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NotaPublicado: 16 Jul 2017 09:29 
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La Administración del presidente norteamericano, Donald Trump, está estudiando privatizar la guerra en Afganistán para evitar mandar un nuevo contingente de soldados de Estados Unidos al conflicto más largo de su historia. La estrategia, que según 'The New York Times', está siendo supervisada por los consejeros del presidente, Jared Kushner -marido de la hija mayor del líder estadounidense, Ivanka Trump- y Steve Bannon, uno de los principales estrategas del magnate en la Casa Blanca, tiene como objetivo involucrar en el conflicto a empresas militares mercenarias para combatir a los yihadistas afganos.

Los asesores han nombrado a dos conocidos mercenarios y empresarios para crear el plan en cuestión, cuya finalidad es propiciar que corporaciones militares privadas se encarguen de la contribución de Estados Unidos en Afganistán, que en estos momentos ronda los 9.000 hombres entre tropas regulares y de las fuerzas especiales, el entrenamiento de las fuerzas de seguridad afganas y la comandancia de las operaciones bélicas.

El primero es Erik Prince, fundador de la empresa Blackwater, la cual en su día fue expulsada de Afganistán por el ex presidente afgano, Hamid Karzai, pero que aún y así la utilizó para su seguridad personal, y que se hizo tristemente famosa por haber luchado junto al ejército norteamericano durante el conflicto en Irak, donde fueron acusados, en numerosas ocasiones, de asesinar a civiles desarmados y cometer crímenes de guerra. El segundo es el propietario de DynCorp International, Stephen Feinberg, una de las empresas de seguridad privada más importantes del mundo.

De esta manera, Prince y Feinberg han creado un plan "más barato y mejor que el del ejército", según fuentes próximas a los dos empresarios citadas por 'The New York Times', en el que los "contratistas", un eufemismo para hablar de mercenarios, llegarían a Afganistán para combatir a los talibán y al Estado Islámico. Un plan que, según el rotativo estadounidense, "ya ha sido presentado a los mandos del Pentágono".

De hecho, fue el propio Feinberg quien el pasado sábado presentó el plan al Secretario de Defensa estadounidense, Jim Mattis. Pero éste sólo "lo escuchó por educación y respeto", dejando muy claro que no permitirá injerencias del sector militar privado en el conflicto para el que está preparando un nuevo plan de acción junto al Consejero de Seguridad nacional, H.R. McMaster. Una estrategia que todavía no se ha hecho pública, pero que se espera contenga un aumento de las tropas de combate de Washington "para sacar al conflicto del punto muerto en el que se encuentra y derrotar a los terroristas", según Mattis.
Privatizar la guerra no lleva a la paz

Ésta no es la primera vez que Estados Unidos considera utilizar la fuerza del sector militar privado. Y, en el caso de que el presidente Trump diera su visto bueno, tampoco sería la primera vez que Washington utiliza a mercenarios en zonas de combate. Pero, teniendo en cuenta los resultados negativos que esta estrategia supuso en Laos durante la guerra de Vietnam, o en Irak, donde tanto Blackwater como DynCorp florecieron con contratos por valor de miles de millones de dólares, es poco probable que el magnate neoyorkino dé el visto bueno para privatizar el conflicto en Afganistán.

La lista de crímenes perpetrados por compañías como Blackwater en Irak es larga y, casi nunca, tiene consecuencias legales. Organizaciones pro derechos humanos han denunciado sus asaltos sin el apoyo del Gobierno iraquí, abusos contra la población local, robo o asesinatos de civiles como el perpetrado en septiembre de 2007 en Bagdad, en el que murieron 17 civiles a manos de mercenarios de Balckwater -que sigue existiendo como empresa aunque ahora se llama Academi y está dirigida por el general norteamericano retirado, Craig Nixon-.

Entre los dos hombres de negocios que han preparado el plan, sin duda el más controvertido es Erik D. Prince quien, el pasado mayo, ya expresó su intención para continuar privatizando -en beneficio propio- la guerra allá donde se pueda, en una editorial que escribió en 'The Wall Street Journal' en la que aseguraba que la única manera de acabar con el conflicto en Afganistán es "nombrar a un virrey que supervise el país y utilice a unidades militares privadas", otro eufemismo para decir mercenarios, "para luchar en los huecos que han dejado los soldados norteamericanos" tras la retirada en 2014.

Una estrategia que, aparentemente, deja de lado a la Administración del presidente afgano, Ashraf Ghani, así como pretende recortar el poder que ésta sustenta desde la retirada internacional. De esta manera, las fuerzas de seguridad afganas volverían a estar bajo control de Washington para continuar con su entrenamiento. Un hecho que, sin duda, en Afganistán no sólo se encontraría con la total negativa del Parlamento, sino que, además, daría alas al argumento talibán que asegura que "Kabul está en manos de titiriteros extranjeros", según ha declarado su portavoz, Zabiullah Mujahid, en numerosas ocasiones.

Desde que dejó Blackwater, Prince -cuya hermana, Betsy DeVos, es la Secretario de Educación de la Administración Trump- ha incrementado su ya inmensa fortuna personal estimada en miles de millones de dólares llevando a cabo contratos para el Departamento de Defensa de Estados Unidos en Oriente Medio y África, a los que hay que sumar los que ha realizado privadamente con países de esas regiones. Por ejemplo, en 2010 fue el encargado de crear, equipar y entrenar a gran parte del ejército de Emiratos Árabes Unidos.
http://www.elmundo.es/internacional/201 ... b4638.html

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NotaPublicado: 31 Jul 2017 08:40 
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OTAN y Estados Unidos hacen la vista gorda





Consideran la práctica de los Bacha Bazi, o niños bailarines, como "parte de la cultura en Afganistán"

El Gobierno afgano prohíbe los 'niños prostitutos' para combatir a los talibán

La guerra es un asunto deleznable, pero cuando la juntas con el abuso institucionalizado de menores, esa palabra se queda corta. Más aún cuando tus aliados, los Estados Unidos y la OTAN, saben que eso sucede e instruyen a sus tropas para que no hablen de ello y, si lo hacen, se exponen al ostracismo profesional para que abandonen sus carreras militares. En Afganistán, esa situación se llama bacha bazi, o niños bailarines -un eufemismo para decir niños esclavos prostitutos- al servicio del ejército y la policía afganos.

"Existen cientos de puestos de la policía y de las milicias financiadas con el dinero del contribuyente estadounidense que se dedican a secuestrar a niños y niñas para luego utilizarlos como esclavos sexuales", escribe Anuj Chopra, el periodista de AFP que en 2016 dio testimonio a varios ex niños esclavos que confirmaron, una vez más, el secreto a voces sobre la utilización por parte de las tropas de Kabul de bacha bazi, muchas veces jactándose de ello ante las tropas internacionales, cuya respuesta a esa actividad es darle la espalda y no intervenir para salvar a las víctimas.

"Son unos cerdos, unos animales... pero no hagas ninguna foto, no queremos molestar al comandante del puesto de combate". Esas son las palabras que el teniente de la Guardia Nacional de Pennsylvania del ejército norteamericano, Brian Kinkade, me dijo en 2008 durante la visita a un puesto de combate de las fuerzas de seguridad afganas cerca de Barbal, a unos 30 kilómetros de la base del Equipo de Reconstrucción Provincial en Sharana, a las afueras de la capital de la provincia de Paktika, al sureste de Afganistán.

El puesto avanzado de combate consistía en tres edificios rodeados por kilómetros de nada, de desierto hostil, con claros signos de haber padecido duros combates, sobre una pequeña colina justo encima de la única carretera que lleva a la capital provincial. Al entrar para comer con los soldados afganos, en una habitación contigua a la oficina del comandante, sentados en el suelo, observamos a dos niños ataviados con vestidos femeninos, pintados con una intensa sombra de ojos negra y claramente aterrorizados. Bacha bazi.

Kinkade, como muchos otros soldados y oficiales de la coalición antes y después que él, se escudó detrás del cumplimiento de sus órdenes para no actuar ante ese tipo de crímenes llevados a cabo por sus aliados afganos. La doctrina del ejército de Estados Unidos y la OTAN sigue siendo la misma que la definida, en 2015, por el coronel Brian Tribus, el entonces portavoz de la comandancia norteamericana en el país: "las alegaciones sobre el abuso de menores por parte del ejército afgano o sus aliados son un asunto que debe ser perseguido por la ley criminal doméstica, por lo que el personal militar no está obligado a reportarla", según informó The New York Times.

De esta manera, según reflexiona Anuj Chopra, ¿qué pasará cuando el nuevo y aumentado contingente de Estados Unidos llegue a Afganistán? O con los 3.000 soldados con los que la OTAN ha anunciado que incrementará la misión de Resolute Support -que hoy en día cuenta con unos 13.000 hombres- para que continúe "entrenando y asistiendo a las fuerzas de seguridad afganas para que estas derroten a los talibán", según la OTAN. ¿Seguirán quitándole importancia o pasándolo por alto las violaciones de menores?, se pregunta Chopra.
Los gritos del silencio del capitán Quinn

Teniendo en cuenta que los soldados de Estados Unidos que han denunciado crímenes de este tipo lo han pagado con sus carreras, seguramente las nuevas tropas seguirán dándole la espalda al problema. Como el caso del boina verde -las fuerzas especiales de Estados Unidos- , Dan Quinn, que estando destinado en Kunduz, al norte del país, denunció a sus mandos, en repetidas ocasiones, haber presenciado las violaciones y "los gritos de los niños cada noche", según declaró a The New York Times, pero éstos le indicaron que "esa actividad es parte de la cultura afgana". Que lo dejara estar.

Pero el remordimiento pudo más y el capitán de los boinas verdes acabó pegándole una paliza a un comandante de la policía local afgana "que tenía a un niño encadenado en la cama para servirle como esclavo sexual". Tras el incidente fue inmediatamente devuelto a Estados Unidos donde, poco después, abandonó el ejército y denunció los hechos a los medios de comunicación. Quinn no está sólo, son muchos los soldados que han hablado desde entonces, pero la doctrina al respecto de la coalición internacional en Afganistán no ha cambiado.

Por otro lado, el uso de bacha bazi está tan institucionalizado en provincias como Helmand y Uruzgan que, tal y como informó EL MUNDO en junio de 2016, los talibán los están utilizando para infiltrarse en las comisarías, en los puestos de control y de combate, para asesinar a los policías y robar su equipo, o ayudar a los yihadistas a realizar ataques de precisión. Hoy por hoy, este hecho es el único que quizás acabe con la práctica del abuso de menores entre las tropas de Kabul ya que, si ésta afecta a la seguridad del país, entonces también será un peligro para la OTAN y las tropas norteamericanas.

Desde que los talibán fueron depuestos en 2001, los cuales aplicaban la pena de muerte para todos los hombres acusados de bacha baz -pedófilo en Dari-, muchas ONG, la ONU y organizaciones de la sociedad civil afgana han acusado al Gobierno afgano de permitir esa práctica entre sus tropas. La respuesta de las Administraciones del presidente afgano, Ashraf Ghani, y su antecesor, Hamid Karzai, ha sido aprobar una serie de leyes con duras penas para los bacha baz. El problema es que, en la práctica, apenas se persigue y cuando se hace el perpetrador pronto queda en libertad.

"La ambigüedad legal en el Código Penal afgano permite que los perpetradores escapen y no sean condenados", explica un informe de la Comisión Independiente por los Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC, por sus siglas en inglés), que lleva años denunciando que el gobierno de Kabul no está haciendo nada para acabar con una practica ancestral en la que "los menores violados durante años quedan traumatizados de por vida", añade el mismo informe.
http://www.elmundo.es/internacional/201 ... b45df.html

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NotaPublicado: 20 Ago 2017 08:51 
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Dieciséis años después de que Estados Unidos encabezara una coalición internacional que invadió Afganistán para destruir a Al Qaeda y expulsar a los talibanes, no se ha logrado ninguno de los dos objetivos. De hecho, la situación es más bien la contraria. Lo que queda de Al Qaeda se ha trasladado a la frontera paquistaní y los talibanes dominan aproximadamente el 80% del sur de Afganistán y el 43% del país en su conjunto. Todo ello significa que el Gobierno de Kabul tan solo tiene el control indiscutible sobre el 57% del territorio, una reducción considerable respecto al 72% de hace un año. Es inevitable que, en los próximos meses, esa proporción se reduzca aún más. En opinión de varios observadores afganos, estamos a punto de perder la guerra en aquel país. Da la impresión de que Aldous Hux­ley tenía razón al decir que lo único que se puede aprender de la historia es que nadie aprende de la historia.

Más de un millar de soldados afganos han muerto en el frente en los tres primeros meses del año, un número insostenible. En abril, un ataque talibán a una base del Ejército afgano mató a 200 militares. Cerca de 400 policías y soldados mueren cada mes y algunos regimientos han perdido el 50% de sus fuerzas; las tasas de deserción alcanzan un nivel similar en Helmand, provincia del sur del país, gran productora de opio, donde la insurgencia talibán se retroalimenta con el narcotráfico.


Si las tropas afganas están exhaus­tas, sus socios estadounidenses dan cada vez más la sensación de haber perdido todo interés en las sangrientas complejidades de una guerra en la que llevan involucrados tanto tiempo y con tan pocos resultados visibles. “En Washington, ya nadie habla de Afganistán”, dice Mark Maz­zetti, corresponsal de The New York Times en la Casa Blanca y ganador del Premio Pulitzer. “En la capital y en todo Estados Unidos hay mucho hartazgo de la guerra más larga en la que hemos participado. Ya no está entre las prioridades de nadie. La CIA cree que Afganistán está devorando demasiados recursos. Incluso en el Pentágono, que solía mostrar más interés que los demás, están quedándose ya sin fuerzas”.

Tanto Barack Obama como su sucesor, Donald Trump, han hecho todo lo posible para mantener al presidente Ashraf Ghani en el poder, al tiempo que le han animado a colaborar más estrechamente con su rival Abdullah Abdullah, con quien firmó un pacto de Gobierno. Pero esa estrategia ha fracasado. Antes de la oleada reciente de atentados y manifestaciones, el Gobierno de Trump estaba estudiando enviar 5.000 soldados más al país, pero ahora está claro que esa cifra no es suficiente. La presidencia de Ghani está al borde del colapso. Miles de afganos de clase media han huido a Europa y los países del Golfo, y la corrupción ha contribuido a agravar la crisis económica.

El Gobierno de Kabul sigue dependiendo casi exclusivamente de la ayuda económica de Occidente. Sin ese dinero no puede organizar unas elecciones, no puede pagar al Ejército, ni los sueldos de los funcionarios, las instalaciones médicas y educativas ni las telecomunicaciones. Si se interrumpe o se reduce drásticamente la llegada de dinero, es probable que el Gobierno no pueda ni defenderse, igual que sucedió con el régimen de Najibulá, que cayó derrotado por los muyahidines en 1989, cuando Gorbachov cortó el suministro de armas y dinero.

Esta es una preocupación real, y no solo a largo plazo. “Es posible que los cambios que se han producido en Afganistán desde 2001 sean irreversibles”, dice Barnett Rubin, que fue asesor del enviado especial de Obama para Afganistán y Pakistán. “Pero también son insostenibles”.

Como Líbano, no fue un Estado construido con arreglo a una lógica étnica o geográfica, sino en función de la política colonial del siglo XIX

Existen muchos otros motivos de inquietud: la economía tambaleante, el hecho de que dependa cada vez más de las ayudas externas y las drogas, y el increíble grado de corrupción que hay en el Gobierno. Además, la población afgana es la más pobre y analfabeta de Asia. Pero por encima de todo están las viejas divisiones entre pastunes y tayikos, que constituyen la principal brecha étnica del Afganistán moderno, nacido a finales de la década de 1840, en la época de Dost Mohammad Khan. Las desavenencias entre unos y otros han alcanzado un nivel inmanejable, según advierten diversos observadores.

Afganistán, como Líbano, nunca ha sido un Estado construido con arreglo a una lógica étnica o geográfica, sino en función de la política imperialista del siglo XIX. A pesar de ser un país tan antiguo, no ha disfrutado de una verdadera unidad política más que durante unas cuantas horas. La mayor parte del tiempo ha sido un lugar intermedio, una franja fracturada y disputada, dominada por montañas y desiertos, y situada entre unos países vecinos más organizados. Durante gran parte de su historia, sus provincias han sido el terreno de batallas entre imperios rivales.

Muy pocas veces ha habido en Afganistán una unidad suficiente como para construir un Estado coherente y autónomo. Y, como señalan los observadores más pesimistas, no hace falta mucho para que el país vuelva a desgarrarse y se agudicen las viejas fisuras tribales, étnicas y lingüísticas en la sociedad afgana: la vieja rivalidad entre los tayikos, los uzbekos, los hazaras y los pastunes durrani y khilji, el cisma entre suníes y chiíes, el sectarismo endémico dentro de clanes y tribus, y las sangrientas disputas que se transmiten de generación en generación.
Las imágenes de este artículo al libro 'Afganistán' (Taschen, 2017), del fotógrafo de Magnum Steve McCurry; una selección de las mejores fotos obtenidas durante sus viajes al país asiático desde 1979. ampliar foto
Las imágenes de este artículo al libro 'Afganistán' (Taschen, 2017), del fotógrafo de Magnum Steve McCurry; una selección de las mejores fotos obtenidas durante sus viajes al país asiático desde 1979.

No hace tanto tiempo que Afganistán vivió un breve periodo de fragmentación en un mosaico de feudos controlados por caudillos: en 1993 y 1994, entre la caída del régimen muyahidín y el ascenso de los talibanes. Ahora se vuelve a hablar en los think tanks y los artículos de opinión de que en los próximos meses podría volver a ocurrir lo mismo.

Tengo que confesar que tengo un interés especial por Afganistán. He pasado los últimos cinco años investigando y escribiendo El retorno de un rey. La aventura británica en Afganistán 1839-1842, un libro que cuenta la historia de la primera guerra anglo-afgana, probablemente la mayor humillación militar sufrida por Occidente en Asia y ejemplo de las dificultades que hay en ese país.

Fue una guerra librada de acuerdo con unas informaciones manipuladas sobre una amenaza que, en realidad, no existía. Un grupo de halcones ambiciosos y fanáticos exageraron y manipularon la noticia de que un representante ruso había sido enviado a Kabul para crear el pánico sobre una supuesta invasión rusa. El embajador británico en Teherán, John MacNeill, rusófobo declarado, escribió: “Deberíamos proclamar que quien no esté con nosotros está contra nosotros… Debemos apoderarnos de Afganistán”.

Así comenzó una guerra desastrosa para los británicos, cara y que, claramente, se podría haber evitado. El Ejército de la que entonces era la potencia militar más poderosa del mundo había sido totalmente derrotado por unos guerrilleros mal equipados pertenecientes a diversas tribus.

Hay otros paralelismos curiosos. El que fuera presidente hasta septiembre de 2014, Hamid Karzai, recuerda a su predecesor de entonces, Shuja Shah ul-Mulk, el rey instalado por los británicos en 1839, que es un personaje central de mi libro. Las similitudes entre Karzai y Shuja Shah son llamativas: Shah era polpazai, la misma subtribu de la que es hoy jefe Karzai, y sus principales adversarios pertenecían a la tribu khilji, que hoy son la mayoría de los soldados de a pie de los talibanes.

Doscientos años después, siguen vigentes las mismas rivalidades y las mismas batallas en los mismos lugares, disfrazadas con nuevas banderas, nuevas ideologías y nuevos personajes que mueven los hilos. Las mismas ciudades acogen guarniciones de tropas extranjeras, que hablan los mismos idiomas de entonces y sufren ataques desde las mismas colinas y los mismos pasos de montaña. Los propios talibanes suelen subrayar estos paralelismos: “Todo el mundo sabe cómo llevaron a Karzai a Kabul y cómo le animaron a sentarse en el trono indefenso de Shuja Shah”, dijeron en un reciente comunicado de prensa.

EE UU ha gastado en este conflicto 700.000 millones de dólares, pero el país sigue siendo el más pobre de Asia y el más analfabeto

Pero 1842 no fue la última ocasión en la que los afganos expulsaron a sus invasores, por supuesto. En los años ochenta, fue la retirada de los rusos y el fracaso de su ocupación uno de los momentos que desencadenaron el principio del fin de la Unión Soviética. Pocos años después, en 2001, las tropas estadounidenses encabezaron la coalición internacional que invadió de nuevo el país. Al final, como siempre, a pesar de los miles de millones de dólares invertidos, el entrenamiento de todo un ejército autóctono y la superioridad armamentística de los ocupantes, la resistencia triunfó una vez más y obligó a la mayoría de los odiados infieles a marcharse.

Afganistán ha sufrido demasiado en los últimos 40 años: el golpe de Estado de 1973, la revolución de Saur de 1978, la invasión soviética de 1979, los 1,5 millones de muertos y 6 millones de refugiados durante los 10 años de resistencia subsiguientes, la caída del gobierno de los muyahidines y la guerra civil de 1993-1994, los siete largos años de medievalismo talibán e intrusión de Al Qaeda, las 100.000 víctimas de los últimos 16 años de combates entre la OTAN y los resucitados talibanes.

En esta última guerra, Estados Unidos ha gastado ya más de 700.000 millones de dólares, una cantidad suficiente para construir a cada afgano un apartamento de lujo y unas instalaciones sanitarias y educativas de primera categoría, y además añadir un todoterreno de gama alta para cada uno como regalo. Por el contrario, Afganistán sigue siendo el país más pobre de Asia, el tercer país más corrupto del mundo, el más analfabeto y el que tiene las peores infraestructuras médicas y educativas, si exceptuamos de unas cuantas zonas de guerra en el África subsahariana. Incluso en el mejor de los casos, el país tardará varias décadas en aproximarse al nivel de vida de Pakistán y Bangladés.

Más que soldados, lo que necesita Afganistán hoy es un enorme esfuerzo diplomático de Estados Unidos para reanudar las negociaciones entre los talibanes y el Gobierno de Ashraf Ghani. Sin embargo, con la marginación del Departamento de Estado norteamericano, las divisiones en la Administración de Trump entre el grupo que aconseja al presidente salir del país asiático y el Ejército que quiere permanecer allí, y con un presidente inestable, ignorante e imprevisible, las probabilidades de que Estados Unidos tome la iniciativa son cada vez menores.

Por desgracia, la larga tragedia de Afganistán no da muestras de terminar, y da la impresión de que la pesadilla va a prolongarse.
https://elpais.com/internacional/2017/0 ... 30227.html

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NotaPublicado: 28 Oct 2017 08:27 
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Muchas de las sangrientas batallas contra los elementos más peligrosos del movimiento talibán nunca se conocerán porque son misiones clasificadas como secretas, llevadas a cabo en Afganistán por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y las fuerzas paramilitares que comanda en el país, en conjunción con las fuerzas especiales del ejército estadounidense, descritas por el Pentágono como kill teams [equipos asesinos], a los que la Administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido dar rienda suelta con el objetivo de cambiar el curso de la guerra, según ha revelado una investigación del rotativo The New York Times.

La misión aumentada de los "equipos asesinos" seguirá siendo localizar y poner fin a la vida de los líderes talibán, de los comandantes de distrito y de los temidos yihadistas expertos en la fabricación de bombas, así como todo objetivo humano cuya muerte merme la capacidad de los terroristas. "Para llevar a cabo nuestra misión tenemos que ser más agresivos, actuar sin perdón, sin cesar, cada minuto de cada día, poniendo toda la atención en aplastar a nuestros enemigos", según declaró el jefe de la CIA, Mike Pompeo, durante una conferencia a principios de octubre en la Universidad de Texas.

Las nuevas misiones encubiertas estarán lideradas por la CIA siguiendo los objetivos establecidos por la propia agencia -la cual no tiene medidas de control directo por parte de la Casa Blanca o del Congreso-, y cuyas reglas para operar en el país a través de las milicias afganas que paga y controla, muchas de ellas relacionadas con señores de la guerra vinculados al tráfico de drogas y al crimen organizado, serán "expandidas y con menos restricciones", según la investigación de The New York Times. Es decir, que los agentes estadounidenses y sus aliados paramilitares podrán aumentar sus actividades fuera de la ley afgana y sin respetar la Convención de Ginebra.

El aumento de los "equipos asesinos" también supone un cambio de rumbo de la Administración Trump con respecto a sus predecesores -los presidentes Barack Obama y George Bush Jr. también emplearon a los kill teams en Afganistán y Pakistán- pasando de centrar sus actividades contra los santuarios de Al Qaeda en el país, a día de hoy casi inexistentes, para dirigir toda su atención hacia la destrucción de la logística y cadena de mando de los yihadistas.

"Los Estados Unidos van a adoptar una estrategia sin limitaciones de tiempo para forzar a los talibán a sentarse en la mesa de negociaciones", según declaró Trump el pasado 21 de agosto. Sin embargo, analistas de la inteligencia militar de Kabul consulados por EL MUNDO, están convencidos de que este tipo de estrategia sólo servirá para "crear nuevos mártires en el movimiento talibán, figuras a seguir por los combatientes insurgentes más jóvenes y venidos de las zonas tribales. Un regalo para la propaganda y el reclutamiento de los terroristas".

Por otro lado, es muy poco probable que el líder talibán, el mulá Haibatullah Akhundzada, dé su brazo a torcer y se siente a negociar, teniendo en cuenta que el Secretario de Defensa norteamericano, Jim Mattis, aprobó recientemente el envío de 3.000 soldados adicionales para luchar en los frentes de Helmand, al sur del país, y Nangarhar, al este, vulnerando la principal exigencia de los terroristas, los cuales demandan "la marcha inmediata de las tropas internacionales del país", según declaraciones recogidas por EL MUNDO durante la entrevista con el portavoz del grupo, Zabiullah Mujahid.

Asimismo, el aumento de los ataques aéreos de Estados Unidos en Afganistán, 2.400 sólo de enero a octubre de 2017, mientras que en todo 2016 se realizaron 1.337, según cifras del Pentágono, sólo ha incrementado la voluntad de los talibán para seguir combatiendo. Además, los errores de precisión han matado, en 2017, a 88 civiles y herido a docenas, cosa que sólo ha hecho que aumente la legitimidad de los terroristas en las zonas que están bajo su control, un 48% del país, según Washington, que descarta cualquier retirada. "Estaremos aquí el tiempo que haga falta hasta que cambiéis de parecer", según afirmó el Secretario de Estado, Rex Tillerson, en un mensaje dirigido a los talibán durante la visita sorpresa a Afganistán que éste llevó a cabo el pasado 18 de Octubre.

Hoy por hoy, está claro que la Administración Trump no tienen ninguna intención de dar un paso atrás en el conflicto con vistas a una retirada completa, tal y como se especuló cuando el magnate norteamericano tomó las riendas de la Casa Blanca, por lo que Estados Unidos seguirá inmerso en el conflicto más largo de su historia. Una guerra que en diecisiete años se ha cobrado más de 100.000 muertos entre soldados, civiles e insurgentes, mientras millones de afganos han sido desplazados o se han convertido en refugiados que han huido, principalmente, a Irán, Turquía y Europa.
http://www.elmundo.es/internacional/201 ... b4626.html

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NotaPublicado: 21 Dic 2017 12:31 
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Observando a los 500 hombres con todo su equipo y armamento dispuesto y en formación a punto de llevar a cabo su ceremonia de graduación en una explanada al lado del aeródromo de la base del 215º Cuerpo del ejército afgano en Nad'Ali, literalmente, antes de que éstos se dirijan al frente de guerra en Helmand, resuenan las palabras del día anterior pronunciadas por el coronel Reid de los US Marines, el oficial estadounidense al mando del contingente que ha supervisado su entrenamiento: "Queda mucha lucha por delante, mucha guerra". Éstos son los hombres que la están luchando. En las próximas semanas, un tercio de ellos morirá o será herido en combate.

La unidad participará en la operación Maiwand 7, cuyo objetivo es acabar con las agrupaciones yihadistas que amenazan la provincia, así como asegurar el terreno que les han arrebatado recientemente.

Todos lucen uniformes nuevos. La infantería, los equipos de ametralladores, los zapatones, los equipos de morteros, todos tienen a sus pies petates con las letras ANA (Ejército Nacional Afgano, por sus siglas en inglés). Las edades, entre 18 y 50, según un oficial afgano. La tensión en sus ojos es evidente. Se van a la guerra y estos minutos son los últimos de calma antes de la tormenta de frío y plomo que es la batalla de Helmand en invierno.

"La educación, la buena organización y una moral fuerte son las claves de nuestros éxitos. Ahora es nuestro momento, ahora tenemos que demostrar que podemos llevar la lucha al enemigo y que podemos vencerlo en su territorio. Estoy muy orgulloso de todos mis hombres", explica el general Wali Mohammad Ahmadzai, comandante en jefe del 215º Cuerpo del ejército afgano. El hombre milagro del Gobierno de Kabul que, gracias a su lucha personal contra la corrupción en el seno del ejército, se ha ganado el respeto de sus soldados.

La ceremonia de graduación es larga y las armas pesan. Pronto las posturas se relajan y una pequeña banda de música militar desafina himnos y sirve de entradilla para varios discursos interminables, seguidos de las correspondientes imposiciones de medallas. A continuación, llega la tradicional oración y rezo que algunos gritan, mientras otros callan y los más lo murmuran o miran alrededor, conscientes de lo que les espera. Tras éste vienen los gritos de guerra por el país y su unidad. Más de uno calla como si, ante el miedo, la única opción posible es el silencio. Cuando rompen filas, los teléfonos aparecen en escena. El ultra-islámico país que es Afganistán siempre mezcla su visión cerrada de la religión con tradiciones herméticas y heréticas que se pierden en las arenas del tiempo.

De esta manera, aparecen dos tamborileros y un organillo de suelo y varias melodías populares revolucionan las filas. La banda militar desaparece. Hasta una docena de soldados se lanzan a bailar, riendo, girando sobre sí mismos a gran velocidad, contorsionándose, perdiéndose en la música mientras docenas los rodean y vitorean haciéndoles fotos. "La guerra", ironiza Jawad, un joven con cara de niño sosteniendo un viejo fusil de asalto estadounidense M-16, grabando la escena con su teléfono móvil, mientras a su alrededor una multitud está hipnotizada por las contorsiones de sus compañeros.
Localizador Afganistan Nad Ali

El último tango antes de enfrentarse a la muerte. "Es una tradición afgana. Un baile para el coraje, para la despedida", le interrumpe su sargento, Khalid. "El último baile, sí, y ahora para la guerra. Inshallah [Dios mediante]", añade, sonriendo a sabiendas de la marea de violencia hacia la que se dirige.

Unos minutos después, los gritos de los sargentos acaban con la celebración y empieza el embarque hacia su destino. Todos los soldados se apresuran hacia sus petates. La hora ha llegado. Uno se detiene. "Hazme una foto", exige, como si fuera un último deseo. Es joven, pero sus ojos oscuros y profundos son viejos. Uno de los veteranos cuya sonrisa refleja el laberinto de horrores que es la guerra. "Buena suerte", concluye, y sigue adelante. Poco a poco, todos desaparecen y la explanada donde ha tenido lugar la ceremonia se queda desierta.

"Las evacuaciones salvan vidas y marcan la diferencia para la moral", señala el doctor Ahmad Zia Safi, que nos recibe en el hospital militar de Shorab. "Saber que uno tiene posibilidades de sobrevivir en caso de ser herido es fundamental para nuestras tropas. Aquí hacemos cirugía y trauma. Salvamos vidas, incluyendo las de los heridos talibán capturados y que, después de ser tratados y estabilizados, son mandados a prisión", explica.

"Siempre hay mucho trabajo, muchas cirugías de las que hacerse cargo", continúa. "Antes de la ayuda de la OTAN y Estados Unidos teníamos una media de 15 bajas al día. Ahora estamos entre tres y cinco". El centro médico tiene 50 camas, cinco doctores y 60 enfermeros y ayudantes, banco de sangre, laboratorio, farmacia, Rayos X y escáners médicos que lo han convertido en uno de los más modernos del país. "Los días más duros se producen cuando hay muchas bajas por un ataque o durante una ofensiva. Sin embargo, los periodos de calma también son peligrosos porque te relajas y aquí siempre hay que estar preparado. Los ataques suicidas pueden suceder en cualquier momento", añade. La morgue tiene una capacidad para 20 cuerpos. "Después de identificarlos, los mandamos a casa, a sus familias", explica cabizbajo.

Asistimos, en directo, a una operación de cirugía. Un soldado con un ataque de apendicitis. Visitamos a tres heridos en combate. Uno duerme, vencido por la morfina y cubierto con una manta pesada. Sólo su cara dolorida asoma. Otro está tendido sobre el catre con un compañero a su vera y una herida vendada en una pierna. "Fuego de francotirador", explica. Una herida afortunada, según la loca lógica de la guerra. El tercero no quiere enseñar sus heridas y lo observa todo con una mirada perdida. Los únicos objetos personales que se ven son sus uniformes en bolsas de plástico a los pies de la cama y sus teléfonos móviles.

Visitamos el laboratorio del hospital que se ha convertido en una herramienta fundamental para identificar y atender a los soldados "víctimas de las adiciones", dice el doctor refiriéndose a los heroinómanos. Helmand es la provincia afgana donde más opio se produce. "La dureza del conflicto y el acceso a sustancias hace que algunos soldados se vuelvan adictos. Si alguien da positivo se le manda a Kabul a una clínica de desintoxicación". Una vez están recuperados vuelven a vestir el uniforme y están listos para volver a las trincheras. "La drogadicción es una enfermedad que debe ser tratada y no perseguida", concluye.

Los cañones de artillería de 120mm para llevar a cabo ataques de precisión son fundamentales para apoyar a los hombres que han partido de Nad'Ali. En el campo de Shorabak asistimos a un ejercicio del 205º Cuerpo artillero del ejército afgano que se acaba convirtiendo en misión real, "debido a los requerimientos sobre el terreno", según indica un oficial afgano. Los marines también están aquí supervisando. "Estoy muy sorprendido con su capacidad y rapidez para aprender. Dirijo a clases de 12 estudiantes durante ocho semanas", explica su instructor, el sargento Dillan Arthur.

Los artilleros afganos todavía tienen mucho que aprender. Les falta rapidez y precisión en el establecimiento de sus coordenadas. Si ellos fallan o se quedan cortos en el tiro, los que sufrirán las consecuencias serán sus compañeros que acaban de partir. La artillería puede ser un ángel para la infantería, pero también un desastre que puede acabar con las vidas y la moral de los soldados sobre el terreno muriendo por lo que el poeta soldado inglés Wilfred Owen describió como "la vieja mentira": dulce decorum est pro patria mori (dulce y honorable es morir por la patria).
http://www.elmundo.es/internacional/201 ... b462e.html

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NotaPublicado: 22 Dic 2017 11:12 
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La visión de águila de los drones estadounidenses operando en Helmand y ahora en manos del ejército afgano se ha convertido en la pesadilla de los terroristas en esa provincia al sur de Afganistán. Imperceptibles a 10.000 pies, son capaces de observar "el interior de un vehículo como el de las imágenes", indica el Mayor Abdul Wakil Aryan, el subcomandante afgano en la sala del sistema de drones establecido por Washington en el campo de Shorabak y conocido como 'Scan Eagle'. Con él llevan a cabo operaciones militares contra objetivos talibán observando desde el cielo y coordinando ataques aéreos y movimientos de tropas. Es el arma que esperan cambie el rumbo de la guerra en el país.

El mismo sistema que, el día anterior, fue fundamental para acabar, en el distrito de Musaqala, con la vida del mulá Shah Wali, o mulá Nasir, por su nombre de guerra, jefe de la temible Brigada Roja yihadista y vicegobernador talibán en la provincia.

"La efectividad de este sistema de batalla es increíble. Lo puedes ver tú mismo", añade señalando un monitor en el que se ve a varios hombres armados dentro de un vehículo que están siendo monitorizados. "Tienen dos granadas propulsadas RPG y lo que parecen dos o tres fusiles de asalto AK-47. Ahora se han refugiado en una aldea, por lo que no podemos llevar a cabo un ataque aéreo. De momento los seguimos, así nos llevarán a su búnker", explica con una medio sonrisa. En cuanto los yihadistas les lleven a su escondite éstos habrán firmado su sentencia de muerte.

'Scan Eagle' es un sistema de drones que, combinado con el sello de las estrategias de coordinación de los US Marines para llevar a cabo ataques quirúrgicos en tierra, ha revolucionado el campo de batalla afgano. Más aún, los operadores del ejército afgano han aprendido a utilizar ese arma con tal maestría, según indican sus instructores estadounidenses, que, desde principios de enero de 2017, han conseguido que los talibán tengan que movilizar efectivos de otras provincias para hacer frente a la ofensiva de Kabul en Helmand, la conocida como Maiwand 7. Tanto es así que los avances yihadistas que en 2015 y 2016 amenazaron el norte y el este del país, sobre todo en Kunduz y Nangarhar, se han visto ahora debilitados.

De esta manera, los ojos del sistema 'Scan Eagle' se han convertido en el arma que está diezmando a los terroristas en una de sus plazas fuertes. La clave que está detrás de los éxitos recientes del ejército afgano que, tan sólo hace un año, estuvo a punto de perder la capital provincial, Lashkar Gah, motivo por el que Estados Unidos mandó de vuelta a los US Marines, cuya tutoría en la utilización del sistema de drones "es crucial para el desarrollo de nuestras operaciones", añade el Mayor Abdul. "Además, nuestros soldados se sienten mucho más seguros sabiendo que el cielo es su aliado".

La operación 'Scan Eagle' se encuentra en dos edificios de la base de Shorabak donde está estacionado el 215º Cuerpo del ejército afgano. La zona está rodeada por vallas y cuenta con una robusta seguridad especial compuesta por una docena de marines. Dentro hay dos salas y despachos. La mayor es la sala de mapas y sirve para el movimiento y coordinación de tropas. La más pequeña es el corazón de la operación.

Allí, en apenas 20 metros cuadrados, se agrupan más de una docena de soldados y técnicos civiles norteamericanos junto a sus aliados afganos, todos apretujados en varios sofás delante de mapas y múltiples pantallas de televisión y monitores mostrando las posiciones de las tropas, de los enemigos, de las operaciones en curso, de los drones y de los aviones y helicópteros disponibles para llevarles la muerte desde los cielos. Una parca silenciosa que se ha convertido en el azote de las posiciones talibán.
Nunca se lo esperan, nunca lo ven venir

En la parte posterior de la sala pequeña está el cerebro de la bestia. Dos grandes mesas con una decena de terminales de computadoras interconectadas con las que se controla el vuelo de los drones y la coordinación de objetivos. Todo ello en manos de una empresa privada estadounidense supervisando al piloto afgano. "Nunca se lo esperan, nunca lo ven venir. Ahora están y ahora ya no", comenta uno de los contratistas responsables del mantenimiento del sistema que "está teniendo un éxito inesperado. El ejército afgano se ha adaptado muy rápido", comenta mientras a un metro el Mayor Abdul discute con uno de sus asesores de los marines sobre la mejor opción para acabar con los yihadistas que acabamos de observar en el monitor.

"La localización del búnker de los terroristas está confirmada, vamos a llamar a los cazabombarderos para que se ocupen de ellos", explica el subcomandante. Las pantallas muestran el mapa con las coordenadas del escondite terrorista mientras un monitor muestra las imágenes del dron que observa una pequeña casa de adobe solitaria a las afueras de Lashkar Gah. Se ven a tres hombres entrando. "El búnker está dentro, ahí han llevado las armas", añade. Ahora ya tienen un objetivo claro y actuarán rápidamente para neutralizarlo. Mientras, en uno de los rincones, un operador de radio afgano instruye a los hombres sobre el terreno en dos vehículos militares del tipo Humvee -armados hasta los dientes, como se puede ver en otro monitor- que se mantengan al margen para evitar las bajas por fuego amigo.
Soldados norteamericanos visualizan operaciones militares en la base de Shorabak. A. GUALLAR / HANS LUCAS

El Mayor Abdul se pone al teléfono y habla directamente con la base aérea en Kandahar, donde están estacionados los aviones de combate de la coalición y sus aliados afganos. "¿Todo bien?", le pregunta el consejero militar de los marines. "Todo en orden, han despegado. Unos 20 minutos", responde con una gran sonrisa. Seguidamente, ambos se sientan en el sofá delante de los monitores y de una pantalla que muestra la progresión de los aparatos en el aire. Ambos callan y siguen atentamente los dos puntos azules que acaban de aparecer en la misma con sendos logos en forma de avión que, poco a poco, avanzan hacia su objetivo.

Pasado el tiempo estipulado los cazabombarderos de la Fuerza Aérea estadounidense se presentan en el lugar indicado y sueltan su carga. La pequeña casa de adobe y búnker de los talibán desaparece bajo una nube de polvo. Las bombas de penetración acaban con el búnker. La muerte les ha llegado y ni se han enterado. Mientras, los militares y civiles en la sala ríen y se dan la mano. "Otro éxito de nuestras fuerzas", comenta el Mayor Abdul. "Nada de esto sería posible sin la ayuda de nuestros aliados. La ayuda de los marines ha sido fundamental. Desde que llegaron hace unos meses nuestras operaciones y determinación se han convertido en inquebrantables".

Por otro lado, el subcomandante hace hincapié en que el objetivo ha sido marcado claramente y se han asegurado de que no hubiera civiles alrededor. Las muertes de civiles debido a ataques aéreos de las fuerzas afganas o de la coalición son uno de los motivos que levantan mayor animosidad entre la población afgana. En ocasiones, el todavía todopoderoso ex presidente afgano, Hamid Karzai, ha movilizado a masas pidiendo la salida de las tropas extranjeras debido a un ataque aéreo en el que murieron inocentes.
La buena coordinación vence batallas

En la sala de mapas y coordinación de tropas hablamos con el oficial estadounidense al mando, el Mayor Kaiser, quien explica que "la clave del cambio fundamental que se ha producido en las operaciones del ejército afgano es la buena coordinación y la rapidez con la que se han adaptado a nuestros sistemas". Un apoyo que no sólo los ha llevado a asegurar la capital sino que, a través de la Operación Maiwand 7, ha expulsado a los yihadistas de distritos clave que amenazaban el control por parte de Kabul del las arterias vitales en el sur del país.

"El sistema garantiza una buena coordinación y apoyo para evacuar a los heridos", cosa que según el oficial norteamericano "da confianza y refuerza la moral de los soldados combatiendo cara a cara contra los talibán, así como es fundamental para llevar a cabo maniobras militares con exactitud y según unos objetivos detallados. Por otro lado, éste también garantiza que, llegado el momento, el ejército afgano pueda ordenar el apoyo aéreo necesario para que sus operaciones sean un éxito", añade el Mayor Kaiser.

"Como puedes ver hemos llegado a un punto en que nuestros aliados ya casi están operando con total independencia", indica, señalando el ala derecha de la sala donde una decena de oficiales afganos se afanan sobre una multitud de mapas marcando posiciones, respondiendo a las múltiples llamadas desde el frente y discutiendo el movimiento de sus soldados. "Ese es el verdadero objetivo. Nuestro papel es el de supervisar pero siempre dejando que sean ellos los que lleven el peso de las operaciones. Ésta es su guerra", concluye.
http://www.elmundo.es/internacional/201 ... b467f.html

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NotaPublicado: 12 Feb 2018 14:34 
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Imágenes inéditas del Rescate del Cougar en Afganistán

Porque siempre la realidad supera la ficción, en este vídeo os enseñamos material no publicado hasta ahora del rescate del Cougar que sirvió para hacer la película Zona Hostil Los hechos ocurrieron el 3 de agosto de 2012. Dos helicópteros SuperPuma despegan de Herat rumbo al norte, a Bala Murgab, una zona de alta presencia hostil talibán. Su misión es rescatar y evacuar a dos militares estadounidenses que habían sido heridos por la explosión de una mina al paso de su convoy. En torno a las 10 de la noche, los dos helicópteros llegan al punto del incidente. Durante el aterrizaje, el terreno bajo una de las ruedas del SuperPuma cede y el helicóptero vuelca, rompiéndose así las hélices. No hay heridos. El helicóptero escolta, tras varios intentos por tomar tierra para socorrer a sus compañeros, tiene que regresar a la base española de Qala e Naw por falta de combustible. La plana mayor militar decide diseñar unamisión de rescate de la tripulación, así como la extracción –en carga externa- del aparato accidentado. Mientras, en la zona del incidente, la oficial médico española al frente del equipo siniestrado atiende a los heridos estadounidenses.



Saludos

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Munifex escribió:
...en España NOS gusta mucho el "rollo" secretismo y dar una aureola grandiosa a lo que desonocemos. A las unidades se las debe valorar por lo que se conoce que hacen, lo demás es falsa mitología.-


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NotaPublicado: 19 Ago 2018 14:29 
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Misión: tomar el paso de Sabzak. No era un paso cualquiera, representaba el único acceso a la provincia afgana de Badghis. Desde tiempos inmemoriales estaba tomado por asaltantes que vaciaban toda su violencia contra los transeúntes a los que robaban. Pero, en los últimos tiempos, los talibán pugnaban por hacerse con el control de la zona. El sargento José Enrique Serantes y los suyos debían liberar el paso. Una operación llamada a marcar el transcurso de la guerra de Afganistán.

Nos ubicamos en el 3 de septiembre de 2009. La OTAN había pedido al Ejército español que controlase el paso de Sabzak, que a su vez representaba la única vía de suministros entre Qala-e-naw y Herat. Eran tierras dominadas por los talibán del mulá Jamuladdin Mansoor y las milicias tayikas de Ishan Khan. Dejar este acceso en sus manos suponía perder una batalla crucial. Si la arena de Sabzak contase su historia, hablaría de siglos de violencia, ya fuera bajo la excusa de una bandera, del robo o de las pretensiones de viejos líderes personalistas.

El calor del entorno y de la historia acompañaban aquel día al contingente, compuesto por las Fuerzas de Seguridad Afganas y la compañía Albuera del Ejército español, tal y como detalla el blog El Paso de Sabzak, escrito por el teniente coronel Norberto Ruiz e ilustrado por el dibujante José Manuel Esteban.

Avanzaban en diferentes secciones para facilitar el paso, teniendo en cuenta lo agreste del terreno. La zona era de difícil acceso para los vehículos, así que, siguiendo el protocolo habitual, uno de los efectivos echó el pie a tierra para abrir camino a pie, reconociendo que el terreno fuese adecuado para el paso de los blindados. El cabo Cabrera, al que sus compañeros conocían como Peluche, asumió esta labor. El sargento Serantes viajaba a bordo del Vehículo de Alta Movilidad

El enemigo abrió fuego contra el destacamento español en Sabzak. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak.

¿Sorpresa ante el fuego enemigo? Ninguna. Los militares españoles sabían que aquella misión era compleja, que los talibán y los milicianos no iban a ceder el terreno por las buenas. El sargento Serantes y los suyos traían ensayadas las maniobras que debían realizar en caso de encontrarse bajo los disparos en un paso como el de Sabzak. Cabe recordar que hasta la fecha habían perdido la vida 100 efectivos españoles en Afganistán, incluido un intérprete. Toda precaución era poca y la primera ráfaga de disparos la recibieron con tensión, pero con las ideas claras.

Peluche volvió dentro del blindado y asumió el puesto de la ametralladora pesada, tomando el relevo de su compañero el soldado Mosquera, Panchi. Desde su puesto, Peluche observó en lontananza a dos enemigos que escapaban a bordo de una motocicleta. Eran los que habían disparado contra ellos y, a todas luces, iban a por refuerzos.
La emboscada enemiga

El sargento Serantes no lo dudaba: "Esto no ha hecho más que empezar", se dijo. Comunicó las noticias a sus superiores a través de la radio: "Aquí Apache, [...] recibiendo fuego de fusilería desde las doce en nuestra posición. Hemos respondido al fuego con la ametralladora pesada y seguimos avanzando para buscar contacto. [...] Los insurgentes se encuentran metidos en pozos de tirador y tapados con mantas para dificultar su localización".
Los militares españoles se enfrentaron al enemigo en Sabzak.

Los militares españoles se enfrentaron al enemigo en Sabzak. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak.

Efectivamente, aquello no había hecho más que empezar. Al poco de retomar la marcha, los militares españoles recibieron más fuego enemigo. Así arrancó la batalla de Sabzak. Apuntemos los nombres de algunos de sus protagonistas: además de Panchi, Peluche y Serantes, allí se encontraban el sargento Peinado, Gato, en el vehículo que cerraba la comitiva; el teniente Balsa, como jefe de sección; la cabo Sandra Hermoso, siempre fusil en mano, llevando más munición a la ametralladora y encargada de corregir el tiro; el soldado Robles, conductor.

El fuego era intenso. De poco servía permanecer a bordo de los vehículos: el enemigo era ágil con su fusilería ligera y la ametralladora pesada no daba para responder con la rapidez que exigía la situación. Por si fuera poco, esta ametralladora quedó encasquillada: Peluche, al mando de la misma, no podía hacer más de dos disparos seguidos.
En el episodio de Sabzak resultó herido el sargento Serantes.

En el episodio de Sabzak resultó herido el sargento Serantes. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak.

Era vida o muerte. Seguían llegando las balas y los vehículos comenzaban a sufrir daños severos. El sargento Serantes y los suyos tomaron la decisión de desembarcar y cubrirse de las ráfagas enemigas con las puertas blindadas del vehículo. Los militares españoles respondían con sus fusiles de asalto. Ante sí tenían la cara más voraz de la guerra, que amenazaba con sus dentelladas de hierro.
"¡Todavía estoy vivo"

Pasaban las horas. Los efectivos españoles lograban avanzar en sus posiciones, obligando a algunos de sus enemigos a replegarse. Los vehículos estaban acribillados. Una bala pasó rozando la cara de Robles y le hizo una herida superficial. Sobrevivió por centímetros.

El sargento Serantes notó un golpe en la pierna izquierda. Lo primero que pensó fue que le había alcanzado una pedrada, pero fue una bala la que atravesó su carne: "¡$%&ª! ¿Me han dado?". En ese momento escuchó por radio un mensaje que todavía le confundía más: "¡Apache ha caído!". Apache era su sobrenombre. "¡$%&ª, que todavía estoy vivo!", respondió casi por instinto. Robles miró su pierna y certificó que tenía una herida limpia de bala, con un orificio de entrada y uno de salida.


Así intervinieron al sargento Serantes en Sabzak. Ejército de Tierra

El sargento Serantes, Apache, se sintió mareado. Casi sin munición, el destacamento consiguió abrirse paso hasta la base de patrullas Málaga, a unos diez kilómetros de distancia; una zona relativamente segura en la que evacuar al herido hasta Herat. Serantes fue intervenido en el hospital ROLE 2 por un cirujano búlgaro.

Al día siguiente se produciría un nuevo combate por la toma de Sabzak, de nuevo con efectivos españoles como protagonistas. Pero esa ya es otra historia.
https://www.elespanol.com/espana/201808 ... 733_0.html

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NotaPublicado: 26 Nov 2018 12:51 
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Quien haya leído entregas previas sobre Sabzak comprenderá que aquel paso en medio de Afganistán fue el agujero más complejo al que tuvo que enfrentarse el Ejército español en esta misión. El combate tuvo lugar entre el 3 y 4 de septiembre de 2009. Los tukus defendían con uñas y dientes un punto estratégico en las comunicaciones del país. Y los militares españoles dirigían sus pasos sabiendo que, si seguían adelante, probablemente no regresarían. Es ahí donde se erige el nombre del sargento Carlos Rachid G. Kouiche.

Las órdenes que ha recibido son claras: "Nada de movimientos complejos. Iremos con todo lo que tenemos y ocuparemos la zona, que es lo que hace la Infantería; una vez allí, el que quiera, el que pueda, que nos desaloje", tal y como describe el blog El Paso de Sabzak (III), escrito por el teniente coronel Norberto Ruiz e ilustrado por el dibujante José Manuel Esteban.

Así, con la única certeza de la confianza en sus compañeros, el sargento Kouiche avanza hacia Sabzak. Apenas ha salido el sol y ya silban las balas. Ni el sargento ni ninguno de sus compañeros ha pegado ojo en toda la noche. Saben que la muerte les ronda y que deben aguantar las embestidas de los tukus (así llaman al enemigo).
Apenas había amanecido cuando comenzó el cruce de disparos.

Apenas había amanecido cuando comenzó el cruce de disparos. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak (III).

Porque Sabzak es imprescindible. Es el paso natural que conecta varias regiones de Afganistán. Durante décadas, probablemente siglos, los delincuentes han asaltado a sus víctimas en la zona. Ahora son los insurgentes, aliados con los talibán, los que tratan de mantener el paso. Y al Ejército español le corresponde liberarlo. El rumbo de la guerra depende de lo que ocurra en esta jornada de disparos interminables.

Cada uno sigue sus pasos. Los tukus están en su lugar. El sargento Kouiche y los suyos -es la compañía Albuera- avanzan sin ceder un paso. él viaja a bordo de un blindado Lince, escuchando las palabras que escupe la radio, mirando por las ventanillas cómo avanzan sus compañeros: Dragón, Tánatos, Kiriki... porque a todos ellos los conoce por sus sobrenombre. Gajes de pasar meses codo con codo en uno de los lugares más inseguros del mundo.
Los tukus defendían el paso de Sabzak.

Los tukus defendían el paso de Sabzak. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak (III).

Ve a Pony subiendo a pie a lo alto de una cota. Sabe que él recibirá lo más duro del fuego de los tukus. Barney localiza objetivos. Kent mantiene la posición y da instrucciones al controlador aéreo avanzado para recibir ayuda.

La distancia entre unos y otros se estrecha. Muchos de los tukus se mueven a caballo. Otros, los que disparan con mayor precisión, están ocultos bajo mantas para dificultar su localización. Los militares españoles echan el pie a tierra y avanzan posiciones. Los vehículos blindados, acribillados a balazos, serpentean por los caminos de arena y piedra.
El combate de Sabzak estuvo marcado por la fiereza que demostraron los tukus.

El combate de Sabzak estuvo marcado por la fiereza que demostraron los tukus. Ilustración: José Manuel Esteban para el blog El Paso de Sabzak (III).

El tiempo se sostiene entre el cruce de fuego. El sargento Kouiche no tiene un segundo para beber agua: mantiene la posición, que no es poco, y avanza cuando encuentra dónde hacerlo. Así, poco a poco, logran sofocar la lluvia de balas que cae sobre ellos.

Finalmente, los tukus ceden. Ya no son capaces de defender Sabzak. Los militares españoles respiran aliviados. Uno de ellos, el sargento Serantes, resultará herido en la pierna izquierda y evacuado a una zona bajo control. Kouiche se abraza a sus compañeros y pregunta por aquellos a los que no tiene a su alcance: todos ellos podrán contar qué ha ocurrido en este paso de Afganistán.

El sargento Kouiche respira, sonríe. De pronto recuerda que lleva horas sin beber. Se acerca a uno de los suyos y por fin se atreve a bromear: "Dame un poco de agua, estoy seco; ¡que no sabes disparar!".
https://www.elespanol.com/espana/201811 ... 497_0.html

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