Escrito en el Blog de Igandekoa.
Esta es la historia de un soldado egipcio que llevó a cabo un hecho de armas tan portentoso como mal pagado, del que se tiene noticia por las anotaciones de algún historiador indiscreto y moralista. Encontró su némesis no en la felonía de los mandatarios, sino en el hecho de que su país, en aquel momento de crisis nacional, no se regía por la meritocracia, sino por la propaganda y la mentira. Mejor no señalar a nadie, pero esto es precisamente lo que sucede hoy día en algún que otro lugar al que, en uno de nuestros acostumbrados excesos de autocomplacencia, creemos más civilizado que el antiguo Egipto.
Faraón estaba en guerra con unas tribus del Asia Menor, y como de costumbre marchó a la batalla al frente de sus tropas. El lance militar era propicio, pero un revés de la suerte hizo que el rey-dios se encontrara rodeado por una turba de enemigos que consiguieron abatir a su guardia personal. Cuando todo parecía perdido, aparece nuestro soldado, abriéndose camino a través del tumulto, a pecho descubierto, sin lanza, ni escudo, ni yelmo, que había dejado atrás para que no le estorbara el peso de la impedimenta. Armado únicamente con su espada de bronce, asesta mandobles a los feroces hititas, partiendo cabezas, cercenando miembros y matando enemigos con el furor salvaje de un león en mitad de una manada de hienas; Avanza resuelto hasta donde se hallaba Faraón doblegado por la necesidad, y una vez allí, plantado delante de su señor, con desprecio absoluto de su propia vida, a la vista de todo el ejército, lo protege contra los bárbaros que lo acosaban el tiempo necesario hasta que acuden refuerzos con los que fue posible restablecer la seguridad en aquel lugar tan crítico del campo de batalla.
Y asi fue como los egipcios se hicieron dueños de la jornada. Cuando la batalla remitía, al atardecer, al soldado, exhausto, cubierto de polvo, sudor y sangre enemiga, le parecía estar caminando sobre una nube. El corazón le latía con fuerza. Le zumbaban los oídos. Seguramente en aquellos momentos Faraón estaría pensando en la mejor forma de recompensarle. ¿Le daría un mando en el ejército? ¿Tierras, esclavos, oro? Puesto de pie ante lo que él creía un decisivo cambio de la fortuna, su imaginación le asaltaba con ensoñaciones de un futuro de honor y riqueza.
De repente ve venir a Faraón acompañado de un alto funcionario y dos miembros de su guardia. Se ordena al soldado postrarse de rodillas y él obedece. El resto transcurre demasiado rápido como para entender lo sucedido. Uno de los oficiales desenvaina su espada, la levanta y con un golpe seco decapita al soldado. Y este fue el premio de su esforzado acto. No hay que culpar a la mezquindad, sino a la soberbia de su señor. Faraón no podía permitir que el mundo supiera que él, siendo un dios en la tierra, se había hallado en peligro de sufrir la misma suerte que el resto de los mortales, y tampoco en la necesidad perentoria de que uno de ellos le ayudara a vencer en combate.- Publicado en Izaronews.
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No encuentro la imagen idónea para acompañar tan magnifico relato
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Munifex escribió:
...en España NOS gusta mucho el "rollo" secretismo y dar una aureola grandiosa a lo que desonocemos. A las unidades se las debe valorar por lo que se conoce que hacen, lo demás es falsa mitología.-