier estrella con más de 300 muertos, femenina o masculina, es falsa. La propaganda necesitaba héroes”. Vaya, ¿y Záitsev, el gran tirador que aparece en Enemigo a las puertas? “Muchos de los francotiradores que he conocido eran muy escépticos con su tanteo. Lídiya Bakieva, que mató a 76 alemanes me dijo: 'Eras super afortunada si le dabas a uno al día. Matar diez, bueno, ¡eso habría requerido que se pusieran en fila esperando a que les dispararas!”.

https://elpais.com/cultura/2017/10/21/a ... 15725.html

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NotaPublicado: 03 Ene 2018 16:37 
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Cuando me preguntan cuál es mi historia favorita de la Segunda Guerra Mundial, lo que no sucede tan a menudo como desearía, no tengo dudas. Al menos desde que descubrí, gracias a Arturo Pérez Reverte (quién sino cuando se trata de amistad, honor y redaños), una absolutamente imbatible. La del piloto de caza alemán que, un día de Navidades, decidió no derribar al bombardero estadounidense que tenía indefenso a su merced e incluso lo ayudó a volver a casa. Una historia tan buena que parece que no pueda ser verdad, pero lo es.

Resulta curioso que la sanguinaria segunda contienda tenga episodios edificantes, y más aún que transcurran durante la terrible campaña de bombardeo aliado que laminó las ciudades de Alemania y desató un odio indecible en los cielos, donde la aviación alemana luchaba por evitar la destrucción de sus casas y sus familias y las jóvenes tripulaciones británicas y estadounidenses peleaban rabiosamente por sus vidas. En esos días mirabas al cielo y veías caer continuamente aviones y pilotos como ícaros y meteoros envueltos en llamas, miedo y coraje.

La bonita historia del caza Messerschmitt Bf-109 G y el bombardero B-17 la cuenta un libro que es además de los mejores (si no el mejor) que he leído sobre la aviación de la Segunda Guerra Mundial, A higher call, de Adam Makos con Larry Alexander (Atlantic Books, 2014), y que va a convertirse en película, con guion de Tom Stoppard. Makos, periodista, historiador y editor de una revista de aeronáutica militar había entrevistado a numerosos veteranos estadounidenses –jamás pilotos alemanes, a los que categorizaba invariablemente como “nazis”- cuando el ex piloto de bombardero Charlie Brown (¡) le contó la historia y le puso en la pista del otro protagonista de la misma, “el verdadero héroe”, le recalcó, el as de caza alemán Franz Stigler. El renuente Makos descubrió, como deberíamos hacer más a menudo todos, que mantener opiniones inflexibles sobre los demás es una majadería.

Stigler resultó ser una gran persona, aparte de que su carrera de aviador, que A higher call sigue como si estuvieras presente, es apasionante y espectacular. Descubres cosas como que nunca hay que atacar un P-38 de frente o que todos los pilotos se orinan encima en el primer combate. El piloto alemán (487 misiones de combate, 28 victorias confirmadas, 30 probables –dejó de contar hacia el final de la guerra- y una herida de bala en la cabeza) combatió en África, donde conoció a Marseille, y aprendió de sus mayores un código moral impecable. Luego peleó en Sicilia (su aeródromo estaba el pie del monte Erice) y acabó defendiendo el cielo de Alemania. Amigo, entre otros nombres famosos, de Galland y Steinhoff (del que describe su terrible accidente), terminó la guerra nada menos que en la JV-44, la inigualable escuadrilla de ases, los Experten, donde pilotó los siniestramente tan bellos reactores Me-262.

Stigler puso el dedo sobre el disparador de sus cañones para rematar al avión enemigo, pero no hizo fuego. Voló junto al bombardero observando sus heridas y cruzó la mirada con sus tripulantes a través del fuselaje abierto

Toda la trayectoria anterior y posterior de Stigler, militar y humana, se concentra en ese 20 de diciembre de 1943 en que apareció a la cola del devastado B-17 de Brown. El bombardero, bautizado The pub, había sufrido lo indecible atacado poco antes por un enjambre de cazas alemanes y se arrastraba maltrecho de vuelta a casa, agujereado como un gruyer, con el artillero de cola decapitado y el resto de la tripulación manando sangre, como una bestia herida, apenas capaz de mantenerse en el cielo. Stigler puso el dedo sobre el disparador de sus cañones para rematar al avión enemigo, pero no hizo fuego. Voló junto al bombardero observando sus heridas y cruzó la mirada con sus tripulantes a través del fuselaje abierto. Decidió que no abatiría el avión. Una decisión absolutamente fuera de lugar y que podría costarle a Stigler el pelotón de fusilamiento (de entrada le supuso no ganar la preciada Cruz de Caballero que le hubiera correspondido automáticamente de apuntarse esa victoria). Pero no solo no derribó al bombardero sino que ¡lo acompañó por encima de las líneas de sus propios antiaéreos para evitar que le disparasen! Luego incluso les recomendó por señas a los perplejos y maltrechos estadounidenses que se dirigieran hacia Suecia. A los mandos de su avión arruinado, Brown acabó entendiendo una cosa: fuera lo que fuera que se propusiera aquel aviador enemigo, que se despidió con un saludo, era un buen hombre.

La historia tiene una coda; tras la guerra, a la que ambos sobrevivieron, Stigler milagrosamente dado el índice de supervivencia de los ases alemanes, los dos aviadores se encontraron. Fue en 1990 y desde entonces hasta su muerte, que se produjo, curiosamente, la de los dos, el mismo año 2008, Brown y Stigler fueron grandes amigos.

¿En qué pensó el piloto alemán aquel día en el cielo sobre Alemania? Él dijo que en su hermano, también aviador y opositor a los nazis,que había muerto en acción. Y en su mentor, el as Gustav Roedel, que le advirtió que jamás disparara a un enemigo indefenso. En todo caso su código establecía que había que celebrar victorias, no muertes, y saber cuándo era el momento de escuchar, allá arriba, una llamada más alta, la de la caballerosidad y la compasión.

https://elpais.com/cultura/2018/01/02/a ... 84485.html
Foxtrot36 escribió:
Gran historia y poco conocida Munifex
En palabras de Stigler, no había honor en derribar un avión indefenso. Era como disparar a un paracaidista. Simpre se rigió por ese codigo de caballero.
El grupo sueco Sabaton compuso la canción No Bullets Fly que narra ésta historia.
Saludos

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NotaPublicado: 07 Ene 2018 12:28 
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Witold Pilecki, un oficial polaco de inteligencia, sospechaba que los nazis estaban exterminando civiles en lo que, para los aliados, solo era un campo de prisioneros. En pleno apogeo de la Segunda Guerra mundial, la existencia de un campo de prisioneros en el sur de Polonia no era nada extraordinario, aunque se tratase de un campo que ocupaba una gran extensión y que además no paraba de crecer.

Nadie podía concebir el horror que aguardaba tras la puerta coronada por la siniestra frase “Arbeit macht frei” ("El trabajo os hará libres", en alemán). Los trenes de mercancías llegaban cada día desde la estación de la cercana Cracovia, se detenían frente a la entrada de Auschwitz y volvían a alejarse, vacíos, por la línea de ferrocarril construida especialmente para aquel lugar.
Permiso para entrar en Auschwitz

En 1940, Pilecki ya había luchado como partisano contra nazis y soviéticos y vivía en Varsovia, trabajando como espía para la resistencia polaca bajo la apariencia de encargado de un almacén de cosméticos. Cuando pidió a sus superiores permiso para entrar en Auschwitz, sabía que estaba uniendo su destino al de miles de ciudadanos polacos que habían sido llevados allí y nunca habían regresado.


Allí se dibujaba el horror. Algunos de los retazos de aquel campo quedan ahora recogidos en el centro de exposiciones Arte Canal de Madrid. Cada bota, cada pijama, cada fotografías reflejados en la muestra son una ventana que se abre a aquel infierno que escapa a cualquier entendimiento. Pilecki abrió sus puertas y se arrojó a su interior.


En septiembre de ese año, portando documentos falsos, se dejó atrapar durante una redada y fue llevado a la estación de Cracovia, y de allí a Auschwitz. Cuando al llegar, cansado, tardó en descender del vagón, un soldado alemán le dio un golpe en la boca que le partió dos dientes.

Durante los dos años y medio que pasó en el campo nazi, Witold Pilecki fue víctima y testigo de un infierno planificado a escala industrial. Su carácter de superviviente nato le permitió no sólo conservar la vida, sino además mantener la moral de los internos, organizar una red de militares prisioneros llamada ZOW que intentó por todos los medios dar a conocer al mundo lo que allí estaba ocurriendo.
8.000 exterminados al día


Aquejado de una pulmonía casi permanente, Pilecki se las ingenió para construir una radio desde la cual se comunicaba con Londres, enviando informes detallados de las operaciones de exterminio nazis. Sus cálculos de que cada día se exterminaba a unas 8.000 personas, sus descripciones de los métodos de la Gestapo y sus peticiones de ayuda parecían, sin embargo, caer en oídos sordos. Un bombardeo certero o una operación de comando tal vez habrían impedido parte de la masacre de Auschwitz, pero jamás se puso en marcha ninguna operación aliada al respecto.

Una noche de abril de 1943, después de unos 30 meses en Auschwitz, Pilecki consiguió escapar junto a dos compañeros aprovechando que les asignaron el turno de trabajo de noche en la panadería. “Corrí tan rápido que cortaba el aire con mis manos, no sabría cómo describirlo”, dijo. Pronto consiguió contactar con la resistencia antisoviética polaca que, al conocer sus informes, intentó convencer al ejército Rojo de llevar a cabo un ataque conjunto contra el campo. Los soviéticos, a pesar de tener unidades en la zona, se negaron a ello.


La información recopilada por Witold Pilecki en el llamado “informe W”, firmado por un grupo de oficiales prisioneros en Auschwitz, ocupaba unas cien páginas. Sin embargo, no tuvo ninguna repercusión y cuando la Oficina de Estudios Estratégicos de Estados Unidos (predecesora de la CIA) lo recibió, se limitó a archivarlo. En el informe se menciona por primera vez la existencia de los hornos crematorios y los experimentos llevados a cabo con prisioneros y al final de la guerra, el testimonio de Pilecki fue fundamental para comprender las dimensiones del Holocausto. El suyo fue el primero de los testimonios proporcionados por testigos directos, de los que solo hubo tres, y que formaron los llamados “Protocolos de Auschwitz”.

A pesar de las evidencias presentadas, ni los aliados, ni los soviéticos, ni las Naciones Unidas ni ningún grupo de resistencia quiso o pudo hacer nada para detener la maquinaria mortal del mayor campo de exterminio nazi. Tras la guerra, Pilecki continuó recopilando información de manera secreta, esta vez sobre las atrocidades cometidas durante la ocupación soviética de Polonia. A pesar de cambiar varias veces de identidad, fue descubierto y torturado bajo la acusación de espía antisoviético.
Sentenciado a muerte

Durante el juicio, cuyo resultado estaba decidido de antemano, uno de los testimonios pronunciados en su contra fue el de otro superviviente de Auschwitz, Józef Cyrankiewicz, que llegaría a ser Primer Ministro de Polonia. Antes de que se ejecutase la sentencia de muerte, recibió la visita en prisión de su esposa, a la que ocultó las manos para que no viese que le faltaban las uñas tras las sesiones de tortura. “Van a por mí”, le dijo a su esposa. “Comparado con esta gente, Auschwitz fue un juego de niños”. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común sin identificar.

Hasta 1989, con la caída del régimen comunista en Polonia, la figura de Witold Pilecki fue ocultada en los libros de historia y el informe que escribió tras su paso por Auschwitzz no fue publicado en su país natal hasta el año 2000.
El Caso Karski

Sin embargo, el caso de Pilecki, aunque tal vez el más llamativo, no fue el único. Jan Karski era un oficial polaco que se hizo pasar por soldado raso para poder ser trasladado a un campo de prisioneros desde un campo en Ucrania en poder soviético. Consiguió fugarse y empezó a trabajar como correo de la resistencia polaca, siendo apresado y torturado hasta casi perder la vida.

Si Pilecki se dejó capturar para ser llevado a Auschwitz, Karski decidió colarse en el gueto judío de Varsovia por razones parecidas. El de Varsovia era el mayor gueto de Europa y unas 400.000 personas se hacinaban en poco más de tres kilómetros cuadrados a la espera de ser enviados al campo de exterminio de Treblinka. Allí Karski fue testigo de la tragedia, el heroísmo y la locura. Con la determinación de buscar ayuda para toda aquella gente, consiguió escapar y huir fuera de Polonia.
Roosevelt no le hizo caso

En su particular misión por dar a conocer a los aliados la situación de los judíos en Europa, Karski llegó a entrevistarse con el presidente norteamericano Roosevelt. Tras escucharle en el despacho oval, y en vez de hacer ninguna alusión a su escalofriante relato, Roosevelt comenzó a preguntar a Karski sobre las condiciones de los caballos polacos en el ejército.
Jan Karski, foto de Małgorzata Miłaszewska-Duda


Por su parte, el juez del Tribunal Superior de Estados Unidos Feliz Frankfurter, de ascendencia austriaca, tampoco le prestó gran atención: “No dije que estuviese mintiendo, dije que no podía creerle”, dijo refiriéndose a su encuentro con Karski. Cansado de enfrentarse al escepticismo de sus interlocutores, Karski decidió escribir un libro titulado “Historia de un Estado Secreto”, donde contaba las penalidades y esperanzas del Gobierno polaco clandestino. Vendió 400.000 copias en plena Guerra Mundial y ha sido reeditado hace pocos años.

Más tarde, Jan Karski se instaló en Estados Unidos y se casó con Pola Nirenska, una bailarina polaca que había perdido a toda su familia en el Holocausto que él se había empeñado en detener, sin éxito. Nirenska se suicidó en 1992 y poco después, un desencantado Karski declaraba en una entrevista que “los judíos fueron abandonados por todos los gobiernos, iglesias y jerarquías. Si sobrevivieron miles de ellos fue gracias a la ayuda de personas individuales. Ahora, todos los gobiernos e iglesias dicen ´intentamos salvar a los judíos´, porque están avergonzados, quieren mantener sus reputaciones. No ayudaron, porque seis millones de judíos murieron, pero los líderes de gobiernos e iglesias sobrevivieron. Nadie hizo lo suficiente”
https://www.elespanol.com/reportajes/20 ... 901_0.html

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«Cuando cierro los ojos puedo ver el Volga en llamas por el petróleo derramado ardiendo». Hasta que no se hayan muerto todos los que vivieron el horror de Stalingrado, la victoria en esa batalla, de la que el próximo día 2 se cumplen 75 años, será mucho más que una lección de historia para los rusos. La niña Valentina Savelieva se alimentó de barro, escondida como un ratón en agujeros que su familia hacía en el suelo. En esa lluvia de fuego y acero perdió a su padre. En total murieron dos millones de personas entre soldados de ambos bandos y civiles soviéticos. La batalla de Stalingrado es considerada la más sangrienta y supuso para los alemanes la derrota militar más importante hasta el momento.

La letra pequeña de esa herida del siglo XX resulta difícil de resumir en forma de cifras y balances estratégicos. Jochen Hellbeck, historiador alemán que da clase en la Rutgers University de Nueva Jersey, encontró hace unos años en Moscú un fajo de documentos que contenían -entre otras cosas- testimonios de 215 testigos presenciales de la batalla: vecinos, enfermeras, soldados y partisanos. Sus historias habían sido recabadas sobre el terreno por un grupo de historiadores coordinados por Isaak Mints. Llevaban años documentando la guerra civil rusa pero la invasión nazi hizo que reorientasen su misión. Se lanzaron con tal arrojo que llegaron a la batalla de Stalingrado en diciembre de 1942, cuando todavía quedaba más de un mes para que acabase. Volvieron a visitar el lugar poco después de la rendición de los últimos soldados del general alemán Friedrich Paulus el 2 de febrero de 1943. El resultado de su trabajo es un relato en caliente que dibuja unos soviéticos muy ideologizados, comprometidos con la aniquilación del fascismo, y también cargados de un inevitable odio hacia quien intenta destruir su país.

Hellbeck ha plasmado estos testimonios en Stalingrado: La ciudad que derrotó al Tercer Reich, que Galaxia Gutenberg publica el 14 de febrero y que reconstruye minuciosamente, a través de los recuerdos de los oficiales soviéticos, escenas como la fría rendición de unos mandos nazis con barba de varios días y la mirada nublada por el desánimo.

El pulso por la ciudad fue algo personal entre Hitler y Stalin, «aunque creo que tenía todavía más importancia para los alemanes», explica Hellbeck desde Nueva Jersey. Stalingrado tenía una importante industria militar con las fábricas de tractores Octubre Rojo y de cañones Barricady, y poseía un nudo ferroviario crucial de la línea que unía Moscú, el mar Negro y el Cáucaso.

Aquel verano de 1942 las sirenas de los ataques aéreos sonaban a diario. Stalin ya había emitido su famosa Orden 227: «Ni un paso atrás». Una joven escribía en su diario el 4 de septiembre: «Llevamos dos semanas siendo bombardeados a diario. Ya no queda nada en pie que se pueda bombardear».

En un primer momento no se permitió a los civiles abandonar la ciudad, para así alentar a las fuerzas soviéticas con la presencia de sus familiares. Entre el atroz bombardeo del 23 de agosto y los de las dos semanas que le siguieron murieron bajo las bombas de los Heinkel 111 y los Junkers 88 unos 40.000 de los más de 600.000 habitantes de la ciudad. Ese día la secretaria local Claudia Denisova miró al cielo y lo vio «cubierto de aviones». Al día siguiente el industrial Ivan Zimenkov contempló cómo «repartían en el parque armas entre los obreros, y de ahí iban al frente».

El 13 de septiembre, los alemanes entraron en Stalingrado. Parte de la ciudad fue ocupada y se decretó la aniquilación de comunistas y judíos, se ocuparon viviendas y en otros casos las quemaron con la gente dentro. Una funcionaria municipal recordaría siempre volver a su barrio tras la liberación de la ciudad y encontrar a una población en shock: «Entre las minas había gente que había perdido la memoria, otros que temían el sonido de su propia voz».

«Los soviéticos poseían un ejército más unido en torno a una ideología: el amor por la patria y el odio por los invasores», explica Hellbeck. Las historias de la crueldad nazi se propagaron por todo el país y aumentaron la determinación de los rusos por la lucha. Vasili Zaitsev, el francotirador que mató a 242 soldados alemanes, contó a los historiadores que había podido luchar hasta la extenuación impulsado por las escalofriantes imágenes que había presenciado: «Soldados alemanes arrastrando a una mujer para violarla, chicas jóvenes y niños ahorcados de los árboles...».

Los soldados nazis no tenían una narrativa a esa altura, y además se toparon con el invierno ruso, para el que no estaban preparados. De hecho, cuando se rindieron, una de las primeras cosas que preguntarían a los mandos soviéticos que los pusieron bajo custodia fue cuándo iba a acabarse ese endemoniado frío. Los miembros congelados se gangrenan enseguida y las manos y piernas amputadas aquella Navidad por los cirujanos aparecían amontonadas en la nieve. Para sobrevivir se podía robar la ropa a los muertos, pero tenía que ser antes de que se congelase y quedase unida al cuerpo como una masa deforme. Los soldados serraban las piernas de los cadáveres de sus enemigos para calentarlas luego y poder arrancarles las botas.

Se luchó calle a calle. Un soldado recordaba cómo estaban en el segundo piso de un edificio con el enemigo atacando desde el primero, «en el piso de arriba luchaban los nuestros pero la última planta estaba en manos de los otros». La Luftwaffe redujo parte de la ciudad a escombros. Los tanques y la artillería no son de gran utilidad en una ciudad molida. Los alemanes lo llamaron Rattenkrieg, «guerra de ratas».

A partir de noviembre de 1942 una contraofensiva soviética embolsó a los hombres del general Paulus, que se rendiría con la mayoría de los suyos el 31 de enero, refugiado en los almacenes Univermag del centro de la ciudad.

El general rojo Konstantin Abramov se encargó de las formalidades: «Paulus estaba sin afeitar pero con sus condecoraciones, dijo que se rendía porque no les quedaba munición ni alimentos. Le dimos comida pero la rechazó y después no quiso beber con nosotros porque tenía el estómago vacío; añadió que no estaban 'acostumbrados a beber vodka como los rusos', pero al final se tomó dos vasos... dijo que a nuestra salud».

Hoy, en las afueras, a modo de recuerdo de las altas exigencias de aquella victoria, dos cementerios velan una memoria del brutal choque del siglo XX: 60.000 soldados alemanes en uno, 20.000 soviéticos en el otro. Los cadáveres desperdigados siguen apareciendo: 700 el año pasado. La ciudad, que hoy se llama Volgogrado, no necesita de momento volver a su viejo nombre para recordar una batalla que dejó agitado el subsuelo.
http://www.elmundo.es/papel/2018/01/29/ ... b45d8.html

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NotaPublicado: 01 Mar 2018 08:55 
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¿De verdad piensa que el Tigre era un mal tanque? Ante la primera pregunta, lanzada de sopetón con ánimo combativo y que conjura en este mediodía gris la mole del legendario y temido carro de combate alemán, James Holland sonríe y se arrellana en su asiento; está en su terreno, su campo de batalla: el nivel operacional.

Holland (Salisbury, Gran Bretaña, 1970) es un popularísimo especialista en la Segunda Guerra Mundial, autor de numerosos libros sobre la contienda —entre ellos el fascinante Heroes (Harper, 2006), una apasionante galería de combatientes en todos los frentes y armas—, y del que Ático de los Libros va a publicar ahora El auge de Alemania, el primer volumen de una trilogía que revisa, desde nuevas, "refrescantes" perspectivas, lo que sabemos o creemos saber de esa guerra. El estudioso afirma (y argumenta) que la Alemania de Hitler no podía de ninguna manera haber ganado la Segunda Guerra Mundial, que su ejército era un gigante con los pies de barro, y ni siquiera tan gigante, y que la Blitzkrieg fue un espejismo. Lo hace investigando pormenorizadamente, con el punto de vista de la historia económica y social y no solo la militar, los recursos y el armamento de ambos bandos, desde la producción de aviones hasta los detalles más ínfimos de las ametralladoras -como la aclamada MG 34 alemana, muy buena, sí, pero cuyo cañón había que ir cambiando porque se recalentaba-, incluyendo el análisis de los uniformes: los de los alemanes eran, desde luego, más chulos, pero se malgastó en ellos recursos que el país simplemente no tenía. El auge de Alemania no olvida sin embargo la dimensión humana del conflicto y sus páginas están llenas de testimonios de primera mano tanto de combatientes como de civiles, desde un comandante de submarino o un Fallschirmjäger (paracaidista) alemanes a un empresario del acero estadounidense, pasando por un zapador australiano, un granjero británico o una actriz francesa .


Volvamos al Tigre. "Si lo pones en un campo de fútbol con un Shermann aliado al otro lado, el Tigre va a ganar, evidentemente. Pero hay un gran pero: era un tanque increíblemente complejo. Su sistema de transmisión, la suspensión y la tracción eran muy complicados. Y solo se fabricaron 1.347 unidades (a los que habría que sumar los 492 del modelo perfeccionado Tigre II o Königstiger, Rey Tigre). Del Shermann los aliados fabricaron 4.900 unidades y otros 17.000 chasis que sirvieron para diferentes propósitos militares. Además construyeron talleres móviles y todo lo necesario para repararlos sobre el terreno. El Shermann disponía asimismo de un sistema de reequilibrado que le permitía efectuar disparos certeros sobre cualquier terreno, una tecnología de la que los alemanes carecían. Tendemos a juzgar los tanques por el tamaño de su cañón y el grosor de su blindaje, pasando por alto aspectos más sutiles pero muy relevantes. Si la prioridad para los alemanes era el cañón grande y el blindaje grueso, británicos y estadounidenses prefirieron la fiabilidad y la facilidad de mantenimiento. Si tienes que cambiar la suspensión de un Shermann el acceso es fácil, mientras que si va mal en un Tigre tienes que apartar enteras las orugas y las ruedas. Era todo muy sofisticado. Pero ¿qué pasa además cuando en un carro así metes a un recluta novato de 18 años? Es como darle un Ferrari a alguien que se acaba de sacar el carnet de conducir: a la primera se te carga la caja de cambios. Y la de un Tigre era algo complicadísimo de arreglar".

Holland señala que durante la Operación Goodwood en Normandía en julio de 1944 los aliados perdieron 400 tanques a manos especialmente de los Tigre, sí, pero habían desembarcado ya 3.500 y a los tres días, 300 de los 400 averiados ya estaban reparados y otra vez en acción. "Eso muestra la diferencia entre aliados y alemanes en la forma de entender la guerra. El mantenimiento de los alemanes era muy pobre. Más del 50 % de sus pérdidas de tanques en la Segunda Guerra Mundial se debió a fallos mecánicos. Añade que un Shermann gastaba dos galones de gasolina por milla. Mientras que el Tigre consumía cuatro galones por milla. “¿Y cuál era el recurso del que menos disponían los alemanes?: gasolina. ¿Qué sentido tiene construir tanques de 56 toneladas entonces?".
"Los tanquistas no hablaban como en 'Fury'"

Una última pregunta, inevitable, sobre el Tigre: ¿qué le pareció la película Fury, Corazones de acero? "En general no me gustó, pero la escena del combate entre los Shermann y el Tigre es muy buena. El problema con el filme es que la terminología que usan los tanquistas estadounidenses no se corresponde con la auténtica de la época, está diseñada para los jugadores de Call of Duty. Los soldados de los carros de 1945 no hablaban así. Y la película se abona también al falso mito de que el armamento aliado era peor que el de los alemanes, cuando hay la famosa anécdota del oficial de la división de élite Panze-Lehr capturado que al ver lo que tenían sus enemigos casi se echa a llorar y dijo que si hubiera sabido de lo que diosponían no hubiera ido a la guerra. En Fury también es absurda la manera en que entra en combate al final el batallón de las SS contra el tanque de Brad Pitt".

El debate sobre el Tigre ejemplifica la forma de proceder de Holland. "Lo que trato de hacer es ver el nivel operacional, introducir ese punto de vista en la narrativa de la Segunda Guerra Mundial, en la que han predominado las perspectivas de la estrategia (los objetivos) y la táctica (el combate y la forma de llevarlo a cabo). De alguna manera lo operacional, las tuercas, los tornillos, la munición, el equipo, los recursos, es lo que relaciona ambas. Ha sido dejado de lado y no puedes leer una campaña como la de Normandía, por ejemplo, solo contando las decisiones de los generales o las experiencias de los soldados pero con poca o ninguna explicación de cómo se desarrollaban operacionalmente las batalla. Es como tratar de comparar el Tigre y el Shermann solo en el campo de fútbol. Siempre nos centramos en la batalla en lugar de en cómo funcionaban las armas”.

Y los uniformes. "Por eso también les presto mucha atención. Dan mucha información sobre la actitud de un país en guerra. La guerrera alemana llegaba hasta el muslo, mientras que la chaqueta de combate británica solo hasta la cintura. Los alemanes gastaban 30 centímetros más de lana que no servía para nada, excepto para aparentar. Es la diferencia entre un Estado militarista, Alemania, y un Estado en guerra, Gran Bretaña. Para los alemanes el parecer, el look, lo era todo. Las botas altas de cuero son un engorro en combate y se desgastan, pero son aparentes, sin duda. Los británicos tenían una visión práctica. Los alemanes preferían pavonearse, eso es muy nazi".

Holland afirma en El auge de Alemania que el ejército alemán no era la reoca (y no solo en el paso) que creíamos. Dice que estaba mal preparado para una guerra sin cuartel, poco equipado, escasísimamente mecanizado (dependía aún de los caballos y los pies de los soldados), poco entrenado, que era inferior incluso al británico. Por n o hablar de la carencia de recursos naturales de Alemania. Pero empezaron ganando, y mucho. ¿Fue suerte? "No enteramente. Aunque fueron apuestas muy arriesgadas de Hitler. Pero esas victorias no fueron suficientes. Polonia era débil. La caída de Francia se debió en un 50 % a la brillantez militar alemana y en otro 50 % a la incompetencia francesa". Parece ese un punto de vista muy británico. "Los británicos admiramos mucho a los alemanes", ironiza Holland, "y también a los franceses, casi tanto".

En todo caso, "el Estado nazi, su constructo, era muy frágil, y su ejército, a pesar de las apariencias, también. Nada, excepto una victoria total, le servía a Alemania. Ir a la guerra en 1939 fue un riesgo excesivo. Cuando miramos los éxitos de la Blitzkrieg adoptamos un punto de vista muy terrestre. Pero desde el principio, la lucha en el mar y la lucha en el aire no les fueron favorables. La Armada alemana ya fue destrozada por la Royal Navy desde la campaña de Noruega y la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra. Tampoco los submarinos fueron todo lo exitosos que se hacía creer. Probablemente la Batalla del Atlántico es la más importante de la guerra".
En la bañera de Goebbels

Le digo a Holland que mientras leía El auge de Alemania le vi por televisión. Salía en un reportaje de Megaestructuras nazis,de National Geographic. "Estamos por la cuarta temporada, rodar esos documentales te permite acceder a sitios fabulosos". Como el tren privado de Goebbels. "Se conservan varios vagones, todavía con águilas y esvásticas, entre ellos el del baño. La bañera es lujosa pero muy pequeña e imaginar allí sentado desnudo al ministro de Propaganda fue realmente horrible". El estudioso en cambio tiene una debilidad (relativa) por Goering. “Era brillante y maquiavélico. No se le puede negar que sabía disfrutar de la vida, a diferencia de los otros jerarcas que compartían en general la aburrida austeridad de Hitler. Si eres un nazi, se diría, selo a lo grande”. En el curso de los documentales Holland ha podido también disparar un 88 alemán y ver sus devastadores efectos.

A diferencia de los historiadores militares de la generación anterior a la suya como Antony Beevor o Max Hastings, a los que conoce personalmente y admira (aunque reprocha no tener suficiente punto de vista operacional), Holland no ha sido soldado. "No, pero he estado con una unidad de infantería en Afganistán y he pasado mucho tiempo con gente que ha visto acción, es muy útil para un historiador. Y he disparado muchas armas, he estado en tanques y Spitfires. Aunque nunca me han disparado, sé lo que ocurre en un combate".

Holland, que además de ensayos escribe novelas (como el thriller bélico a lo Alistar MacLean Misión Odín, ambientado en la invasión de Noruega y publicado por Militaria-Planeta), es el hermano dos años menor del célebre autor Tom Holland (Rubicón, Fuego Persa, Dinastía). ¿Se han repartido la historia los dos hermanos? James Holland ríe: "No, ha ido así, él ama los clásicos y está a otro nivel, es un erudito y un intelectual”.

James Holland se posicionó contra la independencia de Escocia. “Siempre he considerado una locura que Escocia, que no es rica, quiera marcharse. Lo de Cataluña me parece diferente. Creo que los catalanes tienen más problemas reales a resolver con Madrid y heridas históricas más recientes. Dudo de todas formas que les fuera mejor fuera de España".
https://elpais.com/cultura/2018/02/28/a ... 49422.html

Algunas de las falsas creencias sobre la II Guerra Mundial se extienden hasta el día de hoy entre aficionados y hasta entre expertos en historia. El británico James Holland se ha propuesto rebatirlas de manera sistemática en una obra monumental cuyo primer volumen publica en español Ático de los Libros y que analiza los primeros años de la contienda, los de los éxitos militares fulgurantes del régimen nazi.

En El auge de Alemania (1939-1941), Holland prueba con cifras y apoya en centenares de testimonios recogidos personalmente que el poder militar de Hitler era en parte una falacia. Tan poderosa como la Wehrmacht en cuanto arma de guerra fue la propaganda que convenció a los Aliados de que Alemania era una máquina invencible, "muy superior a lo que realmente era". "Una de las muestras del genio (maléfico) de Goebbels consistió en inculcárselo también a sus propios ciudadanos por medio de millones y millones de transistores", afirma el historiador.

Otro mito: creer que Estados Unidos entra en la guerra, digamos, por convicción democrática. "Roosevelt fue un auténtico maestro en el arte de convencer a sectores muy diferentes para rearmarse y participar en el conflicto a pesar de tantas reticencias iniciales, comenzando por las suyas". Del aislacionismo del país en aquella época habla la cifra de 74 cazas como total de la fuerza aérea estadounidense en 1939.

La leyenda más extraña, a juicio de Holland, es la que describe la lucha de Gran Bretaña contra Alemania como la de David contra Goliat, cuando lo cierto es que los ingleses disponían del imperio más grande del mundo para abastecerse de recursos, y de un poder militar -sobre todo naval y aéreo- notable y en franco aumento durante la propia contienda. "Hoy cuesta hacerse idea de ello tras la pérdida de colonias y por cosas como el Brexit -opina el escritor y autor de documentales-. Algunos historiadores británicos de los 60 y 70 incurrieron también en la costumbre de minusvalorar a Inglaterra, en parte por un sentimiento de vergüenza".

Además de una amenidad digna de una buena novela, lo que distingue a 'El auge de la Alemania' es la franqueza de algunos juicios. Por ejemplo, sobre la lentitud e inoperancia del ejército francés. Holland cree que la victoria alemana de 1940 "no debería haberse producido", y fue fruto en un 50% de la brillantez del alto mando germano "y en otro 50% de la incompetencia francesa". Con razón bromea el historiador con el hecho de que en Francia aún no se haya publicado su libro, que en España estará disponible a partir del 4 de abril.

Para ganar la guerra, Hitler habría tenido que no ser Hitler. "El Führer perseguía siempre la victoria total, la aniquilación de sus enemigos, cosa imposible cuando careces de recursos. Practicaba la política de "divide y vencerás", y eso impidió coordinarse a los diversos servicios de inteligencia alemanes. Infravaloraba a la Armada y se empeñó en construir barcos en vez de submarinos", enumera el escritor.

Es frecuente tildar a Hitler de psicópata, aunque los psicópatas nunca tienen dudas y el canciller alemán las tenía en demasía y cambiaba continuamente de planes. Holland conjetura que era más bien un delirante, alguien "convencido de ser un mesías" y que sólo concebía una disyuntiva en el horizonte: "un Reich enseñoreado del mundo o el Armagedón de Alemania".

El delirio de la ideología nazi jugó, según su análisis, en contra de los intereses alemanes en la guerra. Así, "el Holocausto detrajo una inmensa cantidad de energía y recursos necesarios para el esfuerzo bélico. Muchos judíos habrían luchado con Alemania de no haber existido las leyes raciales, y muchas grandes mentes de la época eran judías y habrían sido de gran ayuda... Los campos y los desplazamientos supusieron un coste descomunal. No tenían ningún sentido y fue echarse piedras sobre su tejado, un disparate para sus propios intereses. Las ambiciones territoriales de Alemania pueden comprenderse, pero el ideario nazi, no".
http://www.elmundo.es/cultura/literatur ... b45b4.html

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