Hace un año, para qué engañarse, nadie daba un euro por este viejo torero llamado Granada CF. El mismo que décadas atrás había abierto a empellones las puertas grandes de la mejores ferias, el mismo por el que se peleaban los apoderados y los empresarios, el mismo con el que soñaban compartir cartel las figuras de la época, paseaba su triste estampa de matador arruinado por plazas de tercera e infames ruedos portátiles donde no hay más gloria que salir vivo y encontrar una venta abierta donde cenar un bocadillo mientras el mozo de estoques le quita las manchas de hambre al vestido de torear.
Hace un año, para qué engañarse, al viejo matador le volvieron a recordar la conveniencia de cortarse la coleta y retirarse. «Déjelo ya, maestro, váyase a casa, que usted ya no está para estos trotes y un día se va a llevar un susto», le sugerían los amigos. «Está acabado, no vale para esto. Apártese de una vez», le espetaban los buitres que tanto y tan largo vaticinaron su huida. Al terco corazón del viejo torero, siempre reacio a contemplar esa posibilidad, le asaltaron las dudas.
Pero hace un año apareció, una vez más, alguien dispuesto a echar un cable para que el viejo torero siguiera soñando con pases, estocadas y tardes de gloria, aunque sólo fuese para morir con las botas puestas y la muleta en la mano. Ese apoderado voluntarioso no metió al viejo torero en ningún cartel de tronío. Hizo algo mejor. Lo puso en manos de un apoderado dispuesto a confiar en él y a darle una oportunidad aunque el sentido común le recordara cada día las cicatrices, los achaques y los desengaños acumulados por el diestro en tantos años de olvido.
Al viejo matador encanecido, la sangre se le llenó de sueños y aceptó el desafío sin pestañear. Los carteles grandes se los tendría que ganar de nuevo en las plazas polvorientas de los pueblos pero, por fin, sabía que al final no le esperaba el bocadillo en la venta sino el caviar en un hotel de cinco estrellas y, lo más importante, la paz en su alma atormentada.
La temporada no fue tan fácil como esperaba pese al empuje de los padrinos. Los 'toritos' también daban cornadas y alguna tarde se fue a casa sin tocar pelo e incluso con alguna que otra almohadilla. Eso sí, el público estuvo de su lado, le siguió desde el principio y le enseñó que no hay más verdad que la que asegura que la felicidad es patrimonio de los valientes.
Orejas y rabos
Las manos se le empezaron a llenar de orejas y rabos y el corazón de anhelos de volver a ser el que fue. Así hasta que, a fuerza de triunfar en aquellos alberos humildes que tanto tiempo lo vieron despilfarrar su grandeza, le llegó la oportunidad de cambiar su suerte en un cartel a cara o cruz. Como 'El Cordobés' en aquel brindis legendario de «O te compro una casa o llevarás luto por mi».
Y allí que se fue ese viejo matador llamado Granada CF, con el cuerpo cruzado de cornadas pero la vergüenza torera intacta. Se enfundó su mejor terno, se ajustó la montera, echó la 'pata p'alante' y se fue a por el toro. Lo tanteó con el capote, le bajó los humos con dos puyazos espléndidos y empezó la faena de muleta colmado de esperanzas. El toro sacó casta y a ratos lo puso contra las cuerdas con un par de derrotes que le lamieron las ingles. El viejo maestro siguió firme, lo cuadró para entrar a matar y se fue con todo el alma detrás del estoque. La plaza fue un clamor. Un año después, el maestro se vengó de la ruina y conquistó de nuevo su lugar en el trono del toreo.
Hoy regala el sobrero.
Fuente: Ideal.es
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