Teniente Antonio Velázquez, un ceutí en la guerra del Vietnam
Escrito por Francisco Sánchez Montoya (Papeles de la Historia)
“¿Cuántos sois, doce? Pues volveréis con vida a España tres o cuatro”. Con éstas palabras recibió en Saigón un sargento del Ejercito estadounidense a los españoles entre ellos dos ceutíes el Subteniente Sanjosé y el teniente Antonio Velázquez Rivera (hoy retirado, General de Brigada de Sanidad).
Este último de la mano del programa “Dutifrí” de Sardá, ha vuelto a esas tierras, el próximo domingo día 25 de mayo en Telecinco al filo de la media noche, podremos ver a este ceutí volviendo al Vietnam cuarenta años después, al lugar donde estuvo enviado por el Gobierno Español como médico. Este ceutí reconoce que la primera sensación que tuvo al pisar tierra vietnamita en 1968 “se le hizo un nudo en el estomago”. No era para menos. Cuando el helicóptero americano que le trasladaba desde Saigón a la población donde se encontraba la misión española tomaba tierra, los morterazos caían por todos los lados. “Aquí nos cortan el cuello fijo”, pensó Velázquez al llegar a su destino. Eso era lo habitual en aquella zona.
El hoy general de Sanidad Antonio Velázquez formaba parte del equipo médico español que llegó a Go Cong, en el delta del Mekong, en marzo de 1969, dos años y medio después del inicio de la misión española en Vietnam. Desde el primer día, el trabajo era “tremendo” en el hospital que, desde septiembre de 1966, atendían los sanitarios españoles. Los heridos de guerra se multiplicaban, entre ellos, guerrilleros del Vietcong cuya presencia provocaba situaciones tensas con los militares estadounidenses. “Atendimos a un prisionero del Vietcong que estaba muy grave y los americanos lo tenían esposado a la cama”, explica el hoy general ceutí. “Como médico era una situación muy incomoda para mí, que no podía ver así a un paciente, pero para ellos también era difícil, porque cumplían órdenes”. Esas órdenes hicieron también que Velázquez no pudiera evitar la muerte de dos niños con difteria. Quería que un helicóptero trajera medicación o evacuara a los niños a Saigón, pero la respuesta que obtuvo de los militares americanos fué que estaban rodeados por el Vietcong y necesitaban todos los helicópteros para combatir, no para misiones sanitarias.
Velázquez recuerda con cariño las buenas amistades que hizo en Go Cong. Las relaciones con los americanos las califica de “cordiales”, pero eran mejores con los vietnamitas. Una noche, que visitó a una familia amiga, le avisaron del peligro que corría al moverse por la población. “Doctor, qué hace aquí, márchate rápido, hay VC, VC (siglas de Vietcong)”. El ceutí hizo caso al aviso de sus amigos y salio corriendo hacia su alojamiento. A los pocos minutos se desencadenaba un ataque de los guerrilleros norvietnamitas.
Otro día que se desplazó a Saigón por carretera su vehiculo fué detenido por una patrulla de paramilitares. “No soy americano, soy un médico español”. Velázquez pronunció las primeras palabras que aprendió en vietnamita y logró pasar, aunque después tuvo conocimiento de un ataque en el que participó esa misma patrulla. “En Asia o en África decir que eres médico es algo sagrado, la gente te respeta y te quiere”, asegura. A pesar del peligro, Saigón le enamoró desde el primer día. “Era increíble la intensidad con la que se vivía allí. Aunque la guerra y la muerte estaban presentes las veinticuatro horas del día, Saigón era una ciudad llena de vida. El bullicio era tremendo, circulaba mucho dinero y por las calles podías encontrarte de todo. Las drogas y la prostitución marcaban el ritmo diario”.
Un problema físico obligó a Antonio Velázquez a ser ingresado en un hospital americano. Allí tuvo ocasión de conocer la nueva especie de fatiga de combate descubierta en abril de 1968 por dos especialistas de Estados Unidos en Salud. El teniente coronel meter y el capitán Jonson denominaban “neurosis de combate” a los síntomas que presentaban numerosos combatientes estadounidenses que, en Vietnam, a diferencia de la Segunda Guerra Mundial, se estaban enfrentando a un ser “indefinidido y desconocido”. “En el hospital me encontré con un soldado estadounidense de origen italiano, de 19 años, que había estado vagando durante seis días por la selva, completamente enloquecido, porque habían aniquilado a toda su patrulla. Él era el único superviviente y estaba destrozado”, cuenta Velázquez. En la cama situada junto a la suya estaba un chicano, veterano de Corea, que había estado horas y horas en el agua, en la frontera con Camboya, esperando la incierta hora de combatir. “A esta guerra no se puede venir voluntario”, le dijo al médico español al conocer su presencia en Vietnam. “Esto es demasiado duro”, sentenció.
Las posibilidades de que tropas españolas entraran en combate eran muy elevadas después de que el 26 de julio de 1965 el presidente de Estados Unidos, Lindon B. Johnson, se dirigiera por carta al jefe del Estado español, Francisco Franco, pidiéndole que España se implicara en esa guerra. En su carta, Johnson expresaba a Franco su más “profunda convicción personal” de que las perspectivas de paz en Vietnam aumentarían “grandemente” en la medida en que los esfuerzos de Estados Unidos fueran apoyados y compartidos por otras naciones que “comparten nuestros propósitos y nuestras preocupaciones”. No era la primera vez que Estados Unidos intentaba implicar a España directamente en Vietnam. Todo formaba parte de una cuidada estrategia de los americanos para contar con el apoyo del mayor número de países y demostrar a la opinión publica internacional que no estaban aislados diplomáticamente en su intervención en el país asiático.
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