Entrenados sobre la sangre “los niños de la guerra”
Los menores son adiestrados primero con armas ligeras (revólveres) y luego con fusiles de asalto. A los ocho años de edad hay niños que ya han participado en combates. Al cumplir los 13 años, la mayoría de ellos han sido entrenados en el uso de armas automáticas, granadas, morteros y explosivos. Así como los pequeños guerrilleros aprenden a ensamblar y lanzar cilindros-bomba, quienes están en las filas paramilitares también son adiestrados en la fabricación de minas antipersonales -conocidas como quiebrapatas- y en la preparación de campos mortales.
Laidy, una niña de Casanare de 14 años entrevistada por Human Rights Watch, no supo ni siquiera por qué se unió a los paramilitares: "Yo no sabía nada de ellos. Lo decidí en el momento. Yo quería ser diferente. Quería aprender a defenderme".
Wilson recuerda con detalles un día en la guerrilla: "Nos levantábamos a las 4:30 a.m. y tomábamos tinto. Teníamos entrenamiento de 5 a 6, correr y hacer ejercicios. A las 6:30 teníamos el desayuno: caldo de papa, arepa y chocolate. De 7 a 11 más entrenamiento. A esa hora el almuerzo: carne fría, arroz y limonada. De 12 a 3 más entrenamiento. A las 3 avena y galletas. A las 3:30 a lavarse en el río. A las 5 empezaba la guardia y los servicios". También les imparten clases de marxismo, historia y les hablan de la vida del Ché Guevara y los "milagros" de la revolución cubana. Si hay cambio de campamento la rutina varía por largas caminatas de día y sobre todo de noche, con mucho equipo a la espalda y poca o ninguna comida.
Ramiro, de 17 años, recuerda que después de un intento frustrado de fuga lo tuvieron amarrado durante 15 días. Lo desataban cada cuatro para que pudiera lavarse. Al pagar su castigo, Ramiro -herido en un hombro por la explosión de una bomba- debió cavar en un plazo de diez días una trinchera de 100 metros, bajo la amenaza de abrirle un consejo de guerra, que en la mayoría de los casos se saldan con ejecuciones.
Adriana, una niña guerrillera, a los 12 años vio la crueldad de la guerra, apenas dos meses después de haberse alistado: "Yo estaba muy asustada. Era un ataque contra los paras. Matamos como a siete. Ellos nos mataron a uno. Teníamos que tomarnos su sangre para conquistar el miedo".
El entrenamiento en las filas paramilitares es físicamente exigente y con frecuencia extremadamente brutal, dice Human Rights Watch. Óscar recuerda: "Después de matar al primero, el comandante me dijo que al día siguiente yo era el que tenía que matar. Yo quedé con la boca abierta. Tenía que hacerlo en público. Tenía que darle en la cabeza. Yo estaba temblando. Después de eso no pude comer, veía la sangre de la persona. No pude dormir en varias semanas...".
Fabio fue enviado por las Farc a infiltrar a las autodefensas y para aprobar el curso debió pasar la prueba de matar a otro joven que no aguantó. "Me pasaron un machete para descuartizarlo mientras estaba vivo. Él estaba amarrado. Me rogó no matarlo. El comandante estaba mirando y me decía: ´¡Hágale! ¡Hágale!´. Todos los pelados estaban ahí. Finalmente lo hice. Le corté el cuello, los pies y los brazos. Me sentí muy triste y lloré".
La atención del Estado
Según estadísticas del Ejército, en los primeros 10 meses del año 2003 se habían registrado 986 deserciones de los grupos armados. De la cifra se destaca que el 42 por ciento (más de 400) eran menores de edad; de ellos, 74 tenían menos de 15 años.
De aquellos menores que sobreviven y logran fugarse, pocos pueden regresar con sus familias. Su vida transcurre con la zozobra que la guerrilla o los paramilitares los detecten y maten y, como si fuera poco, piensan que si vuelven a sus hogares también pueden poner en riesgo a sus familias. Otros sencillamente no quieren regresar a casa y hay casos en que sus padres están del lado de un actor armado. La mayoría, coinciden Human Rights Watch y el Icbf, buscan protección.
Sin embargo, y como si la experiencia de cada niño no fuera suficientemente traumática y cruda, su suerte queda en manos de los jueces de Menores que tienen criterios que varían en cada caso. Miguel Álvarez-Correa, coautor del libro Guerreros sin sombra, que analiza esta problemática, le dijo a 15 que en el momento de escribir su investigación dos terceras partes de los niños que desertan o son capturados por las autoridades eran considerados delincuentes juveniles y conducidos a centros correccionales. Los demás eran tratados como menores en situación de riesgo e internados en una institución del Icbf especializada en niños combatientes, donde les brindan atención médica y orientación sicológica. En la práctica, señala HRW, la mayoría de los niños acaban bajo el cuidado de Bienestar Familiar.
El Icbf y la Defensoría del Pueblo han trabajado para que el poder judicial entienda que todo niño o niña desvinculado de cualquier grupo guerrillero o de autodefensa tiene derecho a la protección especializada del Estado, sin importar si deserta, es capturado o de qué organización ilegal provenga. Son claros: ningún menor debe permanecer detenido por el Ejército ni internado en centros para delincuentes juveniles donde se ven forzados a mezclarse con delincuentes urbanos y consumidores de drogas. Advierten que el paso inmediato es dejarlos bajo el amparo del programa del Bienestar Familiar.
En los últimos cuatro años, según las estadísticas de Unicef, el Icbf ha ofrecido asistencia a 752 niños excombatientes, 92 de los cuales desertaron, mientras que los 660 restantes fueron entregados por el Ejército o la Policía. Según testimonios recogidos por HRW, en la mayoría de casos las fuerzas del Estado les brindaron un buen trato.
Por su parte, el Programa de Reinserción del Ministerio del Interior, que empezó a operar después de la alerta roja que significó la Operación Berlín (desarrollada en Santander a finales del año 2000), asiste a más de 150 menores que viven un hogar sustituto o con un familiar. En el año 2001, la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) asignó 2.5 millones de dólares para que el Gobierno colombiano los destinara al mantenimiento de centros de reinserción social para niños ex combatientes. Este año, la cifra se duplicó. Pero lo cierto es que hoy 11.000 niños no tienen otra oportunidad en la vida que jugar en serio a la guerra y a lo mejor morir.
Las cifras de Human Rights Watch hablan de 4.100 menores de edad en el monte con el brazalete de las Farc, a los que se suman otros 3.300 pertenecientes a sus milicias urbanas, 2.200 de los paramilitares y 1.480 del Ejército Nacional.
En las milicias urbanas, según la Defensoría del Pueblo, el 85 por ciento de sus miembros son menores de 18 años. Este porcentaje también se ha notado en grupos guerrilleros como uno detectado en forma reciente en la Provincia de Guanentá, cuyos integrantes son todos niños, o como en el sonado caso de la Operación Berlín, en la que el Ejército enfrentó a finales del año 2000, en el páramo que hay en la ruta entre Bucaramanga y Pamplona, a la columna móvil 'Arturo Ruiz' de las Farc, de cuyos 380 combatientes, 150 eran niños.
"Después de capturarme, me pegaron en la cabeza con un rifle y me dispararon en la pierna. Pensé que me iban a matar. Por suerte, otro soldado decidió salvarme. Dijo a los demás que no estábamos combatiendo y que no podía hacerlo. Me cortó los pantalones y me ató la pierna para parar la sangre. Me pasé tres meses en el hospital de Bucaramanga. Dijeron que me habían herido en combate. Tenía miedo de contradecirles", dice Ángela, ex combatiente de las Farc.
De los 77 guerrilleros capturados por el Ejército en la Operación Berlín, 32 eran niños, 19 de ellos menores de 16 años. Entre 46 cadáveres sobresalían los rostros de 20 menores de edad. Pero éste no es un hecho aislado; en el Huila, en el año 2002, de 15 guerrilleros muertos en un combate ocho eran muchachos entre 13 y 17 años, y meses más tarde, en ese mismo departamento, de 30 guerrilleros de las Farc muertos en un choque con el Ejército, más de la mitad eran menores de 16 años.
Ariel, un niño desertor de los paramilitares que ocupan los Montes de María (Sucre), dijo a Human Rights Watch que de 200 personas en su campamento, 60 eran niños, algunos de hasta seis años de edad.
"Para la guerrilla y los paramilitares es más fácil reclutar niños y niñas porque ellos no tienen obligaciones económicas y de ningún tipo. Los niños son más fáciles de convencer y para ellos es una opción de vida". Esta afirmación proviene de Miguel Álvarez-Correa, coautor del libro Guerreros sin sombra, un estudioso del tema de los menores involucrados en el conflicto armado interno, quien afirma que hay menos niños en las filas de los paramilitares por el temor que tienen a que cuando los capturen proporcionen información rápidamente. Guerreros sin sombra, dice, porque en Colombia muy poca gente se preocupa por ellos. "Pareciera que no contaran", anota en su diálogo con 15.
Del seguimiento que hizo a un grupo de 119 "guerreros", concluye que en promedio proceden de familias con 5.3 hermanos, más que el doble de la media nacional (2). El 31% de los casos tiene parientes en un grupo armado y un menos del 20% llega al quinto grado de primaria.
De 1.093 casos atendidos en el Icbf, Álvarez-Correa estableció que después de Antioquia, con 180, Santander, con 136 es el segundo departamento que más aporta niños combatientes. Les siguen Bogotá, Meta, Cauca, Tolima, Cundinamarca, Caquetá y Putumayo. Conoce de situaciones como que de un grupo de 25 subversivos detectados en un intento de toma en Santander, 24 eran niños y su comandante una mujer.
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