[quote="grigri"]
UNA HISTORIA DE GUERRA
Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece
moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo. Pero eso no es
del todo verdad. O no siempre. Como todas las cosas en la vida, la
moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la
protagonizan, y de quienes la cuentan. Ésta de hoy es una historia de
guerra, y quiero contársela a ustedes tal como algunos amigos míos me han
pedido que lo haga. La moralidad la aportan ellos. Yo me limito a ponerle
letras, puntos y comas.
Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a
sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía
afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio,
desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo,
en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace
cuatro días. Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente
acuchillada, porque lo da el oficio. Sabían desde el principio que a la
Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si
lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros
habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían. Que
era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses
y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes
de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin
romanticismo imperial ninguno. Sólo frío, calor, insolaciones, sueño,
enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de
la provincia y de todo el norte de Afganistán.
Ellos y sus compañeros habían llegado a la misión tarde y mal, aunque ésa
es otra historia. Que la cuenten quienes deben contarla. Aun así, con la
resignada disciplina casi suicida que caracteriza al guardia civil, se
pusieron al tajo. Como era de esperar, no encontraron la mesa puesta.
Quien estuvo por esos mundos con militares norteamericanos, holandeses y
franceses, sabe de qué van las cosas. Sobre todo con los norteamericanos,
que tienen a Dios sentado en el hombro como los piratas llevan el loro.
Para hacerse un hueco entre sus aliados, distantes y despectivos al
principio, no hubo otra que la vieja receta de Picolandia: aprender
rápido, trabajar más que nadie, no quejarse nunca y ser voluntarios para
todo. Y por supuesto, tragar mierda hasta reventar. Y así, a base de
orgullo y de constancia, poco a poco, los cinco hombres perdidos en Mazar
Sharif se hicieron respetar.
Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao.
De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron
hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que
podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base
fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta. Eso no se hace
allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses
sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el
jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al
jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición.
Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del
contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien
lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James,
que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles,
y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de
Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más
comentarios.
A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida,
los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en
silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo:
Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña,
apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin
decir palabra formaron junto a ellos. Luego llegaron el mayor James, el
teniente Williams y veinte marines norteamericanos. Y también los polacos
y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de
seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de
presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco
españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un
nudo en la garganta. Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni
protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la
bandera. Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo
parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta. Entonces alienta
la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.
XLSemanal, 12 de Septiembre de 2010