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Del cautiverio a la tumba
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Autor:  Lilith [ 09 Sep 2011 13:03 ]
Asunto:  Del cautiverio a la tumba

Del cautiverio a la tumba: los últimos días del soldado Domínguez


El espíritu y la mente de este joven militar colombiano nunca se repusieron del secuestro.
Cuentan que pidió un cigarrillo regalado en una tienda y estuvo a la espera de una persona que esa noche no llegó. Muchas veces Nataly, su novia, la madre de su hija de 5 meses, iba a su encuentro y pasaba horas con él por las calles de Bachué y de Luis Carlos Galán, barrios vecinos del noroccidente bogotano.

El viernes pasado, sin embargo, ella no fue. No sabía que él la estaba buscando porque su mamá, sabiendo en lo que podían derivar esas andanzas, la había negado cuando él llamó por teléfono preguntándola, unas horas antes.

De lo que pasó después con el soldado William Domínguez Castro, de apenas 25 años, se sabe que, en una calle del barrio Luis Carlos Galán, frente a un parque, recibió cuatro tiros y tres puñaladas y llegó sin vida al hospital de Engativá, como un NN. El lunes fue enterrado en el cementerio de Chapinero, con generales presentes, bandera tricolor sobre el féretro y flashes alrededor.

El soldado Domínguez que murió era muy distinto del muchacho que se plantó a cantar (desafinado, pero orgulloso) el día de su liberación, en febrero del 2009, dos años después de haber caído herido y tomado como rehén por las Farc, en un combate en el Caquetá. Cómo nos cambia la vida: ayer era uno y hoy soy otro, decía el corrido que escribió.

El cambio empezó exactamente cuando vio que su mundo, el de sus recuerdos, era otro a su regreso de la selva. Sus papás se habían separado y cada uno vivía con nuevas parejas. Y a su novia, el "amor de su vida", como la describen sus familiares, con quien vivía antes de partir al Caquetá, la encontró con dos meses de embarazo. "Eso lo destrozó -dicen personas cercanas-. A William le dio una tristeza terrible".

Walter Lozano, policía que sufrió el secuestro junto a Domínguez, recuerda que la obsesión del soldado durante el cautiverio era, precisamente, tener un hijo. "Decía que era lo primero que iba a hacer en libertad". Ese sueño, al menos con la mujer de la que estaba enamorado, se había roto. No sería el único.

Emocionado con su canción, Domínguez grabó un demo con la cantante Adriana Bottina y empezó a soñar con que el Ejército se lo editara.

"Con las ganancias pensaba comprarse una casa", dice su mamá, Ana Castro. Con esa idea entre ceja y ceja (todos lo recuerdan con el demo en sus manos), después de validar el bachillerato y pasar por el diagnóstico psicológico y físico de rigor, Domínguez fue enviado al batallón Albán, en Villavicencio, donde le comenzaron a notar problemas de comportamiento. "Tenía su cuadro psiquiátrico", dijo a los medios el capitán Harold Guzmán, su superior en el batallón. Aunque le entusiasmaba ser parte allá del coro de la capilla, no alcanzó para que no pensara en escapar a Bogotá.

La primera vez que lo hizo, lo encontraron pronto y lo llevaron al batallón de Sanidad para empezar un tratamiento. Psiquiatras cercanos a su caso hablan de un trastorno del afecto asociado al consumo de sustancias psicoactivas. "Pero él decía que no quería estar guardado, que ya lo había estado durante mucho tiempo", cuentan familiares. Y volvía a irse, con permiso o sin él.

Para entonces, había dejado de decir que no quería volver a tener novia y andaba con una antigua amiga, Nataly Rodríguez, con quien había estudiado primaria en el colegio Laureano Gómez, del sector de Bachué (en el occidente de Bogotá). Pronto la pareja se fue a vivir a donde la mamá de Domínguez, en una pequeña casa de Suba. Tanto la madre como Nataly recuerdan los gritos de William en mitad de la noche, entre pesadillas.

"Tenía que levantarme y salir a despertarlo", dice Ana. Cuando abría los ojos, les contaba que soñaba que estaba de nuevo en cautiverio. En esa casa vivía con sus dos hermanos y su padrastro y eran frecuentes las discusiones. William se veía nervioso, impulsivo.

-Me van a matar, me están siguiendo, mírelos ahí -le repetía a Nataly mientras señalaba cualquier esquina. Una tía que era muy cercana a William asegura que él consumía marihuana.
Un día que se encontraron, el joven le dijo:

-No sé si Dios me tiene para el vicio, pero me junta con gente que está peor que yo.

-Acuérdese de la cima en la que está. Deje el vicio-le dijo ella, en alusión a la popularidad de su canción. Lo imitaban en La Luciérnaga, en Sábados Felices, y eso lo hacía sentirse orgulloso.

Los consejos no sirvieron. Antes del secuestro, no recuerdan haberlo visto ni siquiera fumar. Lozano, su compadre de cautiverio, dice que tampoco le vio un cigarrillo. "William se volvió mi amigo en la selva. Él me enseñó la paciencia", dice el policía. Lozano describe a un William inteligente, con quien compartía jornadas de ajedrez que podían durar un día entero. "Alguien que se concentra de ese modo no está loco". Para él, los trastornos de Domínguez aparecieron después del secuestro y tal vez por decepción.

Según Lozano, William quería que lo ayudaran a comprar una casa y no obtuvo respuesta. Quiso grabar el disco y tampoco. Repetía que lo discriminaban porque su libertad había sido producto de una liberación y no de un rescate y por eso recibía trato de segunda.

Cada vez era menos el tiempo que pasaba en los batallones y más el que vivía en las calles, vestido, sí, con la sudadera azul oscura del Ejército. Pero el deseo de ser papá no había muerto y le pidió a Nataly que tuvieran un hijo.

Otra parte de su familia dice que el embarazo de su novia llegó inesperadamente y eso también ayudó a desequilibrarlo. Lo cierto es que, con la pareja esperando bebé, William decidió que era momento de salir de la casa de su mamá. Arrendaron una habitación y él pidió un préstamo de 3 millones de pesos, con los que compró televisor, estufa, cama y otros enseres, que después acabó vendiendo.

La independencia les duró cuatro meses, porque las discusiones entre ellos eran constantes. William la celaba con todos, hasta con su papá. "Vivía descontrolado, como loco", dice Nataly. Varias veces llegaron a los golpes. Un día, ella le anunció que lo dejaría y él se clavó un cuchillo en una pierna. "Decía que si me iba, se mataba", cuenta Nataly. "Fue como un intento de suicidio", agrega su mamá.

A William le gustaba sobre todo la calle. En abril pasado, cuando nació su hija Natalia -por el Sisbén, según su madre-, William dijo en la radio que necesitaba ayuda porque no tenía cómo alimentar a su hija y le estaba tocando subirse a buses a cantar. "Estaba escapado del Ejército -cuenta Nataly-, pero sabía que inventado eso iban a ayudarlo".

Ese mismo día, miembros del Ejército dieron con él, le compraron lo que pudiera necesitar la niña y lo internaron en la clínica psiquiátrica La Inmaculada. Su mamá lo visitaba y le llevaba lo que siempre le pedía: cocido boyacense o pasta con carne molida.

De allá salió con la condición de volver a consultas periódicas que William nunca cumplió. Se fue llenando de ideas de que lo perseguían. Contaba historias como que la cicatriz que tenía en su brazo izquierdo (de la herida sufrida en el combate que lo llevó al secuestro) había sido de un disparo recibido por haberle salvado la vida al hijo de Clara Rojas. Pasaban días sin que supieran de él.
De repente aparecía y descansaba por unas horas. No le gustaba dormir. En una ocasión les dijo que había hablado con Dios y que iba a cambiar de vida.

En medio de esto, una junta médica determinó su invalidez en un 80 por ciento y le fue definida su pensión, que se haría efectiva en pocos meses. "En su estado no debieron pensionarlo tan pronto. Fue dejarlo solo", opina Lozano.

Durante ese tiempo seguía recibiendo su sueldo de soldado. Después de comprar cosas a su hija y su novia, y ropa para él, la plata desaparecía. La semana anterior a que lo mataran había recibido su dinero. Salió con Nataly a almorzar al barrio Quirigua y fueron de compras: chaqueta y reloj para ella, pañales para la niña, y celular, tenis y pantalones para él. Los pantalones que tenía la noche que lo mataron.

Cuentan que ya había tenido riñas callejeras. Una vez le abrieron la cabeza y llegó al mismo hospital de Engativá; otra, lo cortaron en un brazo. La del viernes fue la última. La Policía indaga sobre un ajuste de cuentas con un consumidor de estupefacientes de Bachué. Los familiares piensan que ese fin se veía venir.

MARÍA PAULINA ORTÍZ
REDACCIÓN EL TIEMPO

Autor:  colombiana100% [ 28 Oct 2011 19:10 ]
Asunto: 

Es triste pero muchas veces despues de darlo todo por la causa, uno termina en el mejor de los casos, con una pension porcentual y abandonado a su suerte; y si no te va bien pues enredado en demandas eternas para que te puedan reconocer tus derechos, una dura realidad... y eso que el nuevo lema del ejercito es precisamente: "FE EN LA CAUSA"

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